26 años sin Goyo Ordoñez
Aquel lunes de enero no puedo olvidarlo. Suena el teléfono en mi casa de Vitoria. "Han asesinado a Gregorio Ordoñez en el bar 'La Cepa'". Casi me derriba la noticia. Sólo puedo pensar en dos hechos. Llamar a mis padres que están en Galicia para advertirles de la noticia. Mi padre, que vive angustiado por mi seguridad, se queda silente unos instantes y luego me dice: "Debes cumplir con tu deber".
La otra vertiente es aún más cruel. En diciembre habíamos comido juntos -Goyo y yo- en Alsasua. Una reunión que nos arregló María San Gil, su secretaria de máxima confianza. Durante la velada, me cuenta tres hechos terribles. Emprendió una investigación sobre la relación drogas-terrorismo. Habían asesinado a tres de sus informadores. Tenía motivos para sentirse vigilado y próxima víctima. Me dice que no quiere ni armas, ni escolta. "Prefiero morir solo que ser causa de que asesinen a los que me acompañen".
A pesar de todo, nada más regresar a Vitoria, llamo al Consejero de Interior de entonces. Juan María Atucha me escucha y me advierte que sin la petición expresa del PP no puede ponerle escolta. Aquello me llena de angustia. Y es que tal como funciona el PP vasco, su máximo dirigente, por razones de seguridad, está viviendo en Madrid...
Cuando me desplazo a Donostia lo hago con un coche blindado que me proporciona el Delegado del Gobierno. Mi escolta, que era de la policía nacional, recibe instrucciones de máxima seguridad para con mi persona. Llego a Donostia tras un viaje infernal. Aquello es un mar de lágrimas. Acudo a la casa de Goyo. Me recibe Ana Iríbar, llorando, y nada más verme, me dice. "Ten mucho cuidado, el próximo puedes ser tú".
Luego, en el Ayuntamiento, sus amigos y compañeros, me cuentan con detalle la escena. Como todos los lunes se quedaron a comer en el barrio viejo, próximo al Ayuntamiento. En aquel bar "La Cepa" dónde tantas veces Goyo y yo nos habíamos tomado un vino, servido por aquel personaje cabezón -Valentín Lasarte-. Le habían disparado a unos pocos centímetros de la cabeza. Eugenio Damboriena no estaba, ya que se había dejado unos papeles en el grupo municipal y regresó para recogerlos. María se levantó como un resorte y se abalanzó sobre el encapuchado que había disparado. Este, ante la sorpresa, tropieza, cae y se levanta, para salir de estampida entre las calles del barrio de pescadores en la ciudad más hermosa del norte, y sin dudas la más peligrosa por la banda terrorista ETA y sus cómplices. Ciudad a la que tanto quería Goyo Ordoñez.
En el Ayuntamiento le tocó cubrir la noticia a otro gran amigo nuestro, que hacía de tripas corazón, mientras pensaba lo mismo que yo: ¿quién sería el próximo?. José Mari Calleja, un leonés que trabajó para la agencia EFE y que hacía los informativos de la ETB2. Estaba arrasado cuando llegó el cuerpo de Goyo procedente de la forensía. Aquello era un presagio sobre lo que luego superaría las más pesimistas predicciones. ETA comenzaba su escalada de asesinatos a políticos. Todos los que estábamos en el "bando" constitucionalista habíamos sido declarado "objetivos" de la banda y sus cómplices. Nunca olvidaré las caras de miedo de los asistentes a la capilla ardiente que se fue montando en el solemne edificio que era punto de encuentro para el Paseo de la Concha de una ciudad maldita.
Se repitieron las escenas en el cementerio de Polloe. Nos abrazamos con los ojos sumidos en lágrimas. Era una especie de despedida colectiva y de miedo a que Goyo fuera el primero para una larga lista de entierros y funerales. ¡No nos equivocábamos!
En el Parlamento vasco, el ambiente era parecido. Pero tuve un incidente que algunos no pueden olvidar. El miembro de Herri Batasina "Iosu" Ternera, el "General", como lo denominaba Ibarretxe, se sentó en el escaño de Goyo. En una de mis intervenciones, le llamé hijo de puta. Atucha me hizo rectificar, y lo hice así. "Efectivamente, retiro lo dicho. El oficio más antiguo de la humanidad no tiene la culpa de sujetos como el que he nombrado".
