El "Frankenstein" del feminismo
La guerra siempre viva entre la derecha y la izquierda, que no es más que la expresión de la lucha de clases, se extiende al Movimiento Feminista, inmerso hoy en el epicentro de las querellas que enfrentan al Gobierno con el PP y sus partidos adláteres y hasta con la Guardia Civil. El famoso informe del teniente coronel Pérez de los Cobos ha incendiado las trincheras de la opinión mediática, ha puesto en pie de guerra a las feministas, ha hecho perder los papeles al ministro Grande Marlaska y ha llenado de satisfacción los cuarteles de la derecha, que afilan los cuchillos y ha permitido difundir nuevamente la amenaza del ruido de sables.
Me refiero al Movimiento Feminista en su extensión más amplia, que incluye a todas las asociaciones, agrupaciones, federaciones, plataformas, redes, organizaciones, fórums, asambleas, frentes, alianzas, y quién sabe que más imaginativos nombres, para denominar la miriada de grupos y grupitos de mujeres que se complacen en mantener la división y subdivisión del Movimiento, para así defender lo que creen independencia y personalidad propia, que luego se diluye en el océano de firmas con que adornan sus manifiestos.
La celebración de las manifestaciones del 8 de marzo, contra todo pronóstico y prevención, fue mantenida por las ministras iconos del feminismo en el Gobierno actual: Irene Montero y Carmen Calvo, como manifestación de su poder. Por primera vez Montero se sentaba en el sillón ministerial y tenían que mostrar que mandaba. Aunque fuera mal. Las dos, más la de política territorial, Carolina Darías, y la esposa del Presidente, salieron infectadas. Y con ellas vaya usted a saber cuántas más.
Esta decisión fue acompañada de permitir multitud de otros actos, viajes, congresos, terrazas de bares, restaurantes, clases en las escuelas, etc. puesto que ni la OMS ni los expertos como Fernando Simón ni el Gobierno parecían enterarse de la peligrosidad que entraña el maldita Covid-19. Pero el escándalo se provoca y se desarrolla y engrandece no por la celebración del Congreso de VOX, ni por todas las otras actividades mencionadas, sino fundamentalmente por las manifestaciones del 8 de marzo.
Para ello se concitan varias circunstancias. Por supuesto, el odio que los partidos de ultraderecha tienen contra el feminismo es el acicate para resaltar la peligrosidad de mantener la convocatoria, pero también es cierto que fueron las aglomeraciones más numerosas y diseminadas por toda España y por tanto quitan importancia al congreso voxiano, a viajes y otras actividades. Pero si tanto las organizadoras como las asistentes a las manifestaciones, las adoradoras de Montero y de Podemos y las del pueblo llano que se sienten atacadas fueran inteligentes y estuvieran serenas, harían honor a la verdad. Que además tiene una excusa de peso: la OMS obvió durante dos meses, que fueron determinantes, la peligrosidad de la epidemia y con ello permitió que el Gobierno se sintiera apoyado. Con reconocer estos hechos no perderíamos nada sino que ganaríamos en credibilidad y seguridad en nosotras mismas.
Un mensaje de Twitter de una concejala de Podemos haciendo un llamamiento a defender a Irene Montero de los enemigos del feminismo, asegurando que atacándola a ella nos perjudicamos todas, se pierde en la más simple demagogia. Porque Montero no sólo no es feminista sino que se propone destruir el feminismo.
Únicamente reconociendo la verdad se avanza en el camino de la transformación social. Y torturarla, disfrazarla y distorsionarla no es de izquierda, por más clamores se oigan de las que defienden arriscadamente a este Gobierno que pasará a la historia por el más incompetente después de la dictadura.
Este análisis mío ya lo están apoyando conspicuos sectores de la izquierda, aquellos que se han desmarcado de la deriva desarbolada del Partido Comunista y de Izquierda Unida, y que nunca fueron podemitas porque ya se sabe que Podemos no es de izquierda.
