Don Pelayo, ese mafioso
![[Img #18001]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/06_2020/7534_captura-de-pantalla-2020-06-14-a-las-164442.png)
Resulta muy difícil encontrar una acumulación tan grande de insultos y menosprecios en un solo párrafo de letra impresa. Pero Henry Kamen, supuesto historiador, lo hace en sus declaraciones a la prensa. Debe tenerse en cuenta que insultar y menospreciar a una persona individual es grave, pero insultar a todo un pueblo es hacerlo de golpe con millones de personas. Dice Kamen:
“Es imposible demostrar documentalmente la existencia de don Pelayo, quien según reza la leyenda, infligió una derrota a los musulmanes en el año 722. Para empezar en esa época no había reyes», asegura este hispanista nacido en la actual Myanmar, educado en el Reino Unido y ahora afincado en Barcelona. La historia de Pelayo tiene más trazas de leyenda que de gesta. Unos cronistas lo presentan como asturiano, otros como visigodo, los hay que lo ubican en Cantabria. El tenido como «primer rey de Hispania» es un montaje falaz, según Kamen, quien no niega que existiera una escaramuza militar de cristianos contra musulmanes que frenara el avance de los segundos. «El rey Pelayo y los suyos se parecen a un grupo de mafiosos que luchaban contra los árabes en Asturias», aduce. Eso sí, en Covadonga ha florecido un próspero negocio turístico promovido por los gobiernos del Principado”. [https://www.elcomercio.es/culturas/libros/libro-kamen-mitos-espana-pelayo-20200302014648-ntrc.html]
La capciosidad y la malicia de este señor, además, no tienen límite. “En esa época no había reyes”. Claro: un reino ocupado por una potencia extranjera, un rey godo legítimo, Rodrigo, muerto en la batalla defendiendo su suelo y el Estado de Hispania descompuesto desde 711… El fin de una dinastía, “en aquella época”, tiene que suponer el inicio de otra. Don Pelayo fue rey porque la saga de los legítimos monarcas toledanos se había extinguido por un acto violento. Don Pelayo no se tituló como rey aunque siempre fue tratado como princeps, el principal de los astures, y fue –funcionalmente, si no de manera nominal- el primer rey de España. Fue él quien posibilitó el inicio de la dinastía de los Reyes Caudillos (cántabros y astures). Fue Pelayo alzado como rey sobre su escudo, al modo germánico, propio de la “democracia guerrera” que era Asturias, y de él se cuenta documentalmente que era noble, de origen regio y spatario de don Rodrigo. Es capcioso decir que no había reyes en tu patria si a tus reyes legítimos los matan unos intrusos, y a tu pueblo lo sojuzgan, hechos ante los que tiene que darse un ínterin de unos años (711-718) para poder llegar reconstruir “la Iglesia y el Ejército de los Godos”, reconstrucción que llevó a cabo el Reino de Asturias.
Es capcioso también el empleo de la palabra “escaramuza” pues, si bien no son creíbles las cifras de las Crónicas, dado el encajonado pasaje de aquel valle de Covadonga, la importancia simbólica que tal hecho de armas ha tenido para la posteridad, sin embargo, no tiene muchos equivalentes en la historia de la Cristiandad, con independencia de que haya sido pequeña o grande tal batalla. Debió haber menos efectivos que en Poitiers, Las Navas o Lepanto, donde la Cristiandad se jugó su existencia, pero su simbolismo y cariz trascendental no fueron menores. Pocas naciones como España se precian de que, tras haber sido sometidas al yugo sarraceno hayan sido capaces de verse libradas de él.
La nación asturiana y su proyecto extendido, España, puede decir con orgullo tal cosa, documentada además en las Crónicas. Nos hemos librado del yugo de los moros gracias a los hechos desencadenados en Covadonga, inicio simbólico de la Reconquista.
