Lunes, 06 de Octubre de 2025

Actualizada Lunes, 06 de Octubre de 2025 a las 16:32:13 horas

Tienes activado un bloqueador de publicidad

Intentamos presentarte publicidad respectuosa con el lector, que además ayuda a mantener este medio de comunicación y ofrecerte información de calidad.

Por eso te pedimos que nos apoyes y desactives el bloqueador de anuncios. Gracias.

Continuar...

Winston Galt
Sábado, 23 de Mayo de 2020 Tiempo de lectura:

Derechos sociales y democracia o la verdad sobre el 'Pequeño Lenin'

[Img #17824]Recientemente, el vicepresidente del Gobierno Pablo Iglesias ha acusado de antidemocrática a la derecha española. Con su juego blando de manitas y su tono suavón el vicepresidente predica igual que un curita pervertido. Como pervertido es su mensaje y el propio personaje que está construyendo, el de un 'Pequeño Lenin' que, si bien puede dar miedo, no deja de ser grotesco. Por eso, las imitaciones del personaje son tan graciosas, porque parten de un personaje ya caricaturesco y ridículo en sí mismo, que se mira al espejo y ve el renacimiento del verdadero espíritu leninista en España, de la mano de Pedro Sánchez. Él es la encarnación de este espíritu que llevará a construir una sociedad que él llama "verdaderamente democrática", aunque todos sabemos qué concepto de democracia tienen los comunistas.

 

Ese concepto de democracia es el que Iglesias traslada una y otra vez intentando confundir derechos sociales y derechos económicos (que no son tales) con democracia. Tal asimilación es completamente falsa y no sólo no se sostiene, sino que es, esta vez sí, y en sentido estricto, antidemocrática.

 

Lo que pretende Iglesias es crear la artera convicción de que sólo los derechos sociales y los derechos económicos legitiman la democracia. Como si el prometer todo a todos, o incluso el dar de todo a todos fuera la única legitimidad de la democracia. Es completamente falso. La democracia se legitima por respetar la voluntad de la mayoría en la formación de Gobierno y, especialmente, porque ese poder así constituido respete los derechos de las minorías y, especialmente, los derechos políticos individuales, ésos que precisamente la izquierda no respeta y vulnera constantemente y que son la libertad y la igualdad ante la Ley, únicos derechos políticos verdaderos.

 

La prueba de que la democracia no se legitima por la cantidad de derechos sociales y económicos que otorga es que, sin otorgarlos, las democracias occidentales son los países más desarrollados y ricos y en los que menos pobres y excluidos hay, y que sólo tienen en común dos derechos inalienables: la libertad y la igualdad ante la ley. Libertad que incluye el derecho de propiedad como traslación al mundo material de tal derecho. Derecho de propiedad que, lejos de lo que dicen los comunistas, no se refiere a la obtención y acaparamiento de bienes materiales, que también, sino que comienza por el derecho de propiedad sobre sí mismo y sobre los logros (materiales o inmateriales) de cada uno. Sólo con este denominador común, las democracias occidentales han alcanzado, sin ser perfectas, lógicamente, un grado de bienestar inédito en la historia humana para la inmensa mayoría de sus ciudadanos. Tal vez el vicepresidente nos pueda oponer alguna democracia popular comunista que haya obtenido los mismos logros, pero yo no acierto a descubrirla.

 

La democracia viene definida no tanto por la fuente del poder como por las limitaciones a dicho poder. Y la injerencia del poder político, el Estado, en la vida de las personas es precisamente lo que más vulnera su libertad y, por tanto, la causa principal de viciar la democracia. Esa injerencia se realiza por la izquierda a través de la planificación y de la intervención en los llamados derechos sociales y en los llamados derechos económicos. Como demostró Hayek y como dice la lógica, la planificación es incompatible con la libertad, precisamente porque planificación requiere limitar la libertad de los demás para imponer su plan centralizado. Es decir, no puede haber planificación y libertad al mismo tiempo.

 

Ya Juan Ramón Rallo escribió un acertado artículo en contra de este discurso de Iglesias en elconfidencial.com en el cual mencionaba que, de seguir las ideas de Iglesias, no se podría considerar democracias a países como EE.UU., Suiza, Australia, Alemania, Holanda, Bélgica, Irlanda, Chile o Corea del Sur, por ejemplo. Sostiene el señor Rallo que Iglesias pretende equiparar democracia a socialdemocracia. Sin embargo, creo que Iglesias pretende ir mucho más allá (también lo apunta el señor Rallo en su artículo). Entre otras cosas, porque Iglesias no es socialdemócrata. Iglesias es comunista.

