El 'Titanic' o el 'Acorazado Potemkim'
Ante la tragedia del Covid-19 el Gobierno y los partidos que le apoyan han inventado el mantra de “hemos remar todos juntos porque estamos todos en el mismo barco”, a fin de aminorar las críticas y oposiciones, convenciéndolos de que en una situación de peligro como sería un naufragio, todas las personas deben arrimar el hombro y organizar el salvamento. Esta consigna se ha asumido incluso por las clases trabajadoras y las mujeres. Lo que no nos dicen es en qué dirección remamos, para que la ciudadanía se encuentre un día ante las cataratas por las que el barco se despeñará.
Y yo pregunto: ¿A qué barco se refieren? ¿Al Acorazado Potemkim o al Titanic?
Lo más sorprendente, y patético a la vez, es que esas consignas que la derecha difunde, con indudable éxito, para alienar aún más a los desgraciados, son aceptadas neciamente por la izquierda, por esta izquierda de hoy que ni es marxista ni revolucionaria ni feminista.
Asegurar que estamos todos en el mismo barco, y no se dice con qué rumbo, es engañar a los que siempre tienen más que perder. Aquellos ingenuos o necios que realmente se crean que están en el mismo barco y remando en la misma dirección que la familia real o la familia Botín están remando hacia su propio desastre.
El Titanic, barco ya célebre no sólo por la catástrofe que supuso sino sobre todo por las numerosas versiones cinematográficas con las que la industria estadounidense nos ha obsequiado, se hundió la noche del 14 a la madrugada del 15 de abril de 1912 durante su viaje inaugural desde Southampton a Nueva York. En el hundimiento del Titanic murieron 1.496 personas de las 2.208 que iban a bordo, lo que convierte a esta tragedia en uno de los mayores naufragios de la historia ocurridos en tiempo de paz. Se salvaron únicamente 712 personas, que fueron los ricos.
Entre sus pasajeros estaban algunas de las personas más ricas del mundo, además de cientos de inmigrantes irlandeses, británicos y escandinavos que iban en busca de una mejor vida en Norteamérica. El barco fue diseñado para ser lo último en lujo y comodidad, y contaba con gimnasio, piscina, biblioteca, restaurantes de lujo y opulentos camarotes para los viajeros de primera clase. También estaba equipado con una potente estación de telegrafía para uso de pasajeros y tripulantes y avanzadas medidas de seguridad, como los mamparos de su casco y compuertas estancas activadas a distancia. Sin embargo, sólo portaba botes salvavidas para 1.178 pasajeros, poco más de la mitad de los que iban a bordo en su viaje inaugural y naturalmente los utilizaron los pasajeros de primera clase, mientras los trabajadores emigrantes que penaban en cubierta y en la sentina se ahogaron todos.
Este es el ejemplo que las trabajadoras y los trabajadores deberían tener de referencia cuando oigan repetir el mantra de "que todos remamos en el mismo barco", porque unos se salvarán y otros perecerán sin remedio. Y no duden de que el salvamento está ya programado y las clases pudientes se han reservado sus barcas salvavidas. Ni la Casa Real ni la banca ni las grandes corporaciones se hundirán. La miseria, el paro, la enfermedad y la muerte miserable serán para los pobres. Y aquellas feministas que creen que apoyando las medidas de este incompetente Gobierno lograrán mantener a salvo los avances que el MF (Movimiento Feminista) ha conquistado hasta ahora se toparán pronto con la cruda realidad.
