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Pablo Mosquera
Domingo, 02 de Agosto de 2020 Tiempo de lectura:

Extrañas vacaciones

No recuerdo algo parecido. Llegaba agosto y el país se paraba. La prensa tenía que buscar alguna serpiente de verano. Había entrevistas para aquellos hombres importantes, en ropa informal, descansando y pensando. Sólo los incendios de Galicia y los torneos veraniegos del futbol alteraban las vacaciones del personal que había descubierto la conquista social de las vacaciones estivales en playas y montañas.

 

Muchos lo primero que hacían al llegar al pueblo era olvidarse el reloj. Ahora sería deseable que olvidaran el celular. Había dos personalidades diferenciadas. La urbanita, con traje, camisa y corbata; siempre con prisas. La relajada, en vaqueros, jugando pachangas en los arenales o partidas de tute en aquellas tascas que caminaban hacía cafeterías o heladerías.

 

Pero esta vez nada será igual. La pandemia no dejará descansar a nadie. Los unos, para saber la evolución. Los otros, para atajarla por tierra, mar y aire. Los demás, pendientes de los informativos para saber si la confinación nos obliga a permanecer en el lugar de asueto vacacional más tiempo del que corresponde a las vacaciones reglamentarias. Y, sobre todo, un temor. Si no se encuentra pronto una solución, al regreso podemos perderlo todo, tanto como la salud, la libertad y el trabajo.

 

Por una vez, hasta la política que tantos espacios ocupa, o la farándula vacacional en esos lugares emblemáticos dónde las noches son eternas y el bronceado forma parte del palmito a lucir, quedarán subordinados al transcurrir de un virus que ha dado jaque-mate al modelo económico y social de Occidente.

 

Yo les recomendaría que disfrutaran cada día de agosto. Cada noche paseando con mascarilla entre puertos y cascos históricos. Aprovechen cada minuto. Por un mes, dejen de pensar y apaguen el teléfono. Así, tendrán posibilidades de soñar. Así podrán hacerse fuertes para un incierto regreso a la civilización.

 

No lean los periódicos, ni enciendan el ordenador. Hagan vacaciones como aquellas que empezaron por los años cuarenta. En pueblos pequeños dónde apenas se escuchaban las radios. Dónde el día comenzaba cuando llegaban las botellas de leche. Y lo importante era cómo estaba el tiempo, las mareas y los vientos dominantes.

 

Descubran España, sus comarcas, monumentos religiosos y civiles. Hagan turismo rural, disfrutando de la gastronomía propia de cada rincón. Olviden las guías que recomiendan sofisticadas cocinas. Descubran la cocina tradicional de esos recónditos refugios que son arte tradicional entre recetas y productos propios de un país inmensamente rico en carnes, pescados, mariscos, verduras, y repostería; y, por favor, no sean sibaritas de ocasión. Beban los caldos propios del año, de la cosecha y de la región. Saldrán ganando en todos los órdenes, y siempre estarán formando parte del suelo patrio que habla su propia lengua, sin necesidad de aguantar eufemismos anglosajones y circunspectos restauradores.

 

No forme parte de esas tertulias que se empeñan en mostrar perfil de oráculos enterados con soluciones para el país. Creo que a los únicos que debe preocupar más allá de agosto es al Gobierno, no tanto por la moción de censura que será un brindis al sol, como por la cada vez más complicada convivencia con Podemos y esa Cataluña que todos los septiembres nos organiza una Diada independentista.

 

Es de suponer que las cuentas públicas nos harán retroceder. Menos ingresos. Más gasto social. Una deuda brutal. Y menos mal que tal situación se extiende por toda Europa. Habrá que reconsiderar nuestra forma de vida. Siempre que se plantea como abordar una crisis económica, se repiten las coordenadas. Cifras insoportables de parados. Aumento de la pobreza. Recortes del bienestar.

 

Necesitamos un modelo de sociedad que trabaje y sea creativo. Aunque suene a canción pasada de moda, la palabra clave es sacrificio. Pero para tal cambio en las tendencias, los primeros que deben comportarse así son los mandarines. España se ha convertido en un pozo sin fondo del que algunos viven sin que los demás sepamos para que sirven y cuál es la utilidad que representan para el producir.

 

Ahora sí que es el momento. Sobran políticos. Sobran estructuras creadas por motivos políticos. Sobran sindicalistas liberados. Sobran cadenas de televisión para dar autobombo a los que mandan en cada comunidad. La austeridad y la fiscalidad deberían ser las dos primeras cuestiones del cambio necesario.    

 

Puede que nos vuelvan a confinar. Debemos estar preparados. Hay que hacer como siempre de la necesidad virtud. Debemos usar aquella máxima atribuida a J.F.K. ¿Qué podemos hacer cada uno de nosotros por nuestro país?. No sé si nos han enseñado lo que significa unidad y como de tal actitud se desprende fuerza. Pero sería bueno que alguien fuera capaz de estimular, directa y subliminalmente, tal aptitud.   

 

Tampoco las tengo todas conmigo. No sé si los aplausos a Sánchez eran merecidos o una cortina de humo para tapar el gran fiasco; un aplauso de una casta que se cree como principal beneficiaria de esos miles de millones que llegarán a España. Pero no me fío. Ni sé cuándo llegarán. Ni sé cuanta soberanía deberemos perder y entregar a los prestamistas.    

 

Pero, ¿qué estoy haciendo?. Sin darme cuenta me he puesto a escribir sobre el futuro. Había quedado conmigo mismo que trataría de sacarle tiempo al tiempo presente. Que era el momento para disfrutar de lo próximo. De esa tierra nuestra que representa la primera realidad. Algo tan manido como disfrutar con las cosas sencillas, con el lenguaje de los paisanos, las costumbres de las aldeas, las señas de la naturaleza que hemos descubierto como se beneficia cuando el ser humano se queda quieto. Cómo la contaminación disminuye. Cómo el virus ha sido capaz de sorprender a personajes tan nefastos como el del estropajo en la cabeza que no cree en los cambios climáticos y sus perversas consecuencias para la humanidad. Ojalá a tipos como ese la pandemia le devuelva a su hogar, lo confine y deje de jugar con el resto. La ignorancia debe ser urgentemente sustituida por el conocimiento. Nos va la vida en ello.

 

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