Y no porque yo lo diga sino porque lo dijo el propio Pablo Iglesias apenas apareció en la escena pública, cuando afirmó, en una trascendental declaración, que “Podemos no era de izquierda ni de derecha”. Antes, en la interpretación clásica, quien decía eso significaba que era de derecha. En este confuso momento actual no se sabe a qué facción inscribir a los que así se declaran. Quizá al peronismo como aceptó Iglesias en otro momento, y, según la teoría política actual corresponde al “populismo”, término poco definido por los especialistas pero que tuvo su más exitoso representante en Italia con Berlusconi, y ahora le sigue el Movimento 5 Estele.
Pero si busco los motivos por los que el Movimiento Feminista debe apoyar ese montaje del Ministerio de Igualdad, a su ínclita ministra Irene Montero y a sus ayudantes Beatriz Gimeno, como Directora del Instituto de la Mujer y Boti García en la Dirección General de Diversidad Sexual y derechos LGTBI, no encuentro ninguno. Comienzo por repudiar el nombre de Ministerio de Igualdad, creación de Zapatero y de la ministra Bibiana Aído, llegada directamente de la escuela de flamenco de Andalucía, que como la Montero no tenía idea alguna de feminismo.
¿Qué significa que se denomine Igualdad al Ministerio? ¿De qué Igualdad se trata? ¿De la de ricos y pobres, de la de trabajadores y empresarios, de la de negros y blancos, de la de hombres y mujeres? Cuando en Europa la política se tomaba un poco más en serio la cartera que se ocupaba de apoyar el feminismo se llamaba de la Mujer, porque de ella es de quién hay que preocuparse. Así, en los años 80 se creó el Ministerio de la Mujer en Francia, con Ivette Roudy a la cabeza, que llevó adelante muchas mejoras legales y estructurales en la vida de las mujeres.
Pero ya instalada la señora Montero y su núcleo político en sus despachos ministeriales, veamos cuáles son los propósitos que pretende llevar a cabo.
La primera de las decisiones de su Ministerio fue mantener esas desdichadas manifestaciones 8 marcianas, a pesar de todas las alarmas que se habían declarado. Y después se pasó dos meses, con recaída incluida, confinada por la infección.
Recuperada su actividad nos encontramos con tres proyectos de ley, a cual más detestable.
El primero, pergeñado antes del confinamiento, es el Anteproyecto de Ley Orgánica de Garantía Integral de la Libertad Sexual - ¡y que largos han de ser los títulos y las leyes en un país que padece desde hace siglos de elefantíasis legislativa!- contra el que ya se ha pronunciado la Alianza Contra el Borrado de las Mujeres, que alerta de que “la confusión entre “sexo” y “género” en el anteproyecto crea indefensión para las mujeres y socava la lucha contra la violencia”, y que los letrados del Parlamento ya han advertido que padece toda clase de defectos de redacción y de técnica jurídica, invadiendo competencias de otros ministerios y de otros textos legales como el Código Penal.
El segundo es contra la Trata de Personas con fines de explotación sexual que ha motivado una larguísima respuesta, poco afortunada por cierto, de la CEDAW (Convención sobre la Eliminación de toda forma de Discriminación contra la Mujer), oponiéndose al término de “trabajo sexual” que utiliza el documento gubernamental.
El tercer proyecto, más peligroso que ninguno, es el de la ‘Ley Trans’, cuyos propósitos transformadores de la biología humana ya tengo comentados aquí y que desde 2018 está a la espera de ser discutido en el Parlamento.
En cambio, no se ha movido un ápice la posibilidad de modificar la Ley de Violencia de Género, aprobada en diciembre de 2004 y que desde entonces acumula 1.500 mujeres asesinadas, cientos de miles maltratadas y violadas que no han sido protegidas como se merecen por las instituciones del Estado.
A tales aciertos de ciencia jurídica propuestos por el Ministerio de Igualdad, y a su indiferencia por los graves males que aquejan a millones de mujeres, se une la falta de coordinación con las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, la Administración de Justicia, los servicios sociales de las comunidades y de los ayuntamientos para proteger a las mujeres de tanta violencia como padecen en tiempos de la pandemia que encierra a las víctimas con sus verdugos. La indiferencia con que esa ministra contempla este drama se muestra cada día en las patéticas llamadas de auxilio que desde las redes sociales y otros medios recibimos en el Partido Feminista, de víctimas abandonadas en el domicilio del maltratador o puramente en la calle, a las que ni la policía, ni el juez, ni las trabajadoras sociales, están atendiendo. Y cuando, tras un calvario de llamadas durante varios días se consigue que la Policía salve a alguna, es internada en una casa de acogida o peor aún, en un tugurio que alberga a emigrantes y a los desdichados sin techo.
