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Carlos X. Blanco
Martes, 05 de Enero de 2021 Tiempo de lectura:

España va a caer. Preparémonos para la insubordinación

[Img #19276]

 

Alcanzar una unidad política de tamaño suficiente en cuanto a territorio, población, recursos y ejército es la base para llegar a ser un Estado que pueda protagonizar acciones eficaces en su beneficio y defensa, así como alejar la posibilidad de que esa unidad política se limite a ser un sujeto pasivo, por ejemplo, colonia (formal o informal) de otras más poderosas.

 

Esa unidad política que llegó a ser la Monarquía Hispánica fundada por los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, en el siglo XV, evitó que otros reinos extranjeros subordinaran los dominios ibéricos, o incluso que los mahometanos del norte de África retomaran su impulso expansivo por el sur de Europa.

 

Los pequeños pero poderosos estados italianos habían alcanzado cotas de dominio marítimo y comercial muy grandes en esa época, pero la falta de unidad entre ellos haría que se quedaran desplazados durante siglos, convirtiéndose en juguetes de la política hispana o francesa. Italia poseía, en general, un mayor desarrollo capitalista que España o Francia, pero a los estados italianos llamados a liderar una unificación –no posible hasta el siglo XIX- les faltó la visión amplia y generosa que, en otra península, la ibérica, sí poseyeron Sus Majestades Católicas.

 

La visión amplia y generosa de Isabel y Fernando fue, a un tiempo, de índole política y espiritual.

 

[Img #19277]Visión política, pues de una maltrecha Castilla, llena de rasgones por las guerras civiles de todo el periodo anterior y sumida en un proceso de descomposición feudal, se hizo la matriz de una unión hispana, abrazando por vía matrimonial a un Reino de Aragón no menos descompuesto, con una política y comercio mediterráneos repleta de turbulencias y en retroceso, y con un interior quebrado productivamente y marcado por la despoblación y el localismo.

 

La unión de dos Reinos, hasta entonces heridos y magullados, sellada además por la idea específicamente hispana de lo imperial (nacida ya durante la Alta Edad Media en el ámbito de la monarquía astur-leonesa) que implicaba la culminación de la Reconquista (Recuperación de Granada en 1492) fueron procesos que cobraron un espesor y un nivel espiritual enormes.

 

Así pues, visión espiritual. Catolicismo significa Universalidad, romper con el localismo, acabar con la estrechez de miras y el egoísmo feudal y provinciano. La creación de una unidad política de tamaño suficiente y unidad fundada en una fe son los dos requisitos para que la soberanía quede garantizada y para que esa unidad se vuelva una potencia y no, por el contrario, en un escenario pasivo para sufrir la depredación de otras potencias.

 

Este género de procesos (creación de unidades políticas dotadas para ser potencias subordinantes y no estados subordinados), está siendo magistralmente explicado en nuestros días por el profesor argentino Marcelo Gullo. Casos análogos, nunca idénticos, los podemos observar en la Historia. Las colonias norteamericanas, en su insubordinación fundante contra Gran Bretaña, y la misma Gran Bretaña en su proceso –fundante y pionero- de conversión en potencia capitalista industrial a partir de Isabel I, son casos paradigmáticos.

 

Evidentemente, la Historia nos enseña ejemplos de insubordinación exitosa, y ejemplos de insubordinación fracasada. En Hispanoamérica y en la propia España peninsular abundan éstos, y nos conciernen íntimamente. El estudio de esos casos de insubordinación fracasada debe iluminarnos sobre el camino a seguir de cara a la recuperación de la soberanía, sin caer en viejos escollos, aprendiendo de lo pasado. La Geopolítica y las Relaciones Internacionales suelen estudiarse hoy en día con un vicio (un vicio extendido desde las universidades norteamericanas que, hasta hoy, eran los centros intelectuales de la metrópoli dominante): el vicio del presentismo. Pero la Geopolítica y las Relaciones Internacionales se entienden históricamente o, si no, no se entiende nada.

 

España conoció un ejemplo truncado de Insubordinación fundante reciente, truncado por la muerte del Caudillo. La España franquista “desarrollista”, con todos sus errores, que los hubo, y sin entrar en el debate de su “pecado original” de legitimidad (que no es nuestro problema aquí) es el ejemplo de una elevación prodigiosa del nivel de productividad, de rentas, de instrucción pública y de autosuficiencia agroindustrial entre 1960, digamos, y 1975. La muerte del Caudillo interrumpió ese proceso de acumulación capitalista autocentrada, proceso que era, además, la condición sine qua non para tener voz propia en la arena internacional.

