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Winston Galt
Domingo, 10 de Mayo de 2020 Tiempo de lectura:

Terrorismo informativo y fascismo

El principal mandamiento del infecto libelo Mi lucha de Adolf Hitler no es el racismo hacia los judíos. El principal mandamiento, y la razón por la que tuvo tanto éxito, es el odio. El odio como justificación y razón de vida, como modelo incluso de organización social. Los judíos sólo son un objeto de ese odio, motivado también por la posición que ocupaban en la sociedad alemana, dedicados muchos de ellos a trabajos que la generalidad del pueblo alemán de entonces consideraba poco honorables, según su mentalidad prusiana de austeridad y servicio público. Tales trabajos que representaban el modelo capitalista y muchos judíos supieron hacer rentables, los convirtió en objeto de odio, pues crecía dicho odio sobre la envidia y el resentimiento previos.

 

El odio se ha convertido en un arma política, especialmente desde los escritos de Marx, se convirtió luego en el principal impulso de gobierno con Lenin y fue heredado por Hitler, gran admirador del anterior, del cual copió parte su estrategia.

 

Con la deriva radicalizada de la izquierda, en general, y de la izquierda española en particular desde ese bobo inmenso pero perverso de José Luis Rodríguez Zapatero, que reivindicó el odio de tres generaciones anteriores que desembocó en la Guerra Civil, el odio se ha convertido en santo y seña de la izquierda española, y se manifiesta en cada uno de sus actos, desde las manifestaciones en las cuales escupen y agreden a los que no son de izquierdas hasta en los discursos en el Parlamento, como los últimos de Adriana lastre.

 

Como la inmensa mayoría de los socialistas, la señora Lastre no sabe que para ser fascista, como descalifica a todos los que no son de izquierdas o rabiosamente nacionalistas (sic), antes hay que ser socialista. No confío en que ella lo entienda, pero tal vez alguien podrá explicárselo.

 

Llama la atención el odio que destila la señora Lastre cuando lo lógico en esta situación de la crisis por la epidemia del coronavirus, en un Gobierno normal, hubiera sido consensuar con la oposición la respuesta a la epidemia (incluso desde un punto de vista egoísta porque habría repartido la responsabilidad de las decisiones tomadas). Al no hacerlo y asumir toda la respuesta a la epidemia, pueden lanzar toda su batería propagandística en contra de la oposición para culparla del desastre, pero no pueden ocultar la verdad cuando ésta se traduce en miles de muertos y en la ausencia, tres meses después del comienzo de la epidemia y de tener información suficiente, de los equipamientos necesarios para defender a los servicios sanitarios y a la población general (ausencia de EPIS y de test masivos). Incluso habría compartido la responsabilidad del desastre económico. Al no compartir nada, son los únicos responsables y, si bien pueden limitar los efectos gracias al aparato de terrorismo informativo a su favor, el tiempo pondrá las cosas en su sitio y contra eso no podrá luchar ni este Gobierno ni ningún otro. El elevadísimo número de muertos es responsabilidad del Gobierno, del que manda y toma las decisiones, no de la oposición.

 

Si intentamos adivinar la razón de que no hayan compartido la responsabilidad del desastre, uno se puede imaginar que entre un personaje con rasgos psicopáticos (el Presidente) y otro con rasgos sociopáticos (el Vicepresidente que realmente manda), puede deberse a soberbia, odio hacia aquéllos con los que tenían que compartir las decisiones y, en definitiva, estupidez (Cipolla y Moreno Castillo.). Si la estupidez encarnada en odio y desprecio no lo explica suficientemente, ha de haber otra explicación, y ésta ha de venir dada por la agenda política. Si ya retrasaron la adopción de medidas por un interés político casi irrelevante tan sólo cuatro meses después de las elecciones (al no haber otras elecciones en el horizonte, no era tan importante la manifestación del 8 de Marzo), tal vez los motivos de no compartir tal responsabilidad sean otros, en cuyo caso no se puede pensar otra cosa que en la agenda política a medio y largo plazo. Lo que decíamos en otro artículo de lo que interesa a ambos partidos: una sociedad devaluada, empobrecida y sometida.

