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Enrique Arias Vega
Miércoles, 02 de Septiembre de 2020 Tiempo de lectura:

¿De verdad existe la “okupación”?

Ahora que existe la moda negacionista de todo, hasta del coronavirus, se afirma que no se produce ocupación de viviendas expoliadas a sus dueños. Según el alcalde de Valencia, Joan Ribó, no hay problema de okupación, sino de “falta de viviendas”, sobre todo para los jóvenes.

 

La líder anticapitalista andaluza, Teresa Rodríguez, va más allá e insta a ocupar casas, porque eso “es un derecho, no un delito”.

 

La cosa viene de antiguo, Cuando visité el Harlem neoyorkino hace más de veinticinco años, el 40 por ciento de las casas estaban tapiadas para evitar que se entrase ilegalmente en ellas, con lo que el deterioro del barrio era aún más evidente.

 

La okupación de viviendas deshabitadas tiene su filosofía, su razón política y hasta su lógica, remontándose hasta los ateneos libertarios de hace un siglo. Es el movimiento squat, surgido en Europa, de apropiarse temporal o permanentemente de locales desocupados para crear espacios comunitarios. Se trataría, según sus teóricos, de implantar centros con fines sociales, políticos y culturales entre otros. O sea, con un afán más dinamizador del entorno que de envilecimiento del mismo.

 

Siguiendo con esa lógica, algunos propietarios de los inmuebles, sobre todo los de carácter institucional, aceptarían esa situación a cambio de un alquiler simbólico y, sobre todo, del mantenimiento del edificio y la mejora del entorno en vez de su degradación. Tengo, incluso, un familiar que vivió una de esas situaciones con un local londinense que les permitió ocupar una universidad de la zona, a cambio de arreglos, mientras decidía qué hacer con el inmueble.

 

Pero esa es la teoría, claro. La práctica es más prosaica y vil, tratándose del puro y simple expolio de viviendas en cuanto por un motivo u otro se descuidan sus dueños, ya sean éstos fondos buitre o modestos jubilados. Se produce así el efecto favela, de degradación de la zona, con sus secuelas delictivas. A veces, incluso, los okupas son mafiosos que subarriendan a otros congéneres el piso expropiado.

 

Tenemos, pues, al margen de hipotéticas teorías buenistas, un problema creciente de simple delincuencia que se materializa hasta cuando el propietario de un inmueble lo abandona temporalmente para acudir al supermercado. Y eso, dígase lo que se diga, va contra el primer derecho, el del ocupante legítimo, frente a cualquier advenedizo de turno.

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