 

Ya en los años de vejez del General, proliferaron en el Régimen políticos liberales en materia económica, deseosos de subordinar a España en beneficio propio. La llegada al poder de Felipe González (1982) aceleró y amplió la visión neoliberal y marcó el punto de inflexión: España dejó de ser una de las grandes potencias económicas del llamado “primer mundo” por vía de un proceso de “reconversión” industrial y agrícola que implicó, en realidad, la venta de saldo de grandes empresas que eran patrimonio del Estado, y su subasta en beneficio de los amigos del régimen (ahora borbónico-socialista en lugar de franquista) y en provecho sobre todo de especuladores extranjeros. A los campesinos, por su parte, se les ató de pies y manos, siendo casi un delito producir mientras no se adecuara esa producción a lo que “Europa” demandaba de nosotros.

 

Quien esto escribe recuerda perfectamente cómo en Asturias llegó a ser casi delito poseer una vaca o dos para completar la exigua pensión de un matrimonio mayor, residente en el campo, mientras que antes de nuestra “europeización” las centrales lácteas recogían la leche de cada productor, fuera éste pequeño o grande, a cambio de unos ingresos que les eran fundamentales para mantener la vida rural. Hoy, desde que nos “europeizamos”, el campo de buena parte de España se despuebla, lo cual es el primer síntoma de la muerte de una nación. Así mismo, las grandes industrias de capital estatal, que habrían sido fácilmente remozadas con inversión pública (recuerdo el caso de ENSIDESA, los astilleros, y tantas otras), tan útiles manteniendo al Estado en la autosuficiencia y conservando miles de puestos de trabajo, resultaron liquidadas por los sucesivos ministros del “pelotazo” (Solchaga, Boyer, Solbes…). Tan magna inversión industrial y autocentrada, protagonizada por el INI franquista, se liquidó, se malvendió, sumiendo a comarcas enteras en el paro y en la prejubilación cronificadas, abriendo las puertas a la drogadicción de la juventud así como a la pereza subvencionada como anti-ética impuesta por los socialistas.

 

El PSOE fue uno de los más importantes instrumentos del neoliberalismo. El neoliberalismo, a su vez, no es otra cosa que una interpretación fundamentalista del capitalismo que consiste en liquidar toda aquella nación soberana en lo económico (y dotada por ende de voz propia en lo político) que se oponga a su proyecto: acumulación y concentración del capital en muy pocas manos. La España franquista tardía era, desde hacía muchas décadas, soberana de nuevo en el ámbito europeo y por tanto competidora para nuestros “socios”. Había que destruirla. No pararán hasta que lo consigan del todo.

 

Acumulación y concentración de capital en pocas manos. Estas manos ya no son manos de personas: sus titulares son complejos conglomerados de fondos de inversión que, de manera cada vez más acusada, no se identifican con Estados concretos, como en su día fueron, de manera canónica, Gran Bretaña y Estados Unidos. Hoy en día, las diversas potencias occidentales del tablero mundial son a su vez instrumentos de estos fondos especulativos. Pero al margen de Occidente, el timón nacional-estatal está bien presente en el desarrollo capitalista autocentrado. Un gobierno soberanista, proteccionista, rector de la economía nacional y una banca nacional pueden ser instrumentos de éste “regreso de las potencias” regionales con vocación expansiva. China y la Federación Rusa están sobrepasando hoy, ampliamente, su papel de potencias regionales y dadas sus grandes dimensiones territoriales y demográficas, están llamadas a sustituir al Occidente en decadencia. El papel rector de sus Estados, todo lo autocráticos que se quiera, sigue siendo fundamental.

 

Entendemos que Occidente está sumido en la más oscura decadencia no ya por una especie de inexorable necesidad correspondiente a su “ciclo vital”. Este naturalismo, como a veces es interpretado el punto de vista morfohistórico de Spengler, no ha funcionado en los casos de civilizaciones viejas, mucho más viejas que Occidente, como es el mundo chino. Y eso contradice la idea “pseudonaturalista” de que una civilización antigua tiene que ser, por fuerza, decadente.

 

Todavía hace un siglo, en Occidente se miraba por encima del hombro al chino, no sin dosis de racismo explícito, según tópicos muy manidos. Tópicos que hablaban de una civilización oriental tan anciana y de larga historia opresiva, de un grado y efectividad tales que el chino sería, acaso indefectiblemente, un esclavo innato. Una supuesta tara étnica adquirida de manera lamarckiana, por una especie de repetido ejercicio de sumisión a pseudomorfosis de dominación, harían del Imperio Chino una especie de cadáver abierto en canal dispuesto a ser devorado por los buitres occidentales y el Japón.

 

La historia nos mostró que nada de eso es verdad, que los chinos hace tiempo que han recuperado todo su orgullo nacional y que de hecho ya son la mayor potencia económica mundial.