A los pocos días, acudió a mi domicilio un comandante del Ejército. Pertenecía a Información. Vino a decirme que el primero de la lista era yo. Me hubieran asesinado en el Hospital donde trabajaba, tras haber ganado las elecciones autonómicas celebradas en el otoño de 1994, pero al irme de vacaciones a Londres, salve la piel. Mientras me lo contaba me recorría un terrible escalofrío por todo el cuerpo, que me duró casi un mes, tiempo en que no tenía agallas para salir a la calle. Fue un ataque de terror en toda regla. A unos colaboradores les dije: "Esto es como lo que les sucede a los paracas, las primeras veces que saltan del avión, pero casi todos lo superan, y el que no, debe dejarlo. ¡O lo supero, o me marcho!".
Es bien sabido que lo superé. Hice del asunto un problema personal contra los del MLNV. Decidí entrenarme para la autodefensa. Tomé todas las precauciones que me brindaron desde el Departamento de Interior del Gobierno Vasco. Superé el miedo y nunca más he vuelto a tener miedo, a nada, a nadie. Me convertí en un luchador que buscaba el cuerpo a cuerpo para vengar la muerte de mi amigo y demostrar que algunos estábamos dispuestos a morir y a matar...
Así se explica que mi padre, muy impresionado por todo lo que sucedía, me dijo. "¿Cómo es que no te han matado?". "Muy sencillo. Porque no me dejo". Tal era mi preparación física y mental para la larga lucha que se abrió con el asesinato de un hombre bueno, bravo y limpio. Un español que hablaba claro. Un político honrado. Una persona que sabía demasiado... Pero esta es otra historia preñada de porquerías...
Al mes siguiente, asesinaron a Fernando Múgica. Sus hijos de estirpe judaica, como yo, juraron venganza. A mí, intentaron asesinarme de todas las formas posibles, pero me llegaron a temer, así lo señalaban en sus informas internos. Fernando Buesa, que sabía como yo ser objetivo prioritario de los asesinos, mantuvo una actitud más parsimoniosa y un coche bomba le quitó la vida a escasos metros de mi casa. Le acompañaba mi escolta Jorge Díaz Elorza.
Hoy, 23 de enero, a las 15.30 de la tarde se cumplen 26 años. Me cambió la vida. Pero a Goyo se la segaron...
Aquel lunes de enero no puedo olvidarlo. Suena el teléfono en mi casa de Vitoria. "Han asesinado a Gregorio Ordoñez en el bar 'La Cepa'". Casi me derriba la noticia. Sólo puedo pensar en dos hechos. Llamar a mis padres que están en Galicia para advertirles de la noticia. Mi padre, que vive angustiado por mi seguridad, se queda silente unos instantes y luego me dice: "Debes cumplir con tu deber".
La otra vertiente es aún más cruel. En diciembre habíamos comido juntos -Goyo y yo- en Alsasua. Una reunión que nos arregló María San Gil, su secretaria de máxima confianza. Durante la velada, me cuenta tres hechos terribles. Emprendió una investigación sobre la relación drogas-terrorismo. Habían asesinado a tres de sus informadores. Tenía motivos para sentirse vigilado y próxima víctima. Me dice que no quiere ni armas, ni escolta. "Prefiero morir solo que ser causa de que asesinen a los que me acompañen".
A pesar de todo, nada más regresar a Vitoria, llamo al Consejero de Interior de entonces. Juan María Atucha me escucha y me advierte que sin la petición expresa del PP no puede ponerle escolta. Aquello me llena de angustia. Y es que tal como funciona el PP vasco, su máximo dirigente, por razones de seguridad, está viviendo en Madrid...
Cuando me desplazo a Donostia lo hago con un coche blindado que me proporciona el Delegado del Gobierno. Mi escolta, que era de la policía nacional, recibe instrucciones de máxima seguridad para con mi persona. Llego a Donostia tras un viaje infernal. Aquello es un mar de lágrimas. Acudo a la casa de Goyo. Me recibe Ana Iríbar, llorando, y nada más verme, me dice. "Ten mucho cuidado, el próximo puedes ser tú".
