Mafia
![[Img #18732]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/10_2020/7263_2.png)
En algún artículo anterior hemos mencionado que la forma socialista de Gobierno es una forma mafiosa. Decíamos entonces que los estúpidos siempre acusan al capitalismo de ser un sistema mafioso, basándose en el simple hecho de que se admite el lucro como objetivo. Obvian que el lucro que se permite en el capitalismo es el resultado del trabajo legal y honrado y del mérito y del respeto a la propiedad privada de los demás, mientras que en el sistema mafioso es resultado de la coerción, de lo ilegal, de la amenaza y del poder. Es decir, consecuencia de lo que impone el socialismo: fuerte jerarquización, poder ilimitado, ausencia de controles al poder, no respeto por la propiedad privada, ausencia de meritocracia y ascenso a través del amiguismo y la influencia, es decir, todo aquello en lo que el socialismo convierte al Estado cuando triunfa.
Esto es, el socialismo convierte al Estado en una organización mafiosa.
En el caso que nos ocupa, la mafia no actúa desde la sombra como nos muestra habitualmente el cine, sino que comete sus atropellos a plena luz del día y tampoco hay que irse a extremos como la URSS, la Europa del Este, China, Corea del Norte, Cuba o Venezuela. Tenemos ante nuestros ojos, a diario, en la España del siglo XXI una muestra del evidente paralelismo.
Si la socialdemocracia tuvo algún sentido una vez, su fracaso (evidente como se comprueba en países como Suecia, una sociedad multicultural totalmente fracasada donde las mafias privadas pululan a sus anchas) hoy no existe en algunos países por mucho que los partidos que anteriormente se denominaban socialdemócratas lo sigan haciendo por cálculo electoral.
En España el PSOE dejó ser de socialdemócrata a partir de 2004, a raíz de un proceso evidente de radicalización y podemización que es imposible ocultar por mucho que el brazo propagandístico de la mafia se empeñe.
Se ha definido en los tratados la mafia como un estilo de vida para sobrevivir. Nadie podrá discutir qué es exactamente eso para una inmensa mayoría de nuestros políticos "progresistas" (en realidad, regresistas y reaccionarios). Basta ver los cuadros del PSOE en cualquier localidad para comprobar que no obedecen precisamente a criterios meritocráticos sino que están integrados por miles de personas apenas instruidas que utilizan la maquinaria de poder mejor engrasada del país para ubicar su incompetencia.
Como la mafia, que impone normas en su propio beneficio, el socialismo no legisla para el bienestar de la sociedad sino para su propio beneficio, como demuestran leyes como la renta mínima, un sistema de compra de votos tan obsceno como los que utilizaban antiguamente los caciques o como vemos en las películas norteamericanas sobre la mafia cuando junto al colegio electoral están los matones entregando unos dólares a los ciudadanos a cambio de su voto; puede observarse que casi todas las leyes socialistas son reguladoras de alguna actividad que no controlan y casi todas prohíben algo, son leyes incompatibles con la democracia, como las leyes sobre el mal llamado género o las leyes de memoria histórica, que convierten en delito la libertad de pensamiento sobre el pasado. De ahí a limitar la libertad de pensamiento sobre lo actual sólo hay un paso y el vicepresidente del Gobierno ya anunció en más de una ocasión la "necesidad" de "regular" la libertad de expresión (donde regular no significa otra cosa que prohibir las opiniones disidentes). La inclusión en el código penal de los llamados delitos de odio son una expresión del ataque a la libertad, del mismo modo que lo son las leyes contra la libertad económica, salpicando la legislación de regulaciones inacabables para impedir, limitar y controlar el desarrollo económico y social.
Como la mafia, el socialismo no desea que los demás tengan poder y libertad frente a su influencia. Le es de aplicación aquello que respondió un ministro del Imperio Austrohúngaro al filántropo británico Robert Owen cuando éste le propuso afrontar reformas económicas y sociales: "No deseamos que las masas sean ricas e independientes, ¿cómo vamos a gobernarlas entonces?". Así actúa también el socialismo deliberadamente robando la riqueza creada y la que se podría crear, como la mafia que no permite que nadie más que ellos se enriquezcan, vampirizando la sociedad allí donde se implanta.
