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Pablo Mosquera
Lunes, 07 de Septiembre de 2020 Tiempo de lectura:

Instituciones entre el recuerdo y la realidad

Galicia y Euskadi tienen nueva legislatura. Ambas comunidades históricas disponen de patrimonio histórico. La primera con los tiempos en que Fraga era motor y conductor. La segunda con los años en que Arzalluz manejaba a su antojo el mando a distancia de Ajuria Enea y del Parlamento en Vitoria. Ambos dirigentes son irrepetibles. Por su personalidad. Por su concepto del Estado. Mientras Don Manuel quería una Galicia que recuperara su lugar en el Estado, más allá de ser la esquina verde de España, Xabier tenía su diseño para construir una nación sin reparar en cómo el terrorismo era moneda de cambio para que Madrid entregara competencias reales a un Estatuto que de llevarse hasta sus últimas consecuencias harían de Euskadi un fragmento de Estado.

 

Sentía envidia. Cada vez que se aprobaba una ley o un presupuesto, desde mi escaño por Álava comparaba mi Galicia natal con aquella Euskadi con poco más de dos millones de habitantes. Policía autonómica. Radio y televisión. Puertos deportivos, pesqueros y comerciales. Servicio Vasco de Salud. Servicios sociales. Estatuto del Consumidor. Y, sobre todo, aquella negociación con ventaja sobre los dineros que recaudaban las haciendas forales por el Concierto Económico y le imponían a los territorios forales por "reparto leonino".

 

A estas fechas resulta muy interesante comprobar la evolución de las tres comunidades "especiales" que contempla la letra de la Constitución española. Cataluña hecha unos zorros. Con una deuda espantosa. Con una división social totalmente alejada del perdido seny. Con unos dirigentes de ínfima categoría. Con un centralismo barcelonés que nos preguntamos cómo lo soportan Tarragona, Gerona y Lérida. Y lo que es peor: el retroceso en la calidad de vida que garantizan los servicios socio-sanitarios, culturales, educativos y convivenciales. ¿Quién podría explicarle tal situación a Tarradellas?.

 

Pero ahora más que nunca, la pandemia es mucho más que un problema coyuntural. Requiere reformas para emprender otro camino. Se terminó la abundancia. Necesitamos instituciones austeras que alcancen la eficiencia administrativa y se alejen del misticismo iluminado de la autodeterminación. Claro que tal comportamiento no depende de la sociedad civil, depende de los dirigentes, cada vez más instalados en su mediocridad y sus ensueños "republicanos". Como si la República fuera una medicina mágica que todo lo cura y la piedra filosofal que convierta las ideas secesionistas en cantidades de euros para invertir. Claro que para esto último inventaron aquel cuento del "España nos roba". 

     

Feijoo ha hecho un discurso donde compromete una legislatura para reconstruir Galicia, adaptarla a las necesidades socio-sanitarias de una pandemia cuyo final se antoja incierto en el tiempo y en las consecuencias. Mientras el Gobierno de Galicia es sólido, los Gobiernos de Cataluña se han convertido en jaulas de grillos que conspiran contra España y cada vez más contra la propia Generalidad.

 

Resulta muy oportuno replantearse el uso de las competencias y capacidades. En el caso de Euskadi ante el peligro que supone una alianza entre Podemos y Bildu. Al menos, los dirigentes instalados en Sabin-Etxea no han perdido el rumbo de aquel PNV fundador de la Internacional Demócrata Cristiana. Por eso, estrechan lazos para apuntalar en Madrid un Estado sin aventuras a no se sabe dónde.

 

He perdido, por el tiempo, la distancia y mi propia voluntad, el pulso de la convivencia socio-política en las calles de Euskadi. Pero espero y deseo que no haya retrocesos. El País Vasco no se puede permitir caer en manos de druidas que conviertan al pueblo en una tribu violenta. Necesitan enterrar para siempre las porquerías que abrieron heridas y enfrentamientos. Por eso, personajes como Iglesias y Otegui no deben meter sus manos en el Gobierno de la Comunidad vasca. Y, por otra parte, las nuevas generaciones deben indagar sobre los episodios sucios que se dieron, alguno de ellos tan elocuentes como el famoso "Informe Navajas" o el comportamiento de aquellos desalmados "patriotas del tiro a escasos centímetros de la nuca". ¡Nunca más!. O cómo mientras algunos nos jugábamos la vida para mantener los principios universales de la dignidad, libertad, democracia y derechos, otros hacían negocios hasta con la seguridad privada, que se convirtió en una de las actividades de servicio que dejaba más beneficios.

 

Galicia se plantea un sistema de asistencia sanitaria en centros de salud que resuelvan más y deriven menos, el reforzamiento de los recursos humanos y materiales-herramientas para enfrentarse a la pandemia, mostrando así para qué vale el autogobierno. La puesta en escena de otro modelo económico que haga renacer un tejido empresarial gallego con capacidad para crear empleo y hacer buen uso de las potencialidades de una comunidad inmensa, rica por naturaleza, culta y con más de 1.600 kilómetros de costa. En tales horizontes, con el año nuevo se abre otro Jacobeo. Una cita cargada de simbología que hará del Camino más viejo de Europa la mejor cita para un turismo de calidad, sensato, sin las soflamas alcohólicas de ciertos lugares en el Mediterráneo. Galicia sigue siendo de lluvia y calma. A los gallegos nos gusta vivir como tales y en gallego, lo que no supone reservas para derechos hacia la autodeterminación. Somos una parte irrenunciable de la Hispanidad. Somos los hermanos de una ingente cantidad de pueblos que forman Hispano-América, y que junto con Portugal, debemos convertir en un eje de intercambios a inventario de la cultura, trabajo, riqueza e investigación. 

 

Me reservo lo que a estas alturas pienso de aquella hortera fórmula de trato. Para los vascos de los tantos apellidos y su mentor Arana, éramos "maketos"; para los catalanes descendientes de Wilfredo el Belloso, éramos "charnegos". Lo sufrimos en silencio y nunca les devolvimos a unos y otros las groserías. Pero tenemos memoria. Para esto, tenemos memoria para la deuda histórica en el trato dispensado por Madrid a la hora de invertir caudales públicos en infraestructuras, o para todos aquellos episodios dónde los catalanes, hijos de la estirpe de los Pujol, se forraban, o los vasquitos de uno y otro bando, como en otra carlistada, se atizaban, en una guerra donde hasta la Iglesia participaba, las potencias europeas hacían negocio, los patricios con residencia entre Bilbao y Madrid, pasando por Donostia, ponían la tinta en las páginas de los sucesos que tanto impresionaban a Gobiernos débiles que necesitaban los escaños del PNV para construir mayorías.       

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