Análisis
¿Es posible una derecha republicana? Reflexiones de un conservador heterodoxo
En marzo de 2014 fui invitado en La Gran Peña a un almuerzo en el que, tras la comida, se exponía por parte del invitado su opinión sobre un tema de actualidad, que luego se sometía a discusión. El tema era si Juan Carlos, después de la crisis de Bostwana, debía abdicar por falta de ejemplaridad. Entre los asistentes al acto se encontraban Don Leandro de Borbón, Fernando Suárez, el general Armando Marchante, Ángel Maestro, Enrique de Aguinaga y algunos más que no recuerdo. Al fondo, una estatua de Alfonso XIII. Un auditorio monárquico, conservador y franquista. Pues bien; no sólo defendí la abdicación del monarca, sino la necesidad de plantear un debate sobre la viabilidad de una república presidencialista. Se me echaron encima. “Sin Monarquía iremos a la guerra civil”, gritaba Don Leandro de Borbón. Otros discutieron mis ideas de forma vehemente. El más elocuente fue Fernando Suárez, que defendió a Juan Carlos I y a la Monarquía. La mayoría se fue sin saludarme. Pocos meses después el monarca abdicaba. Ayer nos enteramos de su salida de España. Grave error histórico. Un monárquico convencido como Tom Burns Marañón predice, en Expansión, el próximo advenimiento de la III República. Todo ello demuestra la gran fragilidad de la institución. En cualquier caso, es más que evidente que la derecha, en su mayoría, tiene auténtico pavor a la república.
Últimamente se ha pretendido fabricar un carisma para Felipe VI. Su discurso del 3 de octubre pudo ser, sin duda, el fundamento de ese carisma; pero careció de apoyos reales y de continuidad en el tiempo. Pronto le cortaron las alas. Y fue mal recibido por un sector de las izquierdas. El atocinado Paul Preston, pésimo historiador, pero influyente histrión pagado por el separatismo catalán, afirmó que podía haber sido redactado por Mariano Rajoy. Los ulteriores discursos de Felipe VI han sido ya difusos, acomodaticios, paternalistas, sin contenido preciso. Y es que la institución carece de autonomía y no puede convertirse en “partido”. En sus viajes y comparecencias se le ve aislado, sin apoyos. El Gobierno de Pedro Sánchez sigue un camino diametralmente opuesto al contenido del discurso real del 3 de octubre de 2017. La huida de su padre tampoco lo favorece a medio plazo. Y no debemos olvidar que su suerte depende de la opinión de las izquierdas. Una campaña de García Ferreras en La Sexta podía dar al traste con la institución en semanas. En febrero de 2014, se hizo público un manifiesto de intelectuales de izquierda pidiendo la III República, entre los firmantes se encontraban niños mimados del régimen actual como José Caballero Bonald, José Luis Abellán, Ángel Viñas, Josep Fontana, Juan Genovés o Nicolás Sánchez Albornoz.
Desde luego, no pretendo que el conjunto de la derecha se convierta al republicanismo. Sería una petulancia, por mi parte, dado que carezco de influencia en esos sectores. Siempre he sido un conservador heterodoxo. Otra cosa es que las tendencias políticas, sociales y mentales de la sociedad española vayan en contra de la Monarquía. Somos un país de profundas desigualdades sociales y económicas, pero muy igualitario de mentalidad. “Nadie es más que nadie”, suele decirse. Quizás porque, como denunciaron Ortega y Gasset y Eugenio D´Ors, la aristocracia no supo o no quiso educar a las masas, se mezcló con ellas y se hizo plebeya de mentalidad, sobe todo en los toros, como se reflejó en la pintura de Goya. A la juventud nadie le ha enseñado a ser monárquica o, por lo menos, a respetar a la institución. Y los más rebeldes expresan su disidencia enarbolando una bandera de la chabacana II República.
