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La Tribuna del País Vasco
Lunes, 25 de Mayo de 2020 Tiempo de lectura:

El periodismo ha muerto, ¡viva la propaganda!

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Después de dos meses de confinamiento obligatorio dictado por un Gobierno con claros tintes totalitarios, con casi 30.000 ciudadanos fallecidos por la pandemia, con más de 50.000 sanitarios infectados por el Covid-19, con miles de ancianos a los que se ha dejado fallecer en sus residencias, con largas colas de personas muriéndose de hambre en las puertas de las organizaciones de ayuda y con una economía destrozada cuya ruina afectará a varias generaciones de españoles, varios de los más conocidos periódicos españoles, sumisos a las migajas económicas y financieras del Gobierno sociocomunista de Pedro Sánchez, abren sus portadas con un vergonzoso, ruin y falso mensaje, pagado generosamente por un Ejecutivo PSOE-Podemos que sí tiene recursos ingentes para la propaganda, pero que no tiene fondos para pagar los ERTEs: #SALIMOSMASFUERTES.

 

Esta chusma que avergüenza a lo poco digno que queda de la profesión periodística, vendida a las limosnas miserables de un Gobierno comunista y bolivariano artífice de las principales 'fake-news' que han sobrevolado un día sí y otro también la cuarentena, afirma, con el orgullo fatuo de los miembros del rebaño que se creen elegidos por el dedo divino de los amos, que “salimos más fuertes”, pero no dice quiénes, concretamente, salen tan robustos y poderosos: ¿las miles de familias que apenas han podido enterrar a sus familiares víctimas de la pandemia?, ¿los miles de médicos y personal de enfermería que se han dejado la vida en los hospitales envueltos en bolsas de basura y con máscarillas elaboradas en casa?, ¿los empresarios que han visto arruinados el trabajo de sus vidas?, ¿los trabajadores que por millones engrosan las colas de paro?, ¿los centenares de miles de autónomos que el pasado mes abril no ingresaron ni un solo euro en sus cuentas profesionales?. Estaría bien que periódicos convertidos en panfletos al servicio del poder más putrefacto y manipulador como El País, ABC, La Razón, La Vanguardia o El Mundo, entre otros, nos dijeran exactamente a los ciudadanos quiénes son, qué personas, qué organizaciones, qué empresas y qué comunidades han salido reforzados de esta pandemia vírica que el Gobierno de extrema-izquierda español ha convertido en una infección totalitaria. Aunque, bien mirado, es posible que estos muchos medios que cacarean tan alegres las consignas de sus amos que tanto y tan bien les dan de comer, sí tengan razón, y ellos, y sus dueños, hayan salido reforzados de la que sin duda es ya la mayor crisis mundial desde la Segunda Guerra Mundial. Quizás convendría preguntarse, entonces, de dónde surge tanta confianza en el presente y en el futuro.

 

Las portadas de estos panfletos que un día fueron periódicos más o menos serios,  así como las subvenciones imparables que el Gobierno central en comandita con los Gobiernos autónómicos dirigen un día sí y otro también a las televisiones de su cuerda, es decir, prácticamente todas, son el epitafio más triste y dramático que se puede poner en la tumba de unos medios de comunicación del sistema que, a lo largo de la última década, se han perdido todas las historias importantes que están ocurriendo en un mundo tan agotado como indignado de que determinadas élites ideológicas, políticas, económicas y culturales le hagan comulgar con ruedas de molino.

   

Vendidos al discurso ideológico-político dominante, lacio, vacuo, “buenista” y absolutamente carente de rigor intelectual, que asuela a nuestras democracias; esclavos del “pensamiento débil” que prima en nuestras sociedades, ese que, en aras de la multiculturalidad y la presunta equidad de todas las ideas, "vengan éstas de donde vengan", siempre tiende a diluir la preponderancia de los valores tradicionales en beneficio de todo tipo de irracionalismos, de consignas totalitarias, de creencias mágicas, de eslóganes propagandísticos y de soflamas reivindicativas tan falsarias como corrosivas; y, sobre todo, víctimas de los movimientos izquierdistas y comunitaristas más ramplones, de las letanías socialdemócratas más embusteras e hipócritas y del pavor más absoluto a romper el cerco intelectual de lo políticamente correcto, los medios de comunicación que hoy abofetean a los ciudadanos con unas portadas indecentes han dejado de leer la realidad, de interpretar el presente y de ir dando forma a la historia en construcción para alumbrar un mundo paralelo, un “Matrix” informativo, absolutamente irreal y profundamente reaccionario en su imposición casi violenta, que nada tiene que ver con lo que ocurre en las calles, con el aplastante y efectivo sentido común que impulsa diariamente a los hombres y mujeres decentes a levantarse todos los días para vivir, cuando les dejan, una vida, simplemente, normal.

 

Ténganlo en cuenta. No contentos con inventarse una “infoesfera” absolutamente artificiosa e incierta, que nada tiene que ver con la realidad de los acontecimientos que conforman las preocupaciones de la mayoría de los españoles, estos mercenarios de la información, de la opinión y de la propaganda, demuestran no tener complejos para intentar arrastrar a los españoles a sumarse al carro de lo que es políticamente correcto decir en alto (“salimos más fuertes”, “unidos somos más”, “este virus lo paramos entre todos” y estupideces por el estilo) y, dentro de unos meses, se permitirán también “abroncar” a los electores para, literalmente, amenazar al mundo con las más terribles consecuencias y con todos los males posibles si no eligen con su voto dentro del arco de lo que estos parásitos de los presupuestos públicos dicen que hay que “votar”.

 

Estos indigentes éticos, portavoces satisfechos del “Gran Hermano” creado por PSOE y Podemos, ya no defienden las derechos individuales más fundamentales sino la partitocracia falsa de las élites; ya no buscan controlar al poder sino aprovecharse de él; ya no trabajan para los lectores sino para convertirse en voceros de quienes pagan su repugnante y cínica publicidad institucional; ya no buscan informar sino aleccionar y, sobre todo, ya no son, y ya nunca lo serán, los principales valedores de la libertad de expresión sino unos simples estómagos agradecidos a quienes les permiten seguir viviendo de ese cuento falsario que narran incansablemente en el que ellos se ven a sí mismos como los únicos y principales arietes de algo que hace algunas décadas se llamó periodismo.

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