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Jueves, 04 de Junio de 2020 Tiempo de lectura:
LA TRIBUNA DEL DIRECTOR

Pedro Sánchez y Pablos Iglesias: los rostros en España de la nueva amenaza totalitaria de la izquierda global

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La extrema izquierda mundial (si algún día existió la “izquierda moderada” o "civilizada" hace mucho tiempo que desapareció del mapa) se lanzó a la piscina del “todo o nada” tras la caída del Muro de Berlín. En aquel momento, algunos vislumbraron el final de la historia que parecía haber llegado con un claro triunfo de un capitalismo que pocos años después sería globalizado y con una discreta victoria de las democracias liberales.

 

En esas circunstancias, el totalitarismo izquierdista, bien bajo la fórmula tradicional de los partidos socialistas y comunistas habituales, o en su versión blanqueada de las socialdemocracias europeas, del Partido Demócrata estadounidense o de los liberales canadienses, vio peligrar, quizás por primera vez desde su surgimiento en los albores del siglo XX, su existencia y no tardó tiempo en pasar a la acción apoyándose en tres pilares fundamentales: el ideológico, articulado desde el Foro de Sao Paulo (abierto en su primer edición apenas unos meses después de la caída del Muro de Berlín); el económico, que garantizó la financiación de la extrema izquierda mundial gracias al empuje dinerario otorgado por el petróleo de países como la Venezuela bolivariana o el Irán de los mulás que, a su vez, en no pocas ocasiones se alimentaron pecuniariamente del narcotráfico internacional (tal y como ahora está investigando la Justicia norteamericana); y, finalmente, el andamio “quintacolumnista”, infiltrado, como decíamos, en todos los partidos socialistas y comunistas occidentales y, a través de éstos, en la totalidad de las grandes instituciones globales, de la ONU al Parlamento Europeo o desde el Tribunal Europeo de Justicia a la Unesco. Durante los últimos años, además, a este maremagnum tan variado y en ocasiones contradictorio de actores, se ha unido un nuevo protagonista: determinadas grandes empresas multinacionales y multimillonarios especuladores que, gracias a la globalización y los medios de comunicación del sistema que compran y manejan a su gusto, están empezando a desarrollar nuevos comportamientos totalitarios teñidos de confeti tecnológico.

 

¿Qué une a todos estos individuos, partidos políticos, movimientos civiles, organizaciones y representantes siempre bien subvencionados de múltiples intereses geoestratégicos? Un único objetivo: poner contra las cuerdas a la civilización occidental, demoler nuestros valores tradicionales, acabar con la democracia liberal y dinamitar el orden internacional establecido tras la II Guerra Mundial. Para conseguir este fin último, que a todos ellos les aportaría múltiples beneficios por motivos diferentes en cada caso, los nuevos comunistas, desparecida la figura del trabajador como elemento revolucionario, se han inventado una gran estafa comunitarista que trata de dividir a la sociedad en múltiples grupos de pertenencia, enfrentándolos unos con otros, para posteriormente convertir a estas masas en grandes maquinarias de demolición de lo que un día se llamó “nuestra forma de vida”. Así, primero infiltraron el Movimiento LGTB global para convertirlo en un eficaz arrasador de la familia tradicional, cimiento primal sobre el que se asienta la civilización occidental; posteriormente, se adueñaron del Movimiento Femnista para, a través de payasadas como el “Me too” convertirlo en un ridículo guiñapo contra el hombre blanco, cristiano y heterosexual, responsable, según estos miserables, del rostro maléfico de nuestra civilización; más tarde, prostituyeron la legítima preocupación existente entre los ciudadanos por determinados problemas medioambientales y la travistieron en una falsaria, ridícula, cínica y multimillonaria campaña contra un “cambio climático” que no existe y, finalmente, ha llegado el momento de colocar sus sucias manos y sus carteras llenas sobre las razas, es decir, ahora se trata de “racializar” a los ciudadanos, integrándolos en determinados grupos, por supuesto también enfrentados unos con otros, y utilizándolos violentamente si es posible como efectivos arietes de demolición contra las democracias liberales.

 

El Gobierno español formado por el PSOE y Podemos, y especialmente personajes de libro estalinista como Pedro Sánchez y Pedro Iglesias, representan excepcionalmente bien la hecatombe de la izquierda “civilizada” y la inmensa amenaza global que los nuevos marxistas representan para la democracia y las libertades. Como buenos comunistas, ambos son absultamente impermeables al rastro de muerte que dejan a su paso (45.000 españoles fallecidos bajo su mandato por el Covid-19 y el Presidente se permite ladrar ese miserable y ruin ¡Viva el 8M!); ambos tienen idéntica desvergüenza para, aliándose con filoterroristas, radicales y fanáticos de todo tipo y condición, poner las instituciones democráticas a su servicio, en no pocos casos bordeando o saltándose las leyes; ambos tienen el mismo rostro pétreo para tapar un escándalo con otro, para desmentir con rotundidad lo que ayer afirmaron con la misma rotundidad; ambos manipulando la historia y acallando la libertad de expresión,  exhiben las mismas pulsiones dictatoriales, supremacistas y totalitarias que han traslado a sus respectivas formaciones políticas convirtiendo a éstas en asociaciones al borde de la legalidad; ambos muestran ante los ciudadanos honrados el mismo aire chulesco, barriobajero y cobarde de los fanfarrones de pacotilla que se creen impunes por pertenecer a una casta superior; ambos, que coinciden en la brevedad de sus currículos profesionales, exhiben también idéntico desprecio a la meritocracia, al esfuerzo y al trabajo, tanto individual como colectivo, lo que les lleva a exclamar satisfechos ese insultante “salimos más fuertes” por encima del peor panorama económico de las últimas décadas, por encima de la destrucción de decenas de miles de empresas (a las que odian) y por encima de la aniquilación profesional de un millón de profesionales autónomos (a los que tambien odian).

 

Ambos, en fin, Pedro y Pablo, Pablo y Pedro, son representativos, en el panorama político nacional, en sus respectivos partidos y en el Gobierno español y en no pocos Gobiernos autonómicos y municipales, de todos esos múltiples afluentes que como señalábamos anteriormente dan rostro a la neo-izquierda que es ya el gran enemigo global de la civilidad: son neocomunistas que mantienen fuertes lazos con la Venezuela bolivariana; son comunitaristas, reivindicando a su favor a todo tipo de colectivos revolucionarios, del Movimiento LGTB al Feminismo, pasando por los movimientos raciales o, incluso, blanqueando a determinadas organizaciones filoterroristas; ambos son siervos de los especuladores multimillonarios globalistas, a quienes reciben en sus salones, que alimentan económicamente sus proyectos políticos y que subvencionan gustosamente sus idioteces solidarias y “buenistas”; ambos son también excelente aliados del Islam, bien directamente, aceptando mansamente subvenciones de países como Irán, tal y como hizo en su momento el vicepresidente, o bien solidarizándose con los principios ideológicos de éste, como hace habitualmente el Presidente; ambos, son, en fin, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, Pablo Iglesias y Pedro Sánchez, los rostros de ese nuevo totalitarismo que está dibujando el siglo XXI y que, en el fondo, es un cóctel amenazante de miseria, integrismo y muerte que incluye chorros generosos de marxismo barato, notas de islamismo revolucionario, vertidos golosos de financiación George Soros, efluvios de narcotráfico internacional, gotas de terrorismo presuntamente revolucionario, semillas de  antioccidentalismo ignorante y sectario y finas rodajas de burdo relativismo, de grosero pensamiento débil y de una tan picante como dañina oclocracia universal.    

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