La Europa de las etnias
La Editorial EAS acaba de sacar a la luz un volumen colectivo titulado La Europa de las Etnias. Construcciones teóricas de un mito europeísta [EAS, Alicante, 2020]. Se trata de un libro colectivo muy valioso para el estudio del regionalismo europeo, que recoge aportaciones muy plurales. No obstante, la selección no es completa. Y lo digo desde el principio: faltan algunos de los grandes pensadores tradicionalistas españoles, está ausente la tradición carlista. Faltan figuras egregias del regionalismo tradicional o del foralismo: Vázquez de Mella, Elías de Tejada… Es cierto que el carlismo y el tradicionalismo regionalista español no encajan demasiado bien en un concepto de “Europa de las Etnias” pues éstas corrientes hispanas tan nuestras –y tan olvidadas- subordinan las lenguas vernáculas, los fueros propios, la historicidad de los territorios y su pluralidad (“Las Españas”) a una lealtad al legítimo Rey, a una obediencia al Derecho Natural y a una estricta observancia de la Doctrina Católica, y la “etnicidad” en ellos se entiende como hecho histórico-político antes que biocultural, aunque sin excluir del todo y necesariamente ésta última faceta.
Se desprende de la concepción foral y pluralista del pensamiento tradicionalista hispano una idea basilar: que hay en España diversas etnicidades, involucradas de forma progresiva en un proceso convergente y sintético: la Hispanidad. Se desprende igualmente una reclamación de la diversidad y el autogobierno (no las “autonomías” horrendas de hoy) en virtud de circunscripciones históricas (nuestros Reinos y Principados que forman la Corona de Las Españas), muy en contra del importado e impostado jacobinismo liberal. Algún autor tradicionalista hispano podría haber figurado con justos títulos aquí, a mi juicio. En el libro no faltarían enjundiosas referencias a la etnicidad (entendida, vuelvo a decirlo, en un sentido nunca racista, pues un católico no puede serlo, sino histórico-político y territorial).
Hay un bien número de artículos de procedencia francesa o, francófona. Muchos de ellos son autores que se pueden encuadrar en la “Nueva Derecha” o pensamiento identitario europeo más actual (Robert Steuckers, Georges Feltin-Tracol). Otros autores proceden del pensamiento federalista y regionalista francés (Guy Hèraud). También hay estudios y comentarios de autores del cercano pasado; son textos diversos dedicados a algunos de los “padres” del pensamiento identitario de base regionalista y etnista (a reseñar los trabajos de y sobre Saint Loup, es decir, Marc Augier).
En la jacobina y centralista Francia, donde el republicanismo de extracción revolucionaria fue siempre una losa y un sistema en forma de cárcel intelectual para los autores regionalistas, es cosa de mucho mérito plantar bandera de las “patrias chicas” o “carnales”. La diversidad ha sido casi siempre aplastada en el país vecino desde 1789, y ellos previeron el regreso de esas patrias sin Estado en medio de una crisis galopante del Estado-nación en el siglo XXI. Ellos son una fuente de inspiración ante la necesidad de recobrar solidez étnica en cada territorio europeo frente a la peligrosa mezcolanza e invasión afro-árabe y ante el multiculturalismo obligatorio. Son asuntos intelectuales de gran calado los que conciernen a ese reencuentro con la solidez étnica de los grupos y territorios. Este libro es muy bueno porque ofrece materiales traducidos para su estudio, con independencia de la postura que adopte cada uno.
Se trata, en fin, de una obra que no puede dejar indiferente a nadie.
El jacobino y centralista, el defensor del Estado-nación homogéneo y unitario, no obstante, se irritará. Europa aparece en el texto no sólo ni principalmente como una colección de Estados jacobinos, sino como una Europa de etnias.
