La desaparición de las mujeres
Hace varias décadas en la presentación de mi libro La Violencia contra la Mujer, declaré: “Ya no hay mujeres, ahora somos género. Pero los hombres les pegan las bofetadas a las mujeres, no al género”. Yo sabía que ese constructo lingüístico del género utilizado por las tribus universitarias primero estadounidenses y que después infectaron a las demás del mundo occidental, estaba destinado a despolitizar el feminismo, desinflar el movimiento y convertir la ideología feminista en un engrudo indigerible sólo apto para estómagos de élite, pero muy útil para lograr varios objetivos:
1º.- No se habla de clase ni de lucha de clases, según sus detractores estas categorías han quedado anticuadas, obsoletas, tanto que hemos vuelto a los tiempos de la dictadura, cuando Franco abolió la lucha de clases.
2ª.- El género sustituye a las categorías antropológicas, mujer, hombre, padre, madre, niña, niño, y a la definición engelsiana de patriarcado. En definitiva, como todo es género, este término ya no significa nada concreto, por lo que se puede interpretar a gusto del consumidor, que es lo que han hecho los trans.
3º.- Para invisibilizar totalmente a las mujeres y los hombres se propone sustituir estas categorías por las de “progenitor gestante” y “progenitor no gestante”.
4º.- Si no hay mujeres determinadas por su construcción anatómica biológica, que poseen los genitales femeninos y el complejo aparato reproductor que las caracteriza, a raíz del cual se produce la primera división de clase entre el hombre y la mujer (Engels dixit), ya no existen las represiones, marginaciones y explotación que han ocasionado las desgracias de las mujeres a través de todo su recorrido humano.
5º.- En consecuencia, el Movimiento Feminista es superfluo. ¿Para qué esforzarnos tanto en denunciar, protestar, exigir, modificar leyes, imponer nuestra presencia en los espacios masculinos, si cualquiera puede ser mujer u hombre alternativamente?
Y por tanto, la presencia de mujeres en espacios públicos es cada vez menor, como cuando en los oscuros años de la dictadura yo me desgañitaba exigiendo que hubiera representación política, cultural, social, femenina.
Una información reciente afirma que “Expertas denuncian que, lejos de avanzar, las mujeres están cada vez más ausentes del debate público”. Foros, conferencias, talleres, jornadas cuentan cada vez con menos voces de mujeres lo que profundiza la desigualdad. Algunas expertas advierten que muchos avances han sido de formas pero no de fondo. En los últimos meses, la desaparición de las mujeres del debate púbico es, según diversas expertas, la punta del iceberg de este retroceso.
Hace unos pocos días, el recorte de la página de prensa comenzó a circular por las redes sociales. En ella se podía leer: "Las mejores mentes reflexionan desde A Toxa sobre la respuesta a la pandemia". Las 12 fotografías que ilustraban el reportaje eran todas de hombres y venía a reflejar la composición del panel: de los 40 participantes, 36 eran hombres y tan solo cuatro eran mujeres. Una mujer por cada nueve varones.
La crónica hace hincapié únicamente en la falta de presencia pública de mujeres de prestigio, como corresponde a un medio y a una comunicadora pequeño burguesa. Este hecho no es desdeñable, pero hace falta acudir a medios marginales para encontrarse con esta información “Más de dos años después de que 17 mujeres marroquíes denunciaran agresiones y abusos sexuales y laborales durante su estancia en los campos de fresa de Huelva, sigue sin celebrarse ningún juicio”. No es sorprendente para quienes llevamos toda la vida defendiendo a las mujeres maltratadas, violadas, acosadas, a las madres solas, a las trabajadoras mal pagadas, con contratos a tiempo parcial, eventuales, sin promoción profesional, porque ya sabemos que la lucha de clases no entra en los parámetros ideológicos de las que utilizan el nuevo lenguaje del género.
