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Miércoles, 27 de Enero de 2021 Tiempo de lectura:

Pedro Sánchez o el optimismo patológico

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Siempre es agradable tener al lado personas que muestren una actitud positiva ante el futuro. Instintivamente tendemos a rodearnos de gente que manifiesta una visión animosa sobre el mundo que nos rodea, nos habla de temas agradables y dibuja una sonrisa imperturbable en su rostro. Esta clase de compañía es especialmente satisfactoria en los momentos de ocio y cuando los vientos de la vida soplan a favor de nuestro barco. 

 

Ahora bien, este tipo de individuos son profundamente peligrosos en tres supuestos: cuando su persistente optimismo les impide tener una visión objetiva de la realidad, cuando nuestra vida o patrimonio dependen de ellos y cuando las inevitables adversidades que acechan nuestro devenir aparecen en el horizonte. 

 

En los anteriores supuestos, su desconexión absoluta de la realidad, su inconsciente desprecio a la más elemental prudencia y su visión infantil de la condición humana hacen que la compañía de estas personas nos resulte absolutamente insufrible.  

 

Lamentablemente, en estos últimos tiempos el panorama político de muchas de los países que conforman el orbe desarrollado se ha poblado de este tipo de sujetos, fruto, sin duda, del absurdo buenismo imperante en todo Occidente. Nuestro caso es especialmente grave ya que sufrimos a un Presidente que añade al pueril optimismo una ambición desmedida, un acentuado egocentrismo y el agradecido físico propio de los encantadores de serpientes. 

 

Con uno de los peores balances de la pandemia encima de la mesa, una economía destrozada, un sector turístico arruinado, una nueva marcha verde ocupando Canarias, un déficit publico fuera de control y una ciudadanía sufriendo el mayor recorte de libertades en democracia, solo una persona con graves problemas de percepción de la realidad puede pronunciar los voluntaristas discursos con los que nos trata de animar nuestro Presidente. 

 

Ya va siendo hora de que alguien nos diga la verdad: todas las veces que la Humanidad ha sufrido una peste como la actual los habitantes del mundo han visto cambiar sus condiciones de vida para mal, se han producido guerras, revueltas, caídas de estructuras políticas y un empeoramiento, especialmente acusado en las clases menos favorecidas. Este es, sin lugar a dudas, el peor momento para que los designios de un país entero estén en manos de un político que muestra claros signos de una de las más peligrosas dolencias que puede anidar en la mente de un gobernante: el optimismo injustificado.        

 

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