ENSAYO
Polonia, el bastión soberanista en la Unión Europea
El nacionalismo conservador polaco lo volvía a hacer. Con la UE (y especialmente Alemania) en contra y bajo la presión de los principales medios de comunicación liberal-progresistas, el PiS (Ley y Justicia) de Jarosław Kaczyński conseguía vencer de nuevo en las elecciones presidenciales de 2020. Su candidato, Andrzej Duda, lograba ser reelegido con récord de participación nacional y con más de 10 millones de votos, pese a que las últimas encuestas daban como ligero favorito al candidato opositor Rafał Trzaskowski.
Ha sido una victoria nacionalista y conservadora fraguada durante meses. El PiS, en la coalición “derecha unida” con Porozumienie de Jarosław Gowin y Solidarna Polska de Zbigniew Ziobro, vencía con mayoría absoluta en las elecciones legislativas previas de octubre 2019, aumentando sus votos y escaños ante el asombro internacional; y donde impactaba, además, el crecimiento del nacionalismo radical y “libertario” de la Konfederacja Wolność i Niepodległość (liderada por Janusz Korwin-Mikke, Robert Winnicki y Grzegorz Braun, y con el líder emergente Krzysztof Bosak). Y en la primera vuelta de estas elecciones presidenciales, el candidato Duda obtendría el primer puesto (aunque sin evitar la segunda vuelta) elevando significativamente sus resultados respecto a su sorpresiva y anterior victoria en 2015 (frente al presidente vigente en esa fecha, Bronisław Komorowski): 8,450,513 de votos (más de 3 millones más) y el 43.50% de los sufragios (9 puntos más).
La supuesta Polonia rural y provincial, obrera y “atrasada” (para los medios liberal-progresistas) vencía a la supuesta Polonia urbana y cosmopolita, burguesa y “avanzada” (para esos mismos medios como la verdadera representante, ni más ni menos, de la democracia). Y la primera seguía creciendo año tras año, de manera más transversal de lo que el marketing político opositor vendía, subrayando, de nuevo en estas elecciones, la posible realidad de una gran “guerra cultural” actual que superaba la vieja dialéctica ideológica entre izquierdas y derechas.
Soberanistas y globalistas se enfrentaban en los medios, en las redes de Polonia y en las urnas de medio mundo, en una Culture war que ponía encima de la mesa el debate civilizatorio sobre diversos temas cruciales, incluso en el seno de la misma Unión Europea: valores tradiciones o posmodernos, ideología familiar o de género, intervención del Estado o preeminencia del Mercado, nativismo o multiculturalidad, corrección política o libertad de expresión. Y que tenía expresión en elecciones cargadas de tensión y controversia, tanto en declaraciones de principios cada vez más diferenciadas (siempre bajo la nueva Inquisición del llamado hate speech) como en coaliciones postelectorales antes imposibles (por ejemplo, entre socialistas y liberales, antiguamente enemigos irreconciliables en los manuales de ciencia política)
Y Polonia, como otros países de Europa del este, mostraba la vigencia, y la diversidad, de las opciones soberanistas (nacionalistas, identitarias, patrióticas, socialconservadoras…), tras su pasado de dominación comunista, y como opción político-social con opciones de Gobierno: la Hungría de Orbán, la Serbia de Vučić, la Eslovenia de Janša, la Republika Srpska de Dodik.., o Croacia entre la tradicional HDZ y el nuevo movimiento patriótico de Miroslav Škoro, o Bulgaria entre los liberales conservadores del primer ministro Borisov (pro-occidental) y los socialistas conservadores del presidente Radev (pro-rruso), o Eslovaquia entre el poder democristiano de OĽaNO y la oposición radical de Kotleba. Realidades plurales, eso sí, condicionadas por dos grandes corrientes como modelos a nivel general: la línea más liberal del soberanismo occidental (del trumpismo norteamericano al diverso nacionalismo identitario europeo) o la línea más estatista del soberanismo oriental en las antiguas repúblicas soviéticas (muy particular en Rusia, Bielorrusia o Moldavia).
El victorioso nacionalismo conservador polaco gobernante, mutatis mutandis, se encontraba, quizás, a medio camino entre Oriente y Occidente: por un lado, participa del grupo “nacional-social” del soberanismo europeo (amplia protección social, destacado intervencionismo económico estatal, control público), pero por otro lado presenta dos particularidades supuestamente vinculadas al grupo “nacional-liberal”: su participación en el llamado “eje euroatlántico” (por el “histórico” enemigo ruso), y su vinculación, fundamental, con la “tradición católica”, cultural y religiosamente.