Pero es que, quien conoce la lógica dialéctica, sabe que ambos fenómenos están relacionados. No hay mujeres en puestos de decisión ni de visibilidad pública porque la clase mujer es la más explotada y oprimida del mundo, según los datos que nos ofrece la OIT, que dice que “mientras las mujeres trabajan las dos terceras partes de las horas de trabajo del mundo, únicamente perciben el 5% de los salarios y poseen el 1% de los bienes”. Y son las mujeres las que viven estas dramáticas situaciones, no el género.
Por tanto, la mayoría de las teóricas, profesoras, dirigentes políticas, incluso de la izquierda, están utilizando siempre el término género, porque si se atrevieran a llamarle clase habrían aceptado una categoría revolucionaria, que estos tiempos de posmodernidad no es adecuada.
Las consecuencias de esta manipulación del lenguaje, que corresponde a la tergiversación de la realidad que efectúan el Capital y el Patriarcado, están siendo no solamente esa ausencia de participación femenina en los foros públicos, ni la invisibilidad y desprecio total por las marroquíes –y aquí tenemos que añadir las plataneras de Canarias, las mariscadoras de Galicia, las obreras del textil, las conserveras, las enfermeras, las limpiadoras, etc.- sino también, como estamos sufriendo, el fenómeno Trans.
De aquellos tiempos en que las mujeres existían teníamos conocimiento de algunas personas que o fingían con la vestimenta ser del otro sexo o incluso se sometían a operaciones de reasignación de sexo, que padecían lo que se llamó después por la OMS “disforia de género” y ahora, en esta transmutación dulcificadora del lenguaje, “incongruencia de género”, para hacer más digerible el hecho simple de que son transexuales. Estas personas han sido aceptadas socialmente a base de las luchas feministas y homosexuales, que hemos defendido siempre su derecho a existir pacíficamente sin sufrir ningún tipo de persecución ni opresión.
Pero a partir de aquí hemos llegado a ver crecer cada vez con mayor fuerza un lobby que pretende convencer a la sociedad de que ni las mujeres ni los hombres ni el sexo anatómico y biológico existen. Y se están convirtiendo en protagonistas de unos debates y discusiones cada vez más agresivos y hostiles que nos están consumiendo el tiempo que deberíamos dedicar a la lucha contra el Patriarcado, dividiendo las fuerzas de que disponemos y esterilizando el MF (Movimiento Feminista).
Todo ello, y con más detalle es preciso analizarlo y difundirlo, está consiguiendo el retroceso en los avances que habíamos logrado en las últimas décadas, debilitando muy notoriamente la lucha feminista y provocando la ausencia de mujeres en los espacios públicos. Pero hemos tenido que esperar tres décadas para que esos sectores del MF que defienden la utilización del término género, dándole una descripción que corresponde al Patriarcado, empiecen a enterarse de lo peligroso de aceptar el lenguaje y las definiciones del capitalismo liberal. Estereotipos, igualdad, discriminación, violencia, de género, son los términos que utilizan continuamente aquellas que protestan contra las reivindicaciones trans.
Mientras esta polémica se desarrollaba únicamente en el espacio protegido de las cátedras universitarias parecía que no iba a tener más consecuencias que las discusiones escolásticas sobre el sexo de los ángeles de la Edad Media, pero después pasó al espacio político que está plagado de universitarias y fue acogido con entusiasmo por diputadas y dirigentes y entonces nos aprobaron la Ley de Violencia de Género y con ello reafirmaron, al parecer sin marcha atrás, que las mujeres no son las víctimas de la violencia machista sino esos extraños seres que se llaman género.
De aquellos vientos estos lodos. Y lo que no se sabe es cómo se podrá revertir este peligroso avance de las teorías de género y de transgénero que están destruyendo la lucha feminista y haciéndonos retroceder a la Edad Media.
Y escribo esto a conciencia de que puedo ser perseguida nuevamente por la Fiscalía de odio, que dicen que pretende incoar sumario contra mí por delito de odio, como lo fui tantas veces por las Fiscalías franquistas en aquel interminable espacio de tiempo en que la libertad de expresión no existía.
