Vox pierde la batalla de la moción de censura, pero gana la guerra de la derecha
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Vox acaba de perder una moción de censura, pero ha ganado para sí en exclusiva el gran espacio de la derecha conservadora que lleva años huérfano en España. Por su parte, acobardado por la extrema-izquierda política marcadamente fascista que se ha adueñado del ámbito político, cultural y mediático nacional, Pablo Casado se ha echado en brazos del movimiento socio-comunista de Sánchez e Iglesias en una deriva histórica que el PP ya había dejado entrever de forma latente y que se ha convertido ahora en una vergüenza patente con esa efusiva felicitación (“ha sido un discurso brillante”) que le ha transmitido Pablo Iglesias.
A partir de hoy, el arco político español queda dibujado de la siguiente forma: en rojo, el campo de la extrema-izquierda fanática, comunista, bolivariana y con gestos marcadamente fascistas que ocupan el PSOE, Podemos y demás patulea repleta de filoetarras, golpistas, burgueses independentistas y niñatos antisistema; en azul y anaranjado, el centro-izquierda al que todo el mundo llega tarde y donde nunca ocurre nada en el que morirán aburridos de asco el Partido Popular y Ciudadanos; y, finalmente, en verde, el extenso y fértil terreno de las nuevas derechas que ya abandera, sin competencia, Vox.
El pensamiento políticamente correcto marcadamente comunista que emana de los políticos y medios de comunicación del sistema dicta que más allá del consenso progresista, en este territorio ignoto por el que ya cabalga Santiago Abascal, solamente existen ríos de odio y las huertas crueles y vengativas de la derecha-extrema. En sus ensoñaciones ven este páramo como un infierno salvaje, franquista, reaccionario y españolista en el que ni tan siquiera alguien como Pablo Casado puede estar. Pero lo que no saben los señoritos que hoy acariciaban verbalmente a esos dos chulos de barrio que son Pablo Iglesias y Pedro Sánchez, o quienes como Pablo Casado tanto anhelan en sentarse a la mesa del poder con estos dos patanes, es que de estas regiones para ellos espeluznantes es desde donde finalmente llegará la auténtica resistencia a sus tentaciones totalitarias: porque es en estas estepas donde se agazapa el espíritu aguerrido de las estirpes que un día alumbraron Grecia, elaboraron la primera y única religión auténticamente universal, levantaron Roma, trazaron el Camino de Santiago, dedicaron catedrales al cielo, alumbraron el Renacimiento que extendió Occidente hasta el nuevo mundo, que pusieron por escrito el capitalismo y que llevaron a nuestra civilización a las más altas cotas de progreso, desarrollo y bienestar alcanzadas jamás por los seres humanos.
Pablo Casado, atacando ferozmente a Vox y arrodillándose ante el régimen neochavista que asuela la Moncloa, ha convertido a Santiago Abascal en el único gran señor de esas regiones ideológicas que algunos consideran extremas, pero que es donde los españoles de siempre buscan su identidad, su esencia, sus valores, sus banderas morales, sus costumbres, su forma de ser y su memoria colectiva entre la oscuridad de una geografía globalizada, neutra y deslavazada donde el rostro obligatoriamente cubierto de una mujer es ahora un ejemplo de libertad, donde se mancillan iglesias, donde no hay padres ni madres sino progenitores uno y dos, donde reinan jemeres verdes y oenegés oscuramente subvencionadas, donde hay niñas con pene y niños con vulva, donde se escupe al cristianismo que nos hizo como somos, se manipula nuestra historia, se instala la censura y se humilla al europeo tradicional: por ser europeo, por ser blanco y por ser hombre y español, si es el caso.
Y es que, tras décadas agazapados, ocultos, avergonzados, silenciosos y silenciados, convertidos en carne de impuestos, manteniendo a sus familias tradicionales sin apoyo de nadie y con la cabeza agachada, sintiéndose olvidados por las instituciones, padeciendo la inseguridad ciudadana, sintiéndose profundamente despreciados por los medios de comunicación del sistema que les tratan como escoria ignorante, ultraderechista, odiante y fanática, los españoles simple y llanamente de derechas se han unido hoy a Vox porque saben que desde ahora estas son las únicas siglas bajo las que podrán defender un puñado de certezas inamovibles: la defensa a ultranza de los valores clásicos ligados a la gran civilización occidental que tantos y con tanto empeño quieren aniquilar; el convencimiento de que libertad y seguridad no son caras diferentes de una misma moneda sino condiciones previas sin las que todo lo demás no existe; la reivindicación de la grandeza y de la historia de nuestras patrias; la asunción de la familia natural como la base sobre la que se asientan nuestras sociedades; la oposición radical a que se utilice política y económicamente a la inmigración ilegal como caballo de Troya para alentar el reemplazo de la población original española y europea; el convencimiento de que el gran proyecto civilizatorio occidental no puede ser entendido sin dos milenios de tradición cristiana; la oposición radical al totalitarismo comunista y a su gran afín histórico, el totalitarismo nacional-socialista y, sobre todo, la creencia firme de que solo los individuos, y no los grupos, ni las minorías, ni los pueblos, ni los portadores de cualquier bandería, poseen derechos inalienables.
Frente a los nuevos marxistas, frente al Islam político, frente a la extrema-izquierda camuflada bajo terciopelo, frente al nihilismo burdo de las élites empresariales y financieras o frente a quienes tratan de dividir las viejas naciones para repartirse más fácilmente sus despojos, frente a los nuevos puritanos y los nuevos integristas, frente a los nuevos inquidores rojos, Vox ha perdido una moción de censura, pero ha recuperado la voz de la auténtica y gran derecha sociológica que tantos años llevaba muda en España. Ahora sí, la guerra cultural y política ha comenzado.
