Haciendo el tonto
¿Cómo llamar la atención o explicar un error evidentísimo a un tonto? Quizir: el hecho en sí ya es revelador y supone llamarlo tonto, inevitablemente. Porque lo es y, además, todo ese odio y rencor que proyectará en nosotros lo descubren aún más en su desnuda tontería. ¿Quién gana y para qué? ¿No será mejor permanecer callados ante la gran desfachatez de un tonto? Dicho sea de paso, todos sabemos que el tonto herido, como el jabalí o el león en las mismas condiciones, multiplica su peligrosidad. Así, toda la inteligencia que nos llevó a dicha conclusión queda en nada en el momento en que nuestra imprudencia nos conduce a mostrarle al tonto su tontería. Ello nos sitúa, podría decirse, en un plano aún más tonto que el mismo tonto. Ya lo dejó ver aquel gran tontísimo llamado Aristóteles: inteligencia sin prudencia no es nada. Y esto vale para cualquier contexto y vecindario, para todas las pretensiones e inteligencias y negocios.
Fijaos. Yo podría preguntar: ¿por qué no echáis abajo y pintorreáis las tumbas de míticos rockeros, estrellas de cine, y hacéis lo propio en el Paseo de la Fama, y quemáis sus discos y películas, todas ellas financiadas con el dólar capitalista opresor? No. Os da por Cervantes y el tal, pobre gente en su época, dueña tan solo de sus ideas. ¿Por qué no profanáis la tumba de Steve Jobs? No hay huevos de plantarse a la entrada de una fábrica de armas… Y así podría seguir, interrogando a tontos, ¿para qué? Aquí no hay plan ni diseño. Cada cual barre para casa y mañana será otro virus y otra ley nos sacudirá el bolsillo y la conciencia en nombre del planeta, la salud o la igualdad, mientras los luchadores callejeros destrozan bustos, cabezas, estatuas. El conflicto de intereses bloquea reflexión y acción: ganan la tontería, la cuenta corriente, el escaño. “Pero lo de estos gobernantes no es tontería”, podríais decirme. “Ellos saben exactamente lo que quieren, igual que los manifestantes”. Creen saberlo, os lo digo yo, pero son igual de tontos. ¿Entonces? Fijaos en mí, en este mi artículo. ¿Para qué? Bueno. Hacer el tonto, sabiéndolo, como el payaso, es también jugar a algo diferente: disidir. ¿Para qué? Para nada en el fondo: por instinto.
¿Cómo llamar la atención o explicar un error evidentísimo a un tonto? Quizir: el hecho en sí ya es revelador y supone llamarlo tonto, inevitablemente. Porque lo es y, además, todo ese odio y rencor que proyectará en nosotros lo descubren aún más en su desnuda tontería. ¿Quién gana y para qué? ¿No será mejor permanecer callados ante la gran desfachatez de un tonto? Dicho sea de paso, todos sabemos que el tonto herido, como el jabalí o el león en las mismas condiciones, multiplica su peligrosidad. Así, toda la inteligencia que nos llevó a dicha conclusión queda en nada en el momento en que nuestra imprudencia nos conduce a mostrarle al tonto su tontería. Ello nos sitúa, podría decirse, en un plano aún más tonto que el mismo tonto. Ya lo dejó ver aquel gran tontísimo llamado Aristóteles: inteligencia sin prudencia no es nada. Y esto vale para cualquier contexto y vecindario, para todas las pretensiones e inteligencias y negocios.
Fijaos. Yo podría preguntar: ¿por qué no echáis abajo y pintorreáis las tumbas de míticos rockeros, estrellas de cine, y hacéis lo propio en el Paseo de la Fama, y quemáis sus discos y películas, todas ellas financiadas con el dólar capitalista opresor? No. Os da por Cervantes y el tal, pobre gente en su época, dueña tan solo de sus ideas. ¿Por qué no profanáis la tumba de Steve Jobs? No hay huevos de plantarse a la entrada de una fábrica de armas… Y así podría seguir, interrogando a tontos, ¿para qué? Aquí no hay plan ni diseño. Cada cual barre para casa y mañana será otro virus y otra ley nos sacudirá el bolsillo y la conciencia en nombre del planeta, la salud o la igualdad, mientras los luchadores callejeros destrozan bustos, cabezas, estatuas. El conflicto de intereses bloquea reflexión y acción: ganan la tontería, la cuenta corriente, el escaño. “Pero lo de estos gobernantes no es tontería”, podríais decirme. “Ellos saben exactamente lo que quieren, igual que los manifestantes”. Creen saberlo, os lo digo yo, pero son igual de tontos. ¿Entonces? Fijaos en mí, en este mi artículo. ¿Para qué? Bueno. Hacer el tonto, sabiéndolo, como el payaso, es también jugar a algo diferente: disidir. ¿Para qué? Para nada en el fondo: por instinto.