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Lidia Falcón
Jueves, 13 de Agosto de 2020 Tiempo de lectura:

Carta abierta a Pablo Iglesias, José Luis Martínez Almeida e Isabel Díaz Ayuso

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Me dirijo a ustedes tres porque no sé con precisión a quién en concreto concierne el tema que les planteo, aunque supongo que los tres y cada uno de ustedes tiene competencias y recursos suficientes para resolverlo.

    

Hace unos días, en el patio de la estación de Atocha una muchacha muy joven y bonita, mal vestida y delgada, estaba pidiendo limosna. No era mendiga profesional, ni siquiera sabía qué hacer para llamar la atención de los viajeros. Cuando la dejé me asaltó la certeza de que no le quedaba más camino que la prostitución, por eso me arrepentí enseguida de no habérmela llevado a mi casa, pero cuando regresé a buscarla ya no estaba. Siempre me quedará la angustia de pensar que llegó antes el proxeneta.

 

En el aeropuerto de Barajas, la terminal 4 de Iberia, hay tres hombres varados en la acera de la puerta de llegadas desde hace varios meses pidiendo una ayuda para comer. Eran cocineros y el restaurante donde trabajaban desde hacía varios años cerró con el confinamiento y no ha vuelto a abrir. En una situación desesperada, decidieron gastar todo el dinero que les quedaba en comprar un billete para irse a Colombia donde vive el hermano de uno de ellos. El día que se presentaron con las maletas para embarcar en el avión tanto España como Colombia cerraron sus fronteras y dejaron en tierra de nadie a los tres trabajadores.

 

Con ellos vivieron unos días un grupo de venezolanos y otros peruanos y como eran muchos y la presión de las embajadas de esos países fue eficaz, salieron finalmente de España en vuelos especiales. Nuestros tres compatriotas se quedaron solos pidiendo limosna en la puerta de salida de la terminal 4 del aeropuerto de Barajas. Piden limosna para poder comprar el billete de autobús que les lleve a Cáceres, donde piensan que podrán trabajar en la recogida de tabaco tres meses. Después, Dios o el Diablo dirán.

    

Su caso se ha publicado, TeleMadrid les hizo un reportaje, pero ni las autoridades españoles, que supongo serán ustedes, ni sus cuadros medios ni representantes han dado señal alguna de que les preocupe la situación de esos ciudadanos.

    

Esta mañana, en la plaza de Antón Martín, un muchacho joven, muy delgado, con mascarilla, se me ha acercado y me ha pedido una limosna para desayunar. No era un mendigo, parecía bien educado, quizá con estudios superiores. Ahora me arrepiento de no haberle hecho una entrevista, pero no quería agobiarle. Con mucha humildad y agradecimiento me dijo que con lo que le daba podría desayunar en un bar del barrio.

    

Me siento desolada pensando que cada día voy a encontrarme con casos semejantes o peores. Y por eso les escribo. Ustedes son el vicepresidente 2º de Asuntos Sociales del Gobierno de España, el Alcalde Madrid y la Presidenta de la Comunidad de Madrid, y supongo que alguno de ustedes, o quizá los tres, tienen competencia para resolver el problema de subsistencia, alojamiento y empleo de estas personas, o en todo caso contarán con los correspondientes encargados de ello. Vivimos en un país de la Unión Europea que constituye el grupo de países más ricos, industrializados, desarrollados y defensores de los derechos humanos del mundo, y vuelvo a preguntarme, ¿cómo es posible que en la capital de España, en el barrio Centro, en la estación de la ciudad y en la terminal de la más importante compañía aérea de nuestro país, estén compatriotas nuestros, españoles, tan abandonados e indefensos como aquella muchacha, los cocineros, el joven que no tiene dos euros para desayunar?

 

Ustedes tienen la responsabilidad de los Asuntos Sociales de todo el país, del gobierno de la ciudad y de la Comunidad de la región, ¿y qué programas de asistencia han implementado para atender a los más abandonados? ¿Qué tareas realizan las trabajadoras sociales, el sistema de atención y protección social? ¿Tienen conocimiento ustedes de los problemas de la gente común, esa a la que se refieren continuamente en sus discursos? ¿Y han diseñado algún plan para si no resolverlos al menos paliarlos?

    

Yo sigo con mucha atención las informaciones que me llegan sobre su acción de gobierno, escucho sus discursos y polémicas con la oposición que les critica, y sobre todo tenía confianza en el señor Iglesias, que ocupa la cartera de ayuda a los más desfavorecidos, y en que este Gobierno de izquierda tomaría medidas eficaces para paliar la pobreza y la desigualdad. Pero como hace meses que tropiezo cada día con el más descarnado rostro del hambre, el abandono, la falta de vivienda y de futuro, pierdo la esperanza de que los planes que nos publicitan ustedes se propongan realmente ayudar a los pobres y no sean únicamente discursos electorales.

    

Porque la izquierda que representa usted señor Iglesias no solamente ha de saber ciencia política y hacer bonitos discursos denunciando los defectos que tiene la derecha, también ha de tener sensibilidad. Tiene que emocionarse con los males ajenos y mucho más cuando son responsabilidad política suya. Tiene que sentirse concernido con el fatídico destino de la muchacha de la estación de Atocha, ha de buscar la solución de los trabajadores varados en Barajas que son españoles -ni emigrantes, ni refugiados, ni negros, ni delincuentes, ni narcotraficantes- ha de darle ayuda al joven, también español, que vaga por la calles pidiendo para comer. Porque si estos casos no le conmueven, usted no es de izquierdas.

    

Y a ustedes, señor Almeida y señora Ayuso, que pertenecen a otra línea ideológica, les supongo católicos, y por tanto creyentes en la conmiseración y la caridad que predica su credo, y no hago un llamamiento para que cumplan su obligación de máximos rectores públicos de la ciudad y la Comunidad que, por tanto, tienen recursos para resolver los problemas que he descrito, porque nunca he visto que la derecha acabe con la pobreza y las escandalosas desigualdades que separan a los trabajadores y los oligarcas, sino porque deberían cumplir con la obligación que les ordena su dogma de realizar las Obras de Misericordia que tanto estudiamos en la escuela, donde dar de comer al hambriento, vestir al desnudo y proteger al desamparado rigen sus creencias. Porque si no, ni son católicos ni cristianos ni siquiera humanitarios.

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