Editorial de UPyD
¿Monarquía o república? Tercera España
Por su interés, reproducimos íntegramente el comentario editorial que UPyD ha publicado hoy en su página web.
En Suazilandia, un país devastado por el sida, el rey elige a sus mujeres (en la actualidad 14) tras hacerlas bailar semidesnudas. Hace unos años se compró un lujoso jet privado que costó el 25% del presupuesto del país. No es una buena monarquía. En Venezuela tienen un presidente al que su antecesor se le aparece en forma de pajarito. Esto es preocupante, pero lo peor es que tiene la costumbre de encarcelar a los líderes de la oposición y reprimir -en ocasiones hasta la muerte- a los jóvenes que se manifiestan en su contra. No parece una buena república.
Es poco probable que si hoy alguien fundara un nuevo Estado (con la intención de que fuera una democracia, claro) estableciera la monarquía como forma de gobierno (sólo el delirante nacionalismo catalán es capaz de jugar con la idea). Pero, lo cierto es que el mundo ha heredado de la historia un gran número de familias reales que, en los regímenes constitucionales, cumplen un papel simbólico como cabeza del Estado. Y así, frente a Suazilandia, tenemos Suecia, Noruega, Reino Unido o Canadá. De mismo modo, frente a Venezuela, existen Francia, Estados Unidos, Alemania o Finlandia.
Exigir que se elija entre monarquía o república es tramposo: ¿qué tipo de monarquía, qué tipo de república? Plantearlo en términos de monarquía o democracia es sencillamente infame, y que se haga desde una izquierda que sigue teniendo como modelos a Cuba o Venezuela, que es condescendiente con Corea del Norte y que todavía se incomoda cuando le recuerdan a Stalin debería simplemente descalificar a quien lo sostiene. La presencia de guillotinas y otro atrezzo revolucionario en las concentraciones en contra de la Corona deberían provocar escalofríos en quien conozca mínimamente la historia.
Si mañana tuviéramos una república, España seguiría con seis millones de parados, la misma pobreza, la misma corrupción y el mismo modelo de Estado ineficaz. En realidad, a la Corona no le ocurre nada distinto de lo que le pasa al resto de las instituciones españolas. Carece de transparencia y de un marco legal adecuado. Además, el bipartidismo, creyendo que le hacía un favor, ha perjudicado seriamente la imagen de la familia real al protegerlos con descaro ante ciertos escándalos, en especial ante el caso Nóos. Unión Progreso y Democracia ha exigido reformar la Corona para adaptarla a los mismos criterios democráticos que cualquier otro ámbito del Estado. Si PP y PSOE lo hubieran entendido así y no lo hubieran tomado como un intento de devaluar a la jefatura del Estado, quizás hoy la situación sería otra.
¿Quiere esto decir que no se puede cambiar la forma de gobierno? Por supuesto que sí. Pero, digan lo que digan los exaltados, sólo es posible de dos formas: o saltándose la ley o a través de una reforma de la Constitución. Y -como nos recuerda hoy Rosa Díez- si se quiere cambiar la Constitución es imprescindible que se aborden todos los defectos que ha demostrado tener. Por citar sólo uno: prescindir de la provincia como circunscripción para tener una ley electoral justa. Es chocante que la misma izquierda que exige la abolición de la monarquía por un procedimiento ilegal sea la que renuncia a cambiar la ley electoral allí donde puede porque gobierna: Andalucía. No se puede ser más hipócrita.
UPyD no ha querido nunca tomar una posición a favor o en contra de la monarquía porque es un asunto menor que levanta las pasiones y absorbe las energías que el país necesita para las reformas de calado. La igualdad, la libertad y el bienestar de los españoles no dependen de que tengamos un rey o un presidente, sino de que funcionen adecuadamente todas las instituciones, incluida la jefatura del Estado. Es una irresponsabilidad -y señala hacia intereses ocultos- poner la república como el principal objetivo político, por delante, por ejemplo, de la reforma en profundidad del mercado laboral. Esto, en el fondo, lo sabe cualquiera. Lo que ocurre es que a los que viven de la división y del frentismo, este debate les parece un filón.
Ayer anunció el rey Juan Carlos I que abdica la corona en su hijo Felipe. Juan Carlos de Borbón ha sido un personaje clave en la historia de España. Sus principales aciertos fueron tan decisivos que siempre pesarán más que sus errores en la balanza que valore su trabajo. Su marcha se produce en un periodo de incertidumbre como no se había conocido desde los primeros años de su reinado. A un lado, el fracaso de quienes, queriendo apropiarse en exclusiva de los éxitos de la democracia se han negado la reformar lo que no funcionaba; al otro, los que, aprovechando la confusión, no sólo quieren cambiar lo que no funciona, sino también destruir buena parte de lo positivo. En medio, UPyD representa lo que siempre ha representado: la tercera España.
