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Winston Galt
Sábado, 30 de Mayo de 2020 Tiempo de lectura:

Un país llamado Demencia

Demencia es un país cuya capital está en línea recta con Pekín, Roma y Nueva York en una visión en dos dimensiones de un plano terrestre y que está al este de Portugal, motivos por los cuales Demencia es el país del mundo donde, proporcionalmente, más gente ha muerto durante la pandemia del Covid-19.

 

En Demencia, el Gobierno, presidido por un personaje con presuntos rasgos psicopáticos y vicepresidido por un personaje con presuntos rasgos sociopáticos, ocultó la información sobre la gravedad de la pandemia por sus intereses políticos y permitió manifestaciones masivas el 8 de marzo que le interesaban políticamente mientras negaba otras. Manifestaciones que multiplicaron exponencialmente el riesgo de contagio en la capital del país y en otras ciudades. Se mintió a la población sobre la gravedad de la pandemia para no abortar la agenda propagandística del Gobierno y se mintió a la población sobre las medidas y recomendaciones higiénicas a seguir porque el Gobierno era incapaz de dotar de equipos y material a sus sanitarios y a su población.

 

En Demencia, el Gobierno presumió de asumir el mando único frente a la pandemia, pero negó la asistencia hospitalaria y la medicalización a las residencias de ancianos, convertidas así muchas de ellas en auténticos vertederos de cadáveres.

 

En Demencia, el Gobierno prohibió toda actividad económica, condenando al país a la pobreza.

 

En Demencia, el Gobierno promete subsidios a millones de personas sin tener dinero.

 

En Demencia, el Gobierno no sólo limita la inversión extranjera al albur de sus deseos sino que la anima a la evacuación.

 

En Demencia, el Gobierno acepta la "okupación" ilegal como fuente de derecho y anima a empadronarse en los inmuebles indebidamente ocupados, concediendo con dicho empadronamiento derecho a una renta mínima sin ganársela y sin realizar trabajo alguno.

 

En Demencia, los socios del Gobierno son los comunistas, los que predican la independencia de parte del territorio y dan golpes de Estado, y el brazo político de un grupo terrorista.

 

En Demencia, el Gobierno oculta la cifra real de muertos y manipula la información obscena y torpemente. En Demencia no se muestran imágenes de los muertos o de sus cadáveres y ataúdes. Para la prensa de Demencia, esto no es noticia.

 

En Demencia, el Gobierno ha sido incapaz de encontrar material médico y de seguridad en el mercado a precios normales durante meses, habiendo firmados contratos para la adquisición de dicho material sospechosos de corrupción e ineficacia con empresas de dudosa capacidad y reputación.

 

En Demencia, el Gobierno presume de que aumenta exponencialmente el número de parados y de que bate récords de pagos de asistencia a desempleados.

 

En Demencia hubo una vez un juez que parecía íntegro, un juez que fue burlado por el partido político ahora en el Gobierno cuando investigaba el chivatazo de otro Gobierno del mismo partido a una banda terrorista en contra de la investigación de la policía y del propio juez de instrucción. Ese juez aceptó ser ministro de otro Gobierno de ese mismo partido que lo burló y traicionó a su país, y ahora sirve a los que colaboraron y traicionaron al país en favor de los terroristas que un día investigó por sus crímenes. Ahora ese ministro es socio de los terroristas y de los golpistas. El ayer aparentemente honorable juez se han convertido en censor, depura cual un Beria de nuevo cuño a los no adeptos y a los que se niegan a vulnerar  la ley para servir al Gobierno y utiliza a la policía como a una Gestapo.

 

En Demencia, el Gobierno anima a la extrema izquierda a demoler los símbolos de la nación, como la Corona, destroza el Poder Judicial para anularlo, y busca deliberadamente la pobreza colectiva como forma de sometimiento de masas además de la fractura social y la crispación como métodos activos de lucha política en los que la ofensa y el resentimiento contribuyen a la ceremonia de la confusión y la desinformación, provocando de este modo una cortina de rencor que oculta sus disfuncionalidades y posibles crímenes.

 

En Demencia, la irracionalidad es presentada por los grupos mediáticos como óptima salida de la crisis y es animada por los grupos económicos poderosos que ostentan el control de tales grupos mediáticos. En Demencia, la alta clase empresarial también ha traicionado a su nación.

