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Lunes, 26 de Octubre de 2020 Tiempo de lectura:
Ensayo

Pablo Casado, entre Dato y Berenguer

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Como dijo alguna vez el barbudo de Tréveris, la historia suele repetirse unas veces como tragedia y otras como farsa. Y es que la aparición de Vox guarda no pocas analogías históricas con la división del Partido Conservador dinástico entre datistas y mauristas, que luego se amplió a ciervistas. Fue un episodio capital en la trayectoria histórica de las derechas españolas. Su génesis y desarrollo es de sobra conocido. En realidad, fue la conclusión de un proceso iniciado en octubre de 1909 cuando Alfonso XIII, el “muelle real”, admitió la dimisión no presentada por Antonio Maura, ante la represión de los sucesos de la “Semana Trágica” en Barcelona y la actitud adoptada por el Partido Liberal de negar su colaboración parlamentaria al Gobierno conservador.

 

Tras este conflicto, el prócer mallorquín señaló que se hacía imposible “turnar” con un partido, como el Liberal, donde los “exministros del Rey y los expresidentes del Consejo” estaban “apiñados y revueltos” con anarquistas y radicales. La ruptura se consumó en octubre de 1913 cuando Maura se negó a turnar en el poder con el Partido Liberal, lo que provocó su dimisión de la jefatura conservadora y la promoción, como se dijo peyorativamente desde las filas mauristas, de un conservadurismo “idóneo” presidido por el anodino Eduardo Dato Iradier.

 

La enemistad entre “mauristas” e “idóneos” fue permanente. Sin embargo, la trascendencia histórica de ambas facciones conservadoras fue asombrosamente disímil. Mientras que el maurismo generó una corriente política que marcó la pauta política entre las derechas españolas prácticamente hasta el régimen de Franco, y que fue capaz de articular un proyecto de regeneración política nacional y de modernización económica, el datismo “idóneo” no significó nada digno de ser recordado. Fue como el agua, inodoro, incoloro e insípido. Su único éxito fue la promulgación de unas tímidas reformas sociales. Dato murió asesinado en 1921 por unos anarquistas. Y nadie lo recuerda. No es para menos.

 

Opino, como historiador, lo contrario. Esa moción de censura ha servido, entre otras cosas, de clarificación y catarsis

 

Tampoco nadie parece recordar la figura del general palatino Dámaso Berenguer Fusté, el sucesor de Primo de Rivera tras la caída de la Dictadura a comienzos de 1930. No es tampoco para menos. Su Gobierno fue conocido con un chiste bajo el sobrenombre de la “dictablanda”. Su objetivo fue, tras seis años de régimen autoritario, y más de treinta de persistente crítica al sistema de “oligarquía y caciquismo”, volver a la “deseada normalidad jurídica y constitucional”. En realidad, como poco después pudo verse, nadie quería, ni se podía retornar a esa normalidad. Simplemente, porque no existía. Este patético jefe de gobierno siempre será recodado por el inmisericorde y lúcido artículo que le dedicó el filósofo José Ortega Gasset, en El Sol, titulado “El error Berenguer”. Sin demasiada convicción, el duque de Maura le contestó, en ABC, con “El acierto Berenguer”. Significativamente, fue Maura igualmente el redactor de la proclama “Al país”, en la que Alfonso XIII justificaba su huida de España. Sin duda, Ortega y Gasset dio en la diana: Berenguer y su troupe pretendían volver a “la normalidad” como si nada hubiese ocurrido; lo malo es que es habían ocurrido muchas cosas. Según reconoce en sus memorias, De la Dictadura a la República, Berenguer y su gobierno pretendieron restaurar el sistema caciquil que había destruido la Dictadura. Nada más anacrónico. Poco después advendría, de manera tumultuosa y revolucionaria, la II República.

 

Volviendo a la actualidad, se ha dicho, por parte de periodistas venales o acríticos, que la moción de censura de Vox al Gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias ha sido inútil y contraproducente. Opino, como historiador, lo contrario. Esa moción de censura ha servido, entre otras cosas, de clarificación y catarsis. Hemos visto a un PSOE que no tiene inconveniente en aliarse y firmar manifiestos con separatistas, izquierdas radicales y antiguos terroristas, que, además, no ocultan ni por asomo sus intenciones últimas. Y de catarsis para el Partido Popular. Su líder, Pablo Casado Blanco, pronunció en el Parlamento uno de los discursos más repugnantes de la trayectoria política de su partido. Quizás hasta ahora el más importante. Como era de esperar, su contenido ha sido jaleado por el conjunto de la prensa conservadora, El Mundo, La Razón, ABC. Y por la izquierda, no sólo por El País, sino significativamente por la prensa de izquierda radical, como El Plural, Eldiario o Infolibre. Tanta unanimidad resulta sospechosa. ¿Por qué?. Porque Casado Blanco, como ya le habían recomendado El País, Pablo Iglesias, Pedro Sánchez, incluso Gabriel Rufián, ha roto con Vox. El contenido de su discurso, incluso en las formas, ha sido brutal y despiadado.

 

Lo que debe quedar claro es estamos sumidos en una profundísima crisis política, cultural, social, económica e incluso biopolítica. Y de eso no se sale con recetas centristas

 

El habitualmente melifluo Casado, se ha mostrado acerado, sarcástico y cruel con Santiago Abascal. El señor Casado no quiere ser “rehén” de Vox, aunque lo es de otros poderes y de otros partidos. Calificó al líder de Vox de “monosabio de Iglesias”. Evocó el “centro” y la Transición. El Partido Popular representa, según él, “la política adulta”. Incluso cree que su partido es poco menos que eterno. Se olvida de la UCD. Y que seguirá construyendo “un mejor país”. Recurrió incluso a argumentos ad hominen, recordando a Santiago Abascal su militancia en el Partido Popular. Especialmente aberrante fue su mención a las víctimas del terrorismo, porque mientras el señor Casado estudiaba y adulaba a José María Aznar, Abascal tenía que enfrentarse directamente con los terroristas de ETA. Sólo por eso el discurso de Casado debería ser impugnado desde el punto de vista ético-político. Pero del establishment mediático español puede esperarse muy poco, es decir, nada.