Malicioso, muy malicioso es llamar “mafiosos” a don Pelayo y a los astures y godos que se negaron a pagar impuestos y doblar la cerviz ante los moros. ¿Por qué mafiosos ellos, y no los invasores que cobraban impuesto a un pueblo sometido? ¿No es la mafia una organización extorsionadora, que vive de recaudar impuestos a quienes tiene bajo el yugo de las armas y el miedo? Eso exactamente hicieron los musulmanes al quedarse con nuestro suelo no sin terror y sangre. Pero, ante esta tergiversación indigna de alguien que se hace llamar “hispanista”, cabe decir más: ¿Sale gratis insultar a nuestros héroes más queridos? ¿Qué hay de “mafia” en luchar por recuperar la libertad? Mayor mafia me parece usar los medios de comunicación y la propaganda editorial para borrar la memoria de un pueblo. Todavía hoy los aldeanos del entorno de Covadonga y también de la Liébana (donde tuvo lugar una Segunda Covadonga, y en donde los restos del ejército moro fueron masacrados poco después) recuerdan testimonios de aparición de huesos y demás restos de aquella matanza, tantos siglos después.
Hoy está de moda derribar estatuas de Colón, de Cortés o de Pizarro. ¿Harán lo propio con las de Pelayo? Estos presuntos historiadores señalan con el dedo a nuestros héroes empleando términos tales como “mafioso”, y luego en seguida, otros, salvajes y vándalos, aparecerán para que la “desmitificación” se convierta en destrucción. Lo estamos viendo ya en América.
En las mismas declaraciones al diario gijonés El Comercio, el “hispanista” sigue “desmitificando” a Pelayo y su papel en el inicio de la Reconquista haciendo referencia al “floreciente negocio” que el Principado ha montado en torno a este personaje y a sus hechos. Juntamente haciendo eso, este extranjero desliza insinuaciones sobre la falta de identidad de los españoles, la escasez de símbolos comunes y prosigue charlando acerca de la mayor conciencia de identidad regional que nacional que nosotros los españoles poseemos. Precisamente saca a colación el ejemplo de los exiliados republicanos tras el fin de la Guerra Civil, que, según muchos testimonios que nuestro desmitificador quiere ignorar, es un testimonio que desmiente a Kamen: en ellos se aguzó la conciencia de españolidad, si no la tenían antes muy acusada, al verse lejos de su patria. Pero además es que Kamen se mete en un berenjenal tremendo al hacer referencia ignorante al origen del Reino Asturiano. Veámoslo.
El “hispanista” anglo-birmano también quiere pasar por encima de un hecho que, precisamente en Asturias, resulta de lo más palmario: la fortísima conciencia regional que el Principado siempre manifestó a nivel popular (incluso por encima y en contra de sus élites) viene unida de manera indisoluble al orgullo de ser esta nación “madre” de la Nación Española. La asturianía –que no el nacionalismo- viene desde hace siglos vinculada en esa región a la conciencia identitaria de Covadonga, a la idea de que en torno a dicha Cueva nace España, una Hispania totalmente renovada que ya no es patrimonio exclusivo de los godos, ni de etnia alguna, sino de todos los pueblos del solar ibérico que lo regaron con su sangre para ser cristianos y libres. Que venga un extranjero indocumentado a quitarnos nuestros “mitos” y símbolos y que se publicite a bombo y platillo su sartal de necedades sólo responde a la muy profunda labor de zapa no ya de la propia unidad estatal de España, sino de la propia Hispanidad como concepto y como empresa civilizadora del mundo.
Habría que ver qué intereses, no precisamente turísticos pero sí mafiosos, tenebrosamente mafiosos hay detrás de esa arremetida. Se empieza derribando estatuas de Colón y se acaba extendiendo la antropofagia. Se empieza llamando “mafioso” a don Pelayo, o negando su ostensible existencia histórica, y acabamos todos con turbante. Las cosas se ven venir desde muy lejos.
Carlos X. Blanco es escritor, autor de la novela histórica La luz del norte y del estudio De Covadonga a la nación española, con prólogo de Robert Steuckers. Ambos trabajos están editados por EAS.
