El escritor Antonio Ríos Rojas analiza "La melancolía del cristianismo"
El escritor y articulista de La Tribuna del País Vasco Antonio Ríos Rojas acaba de publicar su libro La melancolía del cristianismo (Homo Legends, 2020), un ensayo excepcional en el que el autor ofrece al lector, en primer lugar, una introducción a la melancolía, preocupándose por definirla, por describirla, en aras de acotar el tema de la investigación. En ella desarrolla su tesis, a saber, la innegable relación entre melancolía y cristianismo o, más concretamente, entre melancolía y catolicismo. Relación que, por otra parte, se ha visto alterada -cuando no negada- por un gran número de teólogos, especialmente a partir de la modernización de la Iglesia. Es precisamente esa asunción de las premisas modernas, esa claudicación ante el mundo, la que ha provocado la difusión de mensajes contradictorios o incluso falsos desde el seno mismo de la Iglesia que han terminado por confundir al católico de a pie.
También el acercamiento al protestantismo, furibundamente antimelancólico, ha propiciado que el catolicismo renuncie a una parte fundamental de su ser. Para ilustrarnos en un tema tan complejo, el autor se sirve, entre otras cosas, de las diferencias entre Burton y Chateaubriand.
El segundo bloque del ensayo presenta un recorrido histórico por el concepto de melancolía. Comienza, como no podía ser de otra manera, con la Grecia clásica. Hipócrates primero y muchos otros después -Platón y Aristóteles entre ellos- trataron de describir este fenómeno cuyo origen desconocían y cuya existencia era indudable.
También durante la Edad Media la melancolía fue objeto de numerosas reflexiones. Los pensadores -cristianos en su mayoría- sostuvieron posturas muy diferentes. Mientras que algunos la veneraban como virtud, otros la tachaban de pecado. Además, la acedia -que sí se contemplaba en la enseñanza de la Iglesia como pecado- se confundió frecuentemente con la melancolía, dificultando su comprensión.
Por último, y para finalizar este recorrido histórico, el autor sostiene que el barroco español es decididamente melancólico. La melancolía, fruto de saberse habitante de otro mundo, fue su seña de identidad; justo al contrario que la Ilustración y la modernidad, para quienes las ataduras al pasado, o incluso su recuerdo, no son sino elementos propios de épocas pasadas e irracionales. La tradición es, para los modernos, improductiva; la melancolía, en cambio, se niega a prescindir de ella.
El tercer y último bloque del libro nos presenta, además de algunas previsiones para el futuro, la encarnación de la melancolía en muchas de las formas típicamente católicas: el canto gregoriano, la Misa, la castidad, etc. Así, el autor termina su obra aseverando lo mismo que aseveró al comienzo: cristianismo y melancolía van necesariamente unidos, y es este el que mejor ha sabido interpretarla en sus diferentes manifestaciones.
El escritor y articulista de La Tribuna del País Vasco Antonio Ríos Rojas acaba de publicar su libro La melancolía del cristianismo (Homo Legends, 2020), un ensayo excepcional en el que el autor ofrece al lector, en primer lugar, una introducción a la melancolía, preocupándose por definirla, por describirla, en aras de acotar el tema de la investigación. En ella desarrolla su tesis, a saber, la innegable relación entre melancolía y cristianismo o, más concretamente, entre melancolía y catolicismo. Relación que, por otra parte, se ha visto alterada -cuando no negada- por un gran número de teólogos, especialmente a partir de la modernización de la Iglesia. Es precisamente esa asunción de las premisas modernas, esa claudicación ante el mundo, la que ha provocado la difusión de mensajes contradictorios o incluso falsos desde el seno mismo de la Iglesia que han terminado por confundir al católico de a pie.
También el acercamiento al protestantismo, furibundamente antimelancólico, ha propiciado que el catolicismo renuncie a una parte fundamental de su ser. Para ilustrarnos en un tema tan complejo, el autor se sirve, entre otras cosas, de las diferencias entre Burton y Chateaubriand.
El segundo bloque del ensayo presenta un recorrido histórico por el concepto de melancolía. Comienza, como no podía ser de otra manera, con la Grecia clásica. Hipócrates primero y muchos otros después -Platón y Aristóteles entre ellos- trataron de describir este fenómeno cuyo origen desconocían y cuya existencia era indudable.
También durante la Edad Media la melancolía fue objeto de numerosas reflexiones. Los pensadores -cristianos en su mayoría- sostuvieron posturas muy diferentes. Mientras que algunos la veneraban como virtud, otros la tachaban de pecado. Además, la acedia -que sí se contemplaba en la enseñanza de la Iglesia como pecado- se confundió frecuentemente con la melancolía, dificultando su comprensión.
Por último, y para finalizar este recorrido histórico, el autor sostiene que el barroco español es decididamente melancólico. La melancolía, fruto de saberse habitante de otro mundo, fue su seña de identidad; justo al contrario que la Ilustración y la modernidad, para quienes las ataduras al pasado, o incluso su recuerdo, no son sino elementos propios de épocas pasadas e irracionales. La tradición es, para los modernos, improductiva; la melancolía, en cambio, se niega a prescindir de ella.
El tercer y último bloque del libro nos presenta, además de algunas previsiones para el futuro, la encarnación de la melancolía en muchas de las formas típicamente católicas: el canto gregoriano, la Misa, la castidad, etc. Así, el autor termina su obra aseverando lo mismo que aseveró al comienzo: cristianismo y melancolía van necesariamente unidos, y es este el que mejor ha sabido interpretarla en sus diferentes manifestaciones.












