Extracto del libro "Bolsonaro: El mesías brasileño"
Bolsonaro, Brasil y la voluntad de Dios
Ante la pandemia del coronavirus que afectó, en mayor o menor medida, al mundo, resurgía el mesianismo mas religioso. “La voluntad de Dios” era la explicación y la solución de la misma para Jair Messias Bolsonaro, presidente de Brasil: una simple enfermedad más, una economía que no se debe cerrar, un Gobierno que debe obedecer sus ideas, un dirigente que se manifiesta en contra del propio sistema que encabeza, un destino ya marcado por la providencia.
Una misión, en suma, que cumplir contra todos y contra todo. Bolsonaro, soberanista radical en medio de la crisis global, y al que subestimaron en las elecciones, era ridiculizado a diario por los medios liberal-progresistas opositores, pero al que seguían con fervor casi mesiánico sus millones de seguidores en las calles y en las redes. El mesías requerido para un enorme país entre el cambio y la continuidad.
Bolsonaro frente a un Tribunal Supremo en su contra, a un parlamento fraccionado en exceso y a los gobernadores con amplias competencias. El presidente brasileño encabezaba la manifestación contra la cuarentena que se imponía en estados y ciudades, y se sumaba al pueblo con una imagen católica en los brazos o una camiseta evangélica bien llamativa. Un soberanista más que no venía a hacer amigos: enemigo del sistema partitocrático nacional, apoyándose en militares en la reserva, en las agitadas redes sociales, en los conservadores sociales y los liberales económicos, y en las masas religiosas patrias.
“La muerte es el destino de todos” declaraba Bolsonaro, ante la pregunta sobre los fallecidos por la pandemia del coronavirus. Un cristiano renacido y posmoderno en estado puro. Lo que tenía que pasar pasaría, y había que atender aquello que se podía controlar: la economía y el orden. “¿Qué quieres que haga? Soy un mesías pero no hago milagros” respondía en televisión, sobre la extensión de la enfermedad. Incluso para su ministro de exteriores, Ernesto Ataujo, la pandemia y su control eran una excusa para el que denunciaba como nuevo comunismo global: “transferir poderes nacionales a la OMS, bajo el pretexto, ¡jamás comprobado!, de que un organismo internacional centralizado es más eficiente para lidiar con los problemas que los países actuando individualmente, es apenas el primer paso en la construcción de la solidaridad comunista planetaria”.
Bolsonaro tenía una misión, predestinada por el amplio movimiento que le apoyaba decidida o circunstancialmente: hacer de Brasil la gran potencia regional iberoaméricana bajo los principios soberanistas propios de la fe y la familia, el orden y la patria, la economía y el desarrollo. Se convirtió, por ello, en el representante de la plural alianza entre conservadores sociales y liberales económicos, desde el moderno soberanismo brasileño de una naturaleza religiosa y anticomunista muy acentuada, y que pretendía ser mayoría ciudadana por largo tiempo. Pero desde el principio de su mandato, tuvo que hacer frente tanto a las profundas diferencias in-ternas de esa coalición nacional que lo llevó al poder como al poderoso régimen creado durante décadas por el Partido de los Trabajadores de Lula da Silva (especialmente en la educación, la prensa y la justicia). Así, contó con disidencias continuas y oposiciones frontales casi a diario: las denuncias judiciales por “interferir políticamente” (con los famosos videos en el consejo de ministros), las numerosas acusaciones contra sus hijos y sus aliados, las recurrentes manifestaciones opositoras en su contra, las controversias por su visión de la mismas, las deserciones de antiguos apoyos (y el de su fichaje estrella, el juez Sergio Moro), las encuestas durante meses en su contra, y especialmente el brutal impacto de la pandemia en Brasil.
Frente al comunismo de siempre (con sus viejas banderas) o renovado (con su nueva ideología de género), e incluso en los momentos más duros de su mandato, la misión de Bolsonaro estaba muy clara (como proclamaba en la oración conjunta con los lideres evangélicos brasileños de mayo de 2020): “Estamos aqui porque acreditamos no Brasil e porque cremos em Deus. Esse povo cristão, que nos alimenta através da fé, apenas traz para todos nós que os obstáculos serão vencidos. Vocês pelas suas pregações, pelas maneiras que conduzem a fé (…) Deus, pátria e família: o Brasil tem tudo pra ser uma grande nação. Nos tínhamos mais do que um povo ao nosso lado, tínhamos aquele que nos colocou aqui na terra. Meu muito obrigado aos 210 milhões de brasileiros”.