Hace varias décadas en la presentación de mi libro La Violencia contra la Mujer, declaré: “Ya no hay mujeres, ahora somos género. Pero los hombres les pegan las bofetadas a las mujeres, no al género”. Yo sabía que ese constructo lingüístico del género utilizado por las tribus universitarias primero estadounidenses y que después infectaron a las demás del mundo occidental, estaba destinado a despolitizar el feminismo, desinflar el movimiento y convertir la ideología feminista en un engrudo indigerible sólo apto para estómagos de élite, pero muy útil para lograr varios objetivos:
1º.- No se habla de clase ni de lucha de clases, según sus detractores estas categorías han quedado anticuadas, obsoletas, tanto que hemos vuelto a los tiempos de la dictadura, cuando Franco abolió la lucha de clases.
2ª.- El género sustituye a las categorías antropológicas, mujer, hombre, padre, madre, niña, niño, y a la definición engelsiana de patriarcado. En definitiva, como todo es género, este término ya no significa nada concreto, por lo que se puede interpretar a gusto del consumidor, que es lo que han hecho los trans.
3º.- Para invisibilizar totalmente a las mujeres y los hombres se propone sustituir estas categorías por las de “progenitor gestante” y “progenitor no gestante”.
4º.- Si no hay mujeres determinadas por su construcción anatómica biológica, que poseen los genitales femeninos y el complejo aparato reproductor que las caracteriza, a raíz del cual se produce la primera división de clase entre el hombre y la mujer (Engels dixit), ya no existen las represiones, marginaciones y explotación que han ocasionado las desgracias de las mujeres a través de todo su recorrido humano.
5º.- En consecuencia, el Movimiento Feminista es superfluo. ¿Para qué esforzarnos tanto en denunciar, protestar, exigir, modificar leyes, imponer nuestra presencia en los espacios masculinos, si cualquiera puede ser mujer u hombre alternativamente?
Y por tanto, la presencia de mujeres en espacios públicos es cada vez menor, como cuando en los oscuros años de la dictadura yo me desgañitaba exigiendo que hubiera representación política, cultural, social, femenina.
Una información reciente afirma que “Expertas denuncian que, lejos de avanzar, las mujeres están cada vez más ausentes del debate público”. Foros, conferencias, talleres, jornadas cuentan cada vez con menos voces de mujeres lo que profundiza la desigualdad. Algunas expertas advierten que muchos avances han sido de formas pero no de fondo. En los últimos meses, la desaparición de las mujeres del debate púbico es, según diversas expertas, la punta del iceberg de este retroceso.
Hace unos pocos días, el recorte de la página de prensa comenzó a circular por las redes sociales. En ella se podía leer: "Las mejores mentes reflexionan desde A Toxa sobre la respuesta a la pandemia". Las 12 fotografías que ilustraban el reportaje eran todas de hombres y venía a reflejar la composición del panel: de los 40 participantes, 36 eran hombres y tan solo cuatro eran mujeres. Una mujer por cada nueve varones.
La crónica hace hincapié únicamente en la falta de presencia pública de mujeres de prestigio, como corresponde a un medio y a una comunicadora pequeño burguesa. Este hecho no es desdeñable, pero hace falta acudir a medios marginales para encontrarse con esta información “Más de dos años después de que 17 mujeres marroquíes denunciaran agresiones y abusos sexuales y laborales durante su estancia en los campos de fresa de Huelva, sigue sin celebrarse ningún juicio”. No es sorprendente para quienes llevamos toda la vida defendiendo a las mujeres maltratadas, violadas, acosadas, a las madres solas, a las trabajadoras mal pagadas, con contratos a tiempo parcial, eventuales, sin promoción profesional, porque ya sabemos que la lucha de clases no entra en los parámetros ideológicos de las que utilizan el nuevo lenguaje del género.
