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Jueves, 18 de Junio de 2020 Tiempo de lectura: Actualizada Lunes, 14 de Junio de 2021 a las 10:49:23 horas
Primer aniversario de su fallecimiento

Jean Raspail, el gran visionario del actual hundimiento de la civilización occidental

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El escritor Jean Raspail moría el sábado 13 de junio de 2020 a los 95 años de edad, al mismo tiempo que, ese mismo día, tanto en Francia como en Estados Unidos, miles de bárbaros se dedicaban a derribar estatuas, quemar monumentos, manipular la historia, destrozar tradiciones y arrasar con los principales valores y símbolos de la civilización occidental. 

 

Jean Raspail moría y, mientras tanto, en las calles de París una multitud alentada por la extrema-izquierda gala, y disfrazada de “antirracista”, atacaba a la Policía, perseguía a los judíos, insultaba a los ciudadanos blancos y seducía a los medios de comunicación del sistema, convertidos ya definitivamente y sin remisión en los grandes enemigos del pueblo. Jean Raspail moría, y apenas unas horas después de su deceso, en Dijon estallaban feroces enfrentamientos armados entre las comunidades chechena y magrebí de la región. El multiculturalismo socialdemócrata francés hacía aguas, una vez más, mientras los kalashnikov, las pistolas automáticas y los pequeños explosivos aterraban a los vecinos de la capital de la Borgoña en una escena dramática de hundimiento civilizacional que podía haber salido perfectamente de la novela El desembarco (también conocida como El campo de los santos) que Raspail publicó en 1973. Tal y como ha explicado el escritor y periodista Ivan Rioufol, “Jean Raspail murió el mismo día que Francia fue designada, por minorías violentas que reclamaban sus razas y sus orígenes, como el enemigo a matar y reemplazar. El escritor pudo encontrar allí el homenaje más hermoso a su lucidez. El 13 de junio de 2020, sí, la historia le dio la razón”.

 

Raspail, aventurero, explorador fascinado por la Antártida y escritor, se presentó ante el mundo antes de tiempo y con una novela visionaria que entusiasmó a bastantes e indignó a muchos otros: El desembarco, de la que se han vendido más de medio millón de ejemplares, mostraba hace ya medio siglo un escenario que hoy nos es muy familiar cuando vemos lo que está sucediendo con los movimientos migratorios a lo largo y ancho de Europa. Pero, hace casi medio siglo, cuando Raspail comenzó a intuir lo que se avecinaba, la obra levantó, sobre todo, estupor, odio, indiferencia y desprecio.

 

[Img #20150]La novela se abría con una escena cotidiana que, en su rotundidad, no dejaba indiferente a nadie. Un día como cualquier otro, amanece en Francia, pero lo que los ciudadanos ven es un mundo diferente, un mundo que ha cambiado: las primeras luces del día muestran cientos de barcos herrumbrosos en los que se apiñan un millón de personas que han viajado desde la India a la próspera Europa. A partir de esta escena se suceden los sentimientos (desconcierto, miedo, ira, compasión…) y las reacciones, entre las que la más común es la huida a… ninguna parte.

 

En su relato, más profético aún si se lee en tiempos de la actual pandemia de coronavirus, Raspail presentaba, efectivamente, una ácida crítica del mundo contemporáneo. Sus personajes habían tenido hasta ese momento una existencia plácida, que quedaba rota ante la invasión de miles de pobres. Aparecen periodistas en busca de declaraciones impactantes, informadores-activistas (¿les suena a algo?) que odian a sus compatriotas y a su país hasta el punto de aprovechar a los recién llegados para intentar cambiar a la sociedad, burgueses que esperan todo del Gobierno sin poner nada de su parte, políticos desconcertados que se limitan a convocar comités de expertos. En su momento, la novela pareció una distopía usada para burlarse de una Europa ablandada por el bienestar y el confort, incapaz de compartir ni de defenderse ni de reproducirse. El paso de los años ha convertido El desembarco en una dramática realidad que todo el mundo recuerda, pero de la que nadie quiere hablar.

 

Pero, ¿qué opinaba más recientemente Jean Raspail sobre la inmigración ilegal que asuela actualmente a Europa? En una entrevista publicada en la revista francesa Valeurs Actuelles, y recogida por La Tribuna del País Vasco, el escritor se explicaba de la siguiente manera:

 

“No siento ningún deseo de unirme al inmenso grupo de intelectuales que pierden el tiempo debatiendo sobre la inmigración… Tengo la impresión de que esas discusiones no sirven a ningún propósito. La gente ya lo sabe todo, intuitivamente: que Francia, tal y como nuestros antepasados la diseñaron hace siglos, está desapareciendo. Y que mantenemos al público entretenido al hablar incesantemente de la inmigración sin decir jamás la verdad definitiva. Una verdad que, además, es indecible, como mi amigo Jean Cau advirtió, porque quien la diga es inmediatamente acosado, condenado y luego rechazado”.

