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Lunes, 08 de Junio de 2020 Tiempo de lectura:

Aprobado General

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Hay un método muy rápido y sencillo para transformar un pueblo en chusma. Es este: prometerle un maná caído del cielo sin pedirle nada a cambio.

 

También hay una forma muy rápida de perder elecciones pero llevar la razón: exigir sacrificios al pueblo y reclamarle esfuerzo por salir adelante y así recuperar la soberanía.

 

El maná caído del cielo se llama hoy de muchas maneras, pero los gobiernos populistas prometen y anuncian, cada vez más, un salario universal. Una paga “sin más”, a cambio de nada, un dinerillo sólo para subsistir. Para muchos, que han dejado de ser pueblo y van en camino de transformarse en chusma, éste salario es la realización de los sueños del adolescente haragán. Vivir sin trabajar aunque uno no sea rico por herencia. Vivir a costa del Estado, que es como decir convertirse en parásito a costa de quienes producen y pagan impuestos. En lugar de conformar un “proletariado universal”, el populismo post-izquierdista ha llevado otro género de universalización: “el rentista universal”. Nada nuevo bajo el sol. Entiéndase que no se habla aquí de dar ayudas coyunturales a quienes las precisan. Se habla de la renta “universal”.

 

Pero en este proceso de ingeniería social desbocado, mutación que la crisis del coronavirus no ha hecho más que potenciar, hay un factor complementario e imprescindible: el aprobado general a los estudiantes.

 

El aprobado general más o menos encubierto se ha dado en muchas de las comunidades autónomas. Es evidente que una medida así, impuesta desde la Administración, es un escándalo y una vergüenza. Abiertamente, nuestros próceres, ministras y consejeros, inspectores y delegados provinciales, prebostes y mandarines, nunca lo van a reconocer. Pero en más de media España se ha impuesto a los profesores, bajo varios mecanismos coactivos, la medida del “aprobado general”. Lo más clamoroso es la sumisión con que se ha aplicado por parte del profesorado, y el silencio de padres, sindicatos, colectivos, pedagogos y más y más próceres, un silencio que acompañó su vergonzosa adopción. ¿Qué se busca con ello?

 

Hace ya muchos años, concretamente desde la LOGSE (1991), que es público y notorio un dato: el profesor ha dejado de ser soberano en sus decisiones en materia de evaluación y calificación, por no hablar de su autoridad menoscabada y cuestionada en materia de disciplina. Todos se la discuten, recortan y pisotean: ejércitos de inspectores, directores, padres, los propios alumnos. Hoy en día, un profesor en enseñanza no universitaria es un pobre diablo, que no puede hacer nada sin pedir perdón, ni siquiera para defender su honor y su dignidad.

 

Pero este aprobado general es ya el rizo rizado que encamina a España derechamente al Tercer Mundo, sector del mundo que es allí donde los poderes en la sombra nos quieren ubicar desde mucho tiempo atrás. Llevamos en España muchos años sufriendo ataques financieros, deslocalizaciones, desprecios y agravios, muchos de ellos en el seno de la propia UE. Pero la crisis del coronavirus ha sido la ocasión propicia para imponer la “nueva pedagogía”. Nada de esfuerzo, digitalización a ultranza, “gamificación” de la enseñanza (retirarle toda seriedad y convertirla en un juego), eliminación de las materias humanísticas y abandono obligatorio del rigor…

 

Cuando el virus circulaba libremente por toda España, pero todavía no se había decretado el confinamiento, el sistema educativo español se dejaba llevar por sus estúpidas inercias: aprender a aprender, estándares de aprendizaje, adquisición de competencias, progresa adecuadamente… La abundancia de palabros, la abstrusa normativa burocrática, la desconexión con la realidad, demuestra, desde la derogación de las muy razonables leyes previas a la LOGSE, la indigencia intelectual de nuestros planificadores y supervisores pedagógicos. Europa entera, e incluso una parte importante de Iberoamérica, conocen de sobra cuáles son nuestras carencias educativas. Cada vez se estudia menos, cada vez se regalan más los títulos, cada vez se ríen en la cara del profesor, con desfachatez creciente, los padres irresponsables, los vagos y maleantes, los parásitos de la sociedad y los propios administradores y supervisores de la educación. Antes de la pandemia, horas y días antes, en los centros escolares se extendían actos de adhesión a la ideología de género, con manitas pintadas de colores, globos festivos y cantos a la igualdad. Cualquier cosa menos hincar el codo.

