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Winston Galt
Jueves, 07 de Enero de 2021 Tiempo de lectura:

Pobreza socialista (I)

Recientemente se ha concedido el premio David Gistau de periodismo al escritor Alberto Olmos por su artículo Cosas que los pobres deberían saber: instrucciones para cuando lo pierdas todo.

 

Se trata de un artículo muy bien escrito, de una ironía inteligente y sarcástica. Es un artículo muy literario por lo que a veces las afirmaciones que se realizan desde un punto de vista literario no coinciden con la realidad socio política que sustenta el tema tratado.

 

El artículo, por eso, merece algunos comentarios.

 

En primer lugar, afirma que "cualquiera en este país se ha venido vanagloriando de ser pobre", lo que es completamente cierto y, en parte, es la razón desde un punto de vista psicológico de que se venere la pobreza, de que se sospeche de todo aquello que rehúya la pobreza y que se mire mal a quien se aleja de ella. Porque no es cierta otra afirmación que escribe el autor a continuación: "no hay manera de salir de ella", cuando lo cierto es que sí hay manera, pero conviene al poder político que dejar atrás la pobreza se convierta en una tarea imposible o muy difícil, porque la pobreza, no lo olvidemos, es una fuente de poder político. De ahí que algunos de nuestros políticos se esfuercen denodadamente para mantener en la pobreza a los pobres y para enviar a la pobreza a masas de población que hace cuatro días eran clase media y habían salido de ella con trabajo y esfuerzo. Esto confirma otra afirmación de Olmos: "La pobreza es la obligación de mantenerse siempre pobre, no acabar de caer, ir tirando y tratar de que nadie lo note". Ésta es la situación que desea el poder político que nos gobierna, que sabe que la riqueza es fuente de libertad, por lo que se empeña en mantener en la misma situación a los pobres, a los que, a través de sucesivas promesas, permanentemente incumplidas, y de subsidios de miseria que les permiten ir sobreviviendo de mala manera, puede mantener sujetos al pesebre de sus dádivas miserables y sustentar así una fuente inagotable de votos. Nadie en su sano juicio acaba con aquello que le da de comer, y el poder socialcomunista es perverso pero no completamente idiota, al menos para las estrategias que les sirven para mantenerse en el poder.

 

Afirma Olmos más adelante que "la primera providencia del pobre es una actitud: no puedo comprar nada y, por lo tanto, no quiero comprar nada". Se ve que no ha visto a los pobres inundar los fines de semanas los hipermercados y grandes superficies, pues aunque puedan comprar poco, les encanta pasearse entre estantes llenos de lo que ansían y les encanta el consumo, motivo por el cual los "intelectuales" progres condenan el consumo como un pecado capital al que hay que poner límites, cuando es un monumento a la opulencia y un desprecio a la pobreza que se ha dado por primera vez en la historia en las sociedades donde existe el capitalismo tan denostado por esos progres, casi siempre de clase media o alta, a los que nunca ha faltado nada, y que denuestan el consumismo porque no se ajusta a sus deseos para los pobres, que no suelen coincidir con lo que éstos desean para sí mismos.

 

Se ha comprobado la existencia del síndrome de Stendhal como un conjunto de síntomas dominado por el vértigo, confusión, temblor y palpitaciones cuando se está en presencia de obras de arte especialmente bellas. Exactamente los mismos síntomas que han sentido muchos pobres que provenían de la Alemania Oriental al pasar a la Occidental, a la Alemania libre, o de cubanos que pasaron de Cuba a Miami y cambiaron el economato por los hipermercados capitalistas.

 

Cambio que pretenden, a la inversa, algunos de nuestros más eximios políticos del momento, como el Ministro de Consumo o el Vicepresidente de todo.