 

¿Se está ocultando al pueblo francés la gravedad del problema?

 

Sí, sobre todo por los políticos que están mandando. Públicamente dicen que “todo va bien”, que no hay de qué preocuparse, pero tras las puertas cerradas, reconocen que “sí, estás en lo cierto, hay un auténtico problema”. Tengo varias cartas educativas sobre este asunto que me han enviado prominentes políticos de izquierdas, y también de derechas, a quienes en su momento les envié “El campamento de los cantos” (“El desembarco”, en España). “Pero, entiéndelo: no podemos decirlo”, me decían. Esta gente tiene un doble lenguaje, una doble consciencia. ¡Yo no sé cómo lo consiguen!. Creo que la alarma procede de esto: la gente sabe que se le están ocultando las cosas. Hoy, decenas de millones de personas no se tragan el discurso oficial sobre la inmigración. Ni una sola de ellas se cree que sea una oportunidad para Francia, “une chance pour la France“. Porque la realidad se impone todos los días.

 

¿No cree que sea posible asimilar a los extranjeros recibidos en Francia?

 

No. El modelo de integración no está funcionando. Incluso si unos pocos ilegales más fueran escoltados hasta la frontera y tuviéramos éxito en integrar a los extranjeros un poco más que ahora, sus números no dejarían de crecer y por eso no cambiaría nada el problema fundamental: la invasión continua de Francia y de Europa por un tercer mundo incontable. No soy un profeta, pero puedes ver claramente la fragilidad de esos países, en los que una pobreza inaguantable está asentada, y crece incesantemente al lado de una riqueza indecente. Esas gentes no se vuelven hacia sus gobiernos para protestar. No esperan nada de ellos.

 

Se vuelven hacia nosotros y llegan a Europa en barcos, cada vez más numerosos, hoy en Lampedusa, mañana en todos lados. Nada los desanima. Y gracias al juego demográfico, hacia la década de 2050, habrá tantos franceses indígenas como extranjeros jóvenes en Francia.

 

Muchos serán nacionalizados.

 

Lo cual no quiere decir que se habrán vuelto franceses. Yo no digo que sean gente mala, pero la “nacionalización de papel” no es una nacionalización de corazón. No puedo considerarlos mis compatriotas. Necesitamos endurecer drásticamente la ley, como medida de urgencia.

 

El periodista y escritor José Javier Esparza ha señalado que a este libro siempre le ha pasado lo mismo. “Es como un petardo en la terraza de un bar: todo el mundo se queda en silencio, mirando, sin valor para acercarse a él. Todo lo que Raspail cuenta en esta novela es exactamente lo que la gran mayoría de nuestros conciudadanos no desea oír. Primero: que ya no somos capaces de defender lo que somos. Segundo: que tampoco seremos capaces de defender lo que tenemos. Tercero: que no sabremos defender ni lo que somos ni lo que tenemos, porque muchos decenios de ideología de la culpa y del remordimiento nos han convencido de que somos malos y de que no nos merecemos nuestra prosperidad. Cuarto: que esto llevará inevitablemente a que un día, cualquier día, seamos nosotros mismos los que hundamos el edificio, porque el enemigo –“la bestia”, dice Raspail- no está fuera, sino dentro. Y en cada una de esas constataciones, un nutrido ramillete de reflexiones que nadie puede leer sin un estremecimiento, por su cruel capacidad para dar de lleno en el alma del Occidente contemporáneo”.

 

Jean Raspail fue enterrado hace un año en la iglesia de Saint-Roch de París, vestido con su uniforme azul de oficial naval, que llevaba como miembro de los Navy Writers. Su ataúd había sido cubierto con la bandera azul, blanca y verde de la Patagonia. Y es que cuarenta años atrás, el explorador-escritor había imaginado hacer de esta tierra perdida de América del Sur el lugar de un gran reino literario, fuera del mundo, pero muy real: el Reino de la Patagonia, del cual él sería nombrado cónsul general.

 

Hombre extremadamente culto, fascinado por los pueblos olvidados, las culturas exóticas, los soldados derrotados y las civilizaciones que se derrumban, el hundimiento de la cristiana Constantinopla bajo el asalto musulmán el 29 de mayo de 1453 fue uno de esos episodios que le gustaba recordar. Pero, como explicaba Rioufol, “el escritor también fue el que imaginó los renacimientos en las ruinas dejadas por los demoledores. Esto se debe a que Raspail intuitivamente vio demasiado pronto que su nombre había sido prohibido por el Sistema. Un destino similar había sido soportado en 1968 por el diputado conservador británico Enoch Powell, excluido de la política por haber advertido sobre los peligros de la inmigración masiva. Hoy parece también que las proyecciones de Powell eran correctas...”.

 

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