 

Llegó el virus y la realidad más lúgubre se impuso. Todos los niños y jóvenes metidos en casa, pegados a una pantalla de ordenador, tableta o móvil. Los profesores se vieron obligados a utilizar plataformas oficiales obsoletas, colapsadas, absurdas. Cada cual aguantó su palo y sujetó su vela, porque la Administración solo repartió dispositivos electrónicos a los de siempre, salvo excepciones: a niños gorrones del sistema que fundieron sus portátiles con videojuegos y conexiones a páginas escabrosas, pero nada de nada en cuanto a hacer las tareas escolares.

 

La altura de nuestra clase política quedó, una vez más, de manifiesto. Uno de los reyezuelos de las taifas, García Page, presidente Castilla-La Mancha, dijo la víspera del confinamiento: “No entiendo cómo los profesores quieren cogerse ahora unas vacaciones”. Teletrabajar a destajo, mandar tareas desde el domicilio del docente no fueron (para la mayoría) precisamente vacaciones. Fue un infierno donde hubo que improvisar estrategias para mantener contacto fluido con el alumnado en medio del abandono de la administración educativa. ¿Qué hizo ésta?: nada de aportar herramientas y dispositivos de trabajo y conexión. Nada de ofrecer instrucciones claras y precisas para modificar, de la noche a la mañana, la vida escolar normal y presencial en una vida de encierro y enseñanza a distancia. Después de insultar a los profesores, diciéndoles que querían vacaciones,  la Administración, desbordada e incapaz de dar respuesta a la crisis, pidió a los profesores que usaran su “Whatsapp” personal u otros medios de mensajería y de distribución de contenidos. Esto contravenía claramente las instrucciones que siempre se han dado en materia de protección de datos y de protección de la propia imagen e intimidad del profesor.

 

Muchos alumnos y padres,  y muchos docentes también, realizaron un encomiable esfuerzo por adaptarse a la nueva situación, haciendo lo posible para que no se perdiera el curso, por salvar los muebles de un sistema de enseñanza que, si ya de manera normal hacía aguas, encerrados todos en casa y con una deficiente digitalización, podría ahora convertirse en el marasmo más demencial. Cerca de ese marasmo demencial es lo que se ha visto, por ejemplo, en Castilla-La Mancha. Porque otro sector importante de la población, abundantísimo, se ha volcado hacia el “morbo hispánico” de la indolencia, la picaresca, el abuso y la irresponsabilidad. Tampoco nada nuevo bajo el sol.

 

Muchos docentes se encuentran a diario en su bandeja de mensajes verdadera hostilidad y acoso. Las presiones para dar aprobados generales han sido inmensas, si bien ya eran importantes antes de la pandemia. La administración educativa de Castilla-La Mancha ha sacado, de manera delirante, instrucciones para que padres y alumnos puedan reclamar las notas en este final de curso incluso antes de definir los criterios con los que se iban a calificar los alumnos. Es como si antes de presentarte el menú del restaurante en una carta de platos, te pusieran por delante la hoja de reclamaciones pidiéndote –en letras grandes- que la firmes y rellenes. Por supuesto, directores, tutores y demás responsables están obligados a dar amplia publicidad a un “derecho a reclamar” en los casos raros, rarísimos, en los que no se ha llevado a cabo un aprobado general.

 

Más o menos en Semana Santa, en mi comunidad autónoma, se les dio a conocer a los padres y a los alumnos que la nota de la última evaluación (desde el 13 de marzo, fecha de arranque del confinamiento) no serviría de nada, no hacía media con las anteriores y que no había que recuperarla. Esto fue como decretar vacaciones desde mediados de marzo. Despropósito mayor nunca se ha visto en la historia de la enseñanza de Europa. Aprobado general y paguita gratis: el sueño húmedo del adolescente parásito. Eso y botellones de más de mil individuos, como el de Tomelloso en pleno confinamiento. Un país y una región como para salir huyendo. Aquí no va a haber quien viva.

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