 

El PSOE ya ha actuado así antes, lo hemos repetido muchas veces, durante cuarenta años en Andalucía, donde progresivamente iba comprobando que perdía las elecciones en aquellas zonas que se desarrollaban, lo que motivó actuaciones políticas descaradamente dirigidas a impedir tal desarrollo. Quedándose con las bolsas de votos de las masas empobrecidas es evidente que el PSOE se conformó hace muchos años como el partido más reaccionario del panorama político español, pues su poder se basa, principalmente, en el voto masivo de las capas más acomodaticias y, por ello, reaccionarias de la sociedad.

 

Pero nada de esto podría hacer de no ser por la cobertura informativa que se le presta. Todos los regímenes socialistas han descansado la mayor parte de su éxito en el terrorismo informativo. Nada se podría hacer si no fuera por un ejército de soldados al servicio de la propaganda. Tales propagandistas son los periodistas "progresistas" al servicio de una idea, no de realidad ni de la verdad.

 

En el fondo, tales "periodistas" no pueden ocultar que el mayor sentimiento que les inspiran sus espectadores y lectores es el desprecio. Porque si un periodista no desprecia a sus lectores ni oyentes no puede manipular la verdad y ha de ofrecerles una versión lo más aproximada posible a la realidad objetiva de los hechos. Cuando se engaña a alguien es porque en el fondo se le desprecia, se cree que será capaz de creer la versión que se le ofrece sin espíritu crítico, lo que implica que lo considere un débil mental, alguien sin personalidad al que rellenar de información cocinada como a un pavo.

 

Los sacerdotes del aquelarre son los periodistas que modifican la realidad a su antojo, como han hecho recientemente con un incidente sobre la homosexualidad de un ministro, cambiando arteramente los hechos para dar una impresión de veracidad completamente opuesta a la realidad. Esto es terrorismo informativo. Y estos terroristas mediáticos se miran al espejo satisfechos de sí mismos, pero también estaban satisfechos de sí mismos los nazis, cuyo arrepentimiento no vino por la gravedad de sus actos sino por la derrota, lo que excluye cualquier esperanza de rectificación.

 

Hace unos días oí a una periodista de RNE escandalizada porque el presidente del Gobierno tuviera que "suplicar" ayuda para mantener el Estado de Alarma. Tal presentación de los hechos es tan irreal, tan alejada de la realidad y de lo ocurrido, tan obscenamente falsa, que sólo desde el más fanático de los pensamientos se puede sostener. Del mismo modo que achacar la masacre en las residencias de ancianos a los que las dirigen, sean públicas y privadas, es un crimen de ocultación de un genocidio, cuando lo cierto es que la Administración, el Gobierno, el Estado, encarnado en este caso en el vicepresidente Iglesias que asumió la gestión de la crisis para tales centros, ha sido incapaz de proporcionar a dichas residencias la medicalización necesaria o el envío de enfermos a los hospitales para evitar miles de muertes. Nada de esto se dice en los medios.

 

Modificar los hechos, opinar en contra de la verdad, ocultar la realidad, convierte a los terroristas informativos en cómplices del crimen, en enterradores no sólo de la verdad y de la realidad, sino de los propios muertos a cuyo olvido contribuyen deliberadamente.

 

No es llamativa esta deriva, que obedece a dos razones, las propias convicciones de los periodistas y las órdenes y directrices que han de seguir de sus respectivas empresas. Los responsables son también los dueños y directivos de esas empresas mediáticas y televisiones que permiten que se pervierta la realidad y la verdad de esta manera tan grosera. Como hemos dicho en otras ocasiones, es posible que el órdago les salga bien y continúen en el poder los mismos, acaso indefinidamente, pero si lo previsible es que tarde o temprano se produzca un cambio, tal vez España deba tener memoria de quiénes han sido los responsables de esta escandalosa obscenidad.