El nacionalista separatista (“fraccionario”, como gustan de decir los Gustavo-Buenistas) tampoco verá con buenos ojos muchas de las propuestas aquí recogidas. Se da la circunstancia de que gran parte de los nacionalistas separatistas, aquellos que defienden un derecho de autodeterminación de su “nación sin estado”, se dicen “internacionalistas”. Mas con ello, haciendo empleo de métodos violentos (“lucha callejera” y terrorismo de mayor o menor intensidad) y aduciendo criterios etnicistas para separarse de un “Estado-nación como cárcel de pueblos” y de una etnia supuestamente opresora (así es el caso de los “abertzales” vascos y los “cuperos” y republicanos de la Esquerra catalana) acogen y reclutan –no obstante- a todos aquellos extranjeros de cualquier religión, lengua y color con tal que aprendan su lengua vernácula y acepten ser ciudadanos de una nueva y minúscula república no-española. Desprecian al hermano español y se entregan amorosos al alógeno recién llegado. El separatismo español de algunos vascos y catalanes posee la misma ridiculez conceptual que el estrecho nacionalismo hispano que sólo reivindica los toros, la cabra de la Legión y el “que-viva-España” de Manolo Escobar. El separatismo abertzale o catalanista es etnicista cuando se trata de rechazar al resto de los españoles, pero deviene internacionalista cuando se trata de empadronar y nacionalizar al primer ser humano que, sin un solo papel en regla, pase de largo por la nueva república “en construcción”. Es mero “soberanismo” artificial, no un verdadero nacionalismo identitario.
Tampoco será un libro del agrado del regionalismo conservador clásico y, como se decía antaño, del regionalismo “sano”. Por “sano” se entendió en la derecha española y en el franquismo ese tipo de orgullo identitario por las tradiciones folclóricas y las expresiones a veces banales de una provincia y región. Al valenciano, su paella, al asturiano su sidra y su fabada, al catalán la butifarra. Un regionalismo subdesarrollado y circunscrito al plano de los bailes y trajes regionales, muy estilizados y conservados con no poca deformación en la unitaria España franquista.
Tampoco gustan hablar de etnias los reduccionistas lingüísticos, que en España son legión, quienes, al margen de claros indicadores genéticos y somáticos que identifiquen culturas con razas, se agarran a la lengua como único hecho verdaderamente diferenciador, ya sea con propósitos autonomistas, ya sea con un fin claramente independentista. Es así que el catalán etnicista, habitualmente dotado con un fenotipo mediterráneo de lo más común en esta zona del sur de Europa, indistinguible en todo de cualquier otro español “estándar”, agita su identidad lingüística como único recurso diferenciador; una identidad que, por cierto, es común con la que, por su habla, poseen valencianos y baleares y muchos habitantes del sur de Francia. La existencia de una lengua catalana supone el único asidero para el separatista en orden a hablar de una “nación catalana”, inexistente políticamente a lo largo de la Historia. En el otro extremo del galimatías centrífugo español tenemos el caso de Asturias, donde existen –como es propio del norte peninsular- algunos de los genotipos más antiguos de Europa (siempre hay que dejar a un lado el aluvión de población foránea reciente que se ha acumulado en las ciudades) y donde consta el dato de la existencia del primer reino cristiano independiente de la península tras la invasión mahometana. En el Principado de Asturias el poder de su lengua vernácula propia (y, como la catalana, tampoco exclusiva suya pues también se habla bable en León, Zamora y, más débilmente, en las Asturias de Santillana) es un poder mucho menor, menos eficaz como elemento movilizador de reclamaciones independentistas. Habiendo en Asturias, según los reduccionistas lingüísticos, lengua propia, habría también conciencia étnica; sin embargo, hay mucha menos reivindicación separatista en Asturias que en Cataluña. Pero, aunque muchos se ofendan, Cataluña es una región mucho más “española” en el sentido estándar, un sentido ajeno al reduccionismo lingüístico, y españolísima en cuanto a paisaje, costumbres, fenotipo, etc. Los reduccionistas lingüísticos siempre encontrarán dificultades a la hora de establecer ecuaciones entre lengua y etnicidad. Los nacionalistas asturianos, por ello, siempre estarán condenados al fracaso y al descrédito internacionales haciendo reposar sus reivindicaciones exclusivamente en el bable y la gaita, habiendo en el Principado muchos más elementos identitarios, y más fuertes: don Pelayo, Covadonga, el Reino de los doce Reyes Caudillos… elementos estrictamente históricos que hablan de la lucha entre civilizaciones (la celtorromana, germanica y cristiana de los Reyes de Oviedo frente a la morisma, elementos objetivos de historia política (la creación medieval de un Estado que es, además, germen o “madre” de los demás reinos hispanos). En Asturias no hay nacionalistas apenas (si descontamos las figuras aisladas: Xaviel Vilareyo) habiendo, en cambio, mucha más etnicidad en el sentido global, mientras que en Cataluña sobran los falsos nacionalistas, pues sólo con la lengua propia y la birretina, y desconociendo su periodo foral, han conseguido condicionar la política y la economía del resto de los españoles.
