Los curas terroristas del País Vasco francés. Una historia de impunidad
Con ocasión de las declaraciones de Mikel Azpeitia, párroco de Lemona, así como su coincidencia con la emisión de Patria y ese personaje que tanto ha sorprendido, Don Serapio, ha vuelto a la palestra la cuestión del papel de la Iglesia vasca en relación al terrorismo de ETA. Aunque se ha avanzado mucho, aún no está suficientemente estudiado el papel eclisiástico en la creación y sobre todo en la implantación de esta banda terrorista, fundamentalmente porque muchos sacerdotes han guardado silencio sobre el papel que desempeñaron no sólo por su “verbo divino” sino en labores de apoyo a los comandos, en especial, cuando habían de esconderse y huir. Desgraciadamente se nos están muriendo sin que den las explicaciones que deben a la sociedad.
Pero lo que no se ha estudiado y está pasando desapercibido fue el decisivo papel de la Iglesia en el País Vasco francés con el objetivo de crear y mantener lo que se llamó el “santuario francés”. Mientras durante el franquismo, el ultranacionalismo vasco en España tenía una base social que podía estar en torno a un tercio de la población, en el país vecino no era prácticamente nada. Absolutamente nada. En un ambiente jacobino y centralista, durante un siglo las ideas identitarias vascas habían quedado amparadas y recluidas a sacristías y conventos.
Cuando en los años sesenta, desembarcan los refugiados, los ven como una oportunidad para extender sus ideas. La Iglesia vasco-francesa, con la excusa de la protección y el apoyo a “los perseguidos”, disfrazó su actitud de ideas humanistas, algo que se veía favorecido por el ambiente posterior al Concilio Vaticano II y muchos de sus miembros se van a implicar en el apoyo al terrorismo. Buscaban mover el árbol en España para con el tiempo recoger nueces en Francia y medio siglo después podemos decir que la estrategia ha funcionado, tal como muestra el progresivo aumento electoral del ultranacionalismo en el País Vasco francés.
Recordemos cómo en el nacimiento de Anai Artea está presente como dirigente y mayor impulsor, el padre Pierre Larzabal. Esta asociación, teóricamente humanitaria, actuará a efectos prácticos hasta 1975-1976 como una red de infraestructura y apoyo a los criminales, proporcionando protección, vivienda, trabajo, ayudas económicas y otros medios. Las iglesias serán lugares de reunión y de protesta. No está mal recordar la tolerancia con que contaron para las huelgas de hambre que con gran eco publicitario se van a suceder en la catedral de Bayona desde el 23 de marzo de 1970, merced a la impunidad que les dio el Setién francés, Jean Paul Vincent, que con la boca pequeña pedía que se fueran mientras por otro lado se negaba a que entrara la policía para su expulsión, todo aderezado con textos jesuíticos que en el fondo les justificaban.
Sin estos actos de “solidaridad”, apoyados cuando no dirigidos por un sector del clero, no se entienden las enormes facilidades con la que la banda terrorista actuó en el santuario francés. Cada vez que París tímidamente intentaba controlar su permanente violación de la legislación regulatoria del refugiado político, azuzados por las sotanas, se procedía a la movilización de los colaboracionistas locales.
Esto apenas fue el principio. Lo cierto es que la Iglesia vasco-francesa se volcó durante décadas en apoyo de los terroristas, incluyendo labores de apoyo e infraestructura. Mientras en el lado español, a partir de la muerte de Franco, el clero deja de tener un papel activo más allá del publicitario que realizaba una minoría de sacerdotes agrupados en Herria 2000 Eliza, durante los ochenta, noventa y primeros años del siglo XXI, sus colegas franceses van a seguir trabajando para la causa, llegando a precisar un informe policial de 1992 que había una veintena de eclesiásticos implicados en actos delictivos. (1)
Y hubo sacerdotes que fueron más allá y directamente actuaron como terroristas.
Traigo el impresionante caso del primer secuestro de ETA, el cónsul alemán Eugenio Beihl Schaefer, realizado con motivo del consejo de guerra de Burgos de diciembre de 1970. En el estudio que publiqué sobre el uso de malos tratos y torturas por parte de los miembros de ETA, ya hice una aproximación a las inhumanas condiciones en las que estuvo secuestrado y el brutal trato que sufrió por intentar fugarse.