Resulta muy difícil encontrar una acumulación tan grande de insultos y menosprecios en un solo párrafo de letra impresa. Pero Henry Kamen, supuesto historiador, lo hace en sus declaraciones a la prensa. Debe tenerse en cuenta que insultar y menospreciar a una persona individual es grave, pero insultar a todo un pueblo es hacerlo de golpe con millones de personas. Dice Kamen:
“Es imposible demostrar documentalmente la existencia de don Pelayo, quien según reza la leyenda, infligió una derrota a los musulmanes en el año 722. Para empezar en esa época no había reyes», asegura este hispanista nacido en la actual Myanmar, educado en el Reino Unido y ahora afincado en Barcelona. La historia de Pelayo tiene más trazas de leyenda que de gesta. Unos cronistas lo presentan como asturiano, otros como visigodo, los hay que lo ubican en Cantabria. El tenido como «primer rey de Hispania» es un montaje falaz, según Kamen, quien no niega que existiera una escaramuza militar de cristianos contra musulmanes que frenara el avance de los segundos. «El rey Pelayo y los suyos se parecen a un grupo de mafiosos que luchaban contra los árabes en Asturias», aduce. Eso sí, en Covadonga ha florecido un próspero negocio turístico promovido por los gobiernos del Principado”. [https://www.elcomercio.es/culturas/libros/libro-kamen-mitos-espana-pelayo-20200302014648-ntrc.html]
La capciosidad y la malicia de este señor, además, no tienen límite. “En esa época no había reyes”. Claro: un reino ocupado por una potencia extranjera, un rey godo legítimo, Rodrigo, muerto en la batalla defendiendo su suelo y el Estado de Hispania descompuesto desde 711… El fin de una dinastía, “en aquella época”, tiene que suponer el inicio de otra. Don Pelayo fue rey porque la saga de los legítimos monarcas toledanos se había extinguido por un acto violento. Don Pelayo no se tituló como rey aunque siempre fue tratado como princeps, el principal de los astures, y fue –funcionalmente, si no de manera nominal- el primer rey de España. Fue él quien posibilitó el inicio de la dinastía de los Reyes Caudillos (cántabros y astures). Fue Pelayo alzado como rey sobre su escudo, al modo germánico, propio de la “democracia guerrera” que era Asturias, y de él se cuenta documentalmente que era noble, de origen regio y spatario de don Rodrigo. Es capcioso decir que no había reyes en tu patria si a tus reyes legítimos los matan unos intrusos, y a tu pueblo lo sojuzgan, hechos ante los que tiene que darse un ínterin de unos años (711-718) para poder llegar reconstruir “la Iglesia y el Ejército de los Godos”, reconstrucción que llevó a cabo el Reino de Asturias.
Es capcioso también el empleo de la palabra “escaramuza” pues, si bien no son creíbles las cifras de las Crónicas, dado el encajonado pasaje de aquel valle de Covadonga, la importancia simbólica que tal hecho de armas ha tenido para la posteridad, sin embargo, no tiene muchos equivalentes en la historia de la Cristiandad, con independencia de que haya sido pequeña o grande tal batalla. Debió haber menos efectivos que en Poitiers, Las Navas o Lepanto, donde la Cristiandad se jugó su existencia, pero su simbolismo y cariz trascendental no fueron menores. Pocas naciones como España se precian de que, tras haber sido sometidas al yugo sarraceno hayan sido capaces de verse libradas de él.
La nación asturiana y su proyecto extendido, España, puede decir con orgullo tal cosa, documentada además en las Crónicas. Nos hemos librado del yugo de los moros gracias a los hechos desencadenados en Covadonga, inicio simbólico de la Reconquista.
