La insubordinación fundante
La insubordinación fundante es el concepto acuñado por el experto argentino en Relaciones Internacionales, el profesor Marcelo Gullo, para explicar, simultáneamente, un proceso histórico y una posibilidad futura. ¿Qué proceso es ese? En apretada síntesis, y a modo de borrador, diremos:
1. Los Estados son desiguales en cuanto a poder. Aunque el Derecho Internacional y los organismos mundiales reconocen igualdad soberana formal, el hecho es que en el tablero mundial hay potencias dominantes y Estados dominados.
2. Las potencias dominantes, al menos desde el auge del modo de producción capitalista, procuran asentar y mantener su dominio no exclusivamente por recurso a la fuerza bruta –militar- sino por medio de una dominación económica. Pero incluso ésta no se muestra estable ni segura a la larga, para lo cual es preciso su complemento y extensión: la dominación ideológica.
3. Las potencias dominantes, y es el caso sucesiva y ejemplarmente de Gran Bretaña y los E.E.U.U., en cuanto lograron un “umbral de poder”, se dotaron de instrumentos proteccionistas adecuados para impedir que las mercancías más baratas de las colonias o de los países extranjeros entraran dentro del mercado nacional. Legislaron y gobernaron en pro de una industria nacional autosuficiente, blindada, una vez que las dimensiones territoriales suficientes y el grado de unidad política del país estaban garantizados.
4. El proteccionismo industrial fue, en su momento, una insubordinación frente a países previamente mejor posicionados en el tablero mundial: Gran Bretaña frente a España, Holanda y Francia, así como los E.E.U.U. incipientes, los de las trece colonias, frente a Gran Bretaña. Una vez declarados en rebeldía, los países insubordinados inician un proceso “fundante”: sientan las bases para el desarrollo industrial protegido, elevando el nivel de vida y el desarrollo de la producción, creando la masa crítica suficiente (demográfica, territorial, productiva) para pasar a ser, primero, soberanos y, segundo, hegemónicos a nivel regional y quizás mundial. Para ello, el realismo político dicta la siguiente norma: hay que predicar para los demás lo que no quieres para ti mismo. Esta es la verdadera historia del liberalismo y del neoliberalismo: británicos y estadounidenses fueron, en el siglo XVI y en el XIX, respectivamente, potencias que predicaron para los demás una apertura de mercados, un liberalismo doctrinario, pero que practicaron para ellos el más férreo de los proteccionismos.
El profesor Gullo, declarado partidario de la Hispanidad, ve del todo factible la creación de un polo de desarrollo industrial en la región de Río de la Plata. La unidad de acción de argentinos y brasileños podría acelerar un proceso federativo de las restantes repúblicas iberoamericanas australes que podría, a su vez, irradiar hacia el Norte. Lejos de las fronteras yanquis (lejos de los “gringos”), dotados de recursos naturales en gran abundancia, aprovechándose del declive del gigante del norte, y de su propia lucha interna entre proteccionistas (trumpistas) y neoliberales (demócratas, mundialistas, neocons del viejo estilo…), así como de la rivalidad de los yanquis con China, el mundo iberoamericano –piensa Gullo- cuenta hoy con una oportunidad.
Evidentemente, es preciso deshacerse de la dominación ideológica. Las élites iberoamericanas, como aquí las élites españolas, se han dejado embaucar con demasiada facilidad por la ortodoxia liberal y neoliberal. Y decimos embaucar cuando podríamos decir mucho mejor “comprar”.
Se quiere mantener la ficción de una “demogresca” (por emplear la expresión de Juan Manuel de Prada) entre izquierdas y derechas cuando la verdadera lucha en la arena mundial es la que se abre entre proteccionismo y globalismo. Esa misma lucha tiene lugar incluso en el corazón mismo del imperio yanqui, pues ya no se da una correspondencia ni solapamiento exacto entre “nación estadounidense” y “altas finanzas mundiales”. El propio pueblo norteamericano alineado con Trump desea proteger su industria nacional y los puestos de trabajo productivos frente los invisibles señores apátridas del dinero. Vivimos bajo un capitalismo de dinero ficticio, donde la propia “deuda” es una herramienta de gestión sobre los dominados: las deudas que tapan otras deudas son las armas para mantener a los pueblos y a las naciones bajo la bota. Las deudas iniciales ya nunca se van a pagar, y de lo que se trata ahora es de eliminar competidores y fraccionar naciones bajo el yugo del endeudamiento progresivo.