Por eso crean instituciones únicamente extractivas que detraen todo lo que se pueda de la sociedad hasta dejarla moribunda. Establecen una forma de ver el mundo falaz y perniciosa, como la visión dualista de la mafia: conmigo o contra mí. Todos los demás son enemigos, de forma que, junto a políticas que crean dependencia y miseria y políticas educativas que forman ciudadanos a medias, mediocremente instruidos y debidamente adoctrinados, formarán masas de parásitos que engrosarán sus filas de matones fieles y violentos cuyas familias vivirán de sus mentiras y de su violencia y estarán tan agradecidas de sus limosnas como las masas de Medellín lo estaban a Pablo Escobar. Son las masas de jóvenes que hemos visto recientemente atacar a la policía en Madrid.
El activismo, que no es otra cosa que violencia en mayor o menor grado, es un instrumento esencial en la lucha por el poder para hacer frente, preventiva y masivamente, a los enemigos y, de ese modo, hacer todo lo posible para no ser desalojado del poder, tratando incluso de cambiar las reglas de juego democrático poniendo los resortes del Estado al servicio de la aniquilación política del adversario, como no de otra manera se hace en la mafia. Se busca así la confrontación permanente y la división del enemigo para mantener la tensión que necesitan por una doble razón: asegura la fidelidad del grupo y debilita al enemigo, como se está haciendo con el juego sucio con C's en la Comunidad de Madrid.
Lejos de evitar la corrupción se sumerge en ella masivamente, como la propia mafia, y la fomenta, primero como medio de financiación y segundo como esencia de las relaciones sociales, de modo que cuando sale a la luz algún caso la sociedad no se extraña ni se escandaliza puesto que considera que es su esencia y su forma de ser natural y que quienes ostentan el poder lo único que hacen es utilizar los mismos medios a otro nivel. Eso explica que la mayor corrupción conocida en Europa en partidos políticos y en mafias vinculadas sea la de los continuados robos en Andalucía (Eres, cursos de formación, Invercaria, etc) y no haya apenas pasado factura al PSOE. El socialismo ha inoculado su vacuna corrupta a toda la sociedad, de modo que ésta no pide cuentas por lo que considera su propia naturaleza. Financiados a través de subvenciones y concesiones (como los negocios de basura de la mafia) y también con la extorsión y robo (comisiones a los promotores), sus métodos no difieren en gran medida de los utilizados por las mafias más acreditadas y exitosas.
El chantaje o la intimidación son otro medio habitual de actuación, como señala la noticia recientemente sabida en Almería de la negativa de la Junta de Andalucía en Sevilla a aprobar el PGOU de la capital almeriense mientras en ésta no hubiera un Gobierno socialista. Lejos de tratarse de una anécdota, es el medio habitual de conducta del socialismo.
Los poderes económicos del Estado proteccionista e intervencionista son el campo más propicio para establecer relaciones de protección mafiosa: empresas públicas, subvenciones a diestro y siniestro, sistema clientelar, favores... Se controlan sindicatos como máquinas mafiosas para dispensar protección y capturar y distribuir rentas parasitarias. Se crean organismos y asociaciones subvencionados y financiados para insertar en la sociedad grupúsculos de poder con que dirigir a las masas en barrios y actividades y como modo de controlar la actuación de los individuos y de la sociedad en su conjunto.
Como El Padrino, compran el periodismo para no ser objeto de crítica y vivir de la propaganda, donde no hay cabida para otra cosa que no sea el seguidismo más bochornoso. Ese adoctrinamiento masivo no es sino la traslación a la política de la sumisión al líder de la banda, imponiendo un sistema de creencias que conduce a la destrucción: la riqueza es perniciosa, el éxito es un crimen, la inteligencia es soberbia.
