Caterva de políticos que nos lleva a un Estado fallido
Vamos a suponer que hemos caído en las redes de una maléfica trama de manipulación de la realidad, y que no es cierto que exista una organización criminal que conspira para llevarnos a una nueva organización mundial en la que seamos esclavos desarraigados y privados de nuestras más elementales referencias axiológicas, culturales, antropológicas y filogenéticas.
Vamos a suponer que Soros es un personaje de ficción para que creamos que nos llevan a un estado cataléptico y de eliminación de los elementos consustanciales de nuestra forma de ser y de sentir. Vamos a suponer que Bill Gates es un filántropo, eso sí, forrado de dinero, que vela por nuestra seguridad y salud.
Supongamos que, efectivamente, el Covid-19 es un virus que ha generado una pandemia, no una plandemia; y que ha surgido de forma espontánea; y que las medidas adoptadas para contener su difusión son proporcionales, ajustadas a la necesidad y eficaces.
Supongamos todo eso, aunque choque frontalmente con la realidad y con el sentido común de las cosas, que no sé si es tan común ni responde a la lógica formal, disciplina que analiza si el pensamiento analítico responde a reglas matemáticas de obtención de la verdad sobre la realidad.
Supongamos que hacemos un ejercicio meditado, sopesado y contrastado de acercamiento a la realidad de las cosas, mediante análisis sometido a la contrastación científica para conocer lo que realmente está ocurriendo y vislumbrar si existe una realidad oculta. Si hay un mundo paralelo que diseña el futuro de la humanidad, llevándola al logro de fines inconfesables que privarán de una libertad que, hasta el presente, no hemos disfrutado en plenitud. Solamente hemos saboreado un sucedáneo engañoso que nos hacía pensar que la teníamos, pero no.
Partiendo de todos esos supuestos y planteamientos sometidos al juicio de la comprobación mediante ensayo del error verificado, alguien me tiene que explicar lo siguiente, que solamente es un ejemplo, y que mi pobre sentido analítico de las cosas me impide comprender:
¿Cómo es posible que se amenace a los padres con fuertes medidas sancionadoras si no llevan a sus hijos o hijas al colegio desde el primer día, pese a que nos bombardean por tierra, mar y aire las veinticuatro horas del día, sobre la catástrofe pandémica? ¿No es eso coacción?
El Principio 2 de la Declaración de Derechos del Niño de 1959, dice que “el niño gozará de una protección especial y dispondrá de oportunidades y servicios, dispensado todo ello por la ley y por otros medios, para que pueda desarrollarse física, mental, moral, espiritual y socialmente en forma saludable y normal, así como en condiciones de libertad y dignidad. Al promulgar leyes con este fin, la consideración fundamental a que se atenderá será el interés superior del niño. […] El interés superior del niño debe ser el principio rector de quienes tienen la responsabilidad de su educación y orientación; dicha responsabilidad incumbe, en primer término, a sus padres.”
Evidentemente, el concepto responsabilidad lleva implícito el ejercicio de un derecho que es el de los padres como titulares de la toma de decisiones.
¿Es un delito que padres y madres concernidos y preocupados por sus hijos quieran eximirles del riesgo de contagiarse y ser difusores víricos, siguiendo la consigna extendida por todas las televisiones y medios de comunicación subvencionados, al servicio del Gobierno?
¿Cómo se entiende, por ejemplo, que una localidad llamada Santoña, en Cantabria, esté confinada por el crecimiento presumiblemente exponencial de los contagios, y se obligue a los padres a llevar a sus hijos al colegio, con amenaza de sanciones si no lo hacen, cuando se prohíbe a la gente entrar o salir de la Villa? ¿No parece una contradicción? ¿Es o no alarmante que pueda crecer el número de contagiados en esa Villa? En qué quedamos: ¿hay riesgo de contagio masivo o no lo hay?
Insisto en que solamente es una reflexión sobre las incoherencias, contradicciones, donde “digo Diego donde dije digo”, etc. ¿Cómo no vamos a pensar mal sobre el cómputo de disparates y contrasentidos que venimos observando sin interrupción ni pudor de ninguna clase por parte de esta caterva de políticos que nos está llevando a un Estado fallido?
