Criaturas de los hermanos Grimm
Se me ponen los pelos de punta cuando pienso en delegar en el Estado la educación de mi hijo. En este punto poco me importa la forma del Estado o incluso su definición ideológica, no creo que el Estado esté para educar a nadie. Si nos ceñimos a lo que significa educación, creo que la familia y la comunidad están por delante del Estado en lo que se refiere a ésta; el Estado puede o no secundar esta comunidad de valores familiares o comunitarios.
Lo que sí es indudablemente tarea del Estado es la instrucción. Instruir adecuadamente a los educandos mediante programas formativos de excelencia académica, combinando estudios humanísticos con científico-tecnológicos es sin duda el mínimo común denominador de cualquier sistema educativo y aportando discursos que combinen la innovación con la adecuada y sólida formación.
Es muy evidente que, si nos salimos de aquí, la educación se entiende a mamporros. Cada ley educativa es un mamporro a la ley anterior, un mamporro al Gobierno anterior y por ende, un mamporro también a toda la comunidad educativa que espera cada tres o cuatro años cambios de calado en la organización y sistematización de los estudios.
La ley Celaá es una Ley Wert a la inversa. Una inversión del paradigma educativo sustituyéndolo por el antagónico, con lo cual, en el fondo, estamos reproduciendo el mismo... es una ley para los años que dure el PSOE en el poder que no es que mire hacia adelante, sino que recupera el olor a alcanfor de la mismísima LOGSE de Maravall. Es una anticualla. Ni rastro de la tecnologización de la educación, ni rastro de innovación educativa, de conexión con otras redes internacionales educativas... Un engendro más pendiente de mamporrear a los enemigos políticos y de buscar votos a los presupuestos y a la legislatura que de intervenir adecuadamente en un entorno educativo que se enfrenta a los retos pandémicos en una situación objetiva de atraso formativo y tecnológico.
Es un 'show' donde de lo que se trata es de golpear a los sectores creyentes de la sociedad, conceder el máximo de prebendas a los nacionalistas sin llegar a romper oficialmente al Estado y una caja de resonancia de la leonera que es la clase política española. La educación como arma.
Veo en Celaá una suerte de narcisismo político desmesurado, casi patológico, una necesidad de proyectar una sombra alargada con resonancias de madrastrismo en el que la infancia es banco de pruebas de teorías psicológicas, mestizaje de identidades sexuales, pastiche de culturas religiosas, mientras es ignorado el heroísmo de unos docentes y alumnos que están mostrando la mayor madurez de todo el país en el tratamiento y gestión de los riesgos de contagio.
Celaá y Wert pasarán a la historia por la monstruosidad política. Son, en términos políticos, criaturas de los hermanos Grimm.
Se me ponen los pelos de punta cuando pienso en delegar en el Estado la educación de mi hijo. En este punto poco me importa la forma del Estado o incluso su definición ideológica, no creo que el Estado esté para educar a nadie. Si nos ceñimos a lo que significa educación, creo que la familia y la comunidad están por delante del Estado en lo que se refiere a ésta; el Estado puede o no secundar esta comunidad de valores familiares o comunitarios.
Lo que sí es indudablemente tarea del Estado es la instrucción. Instruir adecuadamente a los educandos mediante programas formativos de excelencia académica, combinando estudios humanísticos con científico-tecnológicos es sin duda el mínimo común denominador de cualquier sistema educativo y aportando discursos que combinen la innovación con la adecuada y sólida formación.
Es muy evidente que, si nos salimos de aquí, la educación se entiende a mamporros. Cada ley educativa es un mamporro a la ley anterior, un mamporro al Gobierno anterior y por ende, un mamporro también a toda la comunidad educativa que espera cada tres o cuatro años cambios de calado en la organización y sistematización de los estudios.
La ley Celaá es una Ley Wert a la inversa. Una inversión del paradigma educativo sustituyéndolo por el antagónico, con lo cual, en el fondo, estamos reproduciendo el mismo... es una ley para los años que dure el PSOE en el poder que no es que mire hacia adelante, sino que recupera el olor a alcanfor de la mismísima LOGSE de Maravall. Es una anticualla. Ni rastro de la tecnologización de la educación, ni rastro de innovación educativa, de conexión con otras redes internacionales educativas... Un engendro más pendiente de mamporrear a los enemigos políticos y de buscar votos a los presupuestos y a la legislatura que de intervenir adecuadamente en un entorno educativo que se enfrenta a los retos pandémicos en una situación objetiva de atraso formativo y tecnológico.
Es un 'show' donde de lo que se trata es de golpear a los sectores creyentes de la sociedad, conceder el máximo de prebendas a los nacionalistas sin llegar a romper oficialmente al Estado y una caja de resonancia de la leonera que es la clase política española. La educación como arma.
Veo en Celaá una suerte de narcisismo político desmesurado, casi patológico, una necesidad de proyectar una sombra alargada con resonancias de madrastrismo en el que la infancia es banco de pruebas de teorías psicológicas, mestizaje de identidades sexuales, pastiche de culturas religiosas, mientras es ignorado el heroísmo de unos docentes y alumnos que están mostrando la mayor madurez de todo el país en el tratamiento y gestión de los riesgos de contagio.
Celaá y Wert pasarán a la historia por la monstruosidad política. Son, en términos políticos, criaturas de los hermanos Grimm.