Imponen guerras ideológicas idénticas en su estrategia a las guerras de territorios de la mafia, con un discurso guerracivilista y eslóganes de odio y conspiran a diario contra los poderes que pueden limitar el suyo: la monarquía parlamentaria representada por el Rey y el poder judicial. Utilizan desde el chantaje al sometimiento de los cuerpos policiales, como reconoció un alto mando de la guardia civil al declarar que su misión consistía en limitar las críticas al Gobierno.
El revisionismo de su historia: las mentiras de su supuestamente idílica II República, su propia historia criminal, son revisadas para cambiarlas por una hagiografía mendaz en modo equivalente a como Michael Corleone pretendía blanquear su pasado.
Tolerar otros partidos no es, como en el caso de la mafia, la aceptación de su existencia, sino la estratégica admisión de que la existencia demediada y amputada de otros partidos (PP) son la coartada para justificar su apariencia de legalidad, como cuando se lava el dinero en las pizzerías.
El socialismo es violencia en su propia esencia. La violencia le es inherente como demuestra que el Manifiesto Comunista, su credo, es un manifiesto terrorista que busca destruir la sociedad mediante la dictadura del proletariado postulando la violencia como medio de acceso al poder. Recurrir al poder del Estado es para la banda mafiosa acceder al mayor medio de poder y violencia que puede existir. La esencia del Estado, como la de la mafia, es la organización para mantenerse en el poder. Además, permite el fraude contable en cantidades ingentes, mucho mayores que cualquier negocio privado, y casi garantiza la impunidad cuando se sujetan los resortes del propio Estado. Es la organización ideal para el crimen. De ahí que el Fascismo italiano de Mussolini reservó su máximo grado de violencia para combatir a la mafia. Era su principal oponente porque era el que más se le parecía. Por eso estamos comprobando que en España la izquierda piensa el poder en términos claramente fascistas.
Hemos de cambiar el paradigma: la mafia no contamina el poder, fue la mafia la que aprendió del poder del Estado utilizando explícitamente los medios que el poder político utiliza implícitamente y cambiando la ley abusiva por la violencia.
Actualmente, en España, la violencia que se siente en cada rincón de la sociedad no es casual: es la cómplice del poder político que nos somete y frente a la que no se actúa deliberadamente porque interesa mantener la tensión que amedrenta a los grupos sociales menos favorables al gobierno. Así, los okupas campan por sus respetos para demostrar a la sociedad que la propiedad privada no es un valor respetable ni absoluto; las víctimas de la violencia de izquierdas (ETA) son tratadas de intransigentes y los criminales convertidos en hombres de paz.
La financiación ilegal de los propios partidos que conforman el Gobierno, aunque sabida, no es señalada: Podemos no es sino la traslación a España del poder narcoterrorista de una dictadura extranjera, un partido al servicio de una banda criminal, del mismo modo que el PSOE, el partido político más corrupto de Europa, o bien es sometido al chantaje de esa misma banda, sin la que no puede gobernar y que dispone, presumiblemente, de secretos inconfesables con los que dirigir su política o bien es, sencillamente, un cómplice.
Se convierte así al Estado, al igual que a cualquier grupo mafioso, en un Estado depredador, donde se conspira para llevar al límite la legalidad y violarla cuando sea necesario, empleando el sistema de ventana Overton para que cada vez la agresión sea mayor y paulatinamente mejor aceptada por la sociedad.
Depredador al que sólo quedan dos presas por abatir: el poder judicial y la monarquía. El socialismo desea poder decir, como el Padrino, que tiene a los jueces en el bolsillo. Pero esta mafia sí que no los compartirá, como sí aceptó Corleone. Después será el Rey, sobre el que ya se estrecha el cerco.
A continuación, una sociedad sometida y esclavizada, que sólo podrá recobrar la libertad a través de la violencia total.