Vamos a suponer que hemos caído en las redes de una maléfica trama de manipulación de la realidad, y que no es cierto que exista una organización criminal que conspira para llevarnos a una nueva organización mundial en la que seamos esclavos desarraigados y privados de nuestras más elementales referencias axiológicas, culturales, antropológicas y filogenéticas.
Vamos a suponer que Soros es un personaje de ficción para que creamos que nos llevan a un estado cataléptico y de eliminación de los elementos consustanciales de nuestra forma de ser y de sentir. Vamos a suponer que Bill Gates es un filántropo, eso sí, forrado de dinero, que vela por nuestra seguridad y salud.
Supongamos que, efectivamente, el Covid-19 es un virus que ha generado una pandemia, no una plandemia; y que ha surgido de forma espontánea; y que las medidas adoptadas para contener su difusión son proporcionales, ajustadas a la necesidad y eficaces.
Supongamos todo eso, aunque choque frontalmente con la realidad y con el sentido común de las cosas, que no sé si es tan común ni responde a la lógica formal, disciplina que analiza si el pensamiento analítico responde a reglas matemáticas de obtención de la verdad sobre la realidad.
Supongamos que hacemos un ejercicio meditado, sopesado y contrastado de acercamiento a la realidad de las cosas, mediante análisis sometido a la contrastación científica para conocer lo que realmente está ocurriendo y vislumbrar si existe una realidad oculta. Si hay un mundo paralelo que diseña el futuro de la humanidad, llevándola al logro de fines inconfesables que privarán de una libertad que, hasta el presente, no hemos disfrutado en plenitud. Solamente hemos saboreado un sucedáneo engañoso que nos hacía pensar que la teníamos, pero no.
Partiendo de todos esos supuestos y planteamientos sometidos al juicio de la comprobación mediante ensayo del error verificado, alguien me tiene que explicar lo siguiente, que solamente es un ejemplo, y que mi pobre sentido analítico de las cosas me impide comprender:
¿Cómo es posible que se amenace a los padres con fuertes medidas sancionadoras si no llevan a sus hijos o hijas al colegio desde el primer día, pese a que nos bombardean por tierra, mar y aire las veinticuatro horas del día, sobre la catástrofe pandémica? ¿No es eso coacción?
El Principio 2 de la Declaración de Derechos del Niño de 1959, dice que “el niño gozará de una protección especial y dispondrá de oportunidades y servicios, dispensado todo ello por la ley y por otros medios, para que pueda desarrollarse física, mental, moral, espiritual y socialmente en forma saludable y normal, así como en condiciones de libertad y dignidad. Al promulgar leyes con este fin, la consideración fundamental a que se atenderá será el interés superior del niño. […] El interés superior del niño debe ser el principio rector de quienes tienen la responsabilidad de su educación y orientación; dicha responsabilidad incumbe, en primer término, a sus padres.”
Evidentemente, el concepto responsabilidad lleva implícito el ejercicio de un derecho que es el de los padres como titulares de la toma de decisiones.
¿Es un delito que padres y madres concernidos y preocupados por sus hijos quieran eximirles del riesgo de contagiarse y ser difusores víricos, siguiendo la consigna extendida por todas las televisiones y medios de comunicación subvencionados, al servicio del Gobierno?
¿Cómo se entiende, por ejemplo, que una localidad llamada Santoña, en Cantabria, esté confinada por el crecimiento presumiblemente exponencial de los contagios, y se obligue a los padres a llevar a sus hijos al colegio, con amenaza de sanciones si no lo hacen, cuando se prohíbe a la gente entrar o salir de la Villa? ¿No parece una contradicción? ¿Es o no alarmante que pueda crecer el número de contagiados en esa Villa? En qué quedamos: ¿hay riesgo de contagio masivo o no lo hay?
Insisto en que solamente es una reflexión sobre las incoherencias, contradicciones, donde “digo Diego donde dije digo”, etc. ¿Cómo no vamos a pensar mal sobre el cómputo de disparates y contrasentidos que venimos observando sin interrupción ni pudor de ninguna clase por parte de esta caterva de políticos que nos está llevando a un Estado fallido?