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Javier Salaberria
Lunes, 09 de Junio de 2014 Tiempo de lectura:

Cincuentones zombis

[Img #4434]Hace unas semanas, en un dominical de gran tirada, un reportaje sobre mayores de cincuenta en paro titulaba: “La generación sin esperanza”. Mi generación. A través de varios testimonios dolorosos uno acababa por pensar que la situación de un cincuentón o cincuentona en paro es la de una muerte en vida. No están jubilados, ni siquiera prejubilados, pero son rechazados por el sistema laboral a pesar de su experiencia y su excelente formación. No importa nada los méritos que hayan obtenido a lo largo de una dilatada vida profesional, la edad funciona como un discriminante absoluto de más peso que la raza, el sexo, las creencias o la cultura. Se ve a la edad como una discapacidad, pero a diferencia de ésta, no hay un plan de inserción laboral para mayores de 50. A lo mejor la ONCE debería incluir a los cincuentones en su organización. El riesgo de exclusión social de una persona de cincuenta años en paro es tan alto como el de cualquier persona dependiente o discapacitada, con el agravante de que lo más probable es que del cincuentón dependan hijos, muchas veces menores de edad, y en ocasiones también sus progenitores enfermos y con pensiones muy bajas.

 

El que los va a contratar, normalmente una persona más joven que el aspirante, no quiere entre sus empleados a alguien que podría ser su padre o su madre, alguien al que no va a poder manipular fácilmente o hacerle un contrato basurilla de prácticas. No le resulta cómodo tener a un empleado con mayor experiencia y capacidad que él bajo sus órdenes. Por no hablar del drama que sería despedir o dejar sin pagar a un padre o madre de familia. Los empleadores quieren carne fresca y barata. Nada de canas, por muy meritorias que sean.

 

Esto hace que los rechazados cincuentones deambulen como zombis por la calles. Demasiado viejos para empezar nada, para reciclarse, para echarse al monte, cargados como están con una mochila llena de responsabilidades familiares, con una vida totalmente enraizada difícil de arrancarla del suelo para hacerla nómada y aventurera. En el INEM no los quieren para cursillos ocupando la plaza de gente con oportunidades de encontrar trabajo. Les faltan unos años para poder cobrar una pensión. Nadie les da crédito. Han intentado mentir sobre su edad para acceder a una entrevista de trabajo. Han simplificado su currículum para rebajar su categoría profesional y no asustar demasiado al personal de selección. Pero cuando en la entrevista cara a cara empiezan a tratarles de “usted”, se huelen lo peor.

 

Sin embargo hay que levantar esa cabeza bien alta, compañeros. No estamos acabados, ni mucho menos. Lo mejor de la vida comienza ahora. No dejéis que otros os dicten cómo debéis sentiros.

 

El Coronel Sanders tenía más de 60 años cuando se hizo famoso por su “Pollo Frito Kentucky”. Antes de eso, él vendía pollo y otras comidas en una estación de servicio. Construyeron una autopista que desvió el tráfico de la carretera donde tenía su negocio, y tuvo que cerrar. Pero no se rindió. Se adaptó. Recorrió miles de kilómetros con su receta y lo rechazaron 1000 veces hasta que alguien decidió darte una oportunidad. Fundó entonces lo que hoy conocemos como KFC.

 

Todo el mundo conoce la novela autobiográfica “Las cenizas de Ángela”, de Frank McCourt. Recibió un Pulitzer y el Premio de la Crítica en Gran Bretaña. Se hizo una película de la novela. Este escritor comenzó su carrera a los 65. Antes de eso era profesor y llevaba una vida muy corriente.

 

Takichiro Mori es una de las mayores fortunas del planeta. Él era un simple profesor de economía hasta que dejó la academia a los 55 para convertirse en inversor inmobiliario en 1959. Había heredado un par de edificios de su padre y escaló hasta ser el mayor inversionista inmobiliario de Tokio.

 

Ray Kroc, que era un vendedor con cierto carisma y visión, no fundó su propia compañía hasta los 52 años, cuando compró a los hermanos McDonalds la exclusiva que le haría ser el emperador de la “fast food” (“comida rápida”).

 

Alfred Hitchcock, como tantos otros creadores y artistas, firmó sus mejores obras entre los 54 y los 61 años.

 

Morihei Ueshiba, fundador del Aikido, fue uno de los mayores maestros de artes marciales que han existido. A sus 80 años y con sólo 56 kilos de peso era capaz de vencer a cualquier número de oponentes y reducir a un atacante con sólo un dedo. De hecho, en la madurez y en la vejez es cuando un artista marcial alcanza su mayor grado de conocimiento y perfección, ya que la fuerza física no es determinante, sino la habilidad técnica, la templanza, la capacidad de concentración, así como el equilibrio entre cuerpo y mente.

 

Este sistema laborar, basado en la rentabilidad competitiva a corto plazo en vez de la inversión en talento a largo plazo, no es capaz de reconocer los activos de personas experimentadas que han trabajando veinte años o más, que han adquirido responsabilidades y asumido riesgos, que han sabido adaptarse y sobrevivir a mil circunstancias adversas, y que aún tienen energía e ilusión para muchos años.

 

Pero no queremos ser unos zombis ni mendigar unas ayudas. Tenemos inteligencia de sobra para plantar cara a esta tremenda injusticia. Así que quizás empiecen a surgir ideas empresariales en las que tengan preferencia personas de largo recorrido, que no les importe ni el tipo de contrato ni el salario, sino que se les tenga en cuenta, no sólo como personas útiles, sino como un yacimiento inexplotado lleno de oportunidades.

 

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