La Tribuna del País Vasco, con el Rey y la Constitución
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La absoluta impunidad e incluso la prepotencia entusiasta con la que el Gobierno de Pedro Sánchez está destrozando la Constitución de 1978 y los principios y valores que ésta representa, revela hasta qué punto indignante las principales instituciones españolas, incluida la Monarquía, han sido incapaces de reaccionar ante el golpe mortal al Estado democrático que el Ejecutivo PSOE-Podemos lleva pergeñando desde el momento primero en el que asaltó el poder con el apoyo barriobajero de los más agresivos nacionalismos periféricos, de los golpistas catalanes y de los filoterroristas vascos.
En apenas unos días, este Gobierno éticamente indecente y políticamente revolucionario en el peor sentido de la palabra ha anunciado abrir el camino a indultar a algunos de los artífices del golpe de Estado catalán, ha negociado los Presupuestos de todos los españoles mirando de tú a tú a un partido de fanáticos miserables que continúan sin condenar el asesinato de 850 personas por la banda terrorista ETA y se ha lanzado a una carrera alocada para la conquista de Madrid buscando expulsar de la comunidad a sus legítimas autoridades autonómicas. Y es que las voraces semillas del totalitarismo rojo que el PSOE y Podemos han plantado a lo largo y ancho de España han ido fructificando generosamente con el apoyo vendido de la mayor parte de los medios de comunicación, con la complicidad sonrojante del gran capital representado por una Ana Botín orgullosamente abrazada al neocomunismo sanchista y con una indignante complacencia europea que para sí quisieran países como Polonia o Hungría, por ejemplo.
Con la Fiscalía General rastreramente puesta al servicio de este Gobierno extremista y radical, con la Abogacía del Estado acallada, con la Justicia acobardada, con las Fuerzas de Seguridad dedicadas a perseguir a los discrepantes ideológicos del Gobierno, con el Ejército convertido en una patética oenegé, amenazado el derecho básico a la propiedad privada y con un control férreo de la información, de la opinión y del pensamiento libre que incluye una intensiva manipulación de la historia, la España democrática que quizás nunca ha existido del todo arde hoy avivada por un movimiento comunista, bolivariano, independentista y fiiloterrorista encabezado por dos fascistas de libro como Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, mediocres, ignorantes, presuntuosos y bravucones como otros fascistas de otros tiempos que también brotaron del movimiento socialista.
Para llevar a cabo este proceso acelerado de cambio de régimen hacia un cada vez más cercano horizonte venezolano, este Gobierno repleto de oclócratas prepotentes y de bárbaros anómicos no solamente ha aprovechado la descomposición social provocada por la pandemia del Covid-19, convertida en España en la más agresiva del mundo gracias a la dejación de responsabilidades del propio Ejecutivo, sino que, además, para alcanzar sus objetivos se ha aliado con los principales liquidadores que ha padecido nuestra democracia a lo largo de las últimas décadas, antiguos terroristas vascos y nuevos golpistas catalanes, fundamentalmente, que ahora se han sumado alegres y combativos a acabar con el último gran símbolo de la Constitución de 1978: la Monarquía.
Los lectores habituales de La Tribuna del País Vasco saben que este ha sido, quizás, el periódico que más duramente ha criticado a la actual Monarquía española. En nuestra opinión, las monarquías europeas, y entre éstas la nuestra, son instituciones extemporáneas, ineficaces e innecesarias muy propias de una civilización decadente como la europea, pero carentes de cualquier argumento sólido de continuidad en el tiempo.
Pero, dicho esto, hoy más que nunca hay que decir también muy alto y muy claro que el rey Felipe VI es el primer y más grande representante del ordenamiento constitucional español y que, por ello, cuando los secuaces totalitarios de Sánchez e Iglesias cargan contra el Monarca con desprecios, insultos y difamaciones, no solamente están atacando al máximo exponente de la democracia española a quien se debe el mayor de los respetos sino que también están tratando de acabar con todo lo que éste todavía representa: un inmenso patrimonio inmaterial de valores, tradiciones, cultura e historia pacientemente levantado a lo largo de varias centurias.
El linchamiento al que hoy está siendo sometido el rey Felipe VI solamente es el último paso en un recorrido infernal perfectamente diseñado por la extrema-izquierda a la que el PSOE ha resucitado de la nada. Se trata, en esencia, de un plan para acabar cuanto antes con la Casa Real como la última institución que continúa representando a un país quizás ya ido para siempre. Y es que cuando millones de niños no pueden educarse en español en España, cuando leyes, normas, oportunidades y obligaciones difieren según el lugar del territorio nacional en el que se habite, cuando poderosos reinos taifas nacionalistas cuestionan un día sí y otro también el orden legal sin que sufran ninguna consecuencia por ello, cuando no existe la separación de poderes, cuando las élites se confunden con los criminales y cuando apenas quedan elementos comunes que den cuerpo a un determinado sentimiento de unidad, difícilmente podemos hablar de nación, pero sí de Estado fallido.
Pues bien, en este punto crucial de nuestra historia, el rey Felipe VI es precisamente eso: la delgada línea que marca la diferencia entre la nación y el Estado fallido, entre el orden y el caos y entre la civilización y la barbarie.
Por ello, hoy más que nunca, La Tribuna del País Vasco está al lado de la Constitución y del Rey. ¡Viva el Rey!
