Saber, poder y querer
Dicen los que han perdido las elecciones que pensar en pensar debían para buscar el rumbo que han perdido. Y las gentes de mar siempre lo han simplificado. Tomando las referencias náuticas por las estrellas, buscando las construcciones civiles o religiosas al costear por el día. Aquí, la política debe saber que sólo tienen sentido de estar si conectan con pensamientos, palabras y obras del pueblo soberano.
Las buenas gentes están asustadas con la pandemia. No quieren perder la salud. Necesitan confiar en los conocimientos de los expertos, que no son los políticos. Temen que tales malandrines les hagan trampas y les canten milongas. Además, la pandemia tiene una derivada que se manifestará con su peor cara. La pobreza, la falta de recursos para ejercer la dignidad ciudadana, las diferencias mayores entre una inmensa cantidad de seres humanos que pueden convertirse en parias, mientras una minoría compra por casi nada todo lo que se les antoja.
¿Hemos aprendido algo?. No lo tengo por seguro. Ya que seguimos siendo cofrades del capitalismo, la indecencia y la absoluta falta de cultura. Los programas de la televisión sirven de anestésico para las conciencias. Los libros se pierden en las estanterías remotas. Las hermosas librerías de las calles gremiales en los cascos históricos se venden para que ocupen sus espacios las tiendas horteras de suvenires. En vez de huir de los peligros por las aglomeraciones y movilidad, y así estar y conocer esos lugares mágicos, próximos a nosotros, pequeños rincones cargados de historia, dónde es un placer escuchar silencios o conversaciones del paisanaje, nos hacemos miles de kilómetros para presumir al regreso de cómo se ha rendido pleitesía al turismo de postureo.
Una vez me preguntaron cuál era la razón por la que desde que regresé a casa en el 2002, no he vuelto a irme de vacaciones. Contesté que había dos razones. Siempre, dónde quiera que estuviera, ansiaba venir de vacaciones a mi tierra, pueblo, comarca, lugar al norte del norte. Y, además, por ser un privilegiado, que había conseguido vivir en un paraíso dónde las vacaciones eran eternas; así que gozaba con tenerlo todo sólo al salir de mi casa que mira al nordeste marino.
Mi vida transcurre sencilla. Renuncié voluntariamente a pompas, ambiciones políticas y económicas, asfaltos urbanitas y lisonjas tertulianas. Me gusta despertarme con el canto de las gaviotas, la sinfonía de las mareas, las luces que el sol desde el levante proyecta sobre el horizonte marino, y con la única duda que me asalta. ¿A qué playa voy para pensar o leer?. Soy el más rico, precisamente por no tener nada... más que la madre naturaleza y lo necesario para mis necesidades como ser humano integrado en un pueblo de la costa. No espero nada. No deseo nada. Sólo que los míos estén bien, con salud y que acudan a mí siempre que me necesiten: en consejo, opinión o ayuda de médico, que lo seguiré siendo hasta el último día del viaje.
A veces me entra una cierta amargura. Desde mi atalaya observo cómo determinadas tripulaciones de argonautas hacen caso de los cantos de las sirenas, y terminan siendo sus víctimas. A estas alturas seculares, todos deberíamos no confundir las voces con los ecos. No dejarnos embaucar por predicadores de feria. No perder nuestra dignidad por un plato de lentejas.
Manipular siempre ha sido una tentación de los poderes fácticos. Por eso merece la pena refugiarse en gentes inmortales como Julián Marías. El discípulo de Ortega, paladín de verdad y libertad. Sin la primera no es posible ejercer la segunda. Y una señal a modo de faro: "La realidad es problemática, se presenta como una interrogante; hay que hacer un esfuerzo tenaz para iluminarla, aclararla, verter sobre ella una luz que proceda del pensamiento". Ahora me explico porque esos mequetrefes aprendices de Tirano Banderas, quieren arrancar la filosofía del proyecto curricular de nuestros estudiantes.
