Negro sobre blanco
El espíritu lógico piensa, profundiza y decide; el ma-te-má-ti-co acepta, sigue y obedece; la realidad es surrealista. Cuando Mr. Trump bromeó (¿conocéis el significado de este verbo?) con inyectar lejía a los estadounidenses, pensé que esa indignación universal en las Sacrosantas Redes, en noticiarios y magazines y colas de toda índole, tenía que ver, considerando el contexto, con lo inadecuado de la frase. Poco después descubrí que la mayor parte de sectores y población escandalizada, analfabeta vital y excesivamente matemática, había tomado las palabras de Trump al pie de-la-le-tra. Lo cual confirma una vez más la abundancia de idiotas sin el más pequeño sentido del humor, sarcasmo o como queráis, cualidad imprescindible de toda mente medianamente capaz. Así es como se crían generaciones de cabezones idiotas, entre el buenismo nazi y la literalidad. Y es que por primera vez en la historia, gracias a las ya viejas “tecnologías”, los brutos, los analfabetos de la vida y abanderados del mal gusto, papás y mamás muchos (y muchas, que sí) de ellos, opinan, son tenidos en cuenta y hasta influyen, cuando no gobiernan. Mentes cuadradas, tituladas por la universidad de la ignorancia en inquisición, persecución y censura, incapaces de encajar chistes absurdos, de distinguir el látigo de su dibujo, la cosa del símbolo, la intención del hecho, van por ahí “haciendo justicia”, indignándose o aplaudiendo a la hora fijada, obedeciendo consignas.
Cada época vive una realidad impensable muchas veces para las siguientes generaciones. Que las leyes y hábitos cambien a lo largo de un siglo nos enseña que a menudo es necesario modificarlos con más rapidez (el tiempo que nos podríamos ahorrar), pero también nos permite apreciar si hubo o no evolución, progreso, o todo lo contrario. El corredor que no mira atrás ha perdido el sentido de la carrera. ¿No se escucha y valora el testimonio de un asesino, y se airean y analizan los “motivos” de su crimen? De igual manera, si estamos preparados para lo anterior, el acceso a textos racistas, machistas, xenófobos, identificados por cada lector dotado del mínimo sentido lógico de fábrica, ayuda a esclarecer mitos, a conocer otras épocas y realidades, a dejar fuera dudas de primera mano, sin intermediarios moralistas. Ni Poe ni Schopenhauer tuvieron la culpa de nacer en sus épocas; sus prejuicios se vieron estratosféricamente superados por sus brillantes obras. ¿Y tú, falso indignado, qué más sabes hacer cuando ya lo has destrozado todo?
El espíritu lógico piensa, profundiza y decide; el ma-te-má-ti-co acepta, sigue y obedece; la realidad es surrealista. Cuando Mr. Trump bromeó (¿conocéis el significado de este verbo?) con inyectar lejía a los estadounidenses, pensé que esa indignación universal en las Sacrosantas Redes, en noticiarios y magazines y colas de toda índole, tenía que ver, considerando el contexto, con lo inadecuado de la frase. Poco después descubrí que la mayor parte de sectores y población escandalizada, analfabeta vital y excesivamente matemática, había tomado las palabras de Trump al pie de-la-le-tra. Lo cual confirma una vez más la abundancia de idiotas sin el más pequeño sentido del humor, sarcasmo o como queráis, cualidad imprescindible de toda mente medianamente capaz. Así es como se crían generaciones de cabezones idiotas, entre el buenismo nazi y la literalidad. Y es que por primera vez en la historia, gracias a las ya viejas “tecnologías”, los brutos, los analfabetos de la vida y abanderados del mal gusto, papás y mamás muchos (y muchas, que sí) de ellos, opinan, son tenidos en cuenta y hasta influyen, cuando no gobiernan. Mentes cuadradas, tituladas por la universidad de la ignorancia en inquisición, persecución y censura, incapaces de encajar chistes absurdos, de distinguir el látigo de su dibujo, la cosa del símbolo, la intención del hecho, van por ahí “haciendo justicia”, indignándose o aplaudiendo a la hora fijada, obedeciendo consignas.
Cada época vive una realidad impensable muchas veces para las siguientes generaciones. Que las leyes y hábitos cambien a lo largo de un siglo nos enseña que a menudo es necesario modificarlos con más rapidez (el tiempo que nos podríamos ahorrar), pero también nos permite apreciar si hubo o no evolución, progreso, o todo lo contrario. El corredor que no mira atrás ha perdido el sentido de la carrera. ¿No se escucha y valora el testimonio de un asesino, y se airean y analizan los “motivos” de su crimen? De igual manera, si estamos preparados para lo anterior, el acceso a textos racistas, machistas, xenófobos, identificados por cada lector dotado del mínimo sentido lógico de fábrica, ayuda a esclarecer mitos, a conocer otras épocas y realidades, a dejar fuera dudas de primera mano, sin intermediarios moralistas. Ni Poe ni Schopenhauer tuvieron la culpa de nacer en sus épocas; sus prejuicios se vieron estratosféricamente superados por sus brillantes obras. ¿Y tú, falso indignado, qué más sabes hacer cuando ya lo has destrozado todo?