 

Lo que realmente pretende Iglesias no es equiparar socialdemocracia y democracia sino deslegitimar totalmente el sistema democrático porque, supuestamente, no garantiza los derechos sociales y económicos que él exige. De ese modo, nace la necesidad de "superar" la democracia para instaurar un nuevo sistema "verdaderamente democrático" que garantice tales derechos (Iglesias no inventa nada, Marcuse, entre otros, sostenía este disparate). Ese sistema ya no será, obviamente, una democracia como la existente en España o en los países mencionados, sino lo que el comunismo ha llamado siempre "democracia popular". No olvidemos que hasta que ha tenido que morderse la lengua por motivos electoralistas (la palabra comunismo no mola, dice en un vídeo que circula por Internet) el propio Iglesias (y otros miembros de su partido) ha llamado democracia al régimen chavista de Venezuela. Y no olvidemos que Iglesias no sólo se ha mostrado en público orgulloso de ser comunista sino que hace muy poco presumió en la tribuna del Congreso de sus socios comunistas y sostuvo una falsedad grandiosa: que en los países occidentales no habría democracia de no ser por los partidos comunistas. Otra mentira: los partidos comunistas se han permitido, en contra de toda lógica, incluso en países donde sí estaban prohibidos los partidos fascistas, y tuvieron que aceptar concurrir a elecciones porque no tuvieron otro remedio, no por aceptar el sistema como tal, puesto que a nadie se le escapa que siempre han criticado el sistema capitalista liberal de mercado y nunca han ocultado su intención de cambiarlo (menciona Iglesias en particular a Francia, mentira más ominosa aun cuando todo el mundo sabe que el Partido Comunista francés fue el principal aliado del nazismo durante los dos primeros años de la ocupación).

 

Con tal discurso pretende crear un marco de pensamiento propicio a la dictadura, pues estrecha el pensamiento político a aceptar que sólo lo público, sólo lo estatalizado, es democrático, restringiendo de este modo cualquier pluralismo, cualquier discurso alternativo y, por supuesto, cualquier aparición de lo privado en la sociedad. No olvida, sino que pretende anular lo privado. ¿Por qué? ¿Por una aparente supremacía de lo público sobre lo privado, como si todo lo público fuera bueno y lo privado perverso? La realidad desmiente su discurso, pero eso no ha sido nunca un freno para el comunismo. Iglesias, ensalzando la democracia como compendio de derechos universales, lo que hace es deslegitimar la democracia para que no quepa otro discurso que el suyo: vendo derechos sociales y económicos a granel y, por tanto, sólo mis discurso es aceptable en democracia.

 

Si vemos con detenimiento lo que defiende y exige Iglesias podremos comprender este planteamiento cínico y perverso, pero muy evidente: cuando dice que defender la sanidad privada es antidemocrático, cuando dice que no oponerse a los desahucios es antidemocrático, cuando dice que oponerse a que se corten los suministros por impago es antidemocrático, cuando defiende que la deslocalización fabril es antidemocrática, cuando defiende que oponerse a la renta básica es antidemocrático, Iglesias está defendiendo principios franquistas.  Así, la sanidad pública se instauró durante el franquismo, al igual que la seguridad social, la educación pública y universal, los derechos prevalentes del inquilino frente a los derechos de propiedad, la autarquía o la dificultad de despido. ¿Justificarían tales derechos sociales y económicos al régimen de Franco como demócrata por haberlos creado?

 

Si vemos la Constitución de la Unión Soviética de 1936 encontramos que era un compendio de derechos sociales y económicos. Derecho al trabajo, derecho a una vivienda, derecho al descanso y esparcimiento, derecho a la protección sanitaria, derecho a cuidados en la vejez y en la enfermedad, derecho a la educación y beneficios culturales, incluso derecho a estancias gratuitas en balnearios, entre otros. Dicha Constitución incluía muchos derechos económicos no incluidos en las constituciones de los países que se denominaban entonces 'Mundo Libre' frente al bloque comunista. Los fervorosos seguidores del comunismo llamaron a Stalin por promulgar dicha constitución "un genio del mundo, el hombre más sabio de su época, el más grande líder del comunismo". Hoy suenan grotescas tales loas. ¿La consagración de tales derechos incluso en una norma primordial como una constitución convierten a la Unión Soviética en un país democrático? Evidentemente, no era un país democrático. Era lo que Iglesias y los suyos llaman un país "verdaderamente democrático" o una democracia popular, esto es, una dictadura comunista, un régimen totalitario.

 

No son, por tanto, los derechos sociales y económicos lo que determinan la democracia de una sociedad.

