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Miércoles, 14 de Octubre de 2020 Tiempo de lectura:
Coordinador del número especial que la revista Naves en Llamas dedica a estudiar el actual estado del catolicismo en el mundo

Fernando Vaquero Oroquieta: “La nueva encíclica del Papa Francisco es un testamento profético de retorno a los orígenes”

[Img #18757]El escritor Fernando Vaquero Oroquieta, que acaba de coordinar el número especial de casi 300 páginas que la revista impresa Naves en Llamas dedica a analizar el actual estado del catolicismo en el mundo, repasa en profundidad en esta entrevista la nueva encíclica del papa Francisco, Fratelli tutti.

 

¿Le hubiera gustado incorporar alguna reflexión o análisis de Fratelli tutti en el número especial de Naves en Llamas dedicado a la Iglesia Católica?

 

Sin duda. Todo lo que dice o escribe el Papa siempre es interesante. Más cuando esta encíclica está pasando desapercibida o siendo distorsionada en sus supuestas afirmaciones, según el analista, medio de comunicación o lector interesado.

 

¿Ha estudiado la Fratelli tutti?

 

Sí. Es más, tengo la sensación de que se está leyendo muy poco y superficialmente; pues al observar los comentarios y titulares publicados, no los reconozco en sus contenidos. Por ejemplo: por su crítica al neoliberalismo se le ha calificado de populista. No obstante, en su texto desarrolla una crítica de lo que entiende por populismo, ensalzando, no obstante, el valor del pueblo, los derechos de los pueblos y las aportaciones de los “movimientos populares”. Por lo que a mí respecta, esa crítica al populismo la entiendo como una de las partes más flojitas de la encíclica; acaso por ser un tanto tributaria de lo políticamente correcto. También se ha publicado que elimina el concepto de “guerra justa”. Sin embargo no es así: tras un itinerario muy preciso, se afirma que en las actuales circunstancias, de posible guerra nuclear, de terrorismo indiscriminado, de armas químicas y bacteriológicas, las condiciones para que se dé tal situación son dificilísimas; una afirmación muy distinta e incuestionable. Sin duda, cada uno toma de la encíclica lo que le conviene o la parte que quiere interpretar en función de sus fobias e intereses particulares. Por el contrario, apenas he leído análisis que la analicen en su conjunto: o muy críticas, en aspectos muy concretos; o por completo serviles, incluso.  Todos quieren arrimar el agua a su molino, y seguir como siempre, lo que no es posible sin enajenar su valor real.

 

Se ha escrito que está inspirada por un líder musulmán…

 

Otra falsedad. Su inspirador es San Francisco de Asís. El que cite en dos ocasiones al Sultán Malik-el-Kamil únicamente lo hace como base para presentar algunos de sus temas y propuestas; sobre todo cuando reclama libertad religiosa para los cristianos en los países musulmanes, en los que excepcionalmente se aplica el principio de reciprocidad. Pero, insisto, se publica lo que se quiere. De hecho, no he encontrado en ninguna parte, titular alguno que hable de su reiterado rechazo de aborto.

 

¿Cómo definiría esta encíclica?

 

Acaso como un testamento profético de retorno a los orígenes: a lo esencial. Francisco es consciente de que el mundo va mal; que la Iglesia ya no ocupa el lugar que tuvo en su momento; que la globalización está cambiando nuestra mentalidad; que las redes sociales también tienen su método de “descarte”, creándonos un mundo a nuestra medida, lo que provoca un menor trato humano y mayores desencuentros, particularmente entre los jóvenes. Realmente es profética: Francisco, ante todo, reclama los principios básicos del cristianismo centrándolos en la parábola del buen samaritano. El lector: ¿cómo se ve? ¿Como el judío apaleado, el levita orgulloso que pasa de la víctima o el samaritano que rompe esquemas de todo tipo? Francisco plantea una Iglesia “en salida”, samaritana, atenta a lo que sucede, al “hermano” concreto, sea quien sea y venga de donde venga, que proclama el ideal sin complejos, que pide un esfuerzo de apertura de miras ante todo lo que ocurre y un compromiso concreto; no meras palabras. Pero sus argumentos no son cuentos para niños. Por ejemplo, cuando habla de los migrantes, insiste en la igual dignidad como seres humanos; únicamente habla en una sola ocasión de igualdad de derechos y deberes, y ello tras un largo recorrido. Por ello, si te quedas en una frase fuera de contexto, se entiende que se le llame masonazo, montonero, populista y pro-musulmán. Y cualquier otra cosa…

 

Los liberales no están contentos con la encíclica…

 