 

Tras varias décadas de crecimiento económico sostenido, y con una sorprendente (ante nuestros ojos, adiestrados por el neoliberalismo y etnocentrismo occidentales) combinación de “Estado fuerte” y “comunidad fuerte” (ideología comunista y confucianista), por un lado, y capitalismo avanzado, por otro, los chinos han llevado a cabo su propia insubordinación fundante. De ser un país exportador de baratijas de mala calidad, han pasado a ser una punta de lanza en tecnología del más alto nivel, sabiendo, como ellos bien saben, que esa tecnología del más alto nivel es el último escalón de una pirámide que ha de sustentarse en un fuerte sector industrial mediano (no tan puntero en lo tecnológico ni en cuanto al margen de plusvalías), que procure muchos millones de puestos de trabajo, puestos aptos para generar una amplia clase media instruida, de donde mejor brotarán las élites tecnológicas y de todo tipo, élites aptas para poder liderar el mundo. 

 

Por el contrario, las políticas occidentales, y de entre ellas las españolas, cometen el error de deslocalizar y privatizar todas las industrias, como si de tirar nuestra propia casa por la ventana se tratase, con el ánimo de entregarse, de una parte, a una minoritaria producción tecnológica avanzada y, de otra, a un vaporoso y precario sector servicios, sector que, en vista de la maldita pandemia de Covid-19, sabemos que es como un castillo de naipes.

 

España es hoy en día la mugre y la cola de Europa. Y esto lo sabe todo el mundo fuera de nuestras fronteras. Era -¡y es! – un país incapaz de producir sus propias mascarillas. España solamente es hoy un país lleno de tontos del bote, que ampara una casta de políticos incompetentes que solamente buscan el voto a corto plazo y que -desde los tiempos de la vejez de Franco- únicamente anhelan poltronas, prebendas y vender la patria a los extranjeros. España es hoy un país carente de la más mínima soberanía, qué digo soberanía, autonomía en sus decisiones. Una vez liquidada la mayor y la mejor de sus industrias, España es un solar abierto a los especuladores internacionales, y abierto al “dumping” laboral. De hecho, es ahora mismo un sujeto pasivo, que sufre una verdadera “marcha verde” ante la cual callan los medios de comunicación masivos y frente a la cual los “partidos del sistema” mantienen el pacto secreto de no mencionarla apenas ante los oídos del pueblo.

 

El país se ha llenado de agentes marroquíes que en secreto, muchas veces, pero arrogantemente y sin tapujos, otras, difunden un mensaje hispanófobo en todos los ámbitos que pueden (periodístico, académico, cultural) con el fin de castrar al pueblo español ante inminentes marchas verdes. Si el pueblo español ya no se reconoce como tal entidad unida, la impotencia de un Estado, que ha de ser una entidad política unida también, nos pone desnudos y desarmados ante la amenaza del sur. Es muy sintomático que en estas fechas haya esa campaña desatada contra la Toma de Granada, esa reactivación feroz de la Leyenda Negra, ese rechazo a la Reconquista y a las gestas hispanas (Covadonga, Las Navas de Tolosa, Granada, Descubrimiento…). Los agentes marroquíes  se hallan muy presentes en las filas de la izquierda y de los grupos separatistas, pero en realidad figuran en todos los partidos con representación electoral.

 

En un pueblo unido, el Estado dirigido por los “vendepatrias” de la partitocracia no tendrá absolutamente nada que hacer. Cuando la nueva “marcha verde” penetre  (ya lo está haciendo) en Canarias, Ceuta y Melilla, y en general, en las costas meridionales y mediterráneas, los “nuevos saharauis” (apátridas, desposeídos de su propio país) serán los españoles de hoy que comprenderán demasiado tarde (justo como ocurrió en 711, tras la derrota de don Rodrigo) que no hicieron nada para evitar su aculturación, su conversión en pueblo mozarabita, disminuido en derechos y en libertad, apenas tolerados por los nuevos amos.

 

Es evidente que la España real, que tiene futuro, es la España guerrera que renace en las montañas de Covadonga, y no la España mozarabita, vendida y acomplejada, que abrió las puertas al invasor. Pero antes, mucho antes que permitirse cualquier bravata ante las provocaciones constantes, España ha de volver a un “umbral de poder” que le faculte para dotarse de potencia económica, protegiendo nuestras industrias y nuestro campo, dotando al Estado central de protagonismo rector e inversor en lo económico. Volver a ser un país productor, y así volver a tener, entre otras muchas cosas, un Ejército eficaz que defienda las fronteras. Las fronteras de España, no se olvide nunca, son también las de nuestra Civilización. Los “socios europeos”, tras siglos de historia moderna, nos han enseñado que antes prefieren ser mahometanos o cualquier otra cosa que ser aliados fiables en la defensa de los valores de nuestra Civilización. También de ellos, de sus “directrices” y de sus tinglados supranacionales hemos de guardarnos. Europa es el problema, y la Hispanidad es la solución.

 

 

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