 

En realidad, se produce el efecto contrario: la instauración de tales derechos convierte una sociedad democrática en una sociedad no democrática. Por la sencilla razón de que para instaurar tales principios la intervención estatal en la vida social ha de ser de tal calibre que es incompatible con la libertad de los ciudadanos. Lo estatal es contrario a lo democrático porque lo público no es realmente una traslación de la sociedad civil sino una traslación fiel del puro y propio estatismo que administran burócratas y políticos. Hay una proporción inversa entre estatismo y libertad, entre estatismo y democracia (esto ya lo reconocieron Marx y Lenin, la incompatibilidad entre Estado y Libertad).

 

Por ello, lo que dice el pervertido curita es una falsedad absoluta. Pero a nadie se le escapa que como buen comunista Pablo Iglesias pretende anular completamente la sociedad civil. Donde hay una sociedad civil fuerte no caben los iglesias de este mundo.

 

Por eso el intento de romper y dividir esa sociedad civil, acusando incluso, lo que no deja de ser un cínico sarcasmo cruel, a la derecha de representar y promover el odio cuando para cualquiera que no viva en las nubes es más que evidente que es precisamente la izquierda la que promueve el resentimiento y el odio como medio social en el que desenvolverse para sus propósitos como, por otra parte, ha reconocido el propio Pablo Iglesias en muchos de sus discursos ('el comunismo sólo tiene éxito en momentos de crisis, sobrevenidas o provocadas'). Basta buscar en Youtube para comprobar cómo Iglesias desarrolla tales argumentos.

 

En uno de estos últimos discursos acusó a los miembros de la derecha de ser parásitos. No es un insulto, sólo es otro sarcasmo. Porque no otra cosa puede ser tal insulto cuando proviene de alguien que jamás ha trabajado (la mayoría de los miembros de Podemos no ha trabajado nunca y los que lo han hecho ha sido sólo como profesores de bajo nivel a cuyo cargo se accedía más por afinidad ideológica que por méritos) y cuyas medidas socioeconómicas están dirigidas a formar capaz amplias de población que vivan a costa de los demás a través de subvenciones y rentas básicas universales. El propósito es evidente: crear, como en Argentina o en Venezuela, masas de subsidiados que no tengan otro modo de vida para que dependan de la asistencia gubernamental de la cual son adalides Iglesias y los suyos. Se aseguraría así millones de votos subvencionados y millones de personas que habrían sido expulsadas de la sociedad civil para convertirse en bolsas de pobreza y guetos de excluidos. Como siempre, la izquierda perjudica a quien dice defender; crea, agranda y enquista los problemas a costa del sufrimiento de la gente para abastecerse de votos. Tales masas serán, para el resto de la sociedad, un lastre enorme, una lacra insoportable.

 

El lobo de Hobbes, hoy, es el parásito. E Iglesias pretende crearlos por millones.

 

Como buen comunista, Iglesias predica la paz y la tolerancia y hace justo lo contrario. No deja de mover a risa que recientemente acusara a la derecha en el Parlamento de 'miserable' por utilizar los muertos en la disputa política. Cierto que es miserable utilizar los muertos en la disputa política, pero el maestro en esta táctica es su socio, el PSOE, que jamás ha tenido escrúpulo alguno en hacerlo. Ahora que los muertos ocurren cuando la izquierda está en el Gobierno, nadie como ellos para ocultar los muertos, con la ayuda inestimable de la miserable caterva de periodistas "progresistas", y dejarlos convertidos en una mera estadística. Stalin ya dijo con acierto que si matas a una persona es un asesinato y si matas a miles una estadística. Justo lo que está ocurriendo.

 

La actuación de Iglesias no es un error ni una sucesión de equivocaciones, sino una forma de actuación política. Desde que se decretó el Estado de Alarma el mando único era un hecho, lo que desmiente la aseveración del Gobierno de culpar a las autonomías. Por tanto, las residencias de ancianos, el peor campo de batalla contra el virus, eran competencia de Iglesias, competencia, además, de la que presumió asumir la gestión personalmente el día 19 de marzo. Desde entonces, miles de residencias se dirigieron al Gobierno rogando asistencia médica. Ni hubo medicalización de residencias ni se permitió que se hospitalizara a los ancianos. Resultado: miles de muertos. El 'Pequeño Lenin' imitó con acierto a su maestro. Por supuesto, luego desvía la atención alegando que el problema es que muchas residencias son privadas, cuando lo cierto, para cualquiera que conozca un poco el sector, es que la mayoría de tales residencias privadas se gestionan y funcionan y ofrecen una calidad de vida a los ancianos mejor que las públicas (entre otras cosas, porque la fiscalización de las residencias privadas por las distintas administraciones públicas es muy severa).