Lógico. Francisco insiste en la función social de la propiedad. Si a ello le suma su insistencia en que, en tiempos de pandemia, el mercado no ha sido suficiente para afrontarla y que los estados nacionales han sido fundamentales para responder a estos nuevos retos, no pueden estar muy satisfechos, pues cuestiona esta filosofía; al menos en sus interpretaciones más reduccionistas, individualistas y economicistas. Más inquietud debiera haber generado entre muchos católicos entregados a las doctrinas económicas liberales en detrimento de los principios de la tradicional Doctrina Social de la Iglesia. Pero las palabras, como las ideas, siempre pueden estirarse, adaptarse y reinterpretarse a conveniencia. Independientemente de que se esté de acuerdo o no con el Pontífice, o de su temperamento argentino, lo que es incuestionable es su nivel de compromiso con las víctimas de tantas estructuras de injusticia y explotación en pleno funcionamiento en el mundo de hoy.

 

Pero, todas esas admoniciones papales, son un tanto abstractas, ¿no? ¿Sirven para algo? ¿No es uno de tantos documentos papales sin pena ni gloria?

 

El Papa es realista. No se crea falsas expectativas. Su análisis de la realidad está bien desarrollado, se sostiene en buenas referencias (acaso abuse de las auto-citas) y sus propuestas de futuro pasan por la toma de conciencia personal. Esa es la clave. Se puede leer el texto como un documento más o se pueden buscar claves en primera persona para que cada uno mejore su entorno en función de sus responsabilidades. Por ello, también incorpora una lectura que debieran aplicarse las estructuras cerradas, orgullosas, autorreferenciales y farisaicas de la misma Iglesia. Insisto: es un texto profético; no es el de un jurista o un teólogo dogmático. Tampoco el de un burócrata, de los que tanto abundan en el catolicismo, con sus pías recetitas, sentimientos de superioridad, pero alejados del mundo real y con mucho miedo a proclamar su ideal.

 

Entonces, si no hemos entendido mal, la encíclica, ¿no está centrada en la guerra y otras formas de violencia social?

 

Básicamente esta percepción es correcta: esos temas decisivos son una parte sustancial del texto: la pena de muerte, la falta de libertad religiosa, la necesidad de humanizar las relaciones personales por medio de la ternura, el amor y la compasión. Pero también denuncia la colonización cultural, las nuevas esclavitudes, la trata de personas, la cultura del descarte, los riesgos de Internet… Aunque en ocasiones se detecte cierta tentación nominal de convertirse, acaso, en “brazo ético” de los tiempos que corren, plantea cuestiones rompedoras. Por ejemplo: cuando propone que las pequeñas y débiles naciones se agrupen frente a las poderosas. Una propuesta que no está tan lejos de ciertas corrientes geopolíticas –también acusadas de populistas y/o rusófilas- que promueven, para este mundo antes unipolar, la constitución de espacios continentales autocentrados. Pero, con todo, Francisco sigue valorando de manera positiva, aunque nadie lo haya destacado, el amor a la patria, el valor de la comunidad y la identidad, rechazando el relativismo, el sincretismo, matizando y mucho el mestizaje cultural…

 

La Gran Logia de España ha recibido con entusiasmo la encíclica…

 

Pero, ¿se la habrán leído íntegra? Argumentar que el papa se ha sumado a la gran fraternidad humana preconizada por la masonería es una simple falacia. Nada menos que 17 siglos antes del nacimiento de la masonería, la Iglesia proclamó que “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. Se trata de una declaración del todo oportunista; casi infantil. Pero mucha gente se ha quedado en la anécdota, en lugar de investigar la veracidad de semejantes titulares. Insisto: se ha reseñado algo del texto, se le ha mencionado no mucho, pero se ha leído muy poco; tampoco entre los católicos. Lo que no es ninguna novedad: nos gusta los textos breves, mejor las imágenes y los memes con una frasecita corta. ¿Quién se lee hoy un texto complejo y bien trabajado de varias decenas de folios? ¡Leer!, ¡qué aburrimiento!

 

No le teníamos a usted por un franciscanista…

 

Creo que no se trata de poner etiquetas a las personas. Hay que profundizar, ser críticos, analizar en profundizad la realidad. Y, en ese sentido, esta encíclica es una buena ayuda. Ello no quiere decir que esté de acuerdo en todo, ni mucho menos, pero para detractores, ya hay otros muchos comentaristas no necesariamente honestos. Su lectura me ha sorprendido y enganchado, muchas cosas me han gustado y hay frases y análisis deslumbrantes. A partir de ahí, que cada uno la lea si quiere. Pero, de hacerlo, por favor, ¡en primera persona! Y una última cuestión: los desacuerdos parciales, los argumentos poco o mal desarrollados, que los hay, no le quitan valor en su conjunto y en la mayor parte de sus afirmaciones concretas; que siempre deben situarse en su contexto y trayectoria. Y puestos a leer, mejor en silencio y con tranquilidad. Hay demasiado ruido…

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