Bóg, Honor, Ojczyzna. El lema "Dios, Honor y patria", propio de la tradición del ejército polaco, fue recuperado por el Gobierno del PiS. Dios, o la raigambre católica del país, en defensa de la familia natural y contra la ideología de género, ante extraños valores liberal-progresistas a los que había que combatir; Honor, o una transformación sustancial de las instituciones políticas, educativas y judiciales del país, como signo de independencia nacional superando los restos del pasado comunista y las injerencias directas de Bruselas (y especialmente de Berlín); y Patria, o protección de la soberanía propia en una “nueva Europa de las patrias” (respetuosa de la idiosincrasia nacional, como establecía el Grupo de Visegrado al que pertenecía Polonia) frente a la considerada como peligrosa multiculturalidad impuesta (por migraciones ilegales masivas) y frente al denominado como “neocomunista” liberalismo progresista.
La mayoría de los polacos, una y otra vez en las últimas elecciones, habían decidido convertir a Polonia en el gran bastión soberanista, conservador y nacionalista, de la Unión europea. Intentando conciliar modernidad (económica y tecnológica) y tradición (moral y social), su incombustible líder, el polémico y “gemelo” Kaczyński, lograba hacer frente a encuestas, insultos y presiones, y fundamentar con éxito este bastión desde un Estado social muy avanzado y una Nación orgullosamente católica. Un político soltero y consagrado, siempre en segundo plano y adorado por sus seguidores o denostado por sus adversarios, dedicado en cuerpo y alma a la que consideraba como su misión histórica y trascendental: hacer de Polonia "un dique contra el mal que está creciendo en la UE, y que realmente está amenazando nuestra Civilización", la cual solo podía hundir sus raíces en el Cristianismo, ya que no solo se trababa de la “defensa de Polonia y los intereses polacos, sino también de la defensa de nuestra Civilización”.
(*) Sergio Fernández Riquelme es autor del libro Perfiles Identitarios, editado por La Tribuna del País Vasco
El nacionalismo conservador polaco lo volvía a hacer. Con la UE (y especialmente Alemania) en contra y bajo la presión de los principales medios de comunicación liberal-progresistas, el PiS (Ley y Justicia) de Jarosław Kaczyński conseguía vencer de nuevo en las elecciones presidenciales de 2020. Su candidato, Andrzej Duda, lograba ser reelegido con récord de participación nacional y con más de 10 millones de votos, pese a que las últimas encuestas daban como ligero favorito al candidato opositor Rafał Trzaskowski.
Ha sido una victoria nacionalista y conservadora fraguada durante meses. El PiS, en la coalición “derecha unida” con Porozumienie de Jarosław Gowin y Solidarna Polska de Zbigniew Ziobro, vencía con mayoría absoluta en las elecciones legislativas previas de octubre 2019, aumentando sus votos y escaños ante el asombro internacional; y donde impactaba, además, el crecimiento del nacionalismo radical y “libertario” de la Konfederacja Wolność i Niepodległość (liderada por Janusz Korwin-Mikke, Robert Winnicki y Grzegorz Braun, y con el líder emergente Krzysztof Bosak). Y en la primera vuelta de estas elecciones presidenciales, el candidato Duda obtendría el primer puesto (aunque sin evitar la segunda vuelta) elevando significativamente sus resultados respecto a su sorpresiva y anterior victoria en 2015 (frente al presidente vigente en esa fecha, Bronisław Komorowski): 8,450,513 de votos (más de 3 millones más) y el 43.50% de los sufragios (9 puntos más).
La supuesta Polonia rural y provincial, obrera y “atrasada” (para los medios liberal-progresistas) vencía a la supuesta Polonia urbana y cosmopolita, burguesa y “avanzada” (para esos mismos medios como la verdadera representante, ni más ni menos, de la democracia). Y la primera seguía creciendo año tras año, de manera más transversal de lo que el marketing político opositor vendía, subrayando, de nuevo en estas elecciones, la posible realidad de una gran “guerra cultural” actual que superaba la vieja dialéctica ideológica entre izquierdas y derechas.
