Una España fallida y bolivariana
Mientras la España socialista comienza a parecerse cada vez más a un vomitivo Estado fallido de tintes bolivarianos y los buitres geoestratégicos se preparan para repartirse los despojos de un país que un día fue clave para la historia de Occidente, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, bordeando el delito de alta traición, no solamente rehusa a hacer frente con todos los recursos a su disposición a la insurrección independentista catalana sino que, además, y en una de las aberraciones políticas más notorias que se ha fraguado en las últimas décadas, gobierna el país con el apoyo carísimo de todos los partidos golpistas, filoterroristas y de extrema-izquierda presentes en el arco parlamentario.
En medio de una pandemia que amenaza con aniquilar social y económicamente a dos generaciones, y al mismo tiempo que el Ejecutivo de Pedro Sánchez se jacta de poner a la Justicia bajo su bota totalitaria, las principales instituciones españolas se revelan ante los ojos pasmados de millones de ciudadanos como entidades radicalmente ineficaces e incapaces de proteger los valores más elementales sobre los que se levanta nuestra Constitución, y, sobre todo, como inútiles organismos burocráticos bien anclados y adocenadas allí donde las élites políticas, económicas y culturales se agazapan cuando todo lo que importa a los hombres y mujeres que día a día hacen España es destruido y quemado por las hordas neocomunistas, sediciosas y filoterroristas que campan a sus anchas y en la más absoluta impunidad.
El Estado español comenzó a encogerse, a hacerse realmente inmerecedor de dicho nombre, hace ya demasiados años, cuando las primeras víctimas del terrorismo etarra comenzaron a vagar por nuestras ciudades sin ningún apoyo institucional, ocultando su condición de víctimas y casi pidiendo perdón por ser familiares de un guardia civil asesinado, de un empresario torturado, de un funcionario secuestrado o de alguien que, simplemente, se encontraba en el momento equivocado en el lugar menos indicado. Sí, el Estado español comenzó a menguar con esos complejos y con esas miserias y, a partir de ahí, se puso en marcha un proceso de descomposición social lento y moroso, pero imparable, que ahora llega a su final alumbrando una infernal geografía de territorios perdidos en la que millones de niños no pueden educarse en español en España, en la que leyes y normas difieren según el lugar del país que se habite, en la que poderosos reinos taifas independentistas cuestionan un día sí y otro también el orden constitucional sin que sufran ninguna consecuencia por ello y en la que apenas quedan elementos comunes que den cuerpo a la nación. En este magma, los que siguen son proyectos normativos que ya está pergeñando el Ejecutivo bolivariano de Sánchez e Iglesias responsable político de más de 40.000 españoles víctimas del Covid-19: debatir el derecho a voto a los adolescentes de 16 años, acabar con los colegios concertados, controlar la libre difusión de informaciones y de opiniones, aumentar los impuestos, multiplicar el gasto público, vaciar las cárceles de presos (especialmente de ETA), imponer un nuevo rosario de leyes coercitivas para luchar contra un inexistente cambio climático, reescribir la historia implantando una nueva memoria colectiva, reducir las horas de empleo, regalar dinero a quienes no deseen trabajar, afianzar a machamartillo todas y cada una de las necedades relacionadas con la ideología de género, imponer restricciones a la propiedad privada, castigar la creación de empresas o cortar de raíz cualquier posibilidad de que la meritocracia triunfe sobre la mediocridad son, efectivamente, algunos de los puntos básicos sobre los que se levanta el Gobierno de extrema-izquierda con el que el Partido Socialista y Podemos, y toda su patulea de corifeos, maltratan a España.