Pero es que, quien conoce la lógica dialéctica, sabe que ambos fenómenos están relacionados. No hay mujeres en puestos de decisión ni de visibilidad pública porque la clase mujer es la más explotada y oprimida del mundo, según los datos que nos ofrece la OIT, que dice que “mientras las mujeres trabajan las dos terceras partes de las horas de trabajo del mundo, únicamente perciben el 5% de los salarios y poseen el 1% de los bienes”. Y son las mujeres las que viven estas dramáticas situaciones, no el género.
Por tanto, la mayoría de las teóricas, profesoras, dirigentes políticas, incluso de la izquierda, están utilizando siempre el término género, porque si se atrevieran a llamarle clase habrían aceptado una categoría revolucionaria, que estos tiempos de posmodernidad no es adecuada.
Las consecuencias de esta manipulación del lenguaje, que corresponde a la tergiversación de la realidad que efectúan el Capital y el Patriarcado, están siendo no solamente esa ausencia de participación femenina en los foros públicos, ni la invisibilidad y desprecio total por las marroquíes –y aquí tenemos que añadir las plataneras de Canarias, las mariscadoras de Galicia, las obreras del textil, las conserveras, las enfermeras, las limpiadoras, etc.- sino también, como estamos sufriendo, el fenómeno Trans.
De aquellos tiempos en que las mujeres existían teníamos conocimiento de algunas personas que o fingían con la vestimenta ser del otro sexo o incluso se sometían a operaciones de reasignación de sexo, que padecían lo que se llamó después por la OMS “disforia de género” y ahora, en esta transmutación dulcificadora del lenguaje, “incongruencia de género”, para hacer más digerible el hecho simple de que son transexuales. Estas personas han sido aceptadas socialmente a base de las luchas feministas y homosexuales, que hemos defendido siempre su derecho a existir pacíficamente sin sufrir ningún tipo de persecución ni opresión.
Pero a partir de aquí hemos llegado a ver crecer cada vez con mayor fuerza un lobby que pretende convencer a la sociedad de que ni las mujeres ni los hombres ni el sexo anatómico y biológico existen. Y se están convirtiendo en protagonistas de unos debates y discusiones cada vez más agresivos y hostiles que nos están consumiendo el tiempo que deberíamos dedicar a la lucha contra el Patriarcado, dividiendo las fuerzas de que disponemos y esterilizando el MF (Movimiento Feminista).
Todo ello, y con más detalle es preciso analizarlo y difundirlo, está consiguiendo el retroceso en los avances que habíamos logrado en las últimas décadas, debilitando muy notoriamente la lucha feminista y provocando la ausencia de mujeres en los espacios públicos. Pero hemos tenido que esperar tres décadas para que esos sectores del MF que defienden la utilización del término género, dándole una descripción que corresponde al Patriarcado, empiecen a enterarse de lo peligroso de aceptar el lenguaje y las definiciones del capitalismo liberal. Estereotipos, igualdad, discriminación, violencia, de género, son los términos que utilizan continuamente aquellas que protestan contra las reivindicaciones trans.
Mientras esta polémica se desarrollaba únicamente en el espacio protegido de las cátedras universitarias parecía que no iba a tener más consecuencias que las discusiones escolásticas sobre el sexo de los ángeles de la Edad Media, pero después pasó al espacio político que está plagado de universitarias y fue acogido con entusiasmo por diputadas y dirigentes y entonces nos aprobaron la Ley de Violencia de Género y con ello reafirmaron, al parecer sin marcha atrás, que las mujeres no son las víctimas de la violencia machista sino esos extraños seres que se llaman género.
De aquellos vientos estos lodos. Y lo que no se sabe es cómo se podrá revertir este peligroso avance de las teorías de género y de transgénero que están destruyendo la lucha feminista y haciéndonos retroceder a la Edad Media.
Y escribo esto a conciencia de que puedo ser perseguida nuevamente por la Fiscalía de odio, que dicen que pretende incoar sumario contra mí por delito de odio, como lo fui tantas veces por las Fiscalías franquistas en aquel interminable espacio de tiempo en que la libertad de expresión no existía.