España lo sabe muy bien. Ya de por sí seccionada de la otra España, la americana, mucho más grande. Ya mutilada de sus provincias africanas y de sus islas asiáticas, sigue encogiéndose y fraccionándose. La unidad precaria del Estado que hoy llamamos España corre peligro, y la inestabilidad institucional y territorial del país obedece a esa dominación económica, cultural e ideológica que estamos padeciendo desde 1975.
La insubordinación fundante de España sólo podría pasar por desandar el camino perdido en 1975:
1. Recuperar la vocación marinera. Construir barcos, reponer astilleros, dotarse de una Armada moderna que patrulle las costas y defienda costas y fronteras acuáticas. La vocación marinera ha de ser atlántica: reforzar puentes de agua con la otra España, la americana y con la lusofonía. En el mediterráneo y en África, blindarse y hacerse respetar ante la invasión afro-mahometana programada por las mafias globalistas.
2. Pasar por una fase de autarquía y de proteccionismo. Rehacer los polos industriales que había en torno a 1975 y crear otros nuevos, pero al margen de los privilegios fiscales vascos y catalanes, para así ahogar para siempre el supremacismo de estas periferias, favoreciendo otras nuevas. La protección de la agricultura española unida a la creación de una fuerte agroindustria, y la apuesta por aquellas manufacturas tecnológicas que dotan a España de una importante clase técnica bien cualificada y de bienes de alto valor añadido suponen, un claro desafío a la política de la Unión Europea. Esto solo lo podríamos hacer insubordinadamente, plantando cara a los “socios”.
Pero, tanto la América austral como la España futura, ¿cómo podrían llevar a cabo esa insubordinación y plantar cara a nuestros acreedores y dominadores? Evidentemente, esto solo es posible por medio de una acción estatal. Debe ser el Estado, dirigido por un Gobierno no plegado a las élites mundialistas, no comprado (sobornado) por los acreedores, por los señores del dinero. Y éste es un punto débil, hasta donde se me alcanza, en la teoría del profesor Gullo. Las vías “populistas” de acceso al gobierno de un Estado insubordinado con vocación proteccionista y autocentrada (soberanismo identitario) son muy diversas en cada región. En nuestro mundo de habla hispana oscilan desde el chavismo y el peronismo, por ejemplo, hasta un dudoso “voxismo” peninsular, sabiendo como sabemos que en el partido español Vox no faltan neoliberales y neocons, devotos de la colonización yanqui, políticos plutócratas altamente incompatibles con un proyecto de insubordinación fundante. Además, los mecanismos “democráticos” formales para el acceso al poder de estas opciones proteccionistas y soberanistas están viciados por la propia partitocracia y plutocracia. Quienes gobiernan desde “negociados” que se hacen llamar de izquierda o se hacen llamar de derecha –tanto da- ya se las han ingeniado para tachar de “fascista” o “populista” una opción que plante cara al sistema de dominación mundial, al neoliberalismo y a la UE (en el caso español) y bloquear ideológicamente así su crecimiento.
No es utópica la construcción intelectual de Gullo, pues en su vertiente histórica tiene buen fundamento, pero como praxis para actuar políticamente a partir de hoy, se presenta como un borrador en donde casi todo queda por escribir: ¿quién puede movilizar hoy a un pueblo hacia el soberanismo (hacia la insubordinación fundante) cuando éste mismo pueblo se encuentra aborregado en gran proporción, por medio de la industria del ocio norteamericana, la adicción a las pantallas electrónicas, la degradación escolar del “aprobado general” y el adoctrinamiento de género?
Quizá habría que empezar por crear algo así una Orden de Caballería, no andante ni quijotesca, pero sí lo suficientemente elitista y sabia, que forme centros de contrapoder tanto en lo económico como en lo ideológico y cultural. Centros muy pequeños pero que irradien su luz poco a poco.