Tras ser liberado, a las pocas semanas empezaron a realizarse filtraciones, presuntamente desde la Policía española a algunos periodistas, en especial a Alfredo Semprún de ABC, sugiriendo que las autoridades francesas conocían a los autores del secuestro y los detalles de su desarrollo. Aun así, el interesado guardó silencio. Este periodista llegó a contar los detalles de su intento de fuga y como había estado custodiado en la casa parroquial de un pequeño pueblo, Montory.
En enero de 1974, cuando ETA vuelve al primer plano informativo a nivel mundial con el atentado contra Carrero Blanco, el párroco señor Legarteau fue entrevistado por la revista revista Paris Match y Beihl consideró que había mentido. Le remitió una carta certificada de protesta y el aludido, con la suficiencia y chulería que da la impunidad, se mofó y hasta repartió copias.
Ahí es donde salta la sorpresa. Eugenio Beihl explicó que el Gobierno de la República Federal de Alemania le había prohibido hablar, pero al divulgarse su misiva quedaba liberado. Confirmó a Alfredo Semprún que la carta era suya así como todos y cada uno de los extremos recogidos en ella.
Las implicaciones son tremendas. Un sacerdote fue cómplice activo del comando que secuestra a un ciudadano y le sometió a malos tratos rayanos con la tortura. Tras su liberación, la Policía francesa conocía todo lo ocurrido y permitió la impunidad de una acción que iba contra la legislación francesa y por tanto era un incumplimiento flagrante de la legislación internacional que regula el estatuto del refugiado político.
De esos polvos vinieron los lodos de los años de plomo. Los eclesiásticos vasco franceses fueron durante un tiempo un elemento clave en la infraestructura del crimen etarra. Y resultaron decisivos en la conformación de lo que sería el santuario francés, sin el cual no se entiende la brutal letalidad de ETA hasta los primeros años noventa. Sin ese cheque en blanco para violar la ley gracias al cual arraigaron sólidas raíces en Francia que les permitieron sobrevivir cuando la “protección” se acaba, no se entiende nada del horror que vino después y cuyos ecos llegan hasta nuestros días.
Aquí dejo el texto de la carta que Eugenio Beihl escribió con sus duras acusaciones:
“¿Necesitaba usted, M. Legarteau de tanta falsedad para defenderse de su inexplicable colaboración en el criminal secuestro de mi persona, ajena por completo a la política y a las actividades de ciertas organizaciones clandestinas? Si es así, escuche mi acusación.
Usted, M. Legarteau, me recogió de un lugar desconocido en la madrugada del 4 de diciembre, concretamente a las tres horas, junto con un comando de la ETA para trasladarme a su casa de Montory.
Usted, M. Legarteau, asignó en el primer piso de su casa, la habitación-prisión donde pasé los nueve días, hasta el intento de mi fuga.
Usted, M. Legarteau, se presentó en la puerta de mi habitación-prisión en la noche del 8 de diciembre, cuando golpeé la puerta. Le vi cara a cara, vistiendo una bata de casa (creí entonces que era usted uno más de mis guardianes que se había olvidado de cubrir el rostro).
Usted M. Legarteau, explicó dentro de su dormitorio del primer piso, donde yo me encontraba encerrado, el manejo de la cámara fotográfica a los guardianes, cuando estos me tomaron las famosas fotografías en el pasillo del primer piso de su casa.
Usted M. Legarteau, se encontraba con los guardianes en la cocina de su casa (probablemente frente la televisión), cuando yo logré saltar por la ventana tapada del pasillo del primer piso al pequeño jardín de la parte delantera de su casa. Era el día 13 de diciembre, poco más de las 22 horas. Quede aturdido en tierra por la altura inesperada. Superado el impacto corrí cuesta abajo, en busca de luz y ayuda. En el cruce de la carretera vi la famosa indicación en dirección de Mauleon, vi luces frente a una casa, una serie de automóviles aparcados y corrí hacia la entrada del tristemente famoso bar de madame Pontaut.
En la puerta, a varias personas pedí ayuda. Me reconocieron, me preguntaron de donde venía, pretendieron meterme en un coche, pero me escapé ante su actitud provocativa, y llegué al café bar de madame Pontaut. Una cuarentena de personas se quedó perpleja. Me reconocieron pero su actitud pero su actitud era reservada y hostil. Presenté mis documentos, pedí inmediato aviso a la gendarmería. Madame Pontaut al verme empapado y en calcetines, me puso una taza de café y me prometió llamar sin demora a la gendarmería. “En cinco minutos –me dijo– estarán los gendarmes”.
