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Pablo Mosquera
Domingo, 31 de Mayo de 2020 Tiempo de lectura:

Reconstrucción o demolición

Algunos nos refugiamos en la cultura. Y dentro de tal dama acudimos a la historia. Lo hago a sabiendas de que, como a la verdad, sólo se llega por aproximación. Que la historia la escriben los vencedores y la reescriben los heridos o sus descendientes. Pero lamento comprobar cómo este siglo XXI se parece mucho al pasado XX, y que aquel tango "Cambalache" tiene una letra de aplicación inmediata. Desde la pandemia, la gran crisis económica, los populismos que enfrentan a los humanos más "civilizados", o la explotación de unos pocos para con unos muchos. Lo peor está por llegar. Siempre hay "druidas" que señalan cómo las guerras y pandemias son fórmulas cuasi naturales para reequilibrar las pirámides demográficas mientras los poderes fácticos, los que de verdad tienen el mando a distancia de los gobiernos, hacen sus grandes negocios y juegan en sus tableros una maldita partida geopolítica.

 

George Orwell en 1984 muestra desde su novela de ficción -publicada en 1948- aquel Estado vigilante, la situación de los derechos humanos, la libertad intelectual, el totalitarismo y la distopía. Aquella obra de ficción tiene un sesgo parecido al que produjo Julio Verne. Son escritores que en buena medida con su imaginación comparten predicciones que con el tiempo se cumplen.

 

Puedo trasladar tales reflexiones al estado de las convivencias en España. Es como si este país, tras su grandeza imperial, hubiera sido maldito por algún chamán latino-americano. La decadencia de España es imparable hasta el primer tercio del siglo XX. La conducta de los dirigentes se mueve entre pesimistas -Generación del 98- y salvapatrias -clase política desde 1931 hasta 1936-. Pero también, puestos a jugar al tablero de los "dioses", siempre sospecho que la ubicación de la península entre el sur de Europa y África nos hace lugar geoestratégico para "montar" conflictos que desestabilicen el país, siempre contando con las peculiaridades del español que tan certeramente describe Antonio Machado en sus poemarios.     

 

Y justo ahí quiero colocarme. Las dos Españas de Proverbios y Cantares. Ese odio que nos hace quedarnos ciegos a condición de que el vecino se quede tuerto. Esa incapacidad para perdonar, o lo que es lo mismo, hacernos el favor a nosotros mismos para construir todos juntos y evitar destruirnos por viejas y cutres rencillas pendientes y ajustes de cuentas entre generaciones cargadas de miseria.

 

Más centrado. En esas Cortes de España que todas las semanas son campo de batalla dialéctica, cuando deberían servir para reconstruir la España tras la pandemia. Pero algunos dedican su tiempo y generoso sueldo más dietas al enfrentamiento, a sembrar el odio, a desenterrar el fantasma de las dos Españas irreconciliables. Y un paso más hacia el abismo. El macho alfa de la coleta lleva unos días intentando provocar la resurrección del golpe de Estado. Lo hizo en relación al cese del coronel Perez de los Cobos. Lo hizo buscando la boca del representante de Vox, que al menos fue mucho más inteligente que un presidente -al que conozco del Parlamento vasco- que no supo enfrentar la situación y luego tuvo que pedir perdón.   

 

Menos mal que entre tanto bribón e iluminado, siempre sobresale la inteligencia. Borrell desde Bruselas en entrevista directa dijo tres verdades. Los premios noveles de la economía siguen dando soluciones basadas en obviedades. Los enfrentamientos entre Podemos y Vox no tienen interés para una Europa dónde cada Estado trata de buscar recursos y acertar en dónde los coloca. Las dos Españas siempre han estado presentes en el ADN de nuestros "politicastros".

 

Ahí me vuelvo a situar. ¿La constelación de dirigentes que mandan en España tienen méritos, conocimientos y prestigio para actuar como hombres de Estado o son simples chusqueros en el ejército de Pancho Villa? Y lo digo desde mi exilio voluntario. En una Galicia de lluvia y calma, donde el Gobierno autonómico tiene un comportamiento sereno, honesto y nada dado a las aventuras y guerras tribales.

 

Más aun. La situación de la UE es tan débil en sus convicciones de utilidad para los ciudadanos, que hasta los mercaderes han cambiado el rumbo. Y así lo dijo Borrell. No hay hombres de negro para auditar cuentas e imponer políticas austericidas. Supongo que todos los Estados tienen agujeros financieros que sólo el BCE puede tapar, y sin condiciones. De ahí esa lluvia con millones de euros que nos tocarán para los sectores en crisis que conforman las entretelas del sistema productivo español.

 

Por cierto. Algunos siguen instalados en el siglo XX. ¿De verdad los sindicalistas de Nissan y Alcoa creen que la solución al problema de sus empresas consiste en nacionalizarlas? Quieren ser funcionarios. Ahora que las cuentas públicas apenas pueden con las nóminas de una Administración sobredimensionada con empleos para afiliados del partido gobernante, llegan estos "trabajadores liberados" y ponen sobre la mesa, exigen como solución, que las arcas públicas les paguen las nóminas. ¿No se han enterado que la crisis es global?. Pedirles que sean creativos y aporten alternativas es tanto como pedirles un trasplante de cerebro.  

 

Estamos en una tormenta borrascosa con galerna, perfecta. No hay nadie con categoría para sacarnos del marasmo. Además, han logrado o lo están intentado, callar al poder judicial, quieren instaurar un Estado República bananera. Pactan lo que haga falta con los peores enemigos de España. Pero de lo que se trata es del día al día. Su recorrido es una sarta de embustes, rectificaciones y cambios. Han convertido al Parlamento en el campo de batalla para ajustar cuentas de las generaciones que hicieron de España un miserable campo de batalla desde 1934 a 1939. Luego dirán que la culpa fue de las potencias extranjeras que intervinieron ayudando a las guerras carlistas.  

 

España está en manos de personajes funestos. A sabiendas o por ignorancia, son una brigada de demolición. No son capaces dedistinguir un problema de Estado de una estrategia partidaria. Lo suyo es ocupar poder a cualquier precio. La nueva generación de dirigentes tiene la perversa particularidad de hacer buenos a sus antecesores. ¡Y mira que es harto complicado!

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