La absoluta impunidad e incluso la prepotencia entusiasta con la que el Gobierno de Pedro Sánchez está destrozando la Constitución de 1978 y los principios y valores que ésta representa, revela hasta qué punto indignante las principales instituciones españolas, incluida la Monarquía, han sido incapaces de reaccionar ante el golpe mortal al Estado democrático que el Ejecutivo PSOE-Podemos lleva pergeñando desde el momento primero en el que asaltó el poder con el apoyo barriobajero de los más agresivos nacionalismos periféricos, de los golpistas catalanes y de los filoterroristas vascos.
En apenas unos días, este Gobierno éticamente indecente y políticamente revolucionario en el peor sentido de la palabra ha anunciado abrir el camino a indultar a algunos de los artífices del golpe de Estado catalán, ha negociado los Presupuestos de todos los españoles mirando de tú a tú a un partido de fanáticos miserables que continúan sin condenar el asesinato de 850 personas por la banda terrorista ETA y se ha lanzado a una carrera alocada para la conquista de Madrid buscando expulsar de la comunidad a sus legítimas autoridades autonómicas. Y es que las voraces semillas del totalitarismo rojo que el PSOE y Podemos han plantado a lo largo y ancho de España han ido fructificando generosamente con el apoyo vendido de la mayor parte de los medios de comunicación, con la complicidad sonrojante del gran capital representado por una Ana Botín orgullosamente abrazada al neocomunismo sanchista y con una indignante complacencia europea que para sí quisieran países como Polonia o Hungría, por ejemplo.
Con la Fiscalía General rastreramente puesta al servicio de este Gobierno extremista y radical, con la Abogacía del Estado acallada, con la Justicia acobardada, con las Fuerzas de Seguridad dedicadas a perseguir a los discrepantes ideológicos del Gobierno, con el Ejército convertido en una patética oenegé, amenazado el derecho básico a la propiedad privada y con un control férreo de la información, de la opinión y del pensamiento libre que incluye una intensiva manipulación de la historia, la España democrática que quizás nunca ha existido del todo arde hoy avivada por un movimiento comunista, bolivariano, independentista y fiiloterrorista encabezado por dos fascistas de libro como Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, mediocres, ignorantes, presuntuosos y bravucones como otros fascistas de otros tiempos que también brotaron del movimiento socialista.
Para llevar a cabo este proceso acelerado de cambio de régimen hacia un cada vez más cercano horizonte venezolano, este Gobierno repleto de oclócratas prepotentes y de bárbaros anómicos no solamente ha aprovechado la descomposición social provocada por la pandemia del Covid-19, convertida en España en la más agresiva del mundo gracias a la dejación de responsabilidades del propio Ejecutivo, sino que, además, para alcanzar sus objetivos se ha aliado con los principales liquidadores que ha padecido nuestra democracia a lo largo de las últimas décadas, antiguos terroristas vascos y nuevos golpistas catalanes, fundamentalmente, que ahora se han sumado alegres y combativos a acabar con el último gran símbolo de la Constitución de 1978: la Monarquía.
Los lectores habituales de La Tribuna del País Vasco saben que este ha sido, quizás, el periódico que más duramente ha criticado a la actual Monarquía española. En nuestra opinión, las monarquías europeas, y entre éstas la nuestra, son instituciones extemporáneas, ineficaces e innecesarias muy propias de una civilización decadente como la europea, pero carentes de cualquier argumento sólido de continuidad en el tiempo.
Pero, dicho esto, hoy más que nunca hay que decir también muy alto y muy claro que el rey Felipe VI es el primer y más grande representante del ordenamiento constitucional español y que, por ello, cuando los secuaces totalitarios de Sánchez e Iglesias cargan contra el Monarca con desprecios, insultos y difamaciones, no solamente están atacando al máximo exponente de la democracia española a quien se debe el mayor de los respetos sino que también están tratando de acabar con todo lo que éste todavía representa: un inmenso patrimonio inmaterial de valores, tradiciones, cultura e historia pacientemente levantado a lo largo de varias centurias.
El linchamiento al que hoy está siendo sometido el rey Felipe VI solamente es el último paso en un recorrido infernal perfectamente diseñado por la extrema-izquierda a la que el PSOE ha resucitado de la nada. Se trata, en esencia, de un plan para acabar cuanto antes con la Casa Real como la última institución que continúa representando a un país quizás ya ido para siempre. Y es que cuando millones de niños no pueden educarse en español en España, cuando leyes, normas, oportunidades y obligaciones difieren según el lugar del territorio nacional en el que se habite, cuando poderosos reinos taifas nacionalistas cuestionan un día sí y otro también el orden legal sin que sufran ninguna consecuencia por ello, cuando no existe la separación de poderes, cuando las élites se confunden con los criminales y cuando apenas quedan elementos comunes que den cuerpo a un determinado sentimiento de unidad, difícilmente podemos hablar de nación, pero sí de Estado fallido.
Pues bien, en este punto crucial de nuestra historia, el rey Felipe VI es precisamente eso: la delgada línea que marca la diferencia entre la nación y el Estado fallido, entre el orden y el caos y entre la civilización y la barbarie.
Por ello, hoy más que nunca, La Tribuna del País Vasco está al lado de la Constitución y del Rey. ¡Viva el Rey!