Esta dejadez e incumplimiento de las obligaciones del Estado, por parte del repetido susodicho Ministerio de Igualdad, también ha dado motivo a otro interminable escrito muy crítico de la CEDAW, pidiendo la protección a las víctimas de violencia que no se les presta.
A la vez, Podemos, publica un larguísimo documento sobre “feminismos” como lo denominan, en el que, entre decenas de temas, todos revueltos, se posicionan a favor de los trans-géneros, que titulan Derechos LGTBI, y que se inscribe en la línea de la secta queer con la primera afirmación: entendemos la diversidad sexual y de expresión de género como un bien común”. El transgenerismo se ha metido también en la Ley de Protección a la Infancia que presentará Pablo Iglesias el próximo martes y en la Ley de Educación de Isabel Celaá que está en trámite parlamentario. Los enemigos de la Humanidad siguen su labor de carcoma con la que pretenden derribar la hermosa arquitectura ideológica y social que el feminismo había construido con tantos sacrificios durante dos siglos.
En este documento de partido tampoco se contempla la modificación de la Ley de Violencia de Género que es la base de la impunidad de los maltratadores, ni la abolición de la prostitución ni la prohibición de la pornografía.
Con éstos elementos lo que se ha construido por Podemos es una teoría y un programa a imitación del monstruo frankesteiano, hecho de miembros desmembrados del análisis feminista que lleva elaborándose doscientos años con la mayor seriedad.
En esta triste etapa posmoderna se acepta cualquier engrudo ideológico que sea eruptado por quien tenga un programa de televisión, un puesto ministerial, una cátedra universitaria, una columna periodística. Y el feminismo no está exento de este contagio, más peligroso que el del Covid-19.
La guerra siempre viva entre la derecha y la izquierda, que no es más que la expresión de la lucha de clases, se extiende al Movimiento Feminista, inmerso hoy en el epicentro de las querellas que enfrentan al Gobierno con el PP y sus partidos adláteres y hasta con la Guardia Civil. El famoso informe del teniente coronel Pérez de los Cobos ha incendiado las trincheras de la opinión mediática, ha puesto en pie de guerra a las feministas, ha hecho perder los papeles al ministro Grande Marlaska y ha llenado de satisfacción los cuarteles de la derecha, que afilan los cuchillos y ha permitido difundir nuevamente la amenaza del ruido de sables.
Me refiero al Movimiento Feminista en su extensión más amplia, que incluye a todas las asociaciones, agrupaciones, federaciones, plataformas, redes, organizaciones, fórums, asambleas, frentes, alianzas, y quién sabe que más imaginativos nombres, para denominar la miriada de grupos y grupitos de mujeres que se complacen en mantener la división y subdivisión del Movimiento, para así defender lo que creen independencia y personalidad propia, que luego se diluye en el océano de firmas con que adornan sus manifiestos.
La celebración de las manifestaciones del 8 de marzo, contra todo pronóstico y prevención, fue mantenida por las ministras iconos del feminismo en el Gobierno actual: Irene Montero y Carmen Calvo, como manifestación de su poder. Por primera vez Montero se sentaba en el sillón ministerial y tenían que mostrar que mandaba. Aunque fuera mal. Las dos, más la de política territorial, Carolina Darías, y la esposa del Presidente, salieron infectadas. Y con ellas vaya usted a saber cuántas más.
Esta decisión fue acompañada de permitir multitud de otros actos, viajes, congresos, terrazas de bares, restaurantes, clases en las escuelas, etc. puesto que ni la OMS ni los expertos como Fernando Simón ni el Gobierno parecían enterarse de la peligrosidad que entraña el maldita Covid-19. Pero el escándalo se provoca y se desarrolla y engrandece no por la celebración del Congreso de VOX, ni por todas las otras actividades mencionadas, sino fundamentalmente por las manifestaciones del 8 de marzo.