En este contexto, creo que un sector de la derecha, necesariamente minoritario, debería defender, ante el vendaval que se nos viene encima, la alternativa de una república presidencialista, frente a la república federal o plurinacional de las izquierdas. Un modelo presidencialista, en el que la suprema magistratura del Estado procede de la elección popular. Su fuente de legitimidad democrática es relativamente directa. Por esa razón, aunque se trate de un candidato nominado por los partidos, una vez llegado al poder se libera de la disciplina partidista y puede esperarse de él cierta independencia. Además, por tener plena base territorial, podría anular los separatismos locales y mantener la unidad nacional. Este presidencialismo puede asegurar la independencia entre el legislativo y el ejecutivo; y, además, se ha demostrado históricamente capaz de limitar la intromisión de ambos en el poder judicial. También elimina la inestabilidad gubernamental y los débiles gabinetes de coalición, a veces subordinados a una exigua minoría. En una República presidencialista el Jefe del Estado puede desempeñar realmente una función arbitral entre los partidos, y posee la ventaja de que, al término de su mandato, el arbitraje retorna al censo electoral; lo que no puede ocurrir con la Monarquía.
La gestión negativa del Jefe del Estado republicano no afecta generalmente a la institución misma, pues al término de su mandato desaparece también la condición misma que le unía a la jefatura del Estado. No ocurre lo mismo bajo el régimen monárquico, donde cualquier actuación discutida, y no sólo pública, del Rey o de su familia afecta negativamente a la institución. Moderar es, en definitiva, una forma de comprometerse, aunque sea levemente, y entraña un desgaste que, por lo general, los monarcas constitucionales suelen rehuir. En ese sentido, el caso español resulta arquetípico. El Rey no gobierna. Sus actuaciones legales no tienen validez si no están refrendadas por uno de sus ministros y ni siquiera está sujeto a responsabilidad. Sólo queda la función moderadora; pero no nos engañemos: el Monarca ni interviene ni modera. ¿Cuando ha mediado en algún conflicto entre los tres poderes?. No lo ha hecho nunca; no lo puede hacer; y el propio Monarca sabe que nunca lo hará. Este es el mensaje que, a mi juicio, habría que transmitir a los sectores más críticos, activos y concienciados de las derechas. Como dijo el gran Charles de Gaulle, un proyecto que abriría “el horizonte de una gran empresa”. Y no digo más.
(*) El profesor Pedro Carlos González Cuevas es uno de los principales expertos españoles en la historia del pensamiento conservador y de derechas. Autor de numerosos libros, su última obra publicada es el ensayo Vox: entre el liberalismo conservador y la derecha identitaria
En marzo de 2014 fui invitado en La Gran Peña a un almuerzo en el que, tras la comida, se exponía por parte del invitado su opinión sobre un tema de actualidad, que luego se sometía a discusión. El tema era si Juan Carlos, después de la crisis de Bostwana, debía abdicar por falta de ejemplaridad. Entre los asistentes al acto se encontraban Don Leandro de Borbón, Fernando Suárez, el general Armando Marchante, Ángel Maestro, Enrique de Aguinaga y algunos más que no recuerdo. Al fondo, una estatua de Alfonso XIII. Un auditorio monárquico, conservador y franquista. Pues bien; no sólo defendí la abdicación del monarca, sino la necesidad de plantear un debate sobre la viabilidad de una república presidencialista. Se me echaron encima. “Sin Monarquía iremos a la guerra civil”, gritaba Don Leandro de Borbón. Otros discutieron mis ideas de forma vehemente. El más elocuente fue Fernando Suárez, que defendió a Juan Carlos I y a la Monarquía. La mayoría se fue sin saludarme. Pocos meses después el monarca abdicaba. Ayer nos enteramos de su salida de España. Grave error histórico. Un monárquico convencido como Tom Burns Marañón predice, en Expansión, el próximo advenimiento de la III República. Todo ello demuestra la gran fragilidad de la institución. En cualquier caso, es más que evidente que la derecha, en su mayoría, tiene auténtico pavor a la república.