Otro tanto se diga de la anomalía euskalduna. Allí la lengua estaba, a la muerte del Caudillo, más muerta que el bable, en una España donde el bilingüismo y el nacionalismo (de tipo celtista) paradigmáticos se daban sólo en su pureza el caso gallego. Los vascuences nunca habían formado una unidad política, como sí los asturianos, a pesar de las locuras alucinatorias de don Sabino, locuras que crearon el PNV. Una etnicidad dispersa en territorios castellanos, navarros, franceses que también se reagrupó políticamente a partir, sobre todo, de la II República, para formar utópicamente una “nación” bajo criterios de reduccionismo lingüístico, siguiendo en esto, la línea puramente romántica del nacionalismo político, que comienza siempre siendo cultural.
La palabra “etnia” y la concepción étnica de España o de Europa entera también despierta recelos entre los nacionalismos “históricos”. Para muchas personas, sólo la Historia es la madre de los pueblos. Claro que en la Historia reina la contingencia: un matrimonio de reyes, un caprichoso reparto patrimonialista, una invasión no del todo rechazada, un tratado o un azar aventurero pueden hacer que los pueblos se dividan o se fundan. La nación española es fruto de la Historia, y si algo ha hecho por unir a sus diversas etnias germinales, esto ha sido su unidad política, unidad que fue, desde el siglo XVI, unidad de armas y de idioma, y sólo muy lentamente un concierto de fueros y leyes.
Que España es una de las naciones políticas más antiguas de Europa, es innegable, aunque hay que apuntar que por su factura imperial siempre fue, desde el principio hasta el final, un sistema de naciones étnicas, y el jacobinismo nunca fue eficaz en nuestro suelo. Y nunca lo será.
Y ahora volvamos al libro. La editorial EAS acaba de publicar La Europa de las Etnias. Construcciones teóricas de un mito europeísta, y ésta es una buena ocasión para replantear el futuro europeo de España. Se trata de un libro plural, con plurales perspectivas. Se recogen, como hemos dicho, textos de Robert Steuckers, George Feltin-Tracol, Guy Héraud, Saint-Loup…Son muchos los autores, y de pensamiento harto dispar. El título de este volumen colectivo coincide con una obra de Guy Héraud (L’ Europe des Ethnies, orig. de 1963), y de hecho ésta recopilación cuenta con ese texto, que figura aquí, hacia el final del volumen, como el capítulo más largo de todos.
La perspectiva de Héraud es federalista, proudhoniana. Considera que Europa, en realidad, es un conglomerado de etnias que, en el sentido más amplio, son también regiones dotadas de una identidad nacional propia, muy frecuentemente asociadas a su conciencia lingüística propia. Pero el federalista francés no parece un reduccionista lingüístico como lo son los independentistas españoles (ya sean asturianistas, vasquistas, catalanistas, galleguistas, etc.). Parece que en Europa el factor lengua es prioritario en la etnicidad, por encima del biológico –dada la hermandad básica de todos los pueblos europeos, pero siempre aparece como factor agregado a otros importantes elementos que definen una cultura nacional. Dado el rosario de conflictos etnicistas de Europa (recordemos la tragedia de Yugoslavia o el intento de “limpieza étnica” llevado a cabo por ETA y la “izquierda abertzale”), parece ingenua la propuesta que Héraud hacía años ha: por ejemplo series de referéndums de autodeterminación que, democráticamente, reagrupen y “racionalicen” el Continente según criterios étnicos. Sinceramente creo que la utopía federalista y de auto-determinación de Héraud podría, acabar como el Rosario de la Aurora.
