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Pablo Mosquera
Sábado, 27 de Junio de 2020 Tiempo de lectura:

Contra la Transición democrática

Muchos señalan a Adolfo Suárez como el constructor de un capítulo que bien puede titularse: "De la dictadura a la democracia mediante artes civilizadas". No les falta razón. Sobre todo en boca de aquellos, nuestros padres, a los que tocó vivir el salto de la Monarquía a la República, con toda suerte de enfrentamientos en los que unos y otros pugnaban por sembrar odio y rupturas entre lo que don Antonio Machado llamaba "Las dos Españas". Y que culmina con la guerra incivil con una brutal secuela de muertos, refugiados y vencidos que durante varias décadas sufren el estigma de pertenecer al bando perdedor, en una mezcla muy a la española: rojos y azules; nacionales y comunistas. Lo curioso es que ahora tras la desaparición de los protagonistas en aquella tragedia, cada uno de nosotros podemos decir sin miedo que tanto unos como otros se equivocaron gravemente, o que sería muy complicado situarnos hoy, con la neutralidad de la historia bienintencionada, en cualquiera de los bandos, máxime cuando tales bandos no eran uniformes, fueron variando durante la contienda y se las ingeniaron para que un intento de golpe de Estado fracasara para dar paso a una guerra en la que las potencias europeas aprovecharon como preludio de lo que se avecinaba, la Segunda Guerra Mundial.

 

El General africanista, unificador del bando vencedor, perseguidor del bando vencido, ungido como azote del comunismo y defensor del catolicismo en una "cruzada contra infieles", murió en la cama y se permitió establecer una sucesión que a Dios gracias no se cumplió. Pues tras su muerte, los españoles corrimos en busca de la normalidad democrática. Con todas las zancadillas que pudieron por un bando y por el otro. Pero había gentes con categoría ciudadana de Estado y eso se notó y funcionó.

 

La transición a la modernidad se produce a partir del otoño de 1982. Cuando ganan las elecciones aquellos jóvenes andaluces que desde Suresnes habían tomado las riendas del socialismo, para ganar las elecciones generales y mostrar a los españoles cómo la socialdemocracia podía y debía alternarse con el centro derecha. De tal suerte que son dos los elementos básicos que asientan los nuevos tiempos de convivencia.  La Constitución Española de 1978. El nuevo estilo para la sociedad que impulsa Felipe González. Todo ello, desde la prudencia para evitar abrir heridas y respetar las instituciones como la Monarquía. Si bien hubo un momento muy crítico que culminó  en 1981 mediante el golpe de Estado que protagonizan determinados militares.

 

La asignatura pendiente fue el empeño del nacionalismo vasco en avanzar no ya en el autogobierno, sino en crear conciencia de pueblo con derechos históricos para ser una nación con su propio Estado, y para ello, la banda terrorista ETA era "la vanguardia".  España con las etapas del Gobierno presidido por Felipe González avanzó, dejó de ser una región del norte de África para transformarse en una nación democrática con un Estado de las autonomías del sur de Europa. Claro que había voluntad para crear puntos de encuentro. Claro que había dirigentes socio-políticos con altura de miras. Claro que los poderes fácticos descubrieron que las mayorías del PSOE no eran pasto de miserables. 

 

Faltaban los profetas de la noche. Mirábamos hacia Alemania. No teníamos que buscar ejemplos bolivarianos. El socialismo español se comportó como las grandes socialdemocracias europeas, defendiendo los derechos para los trabajadores, invirtiendo en el denominado Estado del bienestar. Dejando claro que mucho más importante que buscar enfrentamientos entre partidarios de la Monarquía y la República, era que todos/as subiéramos pisos en paz, con dignidad, en igualdad de oportunidades. Y hubo que jugar fuerte con la banda terrorista ETA y sus cómplices. Protegidos por la República Francesa, que ponía precio a su colaboración en la lucha contra el terrorismo.

 

A Felipe le conocí en la capilla ardiente del Parlamento Vasco con motivo del asesinato de mi amigo Fernando Buesa. Me causó una gran impresión. Como me la causaba la inteligencia y control de su amigo Alfonso Guerra. Fueron una dupla inimitable. Quizá con errores como cuando dejó a mi compañero Ricardo García Damborenea, a los pies de los miserables, sin escolta, refugiado en un pueblo de Castilla, por aquel congreso donde algunos ya se habían aburguesado y acudían en coche oficial a Bilbao, mientras los de UGT lo hacían andando y con las heridas abiertas por la persecución que sufría Nico Redondo -padre- por su negativa, como la de Marcelino Camacho, para aceptar ciertos postulados.

 

Pero con todo lo que antecede, Iglesias, Echenique, Montero, Colau, y otros especímenes no les llegan a la altura de los zapatos. Estos "bolcheviques" de nomenclatura a estilo Venezuela, son una casta ignorante, peligrosamente dedicados a sembrar odio y división. Utilizando métodos maniqueos como ese feminismo que ignora algo muy simple: la ciudadanía no tiene género. La lucha por la igualdad siempre ha sido y será rumbo de la izquierda. Pero eso es una cuestión muy diferente a la creación de un Ministerio para manipular a nuestras compañeras contra los varones que, en cuanto se mueven o hablan, son acusados de machistas, como sucedía en los tiempos de Stalin y su hombre ejecutor Beria, con todos los que convenía enviar al Archipiélago Gulag en nombre de una dictadura del proletariado que dio personajes tan siniestros como Ceaucescu, cuyas huellas contemplé en un viaje de solidaridad desde las Juntas Generales de Álava para con Rumanía.

 

No puedo comprender cómo los socialistas españoles consienten lo que está sucediendo. No puedo comprender cómo los altos cargos de la inteligencia permiten la presencia de Iglesias controlando al CNI. No puedo consentir que alguien ponga sus manazas sobre la convivencia que se construyó en 1978. No puedo callar ante la persecución que se está desatando contra Felipe González. Supongo que Baltasar Garzón estará encantado y moviendo el mando a distancia para vengarse de las afrentas recibidas y que afectaron a su carrera profesional- otro error gravísimo y propio de las miserias humanas llevadas a la política y que requiere reparación-.

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