El 2020 está siendo una pesadilla. Pero si hacemos de la necesidad virtud, descubrimos que tenemos más tiempo para pensar y escudriñar lo que nos dejaron aquellos/as que dedicaron sus vidas para aclarar y compartir herramientas que ordenan el pensamiento de occidente. Desde Don Benito Pérez Galdós, con sus Episodios Nacionales -centenario de su muerte- capaces de hacernos sentir el orgullo hispano más allá del gol de Iniesta hace diez años, hasta las sinfonías y sonatas del gran genio de la música, 250 años del nacimiento de Beethoven, cuya novena sinfonía -Himno de la Alegría- se convirtió en el referente para la UE. Si bien dadas las circunstancias, me inclino a escuchar a modo de marcha procesional por los que se fueron con la pandemia, esa sexta sinfonía, "Patética".
Desgraciadamente, sospecho por conocimientos, que la segunda oleada de la pandemia está en marcha, y tal como era de prever, procedente del continente africano, cuyos temporeros vienen cada verano a matar el hambre trabajando en nuestros campos. Al menos debería hacernos pensar que África existe, y que esos calculados silencios informativos sobre lo que acontece en sus territorios explotados salvajemente por los países "civilizados del norte", pueden jugarnos una mala pasada que ponga en riesgo la salud y confort de Occidente, tal como describe Mario Benedetti en uno de sus hermosos poemas.
No puedo por menos que finalizar mis reflexiones personales haciendo una pregunta. ¿Cuándo descubriremos que el sistema del orden mundial debe cambiar para que todos quepamos con nuestra dignidad y no tengamos que recurrir a los exilios, mientras algunos organizan guerras a beneficio de su industria?.
Me despido con Larra: "Generalmente, se puede asegurar que no hay nada más terrible en la sociedad que el trato de las personas que se sienten con alguna superioridad sobre sus semejante". Dedicado a un tal Pablo Iglesias, residente en Galapagar.
Dicen los que han perdido las elecciones que pensar en pensar debían para buscar el rumbo que han perdido. Y las gentes de mar siempre lo han simplificado. Tomando las referencias náuticas por las estrellas, buscando las construcciones civiles o religiosas al costear por el día. Aquí, la política debe saber que sólo tienen sentido de estar si conectan con pensamientos, palabras y obras del pueblo soberano.
Las buenas gentes están asustadas con la pandemia. No quieren perder la salud. Necesitan confiar en los conocimientos de los expertos, que no son los políticos. Temen que tales malandrines les hagan trampas y les canten milongas. Además, la pandemia tiene una derivada que se manifestará con su peor cara. La pobreza, la falta de recursos para ejercer la dignidad ciudadana, las diferencias mayores entre una inmensa cantidad de seres humanos que pueden convertirse en parias, mientras una minoría compra por casi nada todo lo que se les antoja.
¿Hemos aprendido algo?. No lo tengo por seguro. Ya que seguimos siendo cofrades del capitalismo, la indecencia y la absoluta falta de cultura. Los programas de la televisión sirven de anestésico para las conciencias. Los libros se pierden en las estanterías remotas. Las hermosas librerías de las calles gremiales en los cascos históricos se venden para que ocupen sus espacios las tiendas horteras de suvenires. En vez de huir de los peligros por las aglomeraciones y movilidad, y así estar y conocer esos lugares mágicos, próximos a nosotros, pequeños rincones cargados de historia, dónde es un placer escuchar silencios o conversaciones del paisanaje, nos hacemos miles de kilómetros para presumir al regreso de cómo se ha rendido pleitesía al turismo de postureo.
Una vez me preguntaron cuál era la razón por la que desde que regresé a casa en el 2002, no he vuelto a irme de vacaciones. Contesté que había dos razones. Siempre, dónde quiera que estuviera, ansiaba venir de vacaciones a mi tierra, pueblo, comarca, lugar al norte del norte. Y, además, por ser un privilegiado, que había conseguido vivir en un paraíso dónde las vacaciones eran eternas; así que gozaba con tenerlo todo sólo al salir de mi casa que mira al nordeste marino.