Malicioso, muy malicioso es llamar “mafiosos” a don Pelayo y a los astures y godos que se negaron a pagar impuestos y doblar la cerviz ante los moros. ¿Por qué mafiosos ellos, y no los invasores que cobraban impuesto a un pueblo sometido? ¿No es la mafia una organización extorsionadora, que vive de recaudar impuestos a quienes tiene bajo el yugo de las armas y el miedo? Eso exactamente hicieron los musulmanes al quedarse con nuestro suelo no sin terror y sangre. Pero, ante esta tergiversación indigna de alguien que se hace llamar “hispanista”, cabe decir más: ¿Sale gratis insultar a nuestros héroes más queridos? ¿Qué hay de “mafia” en luchar por recuperar la libertad? Mayor mafia me parece usar los medios de comunicación y la propaganda editorial para borrar la memoria de un pueblo. Todavía hoy los aldeanos del entorno de Covadonga y también de la Liébana (donde tuvo lugar una Segunda Covadonga, y en donde los restos del ejército moro fueron masacrados poco después) recuerdan testimonios de aparición de huesos y demás restos de aquella matanza, tantos siglos después.
Hoy está de moda derribar estatuas de Colón, de Cortés o de Pizarro. ¿Harán lo propio con las de Pelayo? Estos presuntos historiadores señalan con el dedo a nuestros héroes empleando términos tales como “mafioso”, y luego en seguida, otros, salvajes y vándalos, aparecerán para que la “desmitificación” se convierta en destrucción. Lo estamos viendo ya en América.
En las mismas declaraciones al diario gijonés El Comercio, el “hispanista” sigue “desmitificando” a Pelayo y su papel en el inicio de la Reconquista haciendo referencia al “floreciente negocio” que el Principado ha montado en torno a este personaje y a sus hechos. Juntamente haciendo eso, este extranjero desliza insinuaciones sobre la falta de identidad de los españoles, la escasez de símbolos comunes y prosigue charlando acerca de la mayor conciencia de identidad regional que nacional que nosotros los españoles poseemos. Precisamente saca a colación el ejemplo de los exiliados republicanos tras el fin de la Guerra Civil, que, según muchos testimonios que nuestro desmitificador quiere ignorar, es un testimonio que desmiente a Kamen: en ellos se aguzó la conciencia de españolidad, si no la tenían antes muy acusada, al verse lejos de su patria. Pero además es que Kamen se mete en un berenjenal tremendo al hacer referencia ignorante al origen del Reino Asturiano. Veámoslo.
El “hispanista” anglo-birmano también quiere pasar por encima de un hecho que, precisamente en Asturias, resulta de lo más palmario: la fortísima conciencia regional que el Principado siempre manifestó a nivel popular (incluso por encima y en contra de sus élites) viene unida de manera indisoluble al orgullo de ser esta nación “madre” de la Nación Española. La asturianía –que no el nacionalismo- viene desde hace siglos vinculada en esa región a la conciencia identitaria de Covadonga, a la idea de que en torno a dicha Cueva nace España, una Hispania totalmente renovada que ya no es patrimonio exclusivo de los godos, ni de etnia alguna, sino de todos los pueblos del solar ibérico que lo regaron con su sangre para ser cristianos y libres. Que venga un extranjero indocumentado a quitarnos nuestros “mitos” y símbolos y que se publicite a bombo y platillo su sartal de necedades sólo responde a la muy profunda labor de zapa no ya de la propia unidad estatal de España, sino de la propia Hispanidad como concepto y como empresa civilizadora del mundo.
Habría que ver qué intereses, no precisamente turísticos pero sí mafiosos, tenebrosamente mafiosos hay detrás de esa arremetida. Se empieza derribando estatuas de Colón y se acaba extendiendo la antropofagia. Se empieza llamando “mafioso” a don Pelayo, o negando su ostensible existencia histórica, y acabamos todos con turbante. Las cosas se ven venir desde muy lejos.
Carlos X. Blanco es escritor, autor de la novela histórica La luz del norte y del estudio De Covadonga a la nación española, con prólogo de Robert Steuckers. Ambos trabajos están editados por EAS.