 

Sin duda, Abascal cometió errores, pero ello no justifica la dureza y el contenido de afrenta personal exudados por el líder del Partido Popular. Todo lo cual deja bien a las claras sus complejos y resentimientos. Bien, ¿qué se deduce del contenido de ese discurso?. Lo que muchos ya sabíamos. Que el Partido Popular es hoy la derecha “idónea”, la que sigue palmo a palmo las directrices de la izquierda. Así de simple y así de grave. Pablo Iglesias –nada menos que el líder de Podemos- calificó el discurso de Casado de “brillante e inteligente”. Y lo mismo han sostenido El País, El Plural, Eldiario, Infolibre, La Sexta, etc; todas las izquierdas. La derecha democrática frente al “fascismo”. Del enemigo, el consejo. Dejo fuera al conjunto de la prensa conservadora, cuya característica fundamental es la falta de perspectiva histórica. Ni tan siquiera pretenden escrudiñar con algún atisbo de profundidad lo que Dilthey denominaba “el espíritu del tiempo”.

 

Y es que, como Dámaso Berenguer, Casado y su troupe pretenden volver a la para ellos placentera normalidad de la Transición y del régimen del 78. No se dan cuenta que todo ha cambiado profundamente, en parte principalísima por los errores del Partido Popular. En el fondo, les gustaría retornar a las gollerías del bipartidismo. Le perdonarían todo a Pedro Sánchez y al PSOE por una porciúncula, por una miaja de poder. Tal es su perspectiva cortoplacista. Sin embargo, los equilibrios sociales y políticos que dieron vida al régimen de 1978 ya no existen. Los contextos son muy diferentes. La nostalgia del señor Casado es muy poco reflexiva; incluso quietista.  No podemos ni debemos mitificar esa época; debemos analizarla de forma realista y crítica. No fue –y digo fue- un infierno; tampoco el paraíso. Permanentemente, hubo terrorismo, paro estructural y crisis de la conciencia nacional. En aquellos tiempos, se podían ofrecer muchas cosas a la izquierda y los nacionalistas. Hoy, no. Ya disponen de las plataformas para llevar a cabo sus proyectos sociales y políticos más descabellados y destructores. ¿Qué haría el señor Casado en Cataluña?. Conjeturo que, como Rajoy e Inés Arrimadas, huir y dejar a los catalanes solos ante la bestia. Es el estilo centrista.

 

Lo que debe quedar claro es estamos sumidos en una profundísima crisis política, cultural, social, económica e incluso biopolítica. Y de eso no se sale con recetas centristas. En un raro gesto de lucidez, un miembro de la FAES, Miguel Ángel Quintana Paz, se lo decía hace pocos años a Rajoy. La hegemonía de su “liberalismo paradójico”, triunfante en el Congreso de Valencia de 2008, no podía ya servir de alternativa a la emergencia de populismos, neomarxismos, nacionacionalismos excluyentes, globalismos y crisis financieras. A eso quiere volver Casado, pero, en el caso de que logre alguna vez acceder al poder, no podrá. Reinará, pero no gobernará, porque no tendrá legitimidad ideológica. Como Rajoy, se limitará a gestionar el desorden establecido. Eso si, tras la pandemia, queda algo que gestionar, salvo despojos. Para ello, el señor Casado pretende destruir a Vox, que le molesta, que es un obstáculo. Espero que no lo logre.

 

Por mi parte, y en ese sentido, declararé, como historiador y ciudadano, una “implacable hostilidad”, como decía don Antonio Maura, a esa derecha superflua. Cualquier cosa menos repetir la baldía experiencia de Mariano Rajoy, arquetipo y representante de la “razón cínica”, que no cree en nada salvo en la gestión económica. Porque en el discurso de Casado aparecen los ecos de aquellos que declararon “español del año” a Jordi Pujol; los que dieron los medios de comunicación hegemónicos a las izquierdas; los que deliberadamente abandonaron la creación cultural; los que defenestraron a Vidal Quadras y a María San Gil; los que, desde el Partido Popular, insultaron a Ortega Lara; los que silenciaron a las víctimas del terrorismo; los que mitificaron a Manuel Azaña; los que se autodefinieron como “centro reformista”; los que afirmaron que la “economía es todo”; los que opinaban que las leyes de memoria histórica carecían de dimensión política; los defensores a ultranza del Estado autonómico, sin percibir sus patologías y su dinámica suicida; los promotores de políticas lingüísticas y culturales discriminadoras del español; los partidarios del pacto a cualquier precio; los predicadores del “sentido común”, sin percatarse de que se trata de una construcción sociohistórica, y no de una realidad natural y espontánea. Como hemos visto en el discurso del señor Casado, la derecha española no ha logrado todavía liberarse de ese tremendo tumor político, ideológico, cultural e incluso mental. Debe hacerlo, porque la nueva realidad política y social se impone. Otra cosa son alianzas y pactos coyunturales. No es tiempo de centrismos; hemos entrado en la etapa del pluralismo agonístico.

 

(*) El profesor Pedro Carlos González Cuevas es uno de los principales expertos españoles en el estudio del pensamiento conservador. Autor de múltiples libros sobre esta cuestión, su última obra publicada es el volumen Vox: entre el liberalismo conservador y la derecha identitaria (La Tribuna del País Vasco Ediciones, 2019)

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