La crisis económica que ya se ha abatido sobre nosotras, y que en cifras provisionales augura un 19% de paro, que no duden que recaerá sobre las mujeres con mucha más dureza e impiedad que sobre los hombres, teniendo en cuenta que al comenzar la pandemia ya había un millón de mujeres más en paro que hombres. Si en el momento actual las diferencias salariales entre el trabajo femenino y el masculino se mantienen entre el 20 y el 30%, cuando se recuperen algunos sectores de producción las mujeres se contratarán por lo que el patrono imponga. Si el trabajo a tiempo parcial, eventual y por horas seguía siendo femenino antes del 15 de marzo, cuando se abran nuevamente los sectores de producción, la explotación y los abusos de la patronal quedarán impunes, bajo la resignada aceptación que una política del PP expuso sin vergüenza: “mejor es tener un trabajo basura que no tener ninguno”. Y que no se olvide nadie que en seis autonomías gobierna el PP, comenzando por Madrid, donde ostenta el mando desde hace 25 años.
Para imponer un salario mínimo, controlar los tiempos de trabajo y vigilar los contratos laborales, no hay inspectores de trabajo suficientes y los sindicatos hace tiempo que perdieron la moral de lucha para cumplir eficazmente su papel de denunciadores de los abusos del Capital. Pero, sobre todo, este Gobierno tan timorato, espantado de la tragedia que se le ha venido encima por la pandemia, no tiene el propósito de tomar las medidas contundentes necesarias para proceder a un reparto de la riqueza más justo. Recuerdo la expresión de escepticismo y la sonrisa indulgente que me dedicó un alto cargo del PSOE cuando le dije que lo que tenían que hacer inmediatamente era nacionalizar la banca.
Este Gobierno que ni aún se ha atrevido a incautar la red de hospitales privados, que se han expandido en toda la geografía nacional, para atender a los miles de enfermos que desbordaron la capacidad de la sanidad pública, menos va a enfrentarse con el poderosísimo sector bancario. Porque ya se sabe que, de la misma manera que el Titanic había blindado el sector de primera clase y proporcionado botes salvavidas para los ricos que viajaban en él, la Constitución ha blindado la protección de la propiedad privada.
Y nosotras no veremos aprobar ni una nueva ley de violencia contra la mujer que realmente la proteja ni la abolición de la prostitución que hace veinte años que reclamamos ni la prohibición de la pornografía y los vientres de alquiler, cuando se levanten las medidas de confinamiento. Y, en cambio, esas dirigentes de Podemos se van a apresurarse a legalizar el trans-género. Porque además de la fuerza y los medios económicos de que disponen los 'lobbies' que hacen negocio con la mercantilización de los cuerpos de las mujeres, y que han asustado o comprado o convencido a los partidos políticos que abogan por legalizar la prostitución y todas las otras formas de explotación de las mujeres, el Movimiento Feminista está sumergido en el sueño de la Bella Durmiente, y sólo se despierta brevemente a las ocho de la tarde para aplaudir a los sanitarios, mientras se pasa el día enviando recetas de croquetas y vídeos de clases de yoga.
Para revertir esta situación, cada vez más grave, de cierre de empresas, pérdida de empleos, pobreza generalizada, marginación de amplias capas de la población que sobreviven en chabolas y poblados inmundos o simplemente en la calle, salvar a las mujeres prostituidas de su esclavitud y a las maltratadas de su tortura, hay que embarcarse en el acorazado Potemkin y asaltar el poder para proceder a hacer justicia, abandonando el Titanic donde nos han encerrado las estúpidas medidas de este Gobierno, supuestamente de izquierda, a las mujeres y a los trabajadores y en el que nos espera un naufragio seguro.
Lean, lean las noticias que nos suministran diariamente los medios de comunicación con las estimaciones de la caída del PIB, el aumento de la deuda y del déficit y el porcentaje de paro, y nadie debe ser tan necio que suponga que esta ruina la van a pagar los ricos y las grandes corporaciones. El coste de la catástrofe económica que nos ha traído la pandemia, con el inestimable apoyo de nuestro Gobierno, lo pagarán los trabajadores y las mujeres, con su piel y su sangre.
Y las que no puedan escoger subirse al Potemkin, aherrojadas ya en la sentina del Titanic, al menos que no se engañen con las mentiras y los discursos melosos y falsos que nos obsequian cada día el Presidente del Gobierno, el Ministro de Sanidad y Fernando Simón.