Salió del local y no volvió hasta el momento de entrar varios individuos del pueblo de Montory, me arrastraron a empujones nuevamente hasta la casa parroquial, dejándome en el hall. Allí esperaba un grupo de personas con los puños levantados, dispuestos a lanzarse sobre mí. Es entonces cuando vi a usted, M. Legarteau, vistiendo sus ropas de párroco, con sus gafas puestas.
Mis palabras: “Padre, usted no puede consentir esto, evite una tragedia”. Usted M. l´Abbe, en un gesto de humanidad se interpuso entre los agresores y mi persona, ayudado por los mismos guardianes armados.
En un momento traen mis zapatos del primer piso, me cubren los ojos y me llevan por una puerta trasera al coche de usted, y usted, M. l´Abbe, lo conduce junto con el comando de guardianes a un lugar desconocidos.
Reunión de emergencia. Me atan las manos, amenazas y nuevamente a otro coche. Lugar desconocido, posiblemente un caserío. Amenazas. Veinticuatro horas tumbado con los ojos vendados.
Para que contarle más M. l´Abbe, usted ya debe conocer el resto de mi desventura, a partir de la madrugada del 15 de diciembre, en que tras un nuevo traslado en coche, no en el suyo, los ojos vendados, viaje largo hasta un lugar solitario, muchas escaleras, piso alto, intenso frío, trato durísimo y vigilancia reforzada, hasta mi liberación sensacionalista.
Esta es la verdad de Montory y su complicidad, frente a unas deplorables mentidas publicadas en París Match y puestas en labrios de usted, el párroco de Montory, el digantario de la Santa Iglesia. ¿Cree usted M. l´Abbe, que debe rectificar sus falsas acusaciones?”
El cura de Lemona, un “pringao”. Los peores están al otro lado de la muga y ahí siguen, con impunidad penal y moral.
[1] El País, “La policía de Francia sospecha que 20 curas vascos franceses colaboran con ETA”. 10 de marzo de 1992.
Con ocasión de las declaraciones de Mikel Azpeitia, párroco de Lemona, así como su coincidencia con la emisión de Patria y ese personaje que tanto ha sorprendido, Don Serapio, ha vuelto a la palestra la cuestión del papel de la Iglesia vasca en relación al terrorismo de ETA. Aunque se ha avanzado mucho, aún no está suficientemente estudiado el papel eclisiástico en la creación y sobre todo en la implantación de esta banda terrorista, fundamentalmente porque muchos sacerdotes han guardado silencio sobre el papel que desempeñaron no sólo por su “verbo divino” sino en labores de apoyo a los comandos, en especial, cuando habían de esconderse y huir. Desgraciadamente se nos están muriendo sin que den las explicaciones que deben a la sociedad.
Pero lo que no se ha estudiado y está pasando desapercibido fue el decisivo papel de la Iglesia en el País Vasco francés con el objetivo de crear y mantener lo que se llamó el “santuario francés”. Mientras durante el franquismo, el ultranacionalismo vasco en España tenía una base social que podía estar en torno a un tercio de la población, en el país vecino no era prácticamente nada. Absolutamente nada. En un ambiente jacobino y centralista, durante un siglo las ideas identitarias vascas habían quedado amparadas y recluidas a sacristías y conventos.
Cuando en los años sesenta, desembarcan los refugiados, los ven como una oportunidad para extender sus ideas. La Iglesia vasco-francesa, con la excusa de la protección y el apoyo a “los perseguidos”, disfrazó su actitud de ideas humanistas, algo que se veía favorecido por el ambiente posterior al Concilio Vaticano II y muchos de sus miembros se van a implicar en el apoyo al terrorismo. Buscaban mover el árbol en España para con el tiempo recoger nueces en Francia y medio siglo después podemos decir que la estrategia ha funcionado, tal como muestra el progresivo aumento electoral del ultranacionalismo en el País Vasco francés.