La insubordinación fundante es el concepto acuñado por el experto argentino en Relaciones Internacionales, el profesor Marcelo Gullo, para explicar, simultáneamente, un proceso histórico y una posibilidad futura. ¿Qué proceso es ese? En apretada síntesis, y a modo de borrador, diremos:
1. Los Estados son desiguales en cuanto a poder. Aunque el Derecho Internacional y los organismos mundiales reconocen igualdad soberana formal, el hecho es que en el tablero mundial hay potencias dominantes y Estados dominados.
2. Las potencias dominantes, al menos desde el auge del modo de producción capitalista, procuran asentar y mantener su dominio no exclusivamente por recurso a la fuerza bruta –militar- sino por medio de una dominación económica. Pero incluso ésta no se muestra estable ni segura a la larga, para lo cual es preciso su complemento y extensión: la dominación ideológica.
3. Las potencias dominantes, y es el caso sucesiva y ejemplarmente de Gran Bretaña y los E.E.U.U., en cuanto lograron un “umbral de poder”, se dotaron de instrumentos proteccionistas adecuados para impedir que las mercancías más baratas de las colonias o de los países extranjeros entraran dentro del mercado nacional. Legislaron y gobernaron en pro de una industria nacional autosuficiente, blindada, una vez que las dimensiones territoriales suficientes y el grado de unidad política del país estaban garantizados.
4. El proteccionismo industrial fue, en su momento, una insubordinación frente a países previamente mejor posicionados en el tablero mundial: Gran Bretaña frente a España, Holanda y Francia, así como los E.E.U.U. incipientes, los de las trece colonias, frente a Gran Bretaña. Una vez declarados en rebeldía, los países insubordinados inician un proceso “fundante”: sientan las bases para el desarrollo industrial protegido, elevando el nivel de vida y el desarrollo de la producción, creando la masa crítica suficiente (demográfica, territorial, productiva) para pasar a ser, primero, soberanos y, segundo, hegemónicos a nivel regional y quizás mundial. Para ello, el realismo político dicta la siguiente norma: hay que predicar para los demás lo que no quieres para ti mismo. Esta es la verdadera historia del liberalismo y del neoliberalismo: británicos y estadounidenses fueron, en el siglo XVI y en el XIX, respectivamente, potencias que predicaron para los demás una apertura de mercados, un liberalismo doctrinario, pero que practicaron para ellos el más férreo de los proteccionismos.
El profesor Gullo, declarado partidario de la Hispanidad, ve del todo factible la creación de un polo de desarrollo industrial en la región de Río de la Plata. La unidad de acción de argentinos y brasileños podría acelerar un proceso federativo de las restantes repúblicas iberoamericanas australes que podría, a su vez, irradiar hacia el Norte. Lejos de las fronteras yanquis (lejos de los “gringos”), dotados de recursos naturales en gran abundancia, aprovechándose del declive del gigante del norte, y de su propia lucha interna entre proteccionistas (trumpistas) y neoliberales (demócratas, mundialistas, neocons del viejo estilo…), así como de la rivalidad de los yanquis con China, el mundo iberoamericano –piensa Gullo- cuenta hoy con una oportunidad.
Evidentemente, es preciso deshacerse de la dominación ideológica. Las élites iberoamericanas, como aquí las élites españolas, se han dejado embaucar con demasiada facilidad por la ortodoxia liberal y neoliberal. Y decimos embaucar cuando podríamos decir mucho mejor “comprar”.
Se quiere mantener la ficción de una “demogresca” (por emplear la expresión de Juan Manuel de Prada) entre izquierdas y derechas cuando la verdadera lucha en la arena mundial es la que se abre entre proteccionismo y globalismo. Esa misma lucha tiene lugar incluso en el corazón mismo del imperio yanqui, pues ya no se da una correspondencia ni solapamiento exacto entre “nación estadounidense” y “altas finanzas mundiales”. El propio pueblo norteamericano alineado con Trump desea proteger su industria nacional y los puestos de trabajo productivos frente los invisibles señores apátridas del dinero. Vivimos bajo un capitalismo de dinero ficticio, donde la propia “deuda” es una herramienta de gestión sobre los dominados: las deudas que tapan otras deudas son las armas para mantener a los pueblos y a las naciones bajo la bota. Las deudas iniciales ya nunca se van a pagar, y de lo que se trata ahora es de eliminar competidores y fraccionar naciones bajo el yugo del endeudamiento progresivo.