En Suazilandia, un país devastado por el sida, el rey elige a sus mujeres (en la actualidad 14) tras hacerlas bailar semidesnudas. Hace unos años se compró un lujoso jet privado que costó el 25% del presupuesto del país. No es una buena monarquía. En Venezuela tienen un presidente al que su antecesor se le aparece en forma de pajarito. Esto es preocupante, pero lo peor es que tiene la costumbre de encarcelar a los líderes de la oposición y reprimir -en ocasiones hasta la muerte- a los jóvenes que se manifiestan en su contra. No parece una buena república.
Es poco probable que si hoy alguien fundara un nuevo Estado (con la intención de que fuera una democracia, claro) estableciera la monarquía como forma de gobierno (sólo el delirante nacionalismo catalán es capaz de jugar con la idea). Pero, lo cierto es que el mundo ha heredado de la historia un gran número de familias reales que, en los regímenes constitucionales, cumplen un papel simbólico como cabeza del Estado. Y así, frente a Suazilandia, tenemos Suecia, Noruega, Reino Unido o Canadá. De mismo modo, frente a Venezuela, existen Francia, Estados Unidos, Alemania o Finlandia.
Exigir que se elija entre monarquía o república es tramposo: ¿qué tipo de monarquía, qué tipo de república? Plantearlo en términos de monarquía o democracia es sencillamente infame, y que se haga desde una izquierda que sigue teniendo como modelos a Cuba o Venezuela, que es condescendiente con Corea del Norte y que todavía se incomoda cuando le recuerdan a Stalin debería simplemente descalificar a quien lo sostiene. La presencia de guillotinas y otro atrezzo revolucionario en las concentraciones en contra de la Corona deberían provocar escalofríos en quien conozca mínimamente la historia.
Si mañana tuviéramos una república, España seguiría con seis millones de parados, la misma pobreza, la misma corrupción y el mismo modelo de Estado ineficaz. En realidad, a la Corona no le ocurre nada distinto de lo que le pasa al resto de las instituciones españolas. Carece de transparencia y de un marco legal adecuado. Además, el bipartidismo, creyendo que le hacía un favor, ha perjudicado seriamente la imagen de la familia real al protegerlos con descaro ante ciertos escándalos, en especial ante el caso Nóos. Unión Progreso y Democracia ha exigido reformar la Corona para adaptarla a los mismos criterios democráticos que cualquier otro ámbito del Estado. Si PP y PSOE lo hubieran entendido así y no lo hubieran tomado como un intento de devaluar a la jefatura del Estado, quizás hoy la situación sería otra.
¿Quiere esto decir que no se puede cambiar la forma de gobierno? Por supuesto que sí. Pero, digan lo que digan los exaltados, sólo es posible de dos formas: o saltándose la ley o a través de una reforma de la Constitución. Y -como nos recuerda hoy Rosa Díez- si se quiere cambiar la Constitución es imprescindible que se aborden todos los defectos que ha demostrado tener. Por citar sólo uno: prescindir de la provincia como circunscripción para tener una ley electoral justa. Es chocante que la misma izquierda que exige la abolición de la monarquía por un procedimiento ilegal sea la que renuncia a cambiar la ley electoral allí donde puede porque gobierna: Andalucía. No se puede ser más hipócrita.
UPyD no ha querido nunca tomar una posición a favor o en contra de la monarquía porque es un asunto menor que levanta las pasiones y absorbe las energías que el país necesita para las reformas de calado. La igualdad, la libertad y el bienestar de los españoles no dependen de que tengamos un rey o un presidente, sino de que funcionen adecuadamente todas las instituciones, incluida la jefatura del Estado. Es una irresponsabilidad -y señala hacia intereses ocultos- poner la república como el principal objetivo político, por delante, por ejemplo, de la reforma en profundidad del mercado laboral. Esto, en el fondo, lo sabe cualquiera. Lo que ocurre es que a los que viven de la división y del frentismo, este debate les parece un filón.
Ayer anunció el rey Juan Carlos I que abdica la corona en su hijo Felipe. Juan Carlos de Borbón ha sido un personaje clave en la historia de España. Sus principales aciertos fueron tan decisivos que siempre pesarán más que sus errores en la balanza que valore su trabajo. Su marcha se produce en un periodo de incertidumbre como no se había conocido desde los primeros años de su reinado. A un lado, el fracaso de quienes, queriendo apropiarse en exclusiva de los éxitos de la democracia se han negado la reformar lo que no funcionaba; al otro, los que, aprovechando la confusión, no sólo quieren cambiar lo que no funciona, sino también destruir buena parte de lo positivo. En medio, UPyD representa lo que siempre ha representado: la tercera España.