Recordemos cómo en el nacimiento de Anai Artea está presente como dirigente y mayor impulsor, el padre Pierre Larzabal. Esta asociación, teóricamente humanitaria, actuará a efectos prácticos hasta 1975-1976 como una red de infraestructura y apoyo a los criminales, proporcionando protección, vivienda, trabajo, ayudas económicas y otros medios. Las iglesias serán lugares de reunión y de protesta. No está mal recordar la tolerancia con que contaron para las huelgas de hambre que con gran eco publicitario se van a suceder en la catedral de Bayona desde el 23 de marzo de 1970, merced a la impunidad que les dio el Setién francés, Jean Paul Vincent, que con la boca pequeña pedía que se fueran mientras por otro lado se negaba a que entrara la policía para su expulsión, todo aderezado con textos jesuíticos que en el fondo les justificaban.
Sin estos actos de “solidaridad”, apoyados cuando no dirigidos por un sector del clero, no se entienden las enormes facilidades con la que la banda terrorista actuó en el santuario francés. Cada vez que París tímidamente intentaba controlar su permanente violación de la legislación regulatoria del refugiado político, azuzados por las sotanas, se procedía a la movilización de los colaboracionistas locales.
Esto apenas fue el principio. Lo cierto es que la Iglesia vasco-francesa se volcó durante décadas en apoyo de los terroristas, incluyendo labores de apoyo e infraestructura. Mientras en el lado español, a partir de la muerte de Franco, el clero deja de tener un papel activo más allá del publicitario que realizaba una minoría de sacerdotes agrupados en Herria 2000 Eliza, durante los ochenta, noventa y primeros años del siglo XXI, sus colegas franceses van a seguir trabajando para la causa, llegando a precisar un informe policial de 1992 que había una veintena de eclesiásticos implicados en actos delictivos. (1)
Y hubo sacerdotes que fueron más allá y directamente actuaron como terroristas.
Traigo el impresionante caso del primer secuestro de ETA, el cónsul alemán Eugenio Beihl Schaefer, realizado con motivo del consejo de guerra de Burgos de diciembre de 1970. En el estudio que publiqué sobre el uso de malos tratos y torturas por parte de los miembros de ETA, ya hice una aproximación a las inhumanas condiciones en las que estuvo secuestrado y el brutal trato que sufrió por intentar fugarse.
Tras ser liberado, a las pocas semanas empezaron a realizarse filtraciones, presuntamente desde la Policía española a algunos periodistas, en especial a Alfredo Semprún de ABC, sugiriendo que las autoridades francesas conocían a los autores del secuestro y los detalles de su desarrollo. Aun así, el interesado guardó silencio. Este periodista llegó a contar los detalles de su intento de fuga y como había estado custodiado en la casa parroquial de un pequeño pueblo, Montory.
En enero de 1974, cuando ETA vuelve al primer plano informativo a nivel mundial con el atentado contra Carrero Blanco, el párroco señor Legarteau fue entrevistado por la revista revista Paris Match y Beihl consideró que había mentido. Le remitió una carta certificada de protesta y el aludido, con la suficiencia y chulería que da la impunidad, se mofó y hasta repartió copias.
Ahí es donde salta la sorpresa. Eugenio Beihl explicó que el Gobierno de la República Federal de Alemania le había prohibido hablar, pero al divulgarse su misiva quedaba liberado. Confirmó a Alfredo Semprún que la carta era suya así como todos y cada uno de los extremos recogidos en ella.
Las implicaciones son tremendas. Un sacerdote fue cómplice activo del comando que secuestra a un ciudadano y le sometió a malos tratos rayanos con la tortura. Tras su liberación, la Policía francesa conocía todo lo ocurrido y permitió la impunidad de una acción que iba contra la legislación francesa y por tanto era un incumplimiento flagrante de la legislación internacional que regula el estatuto del refugiado político.
De esos polvos vinieron los lodos de los años de plomo. Los eclesiásticos vasco franceses fueron durante un tiempo un elemento clave en la infraestructura del crimen etarra. Y resultaron decisivos en la conformación de lo que sería el santuario francés, sin el cual no se entiende la brutal letalidad de ETA hasta los primeros años noventa. Sin ese cheque en blanco para violar la ley gracias al cual arraigaron sólidas raíces en Francia que les permitieron sobrevivir cuando la “protección” se acaba, no se entiende nada del horror que vino después y cuyos ecos llegan hasta nuestros días.