Ante la tragedia del Covid-19 el Gobierno y los partidos que le apoyan han inventado el mantra de “hemos remar todos juntos porque estamos todos en el mismo barco”, a fin de aminorar las críticas y oposiciones, convenciéndolos de que en una situación de peligro como sería un naufragio, todas las personas deben arrimar el hombro y organizar el salvamento. Esta consigna se ha asumido incluso por las clases trabajadoras y las mujeres. Lo que no nos dicen es en qué dirección remamos, para que la ciudadanía se encuentre un día ante las cataratas por las que el barco se despeñará.
Y yo pregunto: ¿A qué barco se refieren? ¿Al Acorazado Potemkim o al Titanic?
Lo más sorprendente, y patético a la vez, es que esas consignas que la derecha difunde, con indudable éxito, para alienar aún más a los desgraciados, son aceptadas neciamente por la izquierda, por esta izquierda de hoy que ni es marxista ni revolucionaria ni feminista.
Asegurar que estamos todos en el mismo barco, y no se dice con qué rumbo, es engañar a los que siempre tienen más que perder. Aquellos ingenuos o necios que realmente se crean que están en el mismo barco y remando en la misma dirección que la familia real o la familia Botín están remando hacia su propio desastre.
El Titanic, barco ya célebre no sólo por la catástrofe que supuso sino sobre todo por las numerosas versiones cinematográficas con las que la industria estadounidense nos ha obsequiado, se hundió la noche del 14 a la madrugada del 15 de abril de 1912 durante su viaje inaugural desde Southampton a Nueva York. En el hundimiento del Titanic murieron 1.496 personas de las 2.208 que iban a bordo, lo que convierte a esta tragedia en uno de los mayores naufragios de la historia ocurridos en tiempo de paz. Se salvaron únicamente 712 personas, que fueron los ricos.
Entre sus pasajeros estaban algunas de las personas más ricas del mundo, además de cientos de inmigrantes irlandeses, británicos y escandinavos que iban en busca de una mejor vida en Norteamérica. El barco fue diseñado para ser lo último en lujo y comodidad, y contaba con gimnasio, piscina, biblioteca, restaurantes de lujo y opulentos camarotes para los viajeros de primera clase. También estaba equipado con una potente estación de telegrafía para uso de pasajeros y tripulantes y avanzadas medidas de seguridad, como los mamparos de su casco y compuertas estancas activadas a distancia. Sin embargo, sólo portaba botes salvavidas para 1.178 pasajeros, poco más de la mitad de los que iban a bordo en su viaje inaugural y naturalmente los utilizaron los pasajeros de primera clase, mientras los trabajadores emigrantes que penaban en cubierta y en la sentina se ahogaron todos.
Este es el ejemplo que las trabajadoras y los trabajadores deberían tener de referencia cuando oigan repetir el mantra de "que todos remamos en el mismo barco", porque unos se salvarán y otros perecerán sin remedio. Y no duden de que el salvamento está ya programado y las clases pudientes se han reservado sus barcas salvavidas. Ni la Casa Real ni la banca ni las grandes corporaciones se hundirán. La miseria, el paro, la enfermedad y la muerte miserable serán para los pobres. Y aquellas feministas que creen que apoyando las medidas de este incompetente Gobierno lograrán mantener a salvo los avances que el MF (Movimiento Feminista) ha conquistado hasta ahora se toparán pronto con la cruda realidad.
La crisis económica que ya se ha abatido sobre nosotras, y que en cifras provisionales augura un 19% de paro, que no duden que recaerá sobre las mujeres con mucha más dureza e impiedad que sobre los hombres, teniendo en cuenta que al comenzar la pandemia ya había un millón de mujeres más en paro que hombres. Si en el momento actual las diferencias salariales entre el trabajo femenino y el masculino se mantienen entre el 20 y el 30%, cuando se recuperen algunos sectores de producción las mujeres se contratarán por lo que el patrono imponga. Si el trabajo a tiempo parcial, eventual y por horas seguía siendo femenino antes del 15 de marzo, cuando se abran nuevamente los sectores de producción, la explotación y los abusos de la patronal quedarán impunes, bajo la resignada aceptación que una política del PP expuso sin vergüenza: “mejor es tener un trabajo basura que no tener ninguno”. Y que no se olvide nadie que en seis autonomías gobierna el PP, comenzando por Madrid, donde ostenta el mando desde hace 25 años.