 

No obstante, los peores no son los que utilizan una determinada televisión como una auténtica secta, pues ni siquiera los bebedores de sus mentiras se engañan a sí mismos y saben perfectamente el veneno que les inoculan cada vez que consumen este producto pervertido y que es exactamente lo que ellos esperan y demandan. Los peores son los que, ocultando su sectarismo, deslizan sus mensajes de forma más o menos solapada y presentan los hechos como un encantamiento colectivo de sumisión con elementos folclóricos al estilo "Vivalagente", ocultando lo que realmente es: una terrible tragedia innecesariamente alimentada y acrecentada por un gobierno que ha errado en todas sus decisiones.

 

Son la misma clase de periodistas que le hicieron el caldo gordo a Hugo Chávez. ¿No fueron estos periodistas venezolanos responsables de lo que luego ha pasado en su país? ¿No son responsables también de la opresión y el hambre y la muerte que ha provocado lo que ellos alentaron u ocultaron? Entonces, ¿no son nuestros conspicuos periodistas progresistas, o los temerosos de oponerse a su rodillo, responsables también de que las muertes en España se hayan disparado exponencialmente al apoyar los actos organizados y alentados desde el Gobierno en lugar de informar y exponer los hechos y la cruda realidad para que la gente pueda opinar libremente? ¿No son responsables de pasar de puntillas sobre los muertos, como si no fueran otra cosa que una estadística? ¿No son responsables de minimizar la tragedia? ¿No son responsables de escandalizarse por un perro muerto y exigir responsabilidades políticas, y hoy no piden ni una dimisión con miles de muertos? Son responsables, aunque quieran negarlo, y algún día se mirarán en el espejo y verán la cruda realidad de una calavera, pues como periodistas han perdido el rostro y la dignidad, quedando sólo un espectro.

 

El periodista perfecto, para esta caterva, no es el que cuenta la verdad y la realidad con un mínimo de objetividad, sino el que asume los planteamientos políticos "progresistas". Progresistas que no defienden sino los más rancios principios socialistas fracasados en todas las sociedades donde se han implantado. Si España tiene la suerte de no acabar como Venezuela, gracias en parte a estos periodistas será un país de segunda categoría con miles de pobres subvencionados a los que habrán contribuido a confinar en segmentos de pobreza producto del círculo vicioso de la falta de expectativas y subsidios tercermundistas que habrá originado una negligente gestión de la pandemia.

 

Las huestes influenciadas por estos periodistas son masas protofascistas que fácilmente darían el paso a hechos mayores; son un remedo de las SA, que tienen como uno de sus líderes a un grotesco presentador de telebasura.

 

Pero los efectos no serán daños colaterales ni consecuencias indeseadas, sino el ambiente propicio para la culminación de una agenda previamente concebida. El sistema perfecto para quienes orquestan tales planes aprovechando la epidemia es el gran poder estatal que sin duda va a surgir de esta crisis, pues una gran parte del tejido industrial español, formado por pymes y autónomos en su mayoría, que no podrá superar la crisis, además de las masas de desempleados que dependerán de los subsidios públicos, formarán una masa sometida a los designios del poder público, esto es, del Estado.

 

Las pocas grandes empresas formarán un oligopolio, sin apenas competencia entre ellas y en connivencia con el poder político porque es lo que les interesa y éste les permite operar como graciosa concesión para mantener la apariencia de una economía moderna.

 

Estos tres elementos: masas empobrecidas y sometidas, oligopolio de unas pocas grandes empresas y enorme poder estatal tiene un nombre: fascismo.

 

Esto es el sueño de todo socialista.

 

Si le quitas el elemento nacionalista, te queda su versión descafeinada: una especie de peronismo a la española.

 

Lamentablemente, éste parece ser el futuro más probable para un país que tiene, como decía asombrado De La Boetie, una inmensa sed de servidumbre.

 

(*) Winston Galt es autor de la novela distópica Frío Monstruo

 

 

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