El socialismo jamás ha sido democrático ni lo es ahora. Lo ha sido la socialdemocracia en cierta medida, pero ya no existe en España. El estalinismo no fue un accidente del socialismo, sino su deriva necesaria e inherente a sus principios. No es, como dicen algunos, una errónea praxis del socialismo, sino la perfección de su ideario, como lo fueron otras variantes del socialismo, el fascismo o el nazismo. Nos acusan a todos los no socialistas de ser fascistas, pero, como hemos dicho muchas veces, no se puede ser fascista sin ser antes socialista. Es un argumento tan ridículo como si los Corleone acusaran a sus oponentes de la mafia de asesinos.
El socialismo sólo puede construirse sobre la deshumanización de los demás, sobre el mensaje de la maldad intrínseca de los demás, cuya consecuencia ineludible es el odio al otro (como en la mafia), imprescindible para mantener la cohesión del colectivo. Como en la anécdota de la delegación japonesa que en 1932 visitó Alemania y dijeron lamentar no tener judíos en su país para canalizar el odio, la izquierda española señala a la derecha del mismo modo.
Pero el odio no puede mantenerse si no es desde el colectivo, porque las relaciones humanas se suavizan en el trato individual a través de la empatía, por lo que hay que destruir la individualidad y el individualismo, tú ya no eres tú, sino un miembro de un grupo al que podemos odiar sin reparos como símbolo de la maldad. En el colectivo, tanto el propio como el ajeno, es más fácil dar rienda suelta al odio.
De ese modo, los delitos propios siempre están justificados y no son vistos como tales sino como accidentes necesarios en el camino a la deseada utopía que se atisba siempre en un horizonte que jamás alcanza pero manteniendo permanentemente vivo el anhelo. La superstición de la justa sociedad socialista justifica cualquier acción criminal que no pueda ser ocultada pero que se acepta por la bondad del fin como un sacrificio imprescindible.
Aprovechan siempre las crisis, como la mafia aprovechó la crisis del 29 y la Ley Seca para prosperar, para crear una nueva sociedad, un cambio de régimen que no puede ser otro que una democracia devaluada y aparente controlada siempre por la misma mafia política. El proceso chavista que vivimos ha sido apremiado gracias a la pandemia no combatida, la primera vez para no modificar la agenda política a pesar de ser conscientes del riesgo para la población (un hecho que ya no puede ser negado por las abrumadoras pruebas que se acumulan, como los diez informes del Departamento de Seguridad Nacional previos al 8 de marzo), la segunda vez para permitir que se extendiera deliberadamente para culpar a las CCAA (la reciente orden ministerial que obliga a confinar Madrid no tiene otro objetivo que contaminar la comunidad al máximo y se ha adoptado cuando ya la curva estaba remitiendo, como demuestran los números, y ahora que ha sido derogada por la justicia aplican el estado de alarma en la capital en un ejercicio evidente de despotismo autoritario y arbitrario incompatible con la democracia y el respeto a la Ley).
El asalto al poder judicial es la antepenúltima batalla que les queda, cambiar la ley para cambiar el sistema de elección de jueces del Consejo General del Poder Judicial no es más que un remedo de golpe de Estado, como cuando el Padrino adjudica a dedo los territorios a sus secuaces.
Lo anterior demuestra que, hoy, el socialismo imperante no es una ideología ni una forma de entender la sociedad y el Estado, sino sólo una forma eficaz de alcanzar el poder y el PSOE no es un partido político sino una organización de poder pura y dura.
Aún así, toda mafia que se precie ha de tener sus muertos, pues ello le otorga un prestigio ineludible y advierte a los enemigos de su peligro e impone ese respeto reverencial del que sabes que no bromea cuando amenaza, del que sabes que no ha de amenazar para que obedezcas. Viene de lejos su colusión con unos socios que tienen probada experiencia en la muerte. Le faltaban los muertos propios, como a cualquier grupo criminal, que extendiera su prestigio. Pues ya los tienen: más de 50.000 muertos (por dolo eventual o imprudencia, tanto da). Lenin mató muchos más de hambre que a tiros.
Ahora, pónganle ustedes nombre al Padrino.