El escritor y aventurero francés Marc Augier (conocido como Saint-Loup) también figura aquí. Augier cultivó su peculiar utopía de una Europa de las etnias, identificando las múltiples etnias, no coincidentes muchas veces con el Estado-nación, sino con las llamadas “patrias carnales”. Inscrito en una corriente no reconocida oficialmente por el nacionalsocialismo, que es la de un federalismo de etnias europeas dentro de una Nueva Europa surgida tras el triunfo del Eje, Saint-Loup recorrió el continente en su motocicleta “buceando” en ese mosaico de pequeñas patrias, algunas sepultadas y alienadas. En sus novelas, el autor y antiguo combatiente del Eje, soñó y soñó con esa hipotética federación de regiones étnicas que, desde luego, el hitlerismo estaba muy lejos de aprobar en caso de haber triunfado en la Contienda, por más que ciertos jerarcas nazis hayan alimentado ciertos propósitos similares. Saint-Loup fue un utópico.
La noción de “patria carnal”, lejos ya de las connotaciones nacionalsocialistas y, por ende, racistas y supremacistas, fue adoptada en el seno de la Nueva Derecha. Robert Steuckers reflexiona sobre ella y, en el contexto de la obra de éste importante pensador belga, creemos que bien puede ser el complemento necesario de la noción federativa de Europa como Imperium: un poder ejecutivo central que sea fuerte en determinadas competencias (defensa, planificación macroeconómica…) pero que respete a la vez la asunción simultánea de un principio de subsidiariedad.
Si queremos que la identidad europea, y española, sean armas reforzadas ante la invasión del continente y ante la globalización, bien está que nuestro núcleo más íntimo o “carnal” de la patria se recupere y cobre savia nueva. Un interesante libro y una gran iniciativa editorial.
La Editorial EAS acaba de sacar a la luz un volumen colectivo titulado La Europa de las Etnias. Construcciones teóricas de un mito europeísta [EAS, Alicante, 2020]. Se trata de un libro colectivo muy valioso para el estudio del regionalismo europeo, que recoge aportaciones muy plurales. No obstante, la selección no es completa. Y lo digo desde el principio: faltan algunos de los grandes pensadores tradicionalistas españoles, está ausente la tradición carlista. Faltan figuras egregias del regionalismo tradicional o del foralismo: Vázquez de Mella, Elías de Tejada… Es cierto que el carlismo y el tradicionalismo regionalista español no encajan demasiado bien en un concepto de “Europa de las Etnias” pues éstas corrientes hispanas tan nuestras –y tan olvidadas- subordinan las lenguas vernáculas, los fueros propios, la historicidad de los territorios y su pluralidad (“Las Españas”) a una lealtad al legítimo Rey, a una obediencia al Derecho Natural y a una estricta observancia de la Doctrina Católica, y la “etnicidad” en ellos se entiende como hecho histórico-político antes que biocultural, aunque sin excluir del todo y necesariamente ésta última faceta.
Se desprende de la concepción foral y pluralista del pensamiento tradicionalista hispano una idea basilar: que hay en España diversas etnicidades, involucradas de forma progresiva en un proceso convergente y sintético: la Hispanidad. Se desprende igualmente una reclamación de la diversidad y el autogobierno (no las “autonomías” horrendas de hoy) en virtud de circunscripciones históricas (nuestros Reinos y Principados que forman la Corona de Las Españas), muy en contra del importado e impostado jacobinismo liberal. Algún autor tradicionalista hispano podría haber figurado con justos títulos aquí, a mi juicio. En el libro no faltarían enjundiosas referencias a la etnicidad (entendida, vuelvo a decirlo, en un sentido nunca racista, pues un católico no puede serlo, sino histórico-político y territorial).