Luego, en el Ayuntamiento, sus amigos y compañeros, me cuentan con detalle la escena. Como todos los lunes se quedaron a comer en el barrio viejo, próximo al Ayuntamiento. En aquel bar "La Cepa" dónde tantas veces Goyo y yo nos habíamos tomado un vino, servido por aquel personaje cabezón -Valentín Lasarte-. Le habían disparado a unos pocos centímetros de la cabeza. Eugenio Damboriena no estaba, ya que se había dejado unos papeles en el grupo municipal y regresó para recogerlos. María se levantó como un resorte y se abalanzó sobre el encapuchado que había disparado. Este, ante la sorpresa, tropieza, cae y se levanta, para salir de estampida entre las calles del barrio de pescadores en la ciudad más hermosa del norte, y sin dudas la más peligrosa por la banda terrorista ETA y sus cómplices. Ciudad a la que tanto quería Goyo Ordoñez.
En el Ayuntamiento le tocó cubrir la noticia a otro gran amigo nuestro, que hacía de tripas corazón, mientras pensaba lo mismo que yo: ¿quién sería el próximo?. José Mari Calleja, un leonés que trabajó para la agencia EFE y que hacía los informativos de la ETB2. Estaba arrasado cuando llegó el cuerpo de Goyo procedente de la forensía. Aquello era un presagio sobre lo que luego superaría las más pesimistas predicciones. ETA comenzaba su escalada de asesinatos a políticos. Todos los que estábamos en el "bando" constitucionalista habíamos sido declarado "objetivos" de la banda y sus cómplices. Nunca olvidaré las caras de miedo de los asistentes a la capilla ardiente que se fue montando en el solemne edificio que era punto de encuentro para el Paseo de la Concha de una ciudad maldita.
Se repitieron las escenas en el cementerio de Polloe. Nos abrazamos con los ojos sumidos en lágrimas. Era una especie de despedida colectiva y de miedo a que Goyo fuera el primero para una larga lista de entierros y funerales. ¡No nos equivocábamos!
En el Parlamento vasco, el ambiente era parecido. Pero tuve un incidente que algunos no pueden olvidar. El miembro de Herri Batasina "Iosu" Ternera, el "General", como lo denominaba Ibarretxe, se sentó en el escaño de Goyo. En una de mis intervenciones, le llamé hijo de puta. Atucha me hizo rectificar, y lo hice así. "Efectivamente, retiro lo dicho. El oficio más antiguo de la humanidad no tiene la culpa de sujetos como el que he nombrado".
A los pocos días, acudió a mi domicilio un comandante del Ejército. Pertenecía a Información. Vino a decirme que el primero de la lista era yo. Me hubieran asesinado en el Hospital donde trabajaba, tras haber ganado las elecciones autonómicas celebradas en el otoño de 1994, pero al irme de vacaciones a Londres, salve la piel. Mientras me lo contaba me recorría un terrible escalofrío por todo el cuerpo, que me duró casi un mes, tiempo en que no tenía agallas para salir a la calle. Fue un ataque de terror en toda regla. A unos colaboradores les dije: "Esto es como lo que les sucede a los paracas, las primeras veces que saltan del avión, pero casi todos lo superan, y el que no, debe dejarlo. ¡O lo supero, o me marcho!".
Es bien sabido que lo superé. Hice del asunto un problema personal contra los del MLNV. Decidí entrenarme para la autodefensa. Tomé todas las precauciones que me brindaron desde el Departamento de Interior del Gobierno Vasco. Superé el miedo y nunca más he vuelto a tener miedo, a nada, a nadie. Me convertí en un luchador que buscaba el cuerpo a cuerpo para vengar la muerte de mi amigo y demostrar que algunos estábamos dispuestos a morir y a matar...
Así se explica que mi padre, muy impresionado por todo lo que sucedía, me dijo. "¿Cómo es que no te han matado?". "Muy sencillo. Porque no me dejo". Tal era mi preparación física y mental para la larga lucha que se abrió con el asesinato de un hombre bueno, bravo y limpio. Un español que hablaba claro. Un político honrado. Una persona que sabía demasiado... Pero esta es otra historia preñada de porquerías...
Al mes siguiente, asesinaron a Fernando Múgica. Sus hijos de estirpe judaica, como yo, juraron venganza. A mí, intentaron asesinarme de todas las formas posibles, pero me llegaron a temer, así lo señalaban en sus informas internos. Fernando Buesa, que sabía como yo ser objetivo prioritario de los asesinos, mantuvo una actitud más parsimoniosa y un coche bomba le quitó la vida a escasos metros de mi casa. Le acompañaba mi escolta Jorge Díaz Elorza.
Hoy, 23 de enero, a las 15.30 de la tarde se cumplen 26 años. Me cambió la vida. Pero a Goyo se la segaron...