(*) Winston Galt es autor de la novela Frío Monstruo y del ensayo La batalla por la libertad
En algún artículo anterior hemos mencionado que la forma socialista de Gobierno es una forma mafiosa. Decíamos entonces que los estúpidos siempre acusan al capitalismo de ser un sistema mafioso, basándose en el simple hecho de que se admite el lucro como objetivo. Obvian que el lucro que se permite en el capitalismo es el resultado del trabajo legal y honrado y del mérito y del respeto a la propiedad privada de los demás, mientras que en el sistema mafioso es resultado de la coerción, de lo ilegal, de la amenaza y del poder. Es decir, consecuencia de lo que impone el socialismo: fuerte jerarquización, poder ilimitado, ausencia de controles al poder, no respeto por la propiedad privada, ausencia de meritocracia y ascenso a través del amiguismo y la influencia, es decir, todo aquello en lo que el socialismo convierte al Estado cuando triunfa.
Esto es, el socialismo convierte al Estado en una organización mafiosa.
En el caso que nos ocupa, la mafia no actúa desde la sombra como nos muestra habitualmente el cine, sino que comete sus atropellos a plena luz del día y tampoco hay que irse a extremos como la URSS, la Europa del Este, China, Corea del Norte, Cuba o Venezuela. Tenemos ante nuestros ojos, a diario, en la España del siglo XXI una muestra del evidente paralelismo.
Si la socialdemocracia tuvo algún sentido una vez, su fracaso (evidente como se comprueba en países como Suecia, una sociedad multicultural totalmente fracasada donde las mafias privadas pululan a sus anchas) hoy no existe en algunos países por mucho que los partidos que anteriormente se denominaban socialdemócratas lo sigan haciendo por cálculo electoral.
En España el PSOE dejó ser de socialdemócrata a partir de 2004, a raíz de un proceso evidente de radicalización y podemización que es imposible ocultar por mucho que el brazo propagandístico de la mafia se empeñe.
Se ha definido en los tratados la mafia como un estilo de vida para sobrevivir. Nadie podrá discutir qué es exactamente eso para una inmensa mayoría de nuestros políticos "progresistas" (en realidad, regresistas y reaccionarios). Basta ver los cuadros del PSOE en cualquier localidad para comprobar que no obedecen precisamente a criterios meritocráticos sino que están integrados por miles de personas apenas instruidas que utilizan la maquinaria de poder mejor engrasada del país para ubicar su incompetencia.
Como la mafia, que impone normas en su propio beneficio, el socialismo no legisla para el bienestar de la sociedad sino para su propio beneficio, como demuestran leyes como la renta mínima, un sistema de compra de votos tan obsceno como los que utilizaban antiguamente los caciques o como vemos en las películas norteamericanas sobre la mafia cuando junto al colegio electoral están los matones entregando unos dólares a los ciudadanos a cambio de su voto; puede observarse que casi todas las leyes socialistas son reguladoras de alguna actividad que no controlan y casi todas prohíben algo, son leyes incompatibles con la democracia, como las leyes sobre el mal llamado género o las leyes de memoria histórica, que convierten en delito la libertad de pensamiento sobre el pasado. De ahí a limitar la libertad de pensamiento sobre lo actual sólo hay un paso y el vicepresidente del Gobierno ya anunció en más de una ocasión la "necesidad" de "regular" la libertad de expresión (donde regular no significa otra cosa que prohibir las opiniones disidentes). La inclusión en el código penal de los llamados delitos de odio son una expresión del ataque a la libertad, del mismo modo que lo son las leyes contra la libertad económica, salpicando la legislación de regulaciones inacabables para impedir, limitar y controlar el desarrollo económico y social.
Como la mafia, el socialismo no desea que los demás tengan poder y libertad frente a su influencia. Le es de aplicación aquello que respondió un ministro del Imperio Austrohúngaro al filántropo británico Robert Owen cuando éste le propuso afrontar reformas económicas y sociales: "No deseamos que las masas sean ricas e independientes, ¿cómo vamos a gobernarlas entonces?". Así actúa también el socialismo deliberadamente robando la riqueza creada y la que se podría crear, como la mafia que no permite que nadie más que ellos se enriquezcan, vampirizando la sociedad allí donde se implanta.