Hay un bien número de artículos de procedencia francesa o, francófona. Muchos de ellos son autores que se pueden encuadrar en la “Nueva Derecha” o pensamiento identitario europeo más actual (Robert Steuckers, Georges Feltin-Tracol). Otros autores proceden del pensamiento federalista y regionalista francés (Guy Hèraud). También hay estudios y comentarios de autores del cercano pasado; son textos diversos dedicados a algunos de los “padres” del pensamiento identitario de base regionalista y etnista (a reseñar los trabajos de y sobre Saint Loup, es decir, Marc Augier).
En la jacobina y centralista Francia, donde el republicanismo de extracción revolucionaria fue siempre una losa y un sistema en forma de cárcel intelectual para los autores regionalistas, es cosa de mucho mérito plantar bandera de las “patrias chicas” o “carnales”. La diversidad ha sido casi siempre aplastada en el país vecino desde 1789, y ellos previeron el regreso de esas patrias sin Estado en medio de una crisis galopante del Estado-nación en el siglo XXI. Ellos son una fuente de inspiración ante la necesidad de recobrar solidez étnica en cada territorio europeo frente a la peligrosa mezcolanza e invasión afro-árabe y ante el multiculturalismo obligatorio. Son asuntos intelectuales de gran calado los que conciernen a ese reencuentro con la solidez étnica de los grupos y territorios. Este libro es muy bueno porque ofrece materiales traducidos para su estudio, con independencia de la postura que adopte cada uno.
Se trata, en fin, de una obra que no puede dejar indiferente a nadie.
El jacobino y centralista, el defensor del Estado-nación homogéneo y unitario, no obstante, se irritará. Europa aparece en el texto no sólo ni principalmente como una colección de Estados jacobinos, sino como una Europa de etnias.
El nacionalista separatista (“fraccionario”, como gustan de decir los Gustavo-Buenistas) tampoco verá con buenos ojos muchas de las propuestas aquí recogidas. Se da la circunstancia de que gran parte de los nacionalistas separatistas, aquellos que defienden un derecho de autodeterminación de su “nación sin estado”, se dicen “internacionalistas”. Mas con ello, haciendo empleo de métodos violentos (“lucha callejera” y terrorismo de mayor o menor intensidad) y aduciendo criterios etnicistas para separarse de un “Estado-nación como cárcel de pueblos” y de una etnia supuestamente opresora (así es el caso de los “abertzales” vascos y los “cuperos” y republicanos de la Esquerra catalana) acogen y reclutan –no obstante- a todos aquellos extranjeros de cualquier religión, lengua y color con tal que aprendan su lengua vernácula y acepten ser ciudadanos de una nueva y minúscula república no-española. Desprecian al hermano español y se entregan amorosos al alógeno recién llegado. El separatismo español de algunos vascos y catalanes posee la misma ridiculez conceptual que el estrecho nacionalismo hispano que sólo reivindica los toros, la cabra de la Legión y el “que-viva-España” de Manolo Escobar. El separatismo abertzale o catalanista es etnicista cuando se trata de rechazar al resto de los españoles, pero deviene internacionalista cuando se trata de empadronar y nacionalizar al primer ser humano que, sin un solo papel en regla, pase de largo por la nueva república “en construcción”. Es mero “soberanismo” artificial, no un verdadero nacionalismo identitario.
Tampoco será un libro del agrado del regionalismo conservador clásico y, como se decía antaño, del regionalismo “sano”. Por “sano” se entendió en la derecha española y en el franquismo ese tipo de orgullo identitario por las tradiciones folclóricas y las expresiones a veces banales de una provincia y región. Al valenciano, su paella, al asturiano su sidra y su fabada, al catalán la butifarra. Un regionalismo subdesarrollado y circunscrito al plano de los bailes y trajes regionales, muy estilizados y conservados con no poca deformación en la unitaria España franquista.