Poco a poco, según van pasando los años y las décadas, vamos dejando atrás numerosos de los grandes futuribles plasmados a lo largo del tiempo por la literatura y el cine, desde el 1984 de George Orwell al Los Angeles de Blade Runner, pasando por la epopeya espacial de 1999, el extraño Regreso al futuro que tenía lugar en el año 2015 o los Días Extraños de Kathryn Bigelow que explotaron en 1999. Pero, ahora, en este 2020, socialistas asilvestrados y fanatizados, comunistas tradicionales, comunistas bolivarianos, filoterroristas y un inmenso rosario de nuevos izquierdistas especializados en expulsar a los estercoleros de la “extrema-derecha” a todos aquellos ciudadanos que no comulgan con la corrección política, con la imposición doctrinal socialdemócrata diseminada por tierra, mar y aire desde los medios de comunicación del sistema (casi todos) o con el totalitarismo difuso manado desde unas instituciones dedocráticas mancilladas hasta la extenuación por un PSOE convertido en una secta que funciona por aclamación de sus bases, están conformando una nueva España (por denominarla de alguna forma) que se levanta, monstruosa, como la primera gran distopía socialista que surge en la Unión Europea en este siglo XXI. Una pesadilla que la sociedad española, representada por una Monarquía dimisionaria, un Estado vendido al mejor postor, un entramado de grandes partidos corruptos y millones de ciudadanos empeñados en lanzarse por el vacío de la oclocracia, parece haberse ganado a pulso y que se ciñe sobre nosotros con la inmensa negrura, el oscurantismo y la barbarie que solamente es capaz de generar una gran alianza nacional-socialista como la liderada por el PSOE con la aquiescencia cómplice del gran capital transnacional, con el silencio cobarde de la Iglesia católica, con el visto bueno de las instituciones comunitarias y con la sonrisa cínica de quienes aplauden tímidamente ante el pasear de un Rey que saben a ciencia cierta que está desnudo.
La idea de la España democrática, y sin duda también la de una Unión Europea con algún tipo de futuro para nuestros hijos, arde sin parar y con ella se quema uno de los grandes proyectos civilizatorios de Occidente, se dilapida un inmenso patrimonio inmaterial de valores, tradiciones, cultura e historia pacientemente levantado a lo largo de varias centurias y se pone punto final, con la aquiescencia cómplice y la renuncia interesada de quienes deberían liderarsu defensa su estricta defensa, a una forma de entender el mundo que, al parecer, ya solamente es defendida y compartida por mujeres y hombres humildes, a los que nadie presta atención desde hace lustros, y que repiten muy alto y muy claro lo que nuestros gobernantes, del liviano Rey Felipe VI hacia abajo, no se atreven a gritar: que la Constitución debe acatarse sin dilación y defenderse con firmeza, que el Estado democrático debe prevalecer y que nuestra patria no puede morir arrasada por una vulgar y repugnante manada de bárbaros liderada por el socialista Pedro Sánchez y amamantada y crecida en buena parte en las escuelas y en las universidades que el ya citado menguante Estado español también en su día abandonó en manos de los más miserables, de los más fanáticos y de los más intolerantes.
Se aproximan tiempos duros. Muy duros. Se avecina una época cruel y corrosiva para nuestro legado civilizacional porque la morralla política que, legal pero ilegítimamente, ha agarrado a España del cuello viene cargada de leyes liberticidas, de decretos impositivos, de doctrinas incendiarias y de soflamas frentepopulistas, pero, sobre todo, viene pertechada con un puñado de armas infames que deconstruyendo al hombre y la mujer, aniquilando la familia tradicional, convirtiendo la educación en adoctrinamiento, reescribiendo la historia, diluyendo nuestra tradición judeocristiana y grecolatina, limitando la libertad de expresión “por nuestro bien”, empequeñeciendo los derechos individuales de las personas, aumentando exponencialmente los presuntos derechos de determinadas minorías, poniendo trabas al desarrollo empresarial, limitando la propiedad privada, castigando a las víctimas y recompensando a los delincuentes, busca arrasar con la nación, el Estado, el entramado constitucional y la sociedad tradicional alumbrando un nuevo orden, que en realidad es muy viejo, en el que, de vez en cuando, todos habremos de repetir, unánimente y al ritmo que marcarán los medios de comunicación del sistema (casi todos), aquello de “la guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza”.