 

Menciona Olmos también el tiempo libre del que goza el pobre, que destinará a caminar vagando por la ciudad. No podemos estar de acuerdo, los pobres no suelen tener mucho tiempo libre, destinan todo su tiempo a encontrar su sustento. Creo que el autor confunde a los pobres con los desocupados que crea el socialismo con sus subsidios permanentes y miserables que convierten a sus beneficiarios en lumpen de clase media baja que dejaron atrás sus ocupaciones laborales y subsisten durante años con subsidios que ni les permiten vivir holgadamente ni les permiten buscar trabajo pues ganarían muy poco más con un trabajo honrado que parasitando a la sociedad. Supongo que todos conocemos personas que eran trabajadores normales y que cuando sufrieron una situación de desempleo, que por fuerza debería ser temporal, han cronificado su situación. Personalmente, puedo señalar a decenas de personas en esta situación, clase media trabajadora que quedaron en paro tras la crisis de 2008 en un arco de edades entre los cuarenta y los cincuenta años y que no han vuelto a trabajar desde entonces.

 

Contiene el artículo de Olmos una afirmación inteligente e insidiosa cuando dice que "la pobreza le va a salir carísima" al pobre. Pero no por lo que paga, sino por lo que deja de ganar. Cierto que los trabajos del pobre son, en muchas ocasiones, "cargar cosas, coger cosas, limpiar cosas, mover cosas", pero no es cierto que tales trabajos condenen necesariamente a la pobreza y, si lo hacen, no tendría por qué extenderse tal situación a la siguiente generación. Norbert ya cuenta en su famoso libro sobre los avances de la globalización cómo los paupérrimos, los pobres de entre los más pobres, en países muy atrasados, en cuanto consiguen un trabajo mínimamente serio retiran a sus hijos de cualquier obligación laboral (a la que han estado abocados imperiosamente hasta ahora) y los obligan a estudiar, imponiéndoles además unas exigencias que se han perdido en los países avanzados, para hacerlos huir de la pobreza. De ahí que todas las leyes de educación de los países occidentales, dominadas generalmente por la izquierda, hayan incidido en lo contrario: en bajar los estándares educativos, pues no conviene que las segundas generaciones se emancipen a través de la educación, pues pueden entonces considerarse lo suficientemente ilustrados y libres como para no seguir las pautas del progresismo internacional.

 

Concluye su artículo Olmos con una cita de Nina Simone: "Ser libre es no tener miedo", y pregunta: "¿usted de qué puede tener miedo si ya es pobre?". Le asiste la razón en la cita y no en la interrogación. Ser pobre es lo que más miedo da, como reconoce el autor cuando afirma que la pobreza es lo único que la gente odia de verdad. La libertad remite el miedo, y la riqueza otorga libertad. No es necesario una riqueza exuberante, basta con la riqueza de saberse poseedor de una capacidad que poder vender y con la que poder comerciar. Así, da miedo ser albañil y poder ser despedido cuando no hay otras empresas que te puedan contratar, pero no da miedo cuando eres albañil y sabes que si te despiden en una por no aceptar unas condiciones de trabajo deficientes puedes encontrar trabajo en la de enfrente. Por ello, ¿qué mecanismo utiliza el poder para someter al albañil y que tenga miedo de perder su primer empleo? Unas tasas de paro lo más altas posibles. El paro generalizado es el primer motivo de miedo del trabajador. En un país con un paro crónico de alrededor del 15% cuando las cosas van bien, es la mejor forma de sometimiento del pobre (que no puede dejar de ser pobre precisamente porque no tiene libertad para ir de un trabajo a otro). ¿Quién contribuye a que exista un paro crónico del 15%? Los sindicatos, de izquierdas, y los gobiernos, de izquierda, que mantienen la rigidez del mercado de trabajo. ¿Lo hacen para beneficiar al trabajador o para mantenerlo esposado? A no ser que sean congénitamente idiotas y no aprendan de la experiencia, no puede decirse que mantengan la rigidez del mercado de trabajo para beneficiar al trabajador, puesto que la evidencia empírica demuestra que la rigidez de dicho mercado es lo que provoca sueldos bajos y precariedad laboral.