Tampoco gustan hablar de etnias los reduccionistas lingüísticos, que en España son legión, quienes, al margen de claros indicadores genéticos y somáticos que identifiquen culturas con razas, se agarran a la lengua como único hecho verdaderamente diferenciador, ya sea con propósitos autonomistas, ya sea con un fin claramente independentista. Es así que el catalán etnicista, habitualmente dotado con un fenotipo mediterráneo de lo más común en esta zona del sur de Europa, indistinguible en todo de cualquier otro español “estándar”, agita su identidad lingüística como único recurso diferenciador; una identidad que, por cierto, es común con la que, por su habla, poseen valencianos y baleares y muchos habitantes del sur de Francia. La existencia de una lengua catalana supone el único asidero para el separatista en orden a hablar de una “nación catalana”, inexistente políticamente a lo largo de la Historia. En el otro extremo del galimatías centrífugo español tenemos el caso de Asturias, donde existen –como es propio del norte peninsular- algunos de los genotipos más antiguos de Europa (siempre hay que dejar a un lado el aluvión de población foránea reciente que se ha acumulado en las ciudades) y donde consta el dato de la existencia del primer reino cristiano independiente de la península tras la invasión mahometana. En el Principado de Asturias el poder de su lengua vernácula propia (y, como la catalana, tampoco exclusiva suya pues también se habla bable en León, Zamora y, más débilmente, en las Asturias de Santillana) es un poder mucho menor, menos eficaz como elemento movilizador de reclamaciones independentistas. Habiendo en Asturias, según los reduccionistas lingüísticos, lengua propia, habría también conciencia étnica; sin embargo, hay mucha menos reivindicación separatista en Asturias que en Cataluña. Pero, aunque muchos se ofendan, Cataluña es una región mucho más “española” en el sentido estándar, un sentido ajeno al reduccionismo lingüístico, y españolísima en cuanto a paisaje, costumbres, fenotipo, etc. Los reduccionistas lingüísticos siempre encontrarán dificultades a la hora de establecer ecuaciones entre lengua y etnicidad. Los nacionalistas asturianos, por ello, siempre estarán condenados al fracaso y al descrédito internacionales haciendo reposar sus reivindicaciones exclusivamente en el bable y la gaita, habiendo en el Principado muchos más elementos identitarios, y más fuertes: don Pelayo, Covadonga, el Reino de los doce Reyes Caudillos… elementos estrictamente históricos que hablan de la lucha entre civilizaciones (la celtorromana, germanica y cristiana de los Reyes de Oviedo frente a la morisma, elementos objetivos de historia política (la creación medieval de un Estado que es, además, germen o “madre” de los demás reinos hispanos). En Asturias no hay nacionalistas apenas (si descontamos las figuras aisladas: Xaviel Vilareyo) habiendo, en cambio, mucha más etnicidad en el sentido global, mientras que en Cataluña sobran los falsos nacionalistas, pues sólo con la lengua propia y la birretina, y desconociendo su periodo foral, han conseguido condicionar la política y la economía del resto de los españoles.
Otro tanto se diga de la anomalía euskalduna. Allí la lengua estaba, a la muerte del Caudillo, más muerta que el bable, en una España donde el bilingüismo y el nacionalismo (de tipo celtista) paradigmáticos se daban sólo en su pureza el caso gallego. Los vascuences nunca habían formado una unidad política, como sí los asturianos, a pesar de las locuras alucinatorias de don Sabino, locuras que crearon el PNV. Una etnicidad dispersa en territorios castellanos, navarros, franceses que también se reagrupó políticamente a partir, sobre todo, de la II República, para formar utópicamente una “nación” bajo criterios de reduccionismo lingüístico, siguiendo en esto, la línea puramente romántica del nacionalismo político, que comienza siempre siendo cultural.
La palabra “etnia” y la concepción étnica de España o de Europa entera también despierta recelos entre los nacionalismos “históricos”. Para muchas personas, sólo la Historia es la madre de los pueblos. Claro que en la Historia reina la contingencia: un matrimonio de reyes, un caprichoso reparto patrimonialista, una invasión no del todo rechazada, un tratado o un azar aventurero pueden hacer que los pueblos se dividan o se fundan. La nación española es fruto de la Historia, y si algo ha hecho por unir a sus diversas etnias germinales, esto ha sido su unidad política, unidad que fue, desde el siglo XVI, unidad de armas y de idioma, y sólo muy lentamente un concierto de fueros y leyes.