Mientras la España socialista comienza a parecerse cada vez más a un vomitivo Estado fallido de tintes bolivarianos y los buitres geoestratégicos se preparan para repartirse los despojos de un país que un día fue clave para la historia de Occidente, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, bordeando el delito de alta traición, no solamente rehusa a hacer frente con todos los recursos a su disposición a la insurrección independentista catalana sino que, además, y en una de las aberraciones políticas más notorias que se ha fraguado en las últimas décadas, gobierna el país con el apoyo carísimo de todos los partidos golpistas, filoterroristas y de extrema-izquierda presentes en el arco parlamentario.
En medio de una pandemia que amenaza con aniquilar social y económicamente a dos generaciones, y al mismo tiempo que el Ejecutivo de Pedro Sánchez se jacta de poner a la Justicia bajo su bota totalitaria, las principales instituciones españolas se revelan ante los ojos pasmados de millones de ciudadanos como entidades radicalmente ineficaces e incapaces de proteger los valores más elementales sobre los que se levanta nuestra Constitución, y, sobre todo, como inútiles organismos burocráticos bien anclados y adocenadas allí donde las élites políticas, económicas y culturales se agazapan cuando todo lo que importa a los hombres y mujeres que día a día hacen España es destruido y quemado por las hordas neocomunistas, sediciosas y filoterroristas que campan a sus anchas y en la más absoluta impunidad.
El Estado español comenzó a encogerse, a hacerse realmente inmerecedor de dicho nombre, hace ya demasiados años, cuando las primeras víctimas del terrorismo etarra comenzaron a vagar por nuestras ciudades sin ningún apoyo institucional, ocultando su condición de víctimas y casi pidiendo perdón por ser familiares de un guardia civil asesinado, de un empresario torturado, de un funcionario secuestrado o de alguien que, simplemente, se encontraba en el momento equivocado en el lugar menos indicado. Sí, el Estado español comenzó a menguar con esos complejos y con esas miserias y, a partir de ahí, se puso en marcha un proceso de descomposición social lento y moroso, pero imparable, que ahora llega a su final alumbrando una infernal geografía de territorios perdidos en la que millones de niños no pueden educarse en español en España, en la que leyes y normas difieren según el lugar del país que se habite, en la que poderosos reinos taifas independentistas cuestionan un día sí y otro también el orden constitucional sin que sufran ninguna consecuencia por ello y en la que apenas quedan elementos comunes que den cuerpo a la nación. En este magma, los que siguen son proyectos normativos que ya está pergeñando el Ejecutivo bolivariano de Sánchez e Iglesias responsable político de más de 40.000 españoles víctimas del Covid-19: debatir el derecho a voto a los adolescentes de 16 años, acabar con los colegios concertados, controlar la libre difusión de informaciones y de opiniones, aumentar los impuestos, multiplicar el gasto público, vaciar las cárceles de presos (especialmente de ETA), imponer un nuevo rosario de leyes coercitivas para luchar contra un inexistente cambio climático, reescribir la historia implantando una nueva memoria colectiva, reducir las horas de empleo, regalar dinero a quienes no deseen trabajar, afianzar a machamartillo todas y cada una de las necedades relacionadas con la ideología de género, imponer restricciones a la propiedad privada, castigar la creación de empresas o cortar de raíz cualquier posibilidad de que la meritocracia triunfe sobre la mediocridad son, efectivamente, algunos de los puntos básicos sobre los que se levanta el Gobierno de extrema-izquierda con el que el Partido Socialista y Podemos, y toda su patulea de corifeos, maltratan a España.
