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David Márquez
Lunes, 20 de Julio de 2020 Tiempo de lectura:

La cura

La tengo. Y no solo para el virus, el aburrimiento, la inapetencia y la prisa y muchas otras zancadillas. La llevo conmigo desde hace años. Y conocía sus propiedades e intuí, en el momento de explotar la bomba sanitario-política en auge, que me serviría infaliblemente de ella. Así lo hice y persisto en ello. Solo algunas afortunadas han logrado acceder a la receta, de casualidad, todo hay que decirlo, y beneficiarse de las propiedades que, por otro lado, siempre estuvieron ahí para el mundo. Los portavoces oficiales, las Fuerzas y Cuerpos, vuestro farmacéutico de confianza también la conocen, pero callan y venden soluciones con mucho más margen de beneficio y, sobre todo, con el visto bueno de las Sacrosantas Autoridades Sanitarias. Gran parte de la juventud también está al tanto y, si no como resultado del estudio de unos libros ya inexistentes, como síntoma propio de rebeldía hormonal, hace uso de ella y se beneficia sin saberlo, ignorando la relación entre las diversas patologías mencionadas, por vicio y ganas de juerga, podríamos decir. Los únicos al margen, supuestamente, serían esos miembros de mediana y tercera edad, arcaicos y rurales de espíritu, temerosos de Satanás, la culpa y el mal de ojo, convencidos eternamente de llevar la razón, ignorantes de alto nivel. Pero qué va. Debemos incluir también a muchos jóvenes del ala conformista. Adolecen de tanto miedo, tal tedio, tremenda aceleración de acontecimientos domésticos, que prefieren mantenerse a la orden, calladitos, aguardando su vacuna. Y yo con mi mascarilla egoísta, sin guantes ni casco ni preservativo, deseo dirigirme a vosotros para confirmaros mi inexistente voluntad de compartir mi secreto. Si no lo conocéis ya, ni descubrís por vosotras mismas, no será esta persona que os escribe la que se preocupe de instruiros. Es lo que hay. Tengo la cura, mi cura, y no la comparto, salvo por algún tipo de interés. Qué pasa.

 

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