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Pablo Mosquera
Sábado, 05 de Diciembre de 2020 Tiempo de lectura:

Sábados para olvidar

Estamos pasando por tiempos nuevos. Inimaginable que los fines de semana se hayan convertido en momentos "peligrosos". La pandemia es incompatible con el ocio tal como lo vivíamos hasta el pasado año. Esos sábados de alegría, para compartir con amigos, disfrutando del modelo sociable y hospitalario de nuestro país, puede que lo hayamos perdido. Incluidas las fiestas de diciembre. Pero, para algunos y por razones que voy a contar, no es la primera vez que nos vemos en tal.  

 

Sábado noche de hace algunos años. Como casi siempre, o me desplazo a mi piso de seguridad en Galicia, o toca quedarse en el domicilio del centro vitoriano. Estoy sólo en el piso de arriba -dúplex- y me estoy quedando adormilado mientras veo una película en Canal+. Llaman al timbre. Me parece raro. Vivo en un edificio de oficinas, salvo el último piso, que son algunas viviendas. Mis escoltas se han ido desde por la mañana. Tengo por sistema evitar que mi gente tenga que trabajar para que yo me divierta. Estoy por tanto sólo. Pero mi cabeza ya está "educada" en las medidas de seguridad. Son muchos años viviendo en tales circunstancias. 

 

Me espabilo del todo. Salgo por la puerta del quinto piso. Lo hago sigilosamente. Veo que en el cuarto piso, delante de mi puerta, hay un individuo, más abajo en las escaleras entre tercero y cuarto, otro más. Sospecho que se trata de una "visita indeseable". Voy al cajón de mi despacho. Tomo mi arma reglamentaria. Bajo al cuarto piso y abro. Lo hago apuntando con el arma en disposición de disparo. El que me esperaba se pone pálido. El de más abajo, sale pitando por las escaleras. Al que he cazado... no le quedarán ganas de volver a intentar otra aventura de esta naturaleza.

 

Madrugada del sábado al domingo. Suena el teléfono. Un sujeto que se da a conocer me llama para avisarme que sabe que ha llegado a Vitoria un comando con instrucciones para atentar contra mi vida. Que abandone la ciudad cuanto antes. Me despierto y decido. Llamo a dos amigos de la unidad informativa de la Policía Nacional. Los dos veteranos, uno extremeño y el otro madrileño, los conozco de tiempo. Me dicen si estoy dispuesto a visitar al que me ha llamado. Respondo afirmativamente. Nos presentamos en su domicilio en el centro de Vitoria. Su sorpresa es mayúscula. No sólo no me marché, es que me he presentado en su casa. Procedemos al interrogatorio... Al final, los que salen perdiendo son los del "presunto grupo de gudaris". A la mañana siguiente, tenemos un problema: cómo explicarle al comisario jefe la "batida nocturna". Lo hago poco a poco. El policía sonríe. Terminará siendo uno de mis mejores valedores para mi propia seguridad. Con el tiempo, me enseñará muchas cuestiones. Será una de las personas profesionales, más importantes en el dispositivo de seguridad para la Olimpiada de Barcelona. Será la persona que me vendrá a ver, para que le cuente lo que se, en relación al asesinato de Goyo Ordoñez. Será uno de los comisarios que se encargue de limpiar ciertas actividades relacionadas con el 'Gal verde'...

 

Sábado de fútbol en Mendizorroza. Juega el Glorioso Deportivo Alavés, que está en primera división. Como de costumbre y en mi condición de diputado foral del deporte, estoy en el palco. Me acompaña un amigo futbolero que ha venido desde Galicia para preparar una exposición de pintura. Es nacionalista gallego. Nada más comenzar el partido, los aguerridos muchachos de las peñas juveniles me cantan. ¡Mosquera muérete!. ¡Mosquera, pim-pam-pum!. Es una llamada a ETA para que me "ejecute". Mi amigo no entiende nada. Le dice a su compañero de asiento en el palco. "¿Pero que están diciendo esos energúmenos?". El acompañante le cuenta las delicias que soportamos en nuestra vida de ocio en ese país de vasquitos y nesquitas. Mi amigo se queda escandalizado. Se da cuenta que el nacionalismo vasco es de otra pasta...

         

Sábado como tantos otros. Alguien decide que salgamos a cenar y tomar unas copas. No lo hacemos nunca. La última vez que se hizo fue con motivo de la visita desde San Ciprián. Vinieron unos amigos a vernos. Fuimos a Llodio a reunirnos con la Tétrada Literaria. Para enseñarles Vitoria por la noche, y sin salirnos del centro en la ciudad, la policía autónoma vasca tuvo que desplegarse para tomar la calle y los locales que previamente habíamos señalado. Aquello fue inolvidable. Pero hasta los más amenazados tenemos derecho a salir una noche de sábado. Y así lo hicimos. Cenamos en un restaurante de confianza. Tranquilamente, pero con nuestras escoltas, dos guardaespaldas por cargo político. Al terminar, alguien quiso tomar una copa en un local de la calle San Antonio. Muy cerca de nuestra sede. Allí fuimos a escuchar música y bailar. Parecía que todo era normal. Y así fue. Hasta que unos 'vascos' que venían a lo mismo que nosotros, nos descubrieron. Los dirigentes de Unidad Alavesa divirtiéndose. ¡No lo podían consentir! Comenzaron insultando. Buscaban la bronca y... la tuvieron. Todo aquel local se convirtió en un campo de batalla. Nuestros escoltas sacudían de lo lindo. Creo que hasta les resultaba positivo para hacer ejercicio. Los agresores terminaron por los suelos. Nosotros nos fuimos para evitar la llegada de las patrullas y los correspondientes atestados. Una vez más aprendimos que en aquella ciudad, como en casi todas las que formaban el medio urbano de Euskadi, eran de los nacionalistas. Los 'españoles' no teníamos permiso para tener un sábado noche como cualquier español en su población de residencia.           

 

Sábado 12 de julio 1997. Manifestación en Bilbao para exigir a ETA la liberación de Miguel Ángel Blanco. Primera gran sorpresa. La multitud que aguarda. Los componentes del Pacto de Ajuria Enea son los primeros sorprendidos. Cuando Zubizarreta nos había informado sobre la convocatoria, añadió: "¡que error, en pleno verano, será un fracaso!". Aquellas gentes llegadas de todos los puntos cardinales en una Euskadi que estaba diciendo ¡basta ya!, eran el síntoma de una sociedad que marcaría un antes y un después. El miedo era superado por la indignación. El pueblo no había sido convocado por los dirigentes. Era ese pueblo harto de estar harto quien empujaba a sus dirigentes en una nueva etapa que se conocería más tarde, con el asesinato del concejal del PP, como "espíritu de Ermua". En aquella manifestación los nacionalistas estaban incómodos. El PP, con Aznar y sus dirigentes, no compartieron la pancarta de cabecera. Quisieron marcar distancias. Al llegar a las escaleras del Ayuntamiento, unos y otros nos juntamos. Y la anécdota. Zubizarreta tuvo que pedirle a la esposa de Aznar -Ana Botella- que abandonara la cabecera con una frase muy elocuente. "Señora deje ese lugar, usted no es la presidenta consorte, es sólo la esposa del señor Aznar." 

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