Por eso crean instituciones únicamente extractivas que detraen todo lo que se pueda de la sociedad hasta dejarla moribunda. Establecen una forma de ver el mundo falaz y perniciosa, como la visión dualista de la mafia: conmigo o contra mí. Todos los demás son enemigos, de forma que, junto a políticas que crean dependencia y miseria y políticas educativas que forman ciudadanos a medias, mediocremente instruidos y debidamente adoctrinados, formarán masas de parásitos que engrosarán sus filas de matones fieles y violentos cuyas familias vivirán de sus mentiras y de su violencia y estarán tan agradecidas de sus limosnas como las masas de Medellín lo estaban a Pablo Escobar. Son las masas de jóvenes que hemos visto recientemente atacar a la policía en Madrid.
El activismo, que no es otra cosa que violencia en mayor o menor grado, es un instrumento esencial en la lucha por el poder para hacer frente, preventiva y masivamente, a los enemigos y, de ese modo, hacer todo lo posible para no ser desalojado del poder, tratando incluso de cambiar las reglas de juego democrático poniendo los resortes del Estado al servicio de la aniquilación política del adversario, como no de otra manera se hace en la mafia. Se busca así la confrontación permanente y la división del enemigo para mantener la tensión que necesitan por una doble razón: asegura la fidelidad del grupo y debilita al enemigo, como se está haciendo con el juego sucio con C's en la Comunidad de Madrid.
Lejos de evitar la corrupción se sumerge en ella masivamente, como la propia mafia, y la fomenta, primero como medio de financiación y segundo como esencia de las relaciones sociales, de modo que cuando sale a la luz algún caso la sociedad no se extraña ni se escandaliza puesto que considera que es su esencia y su forma de ser natural y que quienes ostentan el poder lo único que hacen es utilizar los mismos medios a otro nivel. Eso explica que la mayor corrupción conocida en Europa en partidos políticos y en mafias vinculadas sea la de los continuados robos en Andalucía (Eres, cursos de formación, Invercaria, etc) y no haya apenas pasado factura al PSOE. El socialismo ha inoculado su vacuna corrupta a toda la sociedad, de modo que ésta no pide cuentas por lo que considera su propia naturaleza. Financiados a través de subvenciones y concesiones (como los negocios de basura de la mafia) y también con la extorsión y robo (comisiones a los promotores), sus métodos no difieren en gran medida de los utilizados por las mafias más acreditadas y exitosas.
El chantaje o la intimidación son otro medio habitual de actuación, como señala la noticia recientemente sabida en Almería de la negativa de la Junta de Andalucía en Sevilla a aprobar el PGOU de la capital almeriense mientras en ésta no hubiera un Gobierno socialista. Lejos de tratarse de una anécdota, es el medio habitual de conducta del socialismo.
Los poderes económicos del Estado proteccionista e intervencionista son el campo más propicio para establecer relaciones de protección mafiosa: empresas públicas, subvenciones a diestro y siniestro, sistema clientelar, favores... Se controlan sindicatos como máquinas mafiosas para dispensar protección y capturar y distribuir rentas parasitarias. Se crean organismos y asociaciones subvencionados y financiados para insertar en la sociedad grupúsculos de poder con que dirigir a las masas en barrios y actividades y como modo de controlar la actuación de los individuos y de la sociedad en su conjunto.
Como El Padrino, compran el periodismo para no ser objeto de crítica y vivir de la propaganda, donde no hay cabida para otra cosa que no sea el seguidismo más bochornoso. Ese adoctrinamiento masivo no es sino la traslación a la política de la sumisión al líder de la banda, imponiendo un sistema de creencias que conduce a la destrucción: la riqueza es perniciosa, el éxito es un crimen, la inteligencia es soberbia.