 

En Demencia, la irracionalidad preside la sociedad y las leyes y permite que los partidos políticos que están subvirtiendo la democracia, los sindicatos, incluso la patronal, miles de organizaciones adláteres y miles de empresas públicas ruinosas estén costeados con dinero público.

 

En Demencia, el Gobierno ha comprendido que la mentira es admirada cuando supera todos los límites de la razón y se convierte en un modo emocional de enajenar la realidad. Aunque la mentira implica despreciar a tu interlocutor, pues mentir descaradamente, obscenamente, implica que el concepto que tienes de tu destinatario es que es un imbécil que va a creer en ti por un acto de estúpida fe.

 

En Demencia el escándalo se ha convertido en la forma de Gobierno. Un escándalo se tapa con otro escándalo, de forma que la confusión asalta a muchos ciudadanos que pronto serán vasallos que, de este modo, se van preparando psicológicamente para la progresiva aceptación de la dictadura.

 

En Demencia, el Gobierno se considera a sí mismo progresista y cree que se merece un notable por la gestión de la pandemia y augura una nueva normalidad que no será sino una nueva forma de subnormalidad, acorde con el nivel intelectual de sus miembros.

 

En Demencia, la razón ha sido expulsada de la vida pública y se vive en el caos, el conflicto y la ruina.

 

En Demencia, el Gobierno no está solo en su modo de conducta, sino que los partidos que lo forman, Pandemia Unidas y Sociata Vulgaris, tienen muchos cómplices: todos los miembros del partido Sociata Vulgaris, todos sus congresistas y senadores, todos los perioindignos cómplices de la manipulación y todos los que tienen una apreciación demente de la realidad.

 

Demencia fue considerado un país democrático hasta que llegó al poder este Gobierno. Hoy no es un sistema democrático sino un sistema de demencia colectiva.

 

En Demencia, el Gobierno está expropiando la libertad y la democracia y pronto podrá expropiar discrecionalmente negocios e inmuebles.

 

En Demencia, el Gobierno, socio de los golpistas y de los filoterroristas, ya utiliza la estrategia y la dialéctica chavistas, acusando a la derecha constitucional de querer dar un golpe de Estado cuando el golpe lo están dando ellos y sus socios. En Demencia, el odio se predica del pacífico y se llama agresor a la víctima. En Demencia, se llama democrático al totalitarismo y se criminaliza lo democrático como autoritario. El Demencia, el Gobierno acusa de sembrar el odio a las víctimas del odio, como los nazis criminalizaron a los judíos. En Demencia, ha renacido el derecho penal de autor declarándose presunto culpable por ser hombre o por no ser de izquierdas. En Demencia, se hace guerra sucia desde las instituciones a la oposición democrática. En Demencia, el Gobierno no exige el cumplimiento de la ley sino la sumisión a sus mandatos ilegales. En Demencia, la neolengua inspirada por el Gobierno y coreada por la multitud de medios afines crea una apariencia de realidad alternativa en la que vive la mitad de la población, ésa que enarbola orgullosamente el pensamiento de la inferioridad, ésa que cree porque teme y porque teme, cree.

 

En Demencia ocurren estas cosas, pero la Unión Europea sólo mira a Orban en Hungría. Se ve que Europa no puede girar el cuello a la izquierda.

 

Demencia se mueve entre la dicotomía que ha marcado su historia: el "en mi hambre mando yo", que es el mensaje de libertad más feroz que se pueda imaginar, y el "vivan las cadenas", que es la expresión perfecta pero fatal de la sed de servidumbre de los adeptos al régimen.

 

Entre estas dos tendencias habrá de escoger lo que quede de Demencia en los próximos tiempos, con el riesgo de calentamiento de la guerra civil fría que ha esparcido el Gobierno.

 

Que Demencia tiene difícil solución lo demuestra que el Gobierno sigue gozando de la confianza de la mitad de los por ahora ciudadanos, próximamente esclavos, que dan nuevo nombre al país.

 

Demencia era un hermoso país con un futuro prometedor. Pronto este Gobierno no dejará sino un despojo. 

 

Winston Galt es autor de la novela distópica Frío Monstruo

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