Aquí dejo el texto de la carta que Eugenio Beihl escribió con sus duras acusaciones:
“¿Necesitaba usted, M. Legarteau de tanta falsedad para defenderse de su inexplicable colaboración en el criminal secuestro de mi persona, ajena por completo a la política y a las actividades de ciertas organizaciones clandestinas? Si es así, escuche mi acusación.
Usted, M. Legarteau, me recogió de un lugar desconocido en la madrugada del 4 de diciembre, concretamente a las tres horas, junto con un comando de la ETA para trasladarme a su casa de Montory.
Usted, M. Legarteau, asignó en el primer piso de su casa, la habitación-prisión donde pasé los nueve días, hasta el intento de mi fuga.
Usted, M. Legarteau, se presentó en la puerta de mi habitación-prisión en la noche del 8 de diciembre, cuando golpeé la puerta. Le vi cara a cara, vistiendo una bata de casa (creí entonces que era usted uno más de mis guardianes que se había olvidado de cubrir el rostro).
Usted M. Legarteau, explicó dentro de su dormitorio del primer piso, donde yo me encontraba encerrado, el manejo de la cámara fotográfica a los guardianes, cuando estos me tomaron las famosas fotografías en el pasillo del primer piso de su casa.
Usted M. Legarteau, se encontraba con los guardianes en la cocina de su casa (probablemente frente la televisión), cuando yo logré saltar por la ventana tapada del pasillo del primer piso al pequeño jardín de la parte delantera de su casa. Era el día 13 de diciembre, poco más de las 22 horas. Quede aturdido en tierra por la altura inesperada. Superado el impacto corrí cuesta abajo, en busca de luz y ayuda. En el cruce de la carretera vi la famosa indicación en dirección de Mauleon, vi luces frente a una casa, una serie de automóviles aparcados y corrí hacia la entrada del tristemente famoso bar de madame Pontaut.
En la puerta, a varias personas pedí ayuda. Me reconocieron, me preguntaron de donde venía, pretendieron meterme en un coche, pero me escapé ante su actitud provocativa, y llegué al café bar de madame Pontaut. Una cuarentena de personas se quedó perpleja. Me reconocieron pero su actitud pero su actitud era reservada y hostil. Presenté mis documentos, pedí inmediato aviso a la gendarmería. Madame Pontaut al verme empapado y en calcetines, me puso una taza de café y me prometió llamar sin demora a la gendarmería. “En cinco minutos –me dijo– estarán los gendarmes”.
Salió del local y no volvió hasta el momento de entrar varios individuos del pueblo de Montory, me arrastraron a empujones nuevamente hasta la casa parroquial, dejándome en el hall. Allí esperaba un grupo de personas con los puños levantados, dispuestos a lanzarse sobre mí. Es entonces cuando vi a usted, M. Legarteau, vistiendo sus ropas de párroco, con sus gafas puestas.
Mis palabras: “Padre, usted no puede consentir esto, evite una tragedia”. Usted M. l´Abbe, en un gesto de humanidad se interpuso entre los agresores y mi persona, ayudado por los mismos guardianes armados.
En un momento traen mis zapatos del primer piso, me cubren los ojos y me llevan por una puerta trasera al coche de usted, y usted, M. l´Abbe, lo conduce junto con el comando de guardianes a un lugar desconocidos.
Reunión de emergencia. Me atan las manos, amenazas y nuevamente a otro coche. Lugar desconocido, posiblemente un caserío. Amenazas. Veinticuatro horas tumbado con los ojos vendados.
Para que contarle más M. l´Abbe, usted ya debe conocer el resto de mi desventura, a partir de la madrugada del 15 de diciembre, en que tras un nuevo traslado en coche, no en el suyo, los ojos vendados, viaje largo hasta un lugar solitario, muchas escaleras, piso alto, intenso frío, trato durísimo y vigilancia reforzada, hasta mi liberación sensacionalista.
Esta es la verdad de Montory y su complicidad, frente a unas deplorables mentidas publicadas en París Match y puestas en labrios de usted, el párroco de Montory, el digantario de la Santa Iglesia. ¿Cree usted M. l´Abbe, que debe rectificar sus falsas acusaciones?”
El cura de Lemona, un “pringao”. Los peores están al otro lado de la muga y ahí siguen, con impunidad penal y moral.
[1] El País, “La policía de Francia sospecha que 20 curas vascos franceses colaboran con ETA”. 10 de marzo de 1992.