Mi vida transcurre sencilla. Renuncié voluntariamente a pompas, ambiciones políticas y económicas, asfaltos urbanitas y lisonjas tertulianas. Me gusta despertarme con el canto de las gaviotas, la sinfonía de las mareas, las luces que el sol desde el levante proyecta sobre el horizonte marino, y con la única duda que me asalta. ¿A qué playa voy para pensar o leer?. Soy el más rico, precisamente por no tener nada... más que la madre naturaleza y lo necesario para mis necesidades como ser humano integrado en un pueblo de la costa. No espero nada. No deseo nada. Sólo que los míos estén bien, con salud y que acudan a mí siempre que me necesiten: en consejo, opinión o ayuda de médico, que lo seguiré siendo hasta el último día del viaje.
A veces me entra una cierta amargura. Desde mi atalaya observo cómo determinadas tripulaciones de argonautas hacen caso de los cantos de las sirenas, y terminan siendo sus víctimas. A estas alturas seculares, todos deberíamos no confundir las voces con los ecos. No dejarnos embaucar por predicadores de feria. No perder nuestra dignidad por un plato de lentejas.
Manipular siempre ha sido una tentación de los poderes fácticos. Por eso merece la pena refugiarse en gentes inmortales como Julián Marías. El discípulo de Ortega, paladín de verdad y libertad. Sin la primera no es posible ejercer la segunda. Y una señal a modo de faro: "La realidad es problemática, se presenta como una interrogante; hay que hacer un esfuerzo tenaz para iluminarla, aclararla, verter sobre ella una luz que proceda del pensamiento". Ahora me explico porque esos mequetrefes aprendices de Tirano Banderas, quieren arrancar la filosofía del proyecto curricular de nuestros estudiantes.
El 2020 está siendo una pesadilla. Pero si hacemos de la necesidad virtud, descubrimos que tenemos más tiempo para pensar y escudriñar lo que nos dejaron aquellos/as que dedicaron sus vidas para aclarar y compartir herramientas que ordenan el pensamiento de occidente. Desde Don Benito Pérez Galdós, con sus Episodios Nacionales -centenario de su muerte- capaces de hacernos sentir el orgullo hispano más allá del gol de Iniesta hace diez años, hasta las sinfonías y sonatas del gran genio de la música, 250 años del nacimiento de Beethoven, cuya novena sinfonía -Himno de la Alegría- se convirtió en el referente para la UE. Si bien dadas las circunstancias, me inclino a escuchar a modo de marcha procesional por los que se fueron con la pandemia, esa sexta sinfonía, "Patética".
Desgraciadamente, sospecho por conocimientos, que la segunda oleada de la pandemia está en marcha, y tal como era de prever, procedente del continente africano, cuyos temporeros vienen cada verano a matar el hambre trabajando en nuestros campos. Al menos debería hacernos pensar que África existe, y que esos calculados silencios informativos sobre lo que acontece en sus territorios explotados salvajemente por los países "civilizados del norte", pueden jugarnos una mala pasada que ponga en riesgo la salud y confort de Occidente, tal como describe Mario Benedetti en uno de sus hermosos poemas.
No puedo por menos que finalizar mis reflexiones personales haciendo una pregunta. ¿Cuándo descubriremos que el sistema del orden mundial debe cambiar para que todos quepamos con nuestra dignidad y no tengamos que recurrir a los exilios, mientras algunos organizan guerras a beneficio de su industria?.
Me despido con Larra: "Generalmente, se puede asegurar que no hay nada más terrible en la sociedad que el trato de las personas que se sienten con alguna superioridad sobre sus semejante". Dedicado a un tal Pablo Iglesias, residente en Galapagar.