Vox acaba de perder una moción de censura, pero ha ganado para sí en exclusiva el gran espacio de la derecha conservadora que lleva años huérfano en España. Por su parte, acobardado por la extrema-izquierda política marcadamente fascista que se ha adueñado del ámbito político, cultural y mediático nacional, Pablo Casado se ha echado en brazos del movimiento socio-comunista de Sánchez e Iglesias en una deriva histórica que el PP ya había dejado entrever de forma latente y que se ha convertido ahora en una vergüenza patente con esa efusiva felicitación (“ha sido un discurso brillante”) que le ha transmitido Pablo Iglesias.
A partir de hoy, el arco político español queda dibujado de la siguiente forma: en rojo, el campo de la extrema-izquierda fanática, comunista, bolivariana y con gestos marcadamente fascistas que ocupan el PSOE, Podemos y demás patulea repleta de filoetarras, golpistas, burgueses independentistas y niñatos antisistema; en azul y anaranjado, el centro-izquierda al que todo el mundo llega tarde y donde nunca ocurre nada en el que morirán aburridos de asco el Partido Popular y Ciudadanos; y, finalmente, en verde, el extenso y fértil terreno de las nuevas derechas que ya abandera, sin competencia, Vox.
El pensamiento políticamente correcto marcadamente comunista que emana de los políticos y medios de comunicación del sistema dicta que más allá del consenso progresista, en este territorio ignoto por el que ya cabalga Santiago Abascal, solamente existen ríos de odio y las huertas crueles y vengativas de la derecha-extrema. En sus ensoñaciones ven este páramo como un infierno salvaje, franquista, reaccionario y españolista en el que ni tan siquiera alguien como Pablo Casado puede estar. Pero lo que no saben los señoritos que hoy acariciaban verbalmente a esos dos chulos de barrio que son Pablo Iglesias y Pedro Sánchez, o quienes como Pablo Casado tanto anhelan en sentarse a la mesa del poder con estos dos patanes, es que de estas regiones para ellos espeluznantes es desde donde finalmente llegará la auténtica resistencia a sus tentaciones totalitarias: porque es en estas estepas donde se agazapa el espíritu aguerrido de las estirpes que un día alumbraron Grecia, elaboraron la primera y única religión auténticamente universal, levantaron Roma, trazaron el Camino de Santiago, dedicaron catedrales al cielo, alumbraron el Renacimiento que extendió Occidente hasta el nuevo mundo, que pusieron por escrito el capitalismo y que llevaron a nuestra civilización a las más altas cotas de progreso, desarrollo y bienestar alcanzadas jamás por los seres humanos.
Pablo Casado, atacando ferozmente a Vox y arrodillándose ante el régimen neochavista que asuela la Moncloa, ha convertido a Santiago Abascal en el único gran señor de esas regiones ideológicas que algunos consideran extremas, pero que es donde los españoles de siempre buscan su identidad, su esencia, sus valores, sus banderas morales, sus costumbres, su forma de ser y su memoria colectiva entre la oscuridad de una geografía globalizada, neutra y deslavazada donde el rostro obligatoriamente cubierto de una mujer es ahora un ejemplo de libertad, donde se mancillan iglesias, donde no hay padres ni madres sino progenitores uno y dos, donde reinan jemeres verdes y oenegés oscuramente subvencionadas, donde hay niñas con pene y niños con vulva, donde se escupe al cristianismo que nos hizo como somos, se manipula nuestra historia, se instala la censura y se humilla al europeo tradicional: por ser europeo, por ser blanco y por ser hombre y español, si es el caso.
Y es que, tras décadas agazapados, ocultos, avergonzados, silenciosos y silenciados, convertidos en carne de impuestos, manteniendo a sus familias tradicionales sin apoyo de nadie y con la cabeza agachada, sintiéndose olvidados por las instituciones, padeciendo la inseguridad ciudadana, sintiéndose profundamente despreciados por los medios de comunicación del sistema que les tratan como escoria ignorante, ultraderechista, odiante y fanática, los españoles simple y llanamente de derechas se han unido hoy a Vox porque saben que desde ahora estas son las únicas siglas bajo las que podrán defender un puñado de certezas inamovibles: la defensa a ultranza de los valores clásicos ligados a la gran civilización occidental que tantos y con tanto empeño quieren aniquilar; el convencimiento de que libertad y seguridad no son caras diferentes de una misma moneda sino condiciones previas sin las que todo lo demás no existe; la reivindicación de la grandeza y de la historia de nuestras patrias; la asunción de la familia natural como la base sobre la que se asientan nuestras sociedades; la oposición radical a que se utilice política y económicamente a la inmigración ilegal como caballo de Troya para alentar el reemplazo de la población original española y europea; el convencimiento de que el gran proyecto civilizatorio occidental no puede ser entendido sin dos milenios de tradición cristiana; la oposición radical al totalitarismo comunista y a su gran afín histórico, el totalitarismo nacional-socialista y, sobre todo, la creencia firme de que solo los individuos, y no los grupos, ni las minorías, ni los pueblos, ni los portadores de cualquier bandería, poseen derechos inalienables.
Frente a los nuevos marxistas, frente al Islam político, frente a la extrema-izquierda camuflada bajo terciopelo, frente al nihilismo burdo de las élites empresariales y financieras o frente a quienes tratan de dividir las viejas naciones para repartirse más fácilmente sus despojos, frente a los nuevos puritanos y los nuevos integristas, frente a los nuevos inquidores rojos, Vox ha perdido una moción de censura, pero ha recuperado la voz de la auténtica y gran derecha sociológica que tantos años llevaba muda en España. Ahora sí, la guerra cultural y política ha comenzado.