Imponen guerras ideológicas idénticas en su estrategia a las guerras de territorios de la mafia, con un discurso guerracivilista y eslóganes de odio y conspiran a diario contra los poderes que pueden limitar el suyo: la monarquía parlamentaria representada por el Rey y el poder judicial. Utilizan desde el chantaje al sometimiento de los cuerpos policiales, como reconoció un alto mando de la guardia civil al declarar que su misión consistía en limitar las críticas al Gobierno.
El revisionismo de su historia: las mentiras de su supuestamente idílica II República, su propia historia criminal, son revisadas para cambiarlas por una hagiografía mendaz en modo equivalente a como Michael Corleone pretendía blanquear su pasado.
Tolerar otros partidos no es, como en el caso de la mafia, la aceptación de su existencia, sino la estratégica admisión de que la existencia demediada y amputada de otros partidos (PP) son la coartada para justificar su apariencia de legalidad, como cuando se lava el dinero en las pizzerías.
El socialismo es violencia en su propia esencia. La violencia le es inherente como demuestra que el Manifiesto Comunista, su credo, es un manifiesto terrorista que busca destruir la sociedad mediante la dictadura del proletariado postulando la violencia como medio de acceso al poder. Recurrir al poder del Estado es para la banda mafiosa acceder al mayor medio de poder y violencia que puede existir. La esencia del Estado, como la de la mafia, es la organización para mantenerse en el poder. Además, permite el fraude contable en cantidades ingentes, mucho mayores que cualquier negocio privado, y casi garantiza la impunidad cuando se sujetan los resortes del propio Estado. Es la organización ideal para el crimen. De ahí que el Fascismo italiano de Mussolini reservó su máximo grado de violencia para combatir a la mafia. Era su principal oponente porque era el que más se le parecía. Por eso estamos comprobando que en España la izquierda piensa el poder en términos claramente fascistas.
Hemos de cambiar el paradigma: la mafia no contamina el poder, fue la mafia la que aprendió del poder del Estado utilizando explícitamente los medios que el poder político utiliza implícitamente y cambiando la ley abusiva por la violencia.
Actualmente, en España, la violencia que se siente en cada rincón de la sociedad no es casual: es la cómplice del poder político que nos somete y frente a la que no se actúa deliberadamente porque interesa mantener la tensión que amedrenta a los grupos sociales menos favorables al gobierno. Así, los okupas campan por sus respetos para demostrar a la sociedad que la propiedad privada no es un valor respetable ni absoluto; las víctimas de la violencia de izquierdas (ETA) son tratadas de intransigentes y los criminales convertidos en hombres de paz.
La financiación ilegal de los propios partidos que conforman el Gobierno, aunque sabida, no es señalada: Podemos no es sino la traslación a España del poder narcoterrorista de una dictadura extranjera, un partido al servicio de una banda criminal, del mismo modo que el PSOE, el partido político más corrupto de Europa, o bien es sometido al chantaje de esa misma banda, sin la que no puede gobernar y que dispone, presumiblemente, de secretos inconfesables con los que dirigir su política o bien es, sencillamente, un cómplice.
Se convierte así al Estado, al igual que a cualquier grupo mafioso, en un Estado depredador, donde se conspira para llevar al límite la legalidad y violarla cuando sea necesario, empleando el sistema de ventana Overton para que cada vez la agresión sea mayor y paulatinamente mejor aceptada por la sociedad.
Depredador al que sólo quedan dos presas por abatir: el poder judicial y la monarquía. El socialismo desea poder decir, como el Padrino, que tiene a los jueces en el bolsillo. Pero esta mafia sí que no los compartirá, como sí aceptó Corleone. Después será el Rey, sobre el que ya se estrecha el cerco.
A continuación, una sociedad sometida y esclavizada, que sólo podrá recobrar la libertad a través de la violencia total.