Que España es una de las naciones políticas más antiguas de Europa, es innegable, aunque hay que apuntar que por su factura imperial siempre fue, desde el principio hasta el final, un sistema de naciones étnicas, y el jacobinismo nunca fue eficaz en nuestro suelo. Y nunca lo será.
Y ahora volvamos al libro. La editorial EAS acaba de publicar La Europa de las Etnias. Construcciones teóricas de un mito europeísta, y ésta es una buena ocasión para replantear el futuro europeo de España. Se trata de un libro plural, con plurales perspectivas. Se recogen, como hemos dicho, textos de Robert Steuckers, George Feltin-Tracol, Guy Héraud, Saint-Loup…Son muchos los autores, y de pensamiento harto dispar. El título de este volumen colectivo coincide con una obra de Guy Héraud (L’ Europe des Ethnies, orig. de 1963), y de hecho ésta recopilación cuenta con ese texto, que figura aquí, hacia el final del volumen, como el capítulo más largo de todos.
La perspectiva de Héraud es federalista, proudhoniana. Considera que Europa, en realidad, es un conglomerado de etnias que, en el sentido más amplio, son también regiones dotadas de una identidad nacional propia, muy frecuentemente asociadas a su conciencia lingüística propia. Pero el federalista francés no parece un reduccionista lingüístico como lo son los independentistas españoles (ya sean asturianistas, vasquistas, catalanistas, galleguistas, etc.). Parece que en Europa el factor lengua es prioritario en la etnicidad, por encima del biológico –dada la hermandad básica de todos los pueblos europeos, pero siempre aparece como factor agregado a otros importantes elementos que definen una cultura nacional. Dado el rosario de conflictos etnicistas de Europa (recordemos la tragedia de Yugoslavia o el intento de “limpieza étnica” llevado a cabo por ETA y la “izquierda abertzale”), parece ingenua la propuesta que Héraud hacía años ha: por ejemplo series de referéndums de autodeterminación que, democráticamente, reagrupen y “racionalicen” el Continente según criterios étnicos. Sinceramente creo que la utopía federalista y de auto-determinación de Héraud podría, acabar como el Rosario de la Aurora.
El escritor y aventurero francés Marc Augier (conocido como Saint-Loup) también figura aquí. Augier cultivó su peculiar utopía de una Europa de las etnias, identificando las múltiples etnias, no coincidentes muchas veces con el Estado-nación, sino con las llamadas “patrias carnales”. Inscrito en una corriente no reconocida oficialmente por el nacionalsocialismo, que es la de un federalismo de etnias europeas dentro de una Nueva Europa surgida tras el triunfo del Eje, Saint-Loup recorrió el continente en su motocicleta “buceando” en ese mosaico de pequeñas patrias, algunas sepultadas y alienadas. En sus novelas, el autor y antiguo combatiente del Eje, soñó y soñó con esa hipotética federación de regiones étnicas que, desde luego, el hitlerismo estaba muy lejos de aprobar en caso de haber triunfado en la Contienda, por más que ciertos jerarcas nazis hayan alimentado ciertos propósitos similares. Saint-Loup fue un utópico.
La noción de “patria carnal”, lejos ya de las connotaciones nacionalsocialistas y, por ende, racistas y supremacistas, fue adoptada en el seno de la Nueva Derecha. Robert Steuckers reflexiona sobre ella y, en el contexto de la obra de éste importante pensador belga, creemos que bien puede ser el complemento necesario de la noción federativa de Europa como Imperium: un poder ejecutivo central que sea fuerte en determinadas competencias (defensa, planificación macroeconómica…) pero que respete a la vez la asunción simultánea de un principio de subsidiariedad.
Si queremos que la identidad europea, y española, sean armas reforzadas ante la invasión del continente y ante la globalización, bien está que nuestro núcleo más íntimo o “carnal” de la patria se recupere y cobre savia nueva. Un interesante libro y una gran iniciativa editorial.