Soberanistas y globalistas se enfrentaban en los medios, en las redes de Polonia y en las urnas de medio mundo, en una Culture war que ponía encima de la mesa el debate civilizatorio sobre diversos temas cruciales, incluso en el seno de la misma Unión Europea: valores tradiciones o posmodernos, ideología familiar o de género, intervención del Estado o preeminencia del Mercado, nativismo o multiculturalidad, corrección política o libertad de expresión. Y que tenía expresión en elecciones cargadas de tensión y controversia, tanto en declaraciones de principios cada vez más diferenciadas (siempre bajo la nueva Inquisición del llamado hate speech) como en coaliciones postelectorales antes imposibles (por ejemplo, entre socialistas y liberales, antiguamente enemigos irreconciliables en los manuales de ciencia política)
Y Polonia, como otros países de Europa del este, mostraba la vigencia, y la diversidad, de las opciones soberanistas (nacionalistas, identitarias, patrióticas, socialconservadoras…), tras su pasado de dominación comunista, y como opción político-social con opciones de Gobierno: la Hungría de Orbán, la Serbia de Vučić, la Eslovenia de Janša, la Republika Srpska de Dodik.., o Croacia entre la tradicional HDZ y el nuevo movimiento patriótico de Miroslav Škoro, o Bulgaria entre los liberales conservadores del primer ministro Borisov (pro-occidental) y los socialistas conservadores del presidente Radev (pro-rruso), o Eslovaquia entre el poder democristiano de OĽaNO y la oposición radical de Kotleba. Realidades plurales, eso sí, condicionadas por dos grandes corrientes como modelos a nivel general: la línea más liberal del soberanismo occidental (del trumpismo norteamericano al diverso nacionalismo identitario europeo) o la línea más estatista del soberanismo oriental en las antiguas repúblicas soviéticas (muy particular en Rusia, Bielorrusia o Moldavia).
El victorioso nacionalismo conservador polaco gobernante, mutatis mutandis, se encontraba, quizás, a medio camino entre Oriente y Occidente: por un lado, participa del grupo “nacional-social” del soberanismo europeo (amplia protección social, destacado intervencionismo económico estatal, control público), pero por otro lado presenta dos particularidades supuestamente vinculadas al grupo “nacional-liberal”: su participación en el llamado “eje euroatlántico” (por el “histórico” enemigo ruso), y su vinculación, fundamental, con la “tradición católica”, cultural y religiosamente.
Bóg, Honor, Ojczyzna. El lema "Dios, Honor y patria", propio de la tradición del ejército polaco, fue recuperado por el Gobierno del PiS. Dios, o la raigambre católica del país, en defensa de la familia natural y contra la ideología de género, ante extraños valores liberal-progresistas a los que había que combatir; Honor, o una transformación sustancial de las instituciones políticas, educativas y judiciales del país, como signo de independencia nacional superando los restos del pasado comunista y las injerencias directas de Bruselas (y especialmente de Berlín); y Patria, o protección de la soberanía propia en una “nueva Europa de las patrias” (respetuosa de la idiosincrasia nacional, como establecía el Grupo de Visegrado al que pertenecía Polonia) frente a la considerada como peligrosa multiculturalidad impuesta (por migraciones ilegales masivas) y frente al denominado como “neocomunista” liberalismo progresista.
La mayoría de los polacos, una y otra vez en las últimas elecciones, habían decidido convertir a Polonia en el gran bastión soberanista, conservador y nacionalista, de la Unión europea. Intentando conciliar modernidad (económica y tecnológica) y tradición (moral y social), su incombustible líder, el polémico y “gemelo” Kaczyński, lograba hacer frente a encuestas, insultos y presiones, y fundamentar con éxito este bastión desde un Estado social muy avanzado y una Nación orgullosamente católica. Un político soltero y consagrado, siempre en segundo plano y adorado por sus seguidores o denostado por sus adversarios, dedicado en cuerpo y alma a la que consideraba como su misión histórica y trascendental: hacer de Polonia "un dique contra el mal que está creciendo en la UE, y que realmente está amenazando nuestra Civilización", la cual solo podía hundir sus raíces en el Cristianismo, ya que no solo se trababa de la “defensa de Polonia y los intereses polacos, sino también de la defensa de nuestra Civilización”.
(*) Sergio Fernández Riquelme es autor del libro Perfiles Identitarios, editado por La Tribuna del País Vasco