Para ello se concitan varias circunstancias. Por supuesto, el odio que los partidos de ultraderecha tienen contra el feminismo es el acicate para resaltar la peligrosidad de mantener la convocatoria, pero también es cierto que fueron las aglomeraciones más numerosas y diseminadas por toda España y por tanto quitan importancia al congreso voxiano, a viajes y otras actividades. Pero si tanto las organizadoras como las asistentes a las manifestaciones, las adoradoras de Montero y de Podemos y las del pueblo llano que se sienten atacadas fueran inteligentes y estuvieran serenas, harían honor a la verdad. Que además tiene una excusa de peso: la OMS obvió durante dos meses, que fueron determinantes, la peligrosidad de la epidemia y con ello permitió que el Gobierno se sintiera apoyado. Con reconocer estos hechos no perderíamos nada sino que ganaríamos en credibilidad y seguridad en nosotras mismas.
Un mensaje de Twitter de una concejala de Podemos haciendo un llamamiento a defender a Irene Montero de los enemigos del feminismo, asegurando que atacándola a ella nos perjudicamos todas, se pierde en la más simple demagogia. Porque Montero no sólo no es feminista sino que se propone destruir el feminismo.
Únicamente reconociendo la verdad se avanza en el camino de la transformación social. Y torturarla, disfrazarla y distorsionarla no es de izquierda, por más clamores se oigan de las que defienden arriscadamente a este Gobierno que pasará a la historia por el más incompetente después de la dictadura.
Este análisis mío ya lo están apoyando conspicuos sectores de la izquierda, aquellos que se han desmarcado de la deriva desarbolada del Partido Comunista y de Izquierda Unida, y que nunca fueron podemitas porque ya se sabe que Podemos no es de izquierda.
Y no porque yo lo diga sino porque lo dijo el propio Pablo Iglesias apenas apareció en la escena pública, cuando afirmó, en una trascendental declaración, que “Podemos no era de izquierda ni de derecha”. Antes, en la interpretación clásica, quien decía eso significaba que era de derecha. En este confuso momento actual no se sabe a qué facción inscribir a los que así se declaran. Quizá al peronismo como aceptó Iglesias en otro momento, y, según la teoría política actual corresponde al “populismo”, término poco definido por los especialistas pero que tuvo su más exitoso representante en Italia con Berlusconi, y ahora le sigue el Movimento 5 Estele.
Pero si busco los motivos por los que el Movimiento Feminista debe apoyar ese montaje del Ministerio de Igualdad, a su ínclita ministra Irene Montero y a sus ayudantes Beatriz Gimeno, como Directora del Instituto de la Mujer y Boti García en la Dirección General de Diversidad Sexual y derechos LGTBI, no encuentro ninguno. Comienzo por repudiar el nombre de Ministerio de Igualdad, creación de Zapatero y de la ministra Bibiana Aído, llegada directamente de la escuela de flamenco de Andalucía, que como la Montero no tenía idea alguna de feminismo.
¿Qué significa que se denomine Igualdad al Ministerio? ¿De qué Igualdad se trata? ¿De la de ricos y pobres, de la de trabajadores y empresarios, de la de negros y blancos, de la de hombres y mujeres? Cuando en Europa la política se tomaba un poco más en serio la cartera que se ocupaba de apoyar el feminismo se llamaba de la Mujer, porque de ella es de quién hay que preocuparse. Así, en los años 80 se creó el Ministerio de la Mujer en Francia, con Ivette Roudy a la cabeza, que llevó adelante muchas mejoras legales y estructurales en la vida de las mujeres.
Pero ya instalada la señora Montero y su núcleo político en sus despachos ministeriales, veamos cuáles son los propósitos que pretende llevar a cabo.
La primera de las decisiones de su Ministerio fue mantener esas desdichadas manifestaciones 8 marcianas, a pesar de todas las alarmas que se habían declarado. Y después se pasó dos meses, con recaída incluida, confinada por la infección.
Recuperada su actividad nos encontramos con tres proyectos de ley, a cual más detestable.