Para imponer un salario mínimo, controlar los tiempos de trabajo y vigilar los contratos laborales, no hay inspectores de trabajo suficientes y los sindicatos hace tiempo que perdieron la moral de lucha para cumplir eficazmente su papel de denunciadores de los abusos del Capital. Pero, sobre todo, este Gobierno tan timorato, espantado de la tragedia que se le ha venido encima por la pandemia, no tiene el propósito de tomar las medidas contundentes necesarias para proceder a un reparto de la riqueza más justo. Recuerdo la expresión de escepticismo y la sonrisa indulgente que me dedicó un alto cargo del PSOE cuando le dije que lo que tenían que hacer inmediatamente era nacionalizar la banca.
Este Gobierno que ni aún se ha atrevido a incautar la red de hospitales privados, que se han expandido en toda la geografía nacional, para atender a los miles de enfermos que desbordaron la capacidad de la sanidad pública, menos va a enfrentarse con el poderosísimo sector bancario. Porque ya se sabe que, de la misma manera que el Titanic había blindado el sector de primera clase y proporcionado botes salvavidas para los ricos que viajaban en él, la Constitución ha blindado la protección de la propiedad privada.
Y nosotras no veremos aprobar ni una nueva ley de violencia contra la mujer que realmente la proteja ni la abolición de la prostitución que hace veinte años que reclamamos ni la prohibición de la pornografía y los vientres de alquiler, cuando se levanten las medidas de confinamiento. Y, en cambio, esas dirigentes de Podemos se van a apresurarse a legalizar el trans-género. Porque además de la fuerza y los medios económicos de que disponen los 'lobbies' que hacen negocio con la mercantilización de los cuerpos de las mujeres, y que han asustado o comprado o convencido a los partidos políticos que abogan por legalizar la prostitución y todas las otras formas de explotación de las mujeres, el Movimiento Feminista está sumergido en el sueño de la Bella Durmiente, y sólo se despierta brevemente a las ocho de la tarde para aplaudir a los sanitarios, mientras se pasa el día enviando recetas de croquetas y vídeos de clases de yoga.
Para revertir esta situación, cada vez más grave, de cierre de empresas, pérdida de empleos, pobreza generalizada, marginación de amplias capas de la población que sobreviven en chabolas y poblados inmundos o simplemente en la calle, salvar a las mujeres prostituidas de su esclavitud y a las maltratadas de su tortura, hay que embarcarse en el acorazado Potemkin y asaltar el poder para proceder a hacer justicia, abandonando el Titanic donde nos han encerrado las estúpidas medidas de este Gobierno, supuestamente de izquierda, a las mujeres y a los trabajadores y en el que nos espera un naufragio seguro.
Lean, lean las noticias que nos suministran diariamente los medios de comunicación con las estimaciones de la caída del PIB, el aumento de la deuda y del déficit y el porcentaje de paro, y nadie debe ser tan necio que suponga que esta ruina la van a pagar los ricos y las grandes corporaciones. El coste de la catástrofe económica que nos ha traído la pandemia, con el inestimable apoyo de nuestro Gobierno, lo pagarán los trabajadores y las mujeres, con su piel y su sangre.
Y las que no puedan escoger subirse al Potemkin, aherrojadas ya en la sentina del Titanic, al menos que no se engañen con las mentiras y los discursos melosos y falsos que nos obsequian cada día el Presidente del Gobierno, el Ministro de Sanidad y Fernando Simón.