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Lunes, 04 de Mayo de 2020 Tiempo de lectura:

Bares, tabernas y tascas

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Vaya por delante que no soy de bares salvo en muy contadas ocasiones para tomar unos pintxos regados con un par de crianzas. 

 

Reconozco no obstante que el bar cumple como institución cultural y sociológica enraizada en lo más profundo de nuestra idiosincrasia, algo inherente y consustancial que no se puede extirpar; es el lugar de encuentro por antonomasia: el café de primerísima hora, el tentempié a media mañana, el aperitivo, la partida de naipes acompañada de un café y una copita a primera hora de la tarde, la cerveza vespertina al acabar la jornada laboral y el último vaso antes de regresar a casa. Los fines de semana y días festivos se convierte en un templo suigéneris con una numerosa, abigarrada y devota feligresía. 

 

En el bar se aderezan conversaciones de todo tipo, aliñadas con diferentes estados de ánimo y a veces también en silencio donde se habla con uno mismo. Como telón de fondo muchas veces está el incombustible aparato de televisión, testigo sordo, pero nunca mudo. El bar ejerce de segunda vivienda donde se arregla el mundo. 

 

Se oyen risas, a veces algún juramento al narrar una pena o frustración, la gente habla a la vez, se entremezclan los temas de conversación, se hace ruido y reina la algarabía; quien está al otro lado de la barra el tiempo lo convierte en psicólogo y la confianza con la clientela hace de él también un paño de lágrimas; escucha a todos y tiene que saber de todo un poco, conoce secretos pero si alguien le pregunta es obsequiado con la típica e inescrutable cara de póquer. No puede jamás manifestar cara de tristeza o preocupación, al mal tiempo buena cara. La clientela paga y exige. La barra cumple la función de diván de psicólogo. 

 

Corren muy malos tiempos para los bares que además de todo lo expuesto más arriba, dan vida a los municipios, y mucha, crean empleo y por ende riqueza. Los bares pagan impuestos y soportan unas cargas estructurales. ¿Qué va a suceder en la llamada nueva normalidad cuyo nombre debería ser anormalidad?. 

 

Si limitan el aforo de terrazas e interiores, si deben cumplir unos estrictos protocolos sanitarios que cuestan dinero, si sus ingresos quedan muy mermados, si durante seis meses no pueden aligerar la carga social, si la clientela no se adapta a la nueva situación y deja de acudir, si no se reduce la carga tributaria, etc. ¿Qué futuro le espera al gremio?. Acabamos de escuchar a toda una Vicepresidenta del Gobierno que quien no esté conforme que no abra el negocio, ya que no es obligatorio; solo le faltó decir aquello de "exprópiese". 

 

Repito, no soy asiduo de los bares pero de aquí en adelante iré un poquito más.

 

Un grano no hace granero, pero ayuda al compañero. ¡A su salud y nos vemos en el bar!

 

Francisco Javier Sáenz Martínez 

FJS. 

Lasarte-Oria 

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