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Domingo, 12 de Julio de 2020 Tiempo de lectura:

Europa, Occidente y el conservadurismo del futuro

El futuro de nuestro continente reside en el fomento de Occidente y el cristianismo, y no en el nacionalismo o el ultraliberalismo. Para superar este período tan problemático, los estados europeos no tienen otra opción que reconstruir tanto Europa como el conservadurismo sobre otras bases muy distintas a las de ahora.

 

Las elecciones presidenciales en Polonia, las elecciones municipales en Francia y las luchas internas de la AfD en Alemania han demostrado que, más que nunca antes, y en toda Europa, se está librando la misma batalla por la orientación interna de las fuerzas conservadoras, y que una mera unidad política sin una verdadera unidad ideológica debe conducir, tarde o temprano, a la derrota.

 

Así es como me sentí muy honrado cuando la Stowarzyszenie twórców dla rzeczypospolitej (Asociación de Artistas de la República) -una asociación de intelectuales conservadores polacos cercana al actual Gobierno y dirigida por Zdzisław Krasnodębski- me pidió que redactara un "preámbulo" para una futura confederación europea, porque es más urgente que nunca ir más allá de la negatividad de una mera oposición de principio para desarrollar, más bien, un programa político positivo y claro para una futura Europa. Otras iniciativas de este tipo seguirán sin duda alguna en toda Europa y es de esperar que conduzcan rápidamente a una aclaración ideológica de las posiciones conservadoras y pongan fin así al difícil proceso de autodefinición de los patriotas europeos para desviar finalmente las energías colectivas de la lucha interna a la externa. Dentro de este debate, hay dos aspectos que me parecen de suma importancia:

 

En primer lugar, el tiempo en que cada partido conservador podía desarrollar sus propias respuestas a la crisis, en total separación de sus vecinos, o incluso sobre la base de una idealización romántica y mítica de su propia nación a expensas de las demás, ha terminado - o más bien: debe terminar, si la civilización europea todavía desea tener una oportunidad de supervivencia -. En efecto, las "naciones", aunque sin duda de extrema importancia para Europa, no son la expresión suprema de las sociedades humanas: por encima de ellas están todavía las grandes civilizaciones como la india, la china, la musulmana o la occidental. Por consiguiente, cualquier forma de orgullo nacional sólo puede ser beneficiosa para la actual lucha conservadora europea en la medida en que incluye la conciencia de la importancia fundamental del patrimonio occidental en toda su complejidad, que trasciende con creces los intereses de las meras naciones, así como la conciencia de la urgencia de una defensa común contra el riesgo de una toma de posesión por parte de nihilistas, anarquistas o sociedades paralelas extranjeras, tal como la vemos hoy en día.

 

Europa, una unión necesaria

 

Añádase a esto la dimensión práctica: el marco del Estado-nación se ha vuelto demasiado estrecho para la lucha actual, porque su amenaza no sólo proviene del interior sino también del exterior. Por lo tanto, no es suficiente, o en todo caso ya no es suficiente, que uno u otro Estado europeo decida seguir su propio camino y oponerse al peligro del universalismo políticamente correcto. La alianza malsana entre las instituciones internacionales, los medios de comunicación establecidos, los mercados financieros y las grandes empresas se ha hecho demasiado fuerte para que un solo pueblo europeo pueda resistirla indefinidamente; basta pensar en los constantes intentos de golpear a los Gobiernos conservadores de Polonia o Hungría mediante una campaña mediática sin precedentes, las amenazas de sanciones europeas o el apoyo masivo de la oposición respectiva. Sin la alianza de Visegrado, los Gobiernos de Fidesz y PiS habrían colapsado hace mucho tiempo - ¡imagine lo que una alianza europea de Visegrado sería capaz de lograr!

 

Una cosa debe quedar clara: el resurgimiento de varias docenas de naciones, que viven independientemente unas de otras, salvo por tratados comerciales ocasionales, sería una catástrofe estratégica sin precedentes para Occidente: La mayoría de los muchos estados pequeños y medianos volverían a vivir con el temor de sus vecinos más poderosos, en primer lugar Alemania, y llamarían a su ayuda a potencias externas como Rusia, China, Arabia Saudí o Estados Unidos, convirtiendo así a Europa, como el Sacro Imperio Romano Germánico del siglo XVII, en el tablero de ajedrez de los intereses y el maquiavelismo de sus vecinos.

 

Liberalismo responsable

 

En segundo lugar: el camino ultraliberal, como tan a menudo proponen algunos conservadores, es conservador sólo en apariencia y representa un camino falso, porque es precisamente el ultraliberalismo el que ha estado en la raíz de la mayoría de los problemas que sufrimos hoy en día. Esto también explica por qué uno no puede evitar ser muy escéptico de la nostalgia de las últimas décadas del "viejo y buen siglo XX" que está haciendo furor en algunos círculos conservadores. Por supuesto, el pasado puede y debe inspirarnos, pero no podemos retroceder en el tiempo; y muy a menudo la historia parece más inclinada a dibujar un círculo para volver, bajo nuevas condiciones, a sus orígenes que a retroceder sólo unos pocos años. Esto parece tanto más importante cuanto que la mayoría de los procesos de descomposición que vemos y criticamos hoy en día no proceden de un vacío histórico, sino que son precisamente fruto de esa ideología ultraliberal que caracterizó a la segunda mitad del siglo XX tan a menudo idealizada hoy en día, aunque sus consecuencias perjudiciales sólo se pondrían de manifiesto ahora, a principios del siglo XXI.