El primero, pergeñado antes del confinamiento, es el Anteproyecto de Ley Orgánica de Garantía Integral de la Libertad Sexual - ¡y que largos han de ser los títulos y las leyes en un país que padece desde hace siglos de elefantíasis legislativa!- contra el que ya se ha pronunciado la Alianza Contra el Borrado de las Mujeres, que alerta de que “la confusión entre “sexo” y “género” en el anteproyecto crea indefensión para las mujeres y socava la lucha contra la violencia”, y que los letrados del Parlamento ya han advertido que padece toda clase de defectos de redacción y de técnica jurídica, invadiendo competencias de otros ministerios y de otros textos legales como el Código Penal.
El segundo es contra la Trata de Personas con fines de explotación sexual que ha motivado una larguísima respuesta, poco afortunada por cierto, de la CEDAW (Convención sobre la Eliminación de toda forma de Discriminación contra la Mujer), oponiéndose al término de “trabajo sexual” que utiliza el documento gubernamental.
El tercer proyecto, más peligroso que ninguno, es el de la ‘Ley Trans’, cuyos propósitos transformadores de la biología humana ya tengo comentados aquí y que desde 2018 está a la espera de ser discutido en el Parlamento.
En cambio, no se ha movido un ápice la posibilidad de modificar la Ley de Violencia de Género, aprobada en diciembre de 2004 y que desde entonces acumula 1.500 mujeres asesinadas, cientos de miles maltratadas y violadas que no han sido protegidas como se merecen por las instituciones del Estado.
A tales aciertos de ciencia jurídica propuestos por el Ministerio de Igualdad, y a su indiferencia por los graves males que aquejan a millones de mujeres, se une la falta de coordinación con las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, la Administración de Justicia, los servicios sociales de las comunidades y de los ayuntamientos para proteger a las mujeres de tanta violencia como padecen en tiempos de la pandemia que encierra a las víctimas con sus verdugos. La indiferencia con que esa ministra contempla este drama se muestra cada día en las patéticas llamadas de auxilio que desde las redes sociales y otros medios recibimos en el Partido Feminista, de víctimas abandonadas en el domicilio del maltratador o puramente en la calle, a las que ni la policía, ni el juez, ni las trabajadoras sociales, están atendiendo. Y cuando, tras un calvario de llamadas durante varios días se consigue que la Policía salve a alguna, es internada en una casa de acogida o peor aún, en un tugurio que alberga a emigrantes y a los desdichados sin techo.
Esta dejadez e incumplimiento de las obligaciones del Estado, por parte del repetido susodicho Ministerio de Igualdad, también ha dado motivo a otro interminable escrito muy crítico de la CEDAW, pidiendo la protección a las víctimas de violencia que no se les presta.
A la vez, Podemos, publica un larguísimo documento sobre “feminismos” como lo denominan, en el que, entre decenas de temas, todos revueltos, se posicionan a favor de los trans-géneros, que titulan Derechos LGTBI, y que se inscribe en la línea de la secta queer con la primera afirmación: entendemos la diversidad sexual y de expresión de género como un bien común”. El transgenerismo se ha metido también en la Ley de Protección a la Infancia que presentará Pablo Iglesias el próximo martes y en la Ley de Educación de Isabel Celaá que está en trámite parlamentario. Los enemigos de la Humanidad siguen su labor de carcoma con la que pretenden derribar la hermosa arquitectura ideológica y social que el feminismo había construido con tantos sacrificios durante dos siglos.
En este documento de partido tampoco se contempla la modificación de la Ley de Violencia de Género que es la base de la impunidad de los maltratadores, ni la abolición de la prostitución ni la prohibición de la pornografía.
Con éstos elementos lo que se ha construido por Podemos es una teoría y un programa a imitación del monstruo frankesteiano, hecho de miembros desmembrados del análisis feminista que lleva elaborándose doscientos años con la mayor seriedad.
En esta triste etapa posmoderna se acepta cualquier engrudo ideológico que sea eruptado por quien tenga un programa de televisión, un puesto ministerial, una cátedra universitaria, una columna periodística. Y el feminismo no está exento de este contagio, más peligroso que el del Covid-19.