Sergio Fernández Riquelme: Bolsonaro: El mesías brasileño. Letras Inquietas (Noviembre de 2020)
Ante la pandemia del coronavirus que afectó, en mayor o menor medida, al mundo, resurgía el mesianismo mas religioso. “La voluntad de Dios” era la explicación y la solución de la misma para Jair Messias Bolsonaro, presidente de Brasil: una simple enfermedad más, una economía que no se debe cerrar, un Gobierno que debe obedecer sus ideas, un dirigente que se manifiesta en contra del propio sistema que encabeza, un destino ya marcado por la providencia.
Una misión, en suma, que cumplir contra todos y contra todo. Bolsonaro, soberanista radical en medio de la crisis global, y al que subestimaron en las elecciones, era ridiculizado a diario por los medios liberal-progresistas opositores, pero al que seguían con fervor casi mesiánico sus millones de seguidores en las calles y en las redes. El mesías requerido para un enorme país entre el cambio y la continuidad.
Bolsonaro frente a un Tribunal Supremo en su contra, a un parlamento fraccionado en exceso y a los gobernadores con amplias competencias. El presidente brasileño encabezaba la manifestación contra la cuarentena que se imponía en estados y ciudades, y se sumaba al pueblo con una imagen católica en los brazos o una camiseta evangélica bien llamativa. Un soberanista más que no venía a hacer amigos: enemigo del sistema partitocrático nacional, apoyándose en militares en la reserva, en las agitadas redes sociales, en los conservadores sociales y los liberales económicos, y en las masas religiosas patrias.
“La muerte es el destino de todos” declaraba Bolsonaro, ante la pregunta sobre los fallecidos por la pandemia del coronavirus. Un cristiano renacido y posmoderno en estado puro. Lo que tenía que pasar pasaría, y había que atender aquello que se podía controlar: la economía y el orden. “¿Qué quieres que haga? Soy un mesías pero no hago milagros” respondía en televisión, sobre la extensión de la enfermedad. Incluso para su ministro de exteriores, Ernesto Ataujo, la pandemia y su control eran una excusa para el que denunciaba como nuevo comunismo global: “transferir poderes nacionales a la OMS, bajo el pretexto, ¡jamás comprobado!, de que un organismo internacional centralizado es más eficiente para lidiar con los problemas que los países actuando individualmente, es apenas el primer paso en la construcción de la solidaridad comunista planetaria”.
Bolsonaro tenía una misión, predestinada por el amplio movimiento que le apoyaba decidida o circunstancialmente: hacer de Brasil la gran potencia regional iberoaméricana bajo los principios soberanistas propios de la fe y la familia, el orden y la patria, la economía y el desarrollo. Se convirtió, por ello, en el representante de la plural alianza entre conservadores sociales y liberales económicos, desde el moderno soberanismo brasileño de una naturaleza religiosa y anticomunista muy acentuada, y que pretendía ser mayoría ciudadana por largo tiempo. Pero desde el principio de su mandato, tuvo que hacer frente tanto a las profundas diferencias in-ternas de esa coalición nacional que lo llevó al poder como al poderoso régimen creado durante décadas por el Partido de los Trabajadores de Lula da Silva (especialmente en la educación, la prensa y la justicia). Así, contó con disidencias continuas y oposiciones frontales casi a diario: las denuncias judiciales por “interferir políticamente” (con los famosos videos en el consejo de ministros), las numerosas acusaciones contra sus hijos y sus aliados, las recurrentes manifestaciones opositoras en su contra, las controversias por su visión de la mismas, las deserciones de antiguos apoyos (y el de su fichaje estrella, el juez Sergio Moro), las encuestas durante meses en su contra, y especialmente el brutal impacto de la pandemia en Brasil.
Frente al comunismo de siempre (con sus viejas banderas) o renovado (con su nueva ideología de género), e incluso en los momentos más duros de su mandato, la misión de Bolsonaro estaba muy clara (como proclamaba en la oración conjunta con los lideres evangélicos brasileños de mayo de 2020): “Estamos aqui porque acreditamos no Brasil e porque cremos em Deus. Esse povo cristão, que nos alimenta através da fé, apenas traz para todos nós que os obstáculos serão vencidos. Vocês pelas suas pregações, pelas maneiras que conduzem a fé (…) Deus, pátria e família: o Brasil tem tudo pra ser uma grande nação. Nos tínhamos mais do que um povo ao nosso lado, tínhamos aquele que nos colocou aqui na terra. Meu muito obrigado aos 210 milhões de brasileiros”.
Sergio Fernández Riquelme: Bolsonaro: El mesías brasileño. Letras Inquietas (Noviembre de 2020)