 

La gestión de las residencias durante la pandemia ha puesto de manifiesto unas actuaciones que, de haberse tratado de empresarios privados, hubiera provocado ya su procesamiento. Del mismo modo que la ausencia de materiales de protección para los sanitarios hubiera supuesto una inmediata apertura de diligencias penales para los empresarios privados y aún no consta que las haya contra los funcionarios públicos y los miembros del Gobierno.

 

Dado el grado de sometimiento de todos los estamentos sociales que está consiguiendo este Gobierno, uno puede dudar de que finalmente se persigan penalmente tales hechos (como la recomendación de no usar mascarillas sencillamente porque el Gobierno no había sido capaz de conseguirlas en el mercado, como ha reconocido el inefable Simón). Pero tampoco esperábamos en pleno felipismo que se consiguiera procesar a los altos cargos del PSOE por crímenes de Estado y finalmente un ministro acabó en la cárcel.

 

Iglesias y Sánchez deberían poner sus barbas a remojar. Como he dicho en anteriores ocasiones, si su órdago de totalitarismo no consigue afincarlos indefinidamente en el poder, su horizonte vital y procesal puede ser muy complicado. A cada cerdo le llega su San Martín.

 

Porque no olvidemos que de todo esto el culpable no es Pablo Iglesias, que nunca ha engañado a quien no se ha dejado engañar. Iglesias siempre ha dicho, ha escrito y ha repetido lo que quiere y desea y la clase de país que sueña. El culpable es el supuesto socialdemócrata Pedro Sánchez, el que le permite hacer todo lo que quiere y el que parece compartir los deseos últimos de Iglesias de sociedad antidemocrática y régimen totalitario. El verdadero peligro es Pedro Sánchez.

 

Para colmo, el 'Pequeño Lenin' ha descubierto hace poco el patriotismo. Precisamente él, que está a favor de la independencia de diversas partes del territorio y que abomina de la bandera y de los símbolos de la nación, viene a dar lecciones de patriotismo. Una parte más de su hipócrita discurso impregnado de mentira. Ahora somos antipatriotas todos los que no estamos de acuerdo con su discurso. Tampoco inventa nada. Basta recordar los discursos de Chávez o de Fidel Castro para comprobar que no había "patriotas" como ellos.

 

El hartazgo de la situación ha provocado protestas en muchos lugares de España. No es cierto, por supuesto, que sólo estén protestando los ricos, que no suelen protestar por nada porque, además, con gobiernos corruptos y en los que vale más la influencia que la idoneidad de las propuestas, están encantados (véase el caso de la propietaria del Banco de Santander o el Grupo Planeta, con influencia en medios que amparan al Gobierno y permitiendo que les ofendan y ataquen un día sí y otro también en los mismos medios que dependen de ellos económicamente). Dichas protestas tienen dos consecuencias que tal vez no esperaban los totalitarios que nos gobiernan: la primera, que digieren muy mal cuando se les aplican a ellos sus propios métodos, lo que debería llevar a la derecha, si no fuera tan acomplejada y cobarde, a utilizarlos. La segunda, que están dando a la derecha y a todos los que no comulgan con sus ruedas de molino algo impagable: una gran causa, la Libertad.

 

Cuentan algunos estudiosos que el éxito de Margaret Thatcher fue utilizar un gran ideal que vender a los ingleses, que venían de unos años setenta sometidos a un Partido Laborista radicalizado que había llevado al Reino Unido a la ruina en connivencia con los grandes poderes económicos del país (¿les suena la canción?). Estos totalitarios grotescos que presiden y vicepresiden nuestro Gobierno, que quieren ser Borduria pero que no pasan de propiciar una república bananera como la de San Teodoros, moviéndose entre el General Tapioca y el General Alcázar (aventuras de Tintín), han despreciado la reacción que puede provocar una actuación como la suya, que oscila entre la mentira como bandera y el crimen como modelo de conducta.

 

El tiempo que desgraciadamente nos ha tocado vivir, el más difícil con el peor Gobierno posible, es, desde el punto de vista histórico, apasionante. Veremos si triunfan las fuerzas de la Oscuridad que representan estos dos elementos y sus adláteres indignos (Lastra, Marlaska, Ábalos, Celaá, y sus socios podemitas, golpistas y filoetarras) o vence finalmente una España que, a pesar de sus caínes y de su izquierda demente, no se resigna a volver al pasado de oscuridad y de odio que toda esta caterva representa. 

 

(*) Winston Galt es escritor, autor de la novela distópica Frío Monstruo

Portada

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.