Poco a poco, según van pasando los años y las décadas, vamos dejando atrás numerosos de los grandes futuribles plasmados a lo largo del tiempo por la literatura y el cine, desde el 1984 de George Orwell al Los Angeles de Blade Runner, pasando por la epopeya espacial de 1999, el extraño Regreso al futuro que tenía lugar en el año 2015 o los Días Extraños de Kathryn Bigelow que explotaron en 1999. Pero, ahora, en este 2020, socialistas asilvestrados y fanatizados, comunistas tradicionales, comunistas bolivarianos, filoterroristas y un inmenso rosario de nuevos izquierdistas especializados en expulsar a los estercoleros de la “extrema-derecha” a todos aquellos ciudadanos que no comulgan con la corrección política, con la imposición doctrinal socialdemócrata diseminada por tierra, mar y aire desde los medios de comunicación del sistema (casi todos) o con el totalitarismo difuso manado desde unas instituciones dedocráticas mancilladas hasta la extenuación por un PSOE convertido en una secta que funciona por aclamación de sus bases, están conformando una nueva España (por denominarla de alguna forma) que se levanta, monstruosa, como la primera gran distopía socialista que surge en la Unión Europea en este siglo XXI. Una pesadilla que la sociedad española, representada por una Monarquía dimisionaria, un Estado vendido al mejor postor, un entramado de grandes partidos corruptos y millones de ciudadanos empeñados en lanzarse por el vacío de la oclocracia, parece haberse ganado a pulso y que se ciñe sobre nosotros con la inmensa negrura, el oscurantismo y la barbarie que solamente es capaz de generar una gran alianza nacional-socialista como la liderada por el PSOE con la aquiescencia cómplice del gran capital transnacional, con el silencio cobarde de la Iglesia católica, con el visto bueno de las instituciones comunitarias y con la sonrisa cínica de quienes aplauden tímidamente ante el pasear de un Rey que saben a ciencia cierta que está desnudo.
La idea de la España democrática, y sin duda también la de una Unión Europea con algún tipo de futuro para nuestros hijos, arde sin parar y con ella se quema uno de los grandes proyectos civilizatorios de Occidente, se dilapida un inmenso patrimonio inmaterial de valores, tradiciones, cultura e historia pacientemente levantado a lo largo de varias centurias y se pone punto final, con la aquiescencia cómplice y la renuncia interesada de quienes deberían liderarsu defensa su estricta defensa, a una forma de entender el mundo que, al parecer, ya solamente es defendida y compartida por mujeres y hombres humildes, a los que nadie presta atención desde hace lustros, y que repiten muy alto y muy claro lo que nuestros gobernantes, del liviano Rey Felipe VI hacia abajo, no se atreven a gritar: que la Constitución debe acatarse sin dilación y defenderse con firmeza, que el Estado democrático debe prevalecer y que nuestra patria no puede morir arrasada por una vulgar y repugnante manada de bárbaros liderada por el socialista Pedro Sánchez y amamantada y crecida en buena parte en las escuelas y en las universidades que el ya citado menguante Estado español también en su día abandonó en manos de los más miserables, de los más fanáticos y de los más intolerantes.
Se aproximan tiempos duros. Muy duros. Se avecina una época cruel y corrosiva para nuestro legado civilizacional porque la morralla política que, legal pero ilegítimamente, ha agarrado a España del cuello viene cargada de leyes liberticidas, de decretos impositivos, de doctrinas incendiarias y de soflamas frentepopulistas, pero, sobre todo, viene pertechada con un puñado de armas infames que deconstruyendo al hombre y la mujer, aniquilando la familia tradicional, convirtiendo la educación en adoctrinamiento, reescribiendo la historia, diluyendo nuestra tradición judeocristiana y grecolatina, limitando la libertad de expresión “por nuestro bien”, empequeñeciendo los derechos individuales de las personas, aumentando exponencialmente los presuntos derechos de determinadas minorías, poniendo trabas al desarrollo empresarial, limitando la propiedad privada, castigando a las víctimas y recompensando a los delincuentes, busca arrasar con la nación, el Estado, el entramado constitucional y la sociedad tradicional alumbrando un nuevo orden, que en realidad es muy viejo, en el que, de vez en cuando, todos habremos de repetir, unánimente y al ritmo que marcarán los medios de comunicación del sistema (casi todos), aquello de “la guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza”.