El socialismo jamás ha sido democrático ni lo es ahora. Lo ha sido la socialdemocracia en cierta medida, pero ya no existe en España. El estalinismo no fue un accidente del socialismo, sino su deriva necesaria e inherente a sus principios. No es, como dicen algunos, una errónea praxis del socialismo, sino la perfección de su ideario, como lo fueron otras variantes del socialismo, el fascismo o el nazismo. Nos acusan a todos los no socialistas de ser fascistas, pero, como hemos dicho muchas veces, no se puede ser fascista sin ser antes socialista. Es un argumento tan ridículo como si los Corleone acusaran a sus oponentes de la mafia de asesinos.
El socialismo sólo puede construirse sobre la deshumanización de los demás, sobre el mensaje de la maldad intrínseca de los demás, cuya consecuencia ineludible es el odio al otro (como en la mafia), imprescindible para mantener la cohesión del colectivo. Como en la anécdota de la delegación japonesa que en 1932 visitó Alemania y dijeron lamentar no tener judíos en su país para canalizar el odio, la izquierda española señala a la derecha del mismo modo.
Pero el odio no puede mantenerse si no es desde el colectivo, porque las relaciones humanas se suavizan en el trato individual a través de la empatía, por lo que hay que destruir la individualidad y el individualismo, tú ya no eres tú, sino un miembro de un grupo al que podemos odiar sin reparos como símbolo de la maldad. En el colectivo, tanto el propio como el ajeno, es más fácil dar rienda suelta al odio.
De ese modo, los delitos propios siempre están justificados y no son vistos como tales sino como accidentes necesarios en el camino a la deseada utopía que se atisba siempre en un horizonte que jamás alcanza pero manteniendo permanentemente vivo el anhelo. La superstición de la justa sociedad socialista justifica cualquier acción criminal que no pueda ser ocultada pero que se acepta por la bondad del fin como un sacrificio imprescindible.
Aprovechan siempre las crisis, como la mafia aprovechó la crisis del 29 y la Ley Seca para prosperar, para crear una nueva sociedad, un cambio de régimen que no puede ser otro que una democracia devaluada y aparente controlada siempre por la misma mafia política. El proceso chavista que vivimos ha sido apremiado gracias a la pandemia no combatida, la primera vez para no modificar la agenda política a pesar de ser conscientes del riesgo para la población (un hecho que ya no puede ser negado por las abrumadoras pruebas que se acumulan, como los diez informes del Departamento de Seguridad Nacional previos al 8 de marzo), la segunda vez para permitir que se extendiera deliberadamente para culpar a las CCAA (la reciente orden ministerial que obliga a confinar Madrid no tiene otro objetivo que contaminar la comunidad al máximo y se ha adoptado cuando ya la curva estaba remitiendo, como demuestran los números, y ahora que ha sido derogada por la justicia aplican el estado de alarma en la capital en un ejercicio evidente de despotismo autoritario y arbitrario incompatible con la democracia y el respeto a la Ley).
El asalto al poder judicial es la antepenúltima batalla que les queda, cambiar la ley para cambiar el sistema de elección de jueces del Consejo General del Poder Judicial no es más que un remedo de golpe de Estado, como cuando el Padrino adjudica a dedo los territorios a sus secuaces.
Lo anterior demuestra que, hoy, el socialismo imperante no es una ideología ni una forma de entender la sociedad y el Estado, sino sólo una forma eficaz de alcanzar el poder y el PSOE no es un partido político sino una organización de poder pura y dura.
Aún así, toda mafia que se precie ha de tener sus muertos, pues ello le otorga un prestigio ineludible y advierte a los enemigos de su peligro e impone ese respeto reverencial del que sabes que no bromea cuando amenaza, del que sabes que no ha de amenazar para que obedezcas. Viene de lejos su colusión con unos socios que tienen probada experiencia en la muerte. Le faltaban los muertos propios, como a cualquier grupo criminal, que extendiera su prestigio. Pues ya los tienen: más de 50.000 muertos (por dolo eventual o imprudencia, tanto da). Lenin mató muchos más de hambre que a tiros.
Ahora, pónganle ustedes nombre al Padrino.
(*) Winston Galt es autor de la novela Frío Monstruo y del ensayo La batalla por la libertad