Últimamente se ha pretendido fabricar un carisma para Felipe VI. Su discurso del 3 de octubre pudo ser, sin duda, el fundamento de ese carisma; pero careció de apoyos reales y de continuidad en el tiempo. Pronto le cortaron las alas. Y fue mal recibido por un sector de las izquierdas. El atocinado Paul Preston, pésimo historiador, pero influyente histrión pagado por el separatismo catalán, afirmó que podía haber sido redactado por Mariano Rajoy. Los ulteriores discursos de Felipe VI han sido ya difusos, acomodaticios, paternalistas, sin contenido preciso. Y es que la institución carece de autonomía y no puede convertirse en “partido”. En sus viajes y comparecencias se le ve aislado, sin apoyos. El Gobierno de Pedro Sánchez sigue un camino diametralmente opuesto al contenido del discurso real del 3 de octubre de 2017. La huida de su padre tampoco lo favorece a medio plazo. Y no debemos olvidar que su suerte depende de la opinión de las izquierdas. Una campaña de García Ferreras en La Sexta podía dar al traste con la institución en semanas. En febrero de 2014, se hizo público un manifiesto de intelectuales de izquierda pidiendo la III República, entre los firmantes se encontraban niños mimados del régimen actual como José Caballero Bonald, José Luis Abellán, Ángel Viñas, Josep Fontana, Juan Genovés o Nicolás Sánchez Albornoz.
Desde luego, no pretendo que el conjunto de la derecha se convierta al republicanismo. Sería una petulancia, por mi parte, dado que carezco de influencia en esos sectores. Siempre he sido un conservador heterodoxo. Otra cosa es que las tendencias políticas, sociales y mentales de la sociedad española vayan en contra de la Monarquía. Somos un país de profundas desigualdades sociales y económicas, pero muy igualitario de mentalidad. “Nadie es más que nadie”, suele decirse. Quizás porque, como denunciaron Ortega y Gasset y Eugenio D´Ors, la aristocracia no supo o no quiso educar a las masas, se mezcló con ellas y se hizo plebeya de mentalidad, sobe todo en los toros, como se reflejó en la pintura de Goya. A la juventud nadie le ha enseñado a ser monárquica o, por lo menos, a respetar a la institución. Y los más rebeldes expresan su disidencia enarbolando una bandera de la chabacana II República.
En este contexto, creo que un sector de la derecha, necesariamente minoritario, debería defender, ante el vendaval que se nos viene encima, la alternativa de una república presidencialista, frente a la república federal o plurinacional de las izquierdas. Un modelo presidencialista, en el que la suprema magistratura del Estado procede de la elección popular. Su fuente de legitimidad democrática es relativamente directa. Por esa razón, aunque se trate de un candidato nominado por los partidos, una vez llegado al poder se libera de la disciplina partidista y puede esperarse de él cierta independencia. Además, por tener plena base territorial, podría anular los separatismos locales y mantener la unidad nacional. Este presidencialismo puede asegurar la independencia entre el legislativo y el ejecutivo; y, además, se ha demostrado históricamente capaz de limitar la intromisión de ambos en el poder judicial. También elimina la inestabilidad gubernamental y los débiles gabinetes de coalición, a veces subordinados a una exigua minoría. En una República presidencialista el Jefe del Estado puede desempeñar realmente una función arbitral entre los partidos, y posee la ventaja de que, al término de su mandato, el arbitraje retorna al censo electoral; lo que no puede ocurrir con la Monarquía.
La gestión negativa del Jefe del Estado republicano no afecta generalmente a la institución misma, pues al término de su mandato desaparece también la condición misma que le unía a la jefatura del Estado. No ocurre lo mismo bajo el régimen monárquico, donde cualquier actuación discutida, y no sólo pública, del Rey o de su familia afecta negativamente a la institución. Moderar es, en definitiva, una forma de comprometerse, aunque sea levemente, y entraña un desgaste que, por lo general, los monarcas constitucionales suelen rehuir. En ese sentido, el caso español resulta arquetípico. El Rey no gobierna. Sus actuaciones legales no tienen validez si no están refrendadas por uno de sus ministros y ni siquiera está sujeto a responsabilidad. Sólo queda la función moderadora; pero no nos engañemos: el Monarca ni interviene ni modera. ¿Cuando ha mediado en algún conflicto entre los tres poderes?. No lo ha hecho nunca; no lo puede hacer; y el propio Monarca sabe que nunca lo hará. Este es el mensaje que, a mi juicio, habría que transmitir a los sectores más críticos, activos y concienciados de las derechas. Como dijo el gran Charles de Gaulle, un proyecto que abriría “el horizonte de una gran empresa”. Y no digo más.
(*) El profesor Pedro Carlos González Cuevas es uno de los principales expertos españoles en la historia del pensamiento conservador y de derechas. Autor de numerosos libros, su última obra publicada es el ensayo Vox: entre el liberalismo conservador y la derecha identitaria