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Ernesto Ladrón de Guevara
Lunes, 26 de Mayo de 2014 Tiempo de lectura:

La utilidad de la pedagogía

Estos días, a raíz de las expresiones delictivas en las redes sociales, amenazando a políticos, adhiriéndose al asesinato de la presidenta de la Diputación de León, etc, se ha puesto en marcha un mecanismo policial-judicial para perseguir a los twiteros incívicos y aplicarles el peso de la ley.

 

Lo comprendo. Yo mismo fui, en su día, objeto de diatribas y amenazas internautas cuando opté –eso sí, libremente, pues nadie me obligó- por implicarme en los movimientos cívicos contra ETA. Formulé distintas denuncias sin efecto práctico, pues ese intento de persecución hacia mi persona quedó impune. Después de aquello estuve diez años acompañado por escoltas, lo cual no es muy edificante para el desarrollo personal y el enriquecimiento en valores.

 

El problema es que no se logra nada persiguiendo a internautas, incluso cerrando –es evidente que hoy por hoy eso es impensable, aunque día llegará en que ocurra- esas redes sociales. El asunto de fondo es educacional, lo cual nadie se lo ha planteado seriamente hasta ahora. La pregunta es qué tipo de jóvenes estamos formando: ¿individualistas? ¿descomprometidos con la sociedad que les cobija? ¿pasotas e incívicos? ¿insatisfechos con todo lo que se les ha dado?¿muy poco resistentes a la frustración? Son meras preguntas, no afirmaciones. Cualquier generalización, sin duda, es un juicio de valor injusto, pues no toda la juventud está aquejada por esas perturbaciones de la personalidad. Sin embargo, algo anómalo está ocurriendo.

 

Es muy frecuente que cuando un padre-madre intenta poner orden en las conductas de sus hijos, o se les trate con firmeza ante comportamientos inadecuados o inaceptables, éstos respondan: “La culpa es tuya no haberme traído al mundo”. ¿Se imaginan ustedes hace cincuenta o más años, cuando las familias traían al mudo 6, 7, o incluso más hijos, gracias al método Ogino y a las invocaciones religiosas, con una contestación de este cariz? Lo menos que podía ocurrirte es que te dieran un sonoro sopapo, y, sinceramente, pienso que bien merecido.

 

¿Qué es lo que la generación de los ahora sexagenarios y posteriores hemos hecho mal?

 

Transcribo literalmente una reciente información periodística:

 

Golpes. Empujones. Insulto. Humillación. Vejaciones físicas. Dolor. En el cuerpo, sí. Pero, sobre todo, en el alma, hecha jirones tras tantos desgarros. Y muchas lágrimas. Mucho miedo. Hasta terror. Sí, terror. Y la más absoluta incomprensión. Porque el causante de ese infierno es sangre de la propia sangre. Alguien a quien la víctima ha dado la vida, todo tipo de cuidados, mimos, el amor más puro que pueda brotar de un corazón… Porque es su hijo. O su hija.”

 

[…] “El pasado año se produjeron 486 casos en Euskadi que fueron atendidos por forenses, según la memoria del Instituto Vasco de Medicina Legal. Es decir, un 17% más que el ejercicio anterior. Esos episodios, los que llegan a las consultas sanitarias, son solo una parte de los que se registran. La realidad es aún peor. La vergüenza a denunciar al propio hijo o a pedir ayuda; la creencia de que ha sido un arrebato esporádico, excepcional, y que el conflicto se podrá encauzar en breve o, simplemente, el pánico, ocultan decenas de dramas tras las cuatro paredes del propio domicilio. Sin embargo, la creación de programas impulsados por las instituciones está empujando a algunos ciudadanos a dar el paso y a pedir ayuda tras pronunciar unas palabras que nunca se imaginaron que llegarían a juntar: mi hijo (o mi hija) me pega.”

 

No es una suposición, o una especulación infundada esto de la violencia adolescente. Responde a cifras estadísticas y a una alarma en instancias judiciales y de protección al menor.

 

¿Qué es en lo que las instituciones o partidos políticos se han equivocado?

 

Sin lugar a dudas, este tipo de conductas responden a un proceso en el que los niños han estado privados de normas y límites, con conductas caprichosas, con actitudes de sus padres condescendientes, hiperprotectoras, sin exigencia de ningún tipo. Esos niños que yo llamo de “algodón”, han ido desarrollando comportamientos tiranos con sus padres, han sido incapaces de lograr con esfuerzo metas mediatas, no sometidas a la relación estímulo-respuesta, propia de las amebas, sin que los procesos de reflexión, el fortalecimiento de la voluntad, la resistencia a la frustración mediaran entre ese estímulo y esa respuesta.

 

Son personajillos acostumbrados a conseguir todo antes de pronunciar la palabra “quiero”, mimados, habituados a que todo el mundo esté mirándoles para satisfacer la mínima exigencia. De esa manera han ido formando una identidad personal endeble, una autoestima volátil no forjada por el afianzamiento de hábitos logrados con la motivación de logro. Son el tipo de hijos cuyos padres acuden al centro educativo cada vez que el maestro-profesor reprende mínimamente a sus hijos y no digamos si éste les castiga… Muchos de estos padres-madres acuden al tutor cuando sus hijos tienen 13, 14 o 15 años pidiendo ayuda: “Yo no soy capaz de controlar a mi hijo-hija, se me ha ido de las manos”, cuando ya es tarde y reconducir esos comportamientos es casi imposible pues se han afincado en la personalidad como un apéndice de ella.

 

La culpa de todo esto es de diferente causalidad, pero en gran parte originada por la demagogia de los poderes de turno. A los niños se les da todo tipo de protecciones en sus derechos, y está bien, es un requerimiento jurídico. Pero no se les exige nada, no se les imprime en su conciencia las obligaciones que están ligadas a esos derechos, su correspondencia con las implicaciones cívicas, su deber de contribuir a la sociedad para devolver a ésta todo lo que han recibido en protección, en cariño, en educación, en recursos educativos y de asistencia social. No se forma ciudadanos. Y formar valores, educar para la ciudadanía, no se hace con asignaturas, sino con ideas educativas claras, inexistentes en el sistema educativo institucional y, correspondientemente en el seno familiar.

 

Por otra parte,  los padres jóvenes (los que hoy tienen algo más de treinta años pero no llegan a la cuarentena) apenas disponen de tiempo para dedicarse a su tarea de padres. No hay conciliación familiar. Los horarios y jornadas laborales son incompatibles con la atención a los hijos. Y muchos de ellos, también educados en un ambiente muy permisivo y hedonista, eluden las desagradables sensaciones que produce el corregir las conductas de su hijo, imprimirle hábitos primarios básicos que requieren sistematismo y esfuerzo, y la inevitable pedagogía correctiva cuando, como es natural en el ser humano, los niños desbordan toda norma que limita sus comportamientos y los socializan. Con el tiempo, estos padres son víctimas de sus propias carencias y negligencias como progenitores. Lo que siembra se recoge.

 

Por ahí deben ir los esfuerzos, no persiguiendo en twiter a jóvenes fracasados en su desarrollo adolescente. Estos son víctimas de un sistema igualmente fracasado.

 

www.educacionynacionalismo.com

 

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