España lo sabe muy bien. Ya de por sí seccionada de la otra España, la americana, mucho más grande. Ya mutilada de sus provincias africanas y de sus islas asiáticas, sigue encogiéndose y fraccionándose. La unidad precaria del Estado que hoy llamamos España corre peligro, y la inestabilidad institucional y territorial del país obedece a esa dominación económica, cultural e ideológica que estamos padeciendo desde 1975.
La insubordinación fundante de España sólo podría pasar por desandar el camino perdido en 1975:
1. Recuperar la vocación marinera. Construir barcos, reponer astilleros, dotarse de una Armada moderna que patrulle las costas y defienda costas y fronteras acuáticas. La vocación marinera ha de ser atlántica: reforzar puentes de agua con la otra España, la americana y con la lusofonía. En el mediterráneo y en África, blindarse y hacerse respetar ante la invasión afro-mahometana programada por las mafias globalistas.
2. Pasar por una fase de autarquía y de proteccionismo. Rehacer los polos industriales que había en torno a 1975 y crear otros nuevos, pero al margen de los privilegios fiscales vascos y catalanes, para así ahogar para siempre el supremacismo de estas periferias, favoreciendo otras nuevas. La protección de la agricultura española unida a la creación de una fuerte agroindustria, y la apuesta por aquellas manufacturas tecnológicas que dotan a España de una importante clase técnica bien cualificada y de bienes de alto valor añadido suponen, un claro desafío a la política de la Unión Europea. Esto solo lo podríamos hacer insubordinadamente, plantando cara a los “socios”.
Pero, tanto la América austral como la España futura, ¿cómo podrían llevar a cabo esa insubordinación y plantar cara a nuestros acreedores y dominadores? Evidentemente, esto solo es posible por medio de una acción estatal. Debe ser el Estado, dirigido por un Gobierno no plegado a las élites mundialistas, no comprado (sobornado) por los acreedores, por los señores del dinero. Y éste es un punto débil, hasta donde se me alcanza, en la teoría del profesor Gullo. Las vías “populistas” de acceso al gobierno de un Estado insubordinado con vocación proteccionista y autocentrada (soberanismo identitario) son muy diversas en cada región. En nuestro mundo de habla hispana oscilan desde el chavismo y el peronismo, por ejemplo, hasta un dudoso “voxismo” peninsular, sabiendo como sabemos que en el partido español Vox no faltan neoliberales y neocons, devotos de la colonización yanqui, políticos plutócratas altamente incompatibles con un proyecto de insubordinación fundante. Además, los mecanismos “democráticos” formales para el acceso al poder de estas opciones proteccionistas y soberanistas están viciados por la propia partitocracia y plutocracia. Quienes gobiernan desde “negociados” que se hacen llamar de izquierda o se hacen llamar de derecha –tanto da- ya se las han ingeniado para tachar de “fascista” o “populista” una opción que plante cara al sistema de dominación mundial, al neoliberalismo y a la UE (en el caso español) y bloquear ideológicamente así su crecimiento.
No es utópica la construcción intelectual de Gullo, pues en su vertiente histórica tiene buen fundamento, pero como praxis para actuar políticamente a partir de hoy, se presenta como un borrador en donde casi todo queda por escribir: ¿quién puede movilizar hoy a un pueblo hacia el soberanismo (hacia la insubordinación fundante) cuando éste mismo pueblo se encuentra aborregado en gran proporción, por medio de la industria del ocio norteamericana, la adicción a las pantallas electrónicas, la degradación escolar del “aprobado general” y el adoctrinamiento de género?
Quizá habría que empezar por crear algo así una Orden de Caballería, no andante ni quijotesca, pero sí lo suficientemente elitista y sabia, que forme centros de contrapoder tanto en lo económico como en lo ideológico y cultural. Centros muy pequeños pero que irradien su luz poco a poco.