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David Márquez
Domingo, 26 de Abril de 2020 Tiempo de lectura:

Supositorio digital

(Escrito en enero de este año. Esto es, poco más o menos, lo que venía sucediendo)

 

La cuestión es esta: un cepillo de dientes “inteligente” alerta en caso de exceso o falta de presión en el cepillado. Aplicación mediante, ofrece comparativas y recomendaciones a un usuario pasivo y más que feliz. Esto ocurre a día de hoy, tranquilamente. Quizir: ¡El público traga y acepta la monitorización de su cepillado? No sé si me explico o podéis intuir el motivo de mi indignación. Cuando lo tengo tan claro me suelo quedar sin palabras. Es que no puedo hablar de cambio climático en todas sus formas, con debates asociados a plásticos, incendios, mareas, etc., ni discutir sobre estatutos, Cataluñas o géneros, ni verter declaraciones machistas o inclusivas, ni aplaudir la acción “heroica” del que trepa a un balcón para salvar niños y ancianas o apalancarme en el análisis de coronavirus y apocalipsis. No puedo malgastar un minuto en estas opiniones cuando están monitorizando cepillados por ahí, con total impunidad. Después de esto, ¿hacia dónde vamos?

 

Es una constante matemática que el carterista utilizará la distracción como principal arma: es la máxima de todo insigne profesional del robo. Los primeros grandes engañabobos fueron los navegantes oceánicos, que trocaban su pacotilla con el oro y la pedrería de los nativos. El jefe de la tribu (lo hemos visto en las películas) alucinaba frente a un espejo de mano, igual que hoy día, desde un niño hasta un concejal, pasando por según qué cateto, abriga sueños de grandeza frente a la pantallita del teléfono inteligente. Nos están metiendo con calzador y fuerza bruta un futuro inmediato de robots presentadores, camareros, recepcionistas. Quizir: un futuro futurísimo peliculero, súper tecnológico, pero atado a las actuales rutinas y temáticas, al presente sistema y mentalidad. Un imposible futuro “en constante cambio”. De modo que, si por azar o evolución, el público abandona sus contemporáneas maneras de vivir el ocio y la movilidad, ¿tendremos robots en la cola del INEM? Vamos a ver. Miradme a mí. Ya no uso bares ni tonterías. He descubierto que, drogándome cada noche, evito salir por ahí, con ganas de traicionar y estafar. Es que no-puedo-conducir. Lo siento por el sector servicios, pero cada uno evoluciona a su manera y, todo hay que decirlo, así surgen artículos como este.

 

“Pero” amenazan los coachinadores digitales, “si no estás ahí, disparando fotos a tu primer plato, no existes”. Así, la felicidad, la vida misma, la gran carrera, la mayor aspiración y solución económica, social y personal parecen fundamentarse en dos obsesiones: velocidad y visibilidad. ¡Más gigas para mi conexión, y posicióname, que tengo prisa!: pun-to. Echo en falta preguntas, cuestionamientos, críticas a la dictadura del mercado tecnológico. Muy al contrario, los políticos recurren a sus aptitudes y neuronas y destinan tiempo, el oro de la vida, a participar en diálogos de besugo, embarrancados en Twitteres e Instagrams. Los niños desarrollan ciberpatologías y tecnosíntomas entre Plays y similares (eso sí lo vemos denunciado en telediarios y magazines). Millones de usuarios pasan la mayoría de sus horas visionando o publicando fotos (han descubierto la cámara fotográfica). Se proyecta más responsabilidad y se roba más tiempo a contribuyentes y beneficiarios de servicios, que trabajan gratis para las grandes compañías rellenando formularios online, conduciendo sus APPS “gratuitas”. Todo este repertorio de circunstancias cumple con el principal requisito para ser analizado y debatido: se sabe. Pero nadie abre la boca, excepto para dejarse monitorizar el cepillado. Atado a los tres mandamientos del Lobby: producción, velocidad y capacidad, el ciudadano, periodista o carnicero, se lo traga todo y lo acepta, sediento de parafernalia vital, de accesorios, con esa hipnosis congénita por las lucecitas, ese histerismo que mezcla las pantallas, las cuatro ruedas, el alumbrado navideño, la mani ecologista, la indignación y denuncia por/de acciones que ni le van ni le vienen, y sigue ahí, sin apuntar al objeto, símbolo de su muerte evolutiva: el cepillo listo.

 

Abran las puertas a la decadencia en bruto, señoras; viene en forma de monitorización del cepillado. Vulgarmente hablando, hemos tocado fondo. Prosigamos pues, chicas, con el supositorio inteligente y su minucioso punto de vista. Descárgate el software con nuestra APP.

   

amazon.com/author/damefuego

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