 

En una sociedad como la estadounidense, que en enero de 2020, antes de la pandemia, estaba en una tasa de paro del 3%, los trabajadores eran mucho más libres que en nuestro país, puesto que un trabajador podía decir no a su empresa porque sabía que al día siguiente encontraría otro trabajo mejor pagado. En España los trabajadores no pueden decir que no a un trabajo precario porque no saben cuándo ni cómo podrán encontrar otro mejor. Aún así, contamos con ejemplos propios: desde 1998 hasta 2004 se contó con una libertad mucho mayor del mercado laboral. El resultado: un albañil que ganaba en 1998 cien mil pesetas mensuales ganaba en 2003 más de dos mil euros. Es un ejemplo que conozco personalmente.

 

Por eso, las políticas socialcomunistas no son políticas de liberación, sino de opresión, que favorecen el sometimiento. El socialismo no quita al rico para darle al pobre, sino que quita a todos para dárselo a la clase dirigente. ¿Tan difícil es comprender que el Estado no da, sólo quita y no te da más que migajas? El socialismo es el peor invento que se ha hecho para combatir la pobreza. El capitalismo, sin duda alguna, y como muestra la evidencia empírica, el mejor.

 

Como sostiene Enmanuel Rincón, si quitarle el dinero a unos para dárselo a otros resolviera el problema estructural de la pobreza, países como Venezuela o Cuba serían ricos, y no digamos África, que lleva décadas recibiendo centenares de miles de millones de dólares. Sin embargo, no sólo no son más ricos que antes de implantar el socialismo o de recibir ayudas millonarias, sino que son aún más pobres.

 

Por el contrario, quitar el dinero a quien lo produce con la excusa de la redistribución es robar, directamente. Los intercambios voluntarios que realizan las personas en la sociedad van estableciendo la remuneración para los productores de mercancías y servicios, siendo la remuneración de cada uno proporcional al servicio que presta a los demás, siendo, por tanto, justa (Barceló Larrán), por lo que la redistribución ya se ha producido. Quitar el excedente al que prestó el mejor servicio (aparte de una cantidad proporcionada de impuestos no confiscatoria) es, simplemente, robar.

 

Además, está provocando una nueva diferenciación social por clases cada vez más antagónicas: los subvencionados y sostenidos, los parásitos, de un lado, y los productores, convertidos en las sociedades occidentales cada vez más, y en particular en nuestro país, en una clase social de esclavos destinados a producir víctimas de la exacción más brutal para sostener la industria política en el poder y el statu quo de nuestros queridos y admirados progresistas.

 

Por eso no es extraña tampoco la connivencia entre ese poder progresista socialista y los grandes capitales de la nación. Se promueve así un capitalismo no real, sino de partes interesadas (Instituto Mises), pues el favoritismo gubernamental a tales industrias y grandes empresas suponen el sometimiento de una clase media venida a menos y cada vez más zaherida a los vaivenes que marca el poder político. El resultado es una sociedad poco dinámica, similar a los estamentos medievales, donde los pobres no pueden dejar de ser pobres por esa falta de dinámica y por la educación de baja calidad. Esta forma de organización social no tiene nada de capitalista, pues depende de la planificación del Gobierno central y de sus adláteres, es lo que podríamos denominar un socialismo corporativo provocado por el intervencionismo que convierte la sociedad en un sistema estático de castas con oligarcas corporativos no muy lejano del fascismo.

 

Pero esta herejía que comentamos, a pesar de basarse en la evidencia, no puede discutir que nuestros progresistas son una clase privilegiada, de seres superdotados capaces de decirnos a los demás con plena auctoritas lo que debemos hacer, considerándonos estúpidos por no ser capaces de valernos por nosotros mismos, lo que justifica que nos sometan a servidumbre por nuestro propio bien. Sus "buenas intenciones" de redistribución de la riqueza y de ayuda a los pobres justifican sus ansias de dominio y su anhelo de dirigir nuestras vidas. Han de someternos por nuestro propio bien, por lo que debemos agradecérselo. De hecho, dentro de poco en los locales donde se reparte la comida para las colas del hambre pintarán en el frontispicio la leyenda con su mantra salvífico: Nadie atrás. Así podrán leerlo los nuevos pobres creados y santificados por el poder socialista.

 

(*) Winston Galt es escritor. Autor de la novela Frío Monstruo y del ensayo La batalla por la libertad

 

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