 

Es cierto que el ultraliberalismo, mediante la deslocalización, la inmigración o la racionalización, ha hecho posible un impresionante auge económico, ha suavizado un sistema moral que a veces puede parecer hipócrita y ha iniciado una estrecha cooperación entre los Estados europeos con intereses comunes, creando así una fase de transición caracterizada por un apogeo material superficial. Sin embargo, por un lado, como lo expresa tan acertadamente la paradoja de Böckenförde, estos años de vacas gordas dependían de un fundamento moral que a su vez vivía de la sustancia histórica de épocas anteriores. Por otra parte, tarde o temprano, y sin ninguna ruptura real, iban a generar exactamente los problemas a los que nos enfrentamos hoy en día: desindustrialización, migración masiva, individualismo extremo, empobrecimiento de la clase media, pérdida de valores, relativismo judicial, declive de la democracia, aborto masivo y génesis de instituciones internacionales incontroladas.

 

Por supuesto, esta crítica del ultraliberalismo no implica en modo alguno un alegato a favor del otro extremo, es decir, a favor de un sistema socialista centralizado, como el que estamos experimentando ahora cada vez más a través del "socialismo multimillonario". Así, esta curiosa combinación entre el poder plutocrático de unos pocos oligarcas por un lado y las masas trabajadoras paniaguadas, por el otro - un estado de cosas que es la última e inevitable consecuencia del ultraliberalismo, si se piensa en ello -. Nuestra única esperanza, por lo tanto, reside más bien en el camino del justo medio, fundado sobre una base trascendental, y del cual encontramos el ejemplo más perfecto de esto, de acuerdo con nuestra propia civilización, en la doctrina social-cristiana, que trata de encontrar un equilibrio entre el individualismo, la responsabilidad y la caridad.

 

Esto se aplica no sólo al campo económico o social, sino a todos los demás: sin la herencia grecorromana y sobre todo judeo-cristiana, que nos une en toda Europa, el Occidente sería impensable, y sin una referencia positiva a sus raíces, el Occidente debe languidecer sin esperanza de curación. Por lo tanto, cualquier verdadero conservador debe mantener y defender estos fundamentos de nuestra identidad y por lo tanto de una imagen muy específica e incomparable del ser humano, la familia, la sociedad, la nación, el arte y el Occidente, en lugar de debilitarla en nombre de una supuesta autonomía de realización personal. Porque aunque hay muchas otras maneras de acercarse a lo divino, Occidente y el cristianismo están tan intrínsecamente ligados que el camino a la trascendencia se nos facilita a través de la tradición cristiana, que, como lengua materna espiritual, siempre estará más cerca de nosotros.

 

Hesperalismo para una identidad positiva

 

En resumen, para que Europa tenga un verdadero futuro, el conservadurismo tendrá que distanciarse tanto del ultraliberalismo como del nacionalismo, desarrollar un sano patriotismo occidental y atreverse a reclamar su propio patrimonio histórico; una actitud política e identitaria que he denominado "hesperialismo" en mi libro Renovatio Europae (actualmente en prensa en la versión francesa). [N. del T.: también tenemos noticia de que está pronta la versión española].

 

Por un lado, es nuestro deber moral como occidentales defender y transmitir nuestra civilización al margen de sus enemigos, aunque estuviéramos seguros de que nuestros intentos fueran a estar destinados al fracaso, ya que cualquier otra actitud sería una traición a nuestra misión. Sin embargo, no sólo debemos defender nuestra tradición a través de la lucha política, sino también en nuestra vida diaria con nuestro ejemplo personal, para inspirar no sólo una comprensión abstracta de nuestras posiciones en los demás, sino también el amor a nuestra herencia. En los próximos años no faltarán oportunidades para esa lucha, porque la valiente defensa de nuestras familias, barrios o monumentos, así como la labor educativa, asociativa, social, mediática y cultural, será cada vez más importante, ya que la lucha política pasará cada vez más de la lucha por los votantes y las mayorías a una verdadera guerra de civilizaciones, en la que ya no serán los programas y las estadísticas los que importen, sino el carisma, la lealtad personal y la voluntad de tomar medidas concretas aquí y ahora.

 

Y aunque la historia parece querer reforzar temporalmente a nuestros adversarios políticos, la mayoría de los factores están a favor de un conservadurismo hesperialista: la inevitable crisis económica que caracterizará los próximos años acelerará la tendencia al empobrecimiento, la disminución del poder adquisitivo, la polarización social, el exceso de impuestos y la inflación oculta de una manera sin precedentes: una oposición conservadora con un programa social convincente es más necesaria que nunca. Y así como la situación económica empeorará, las fisuras culturales se abrirán peligrosamente en todas partes, como han demostrado los acontecimientos de las últimas semanas, desde Dijon, pasando por Reading, hasta Stuttgart, en toda Europa: una valiente lucha por una cultura occidental de referencia, claramente definida pero abierta a la inclusión, parecerá cada vez más convincente ante un multiculturalismo insípido y autodestructivo, políticamente correcto.

 

Por supuesto, todo esto sólo será posible si la lucha se coordina estrictamente y si la batalla no sólo se libra a nivel nacional, sino también a nivel europeo, de modo que se puedan compensar las consecuencias de las derrotas ocasionales y se intensifiquen los beneficios de las victorias que están por venir. En resumen, no sólo necesitamos el coraje para luchar por la verdad, sino también el coraje para el patriotismo occidental.

 

Fuente:

https://b-mag.news/leurope-et-le-conservatisme-du-futur/

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