Prólogo del ensayo "Sedevacancia"
La espiral descendente del postcatolicismo
Por varios conceptos, preocupado lector, la obra que te presentamos bien debería considerarse un acontecimiento extraordinario: frente a la pestilencial marea de textos neomodernistas que nos inundan, falsamente “católicos” e invariablemente confundidores para con el cultivo de una verdadera instrucción católica, este libro de don Patricio Shaw supone una perfecta anomalía en el deplorable contexto editorial de nuestro tiempo; el propio título de la entrega, intencionalmente polémico, a los cuatro vientos lo proclama: Sedevacancia.
Patricio Shaw (Buenos Aires, 1961) es una de esas contadas lumbreras teológicas de la cuasi-eclipsada Catolicidad que todavía refulgen en nuestro tiempo, para regocijo y solaz de unos pocos. Esta afirmación mía no es hipérbole interesada para quedar bien con nuestro hombre –con cuya amistad me honra-, sino constatación que un servidor ha venido reforzando en los últimos meses, concentrado en la lectura y análisis de sus obras y, también puede decirse, de su nuevo proyecto (una fascinadora Tesis sobre el sufrimiento de la Sagrada Hostia).
Habilísimo detector, Shaw ha denunciado con fundamento y método la azufrosa realidad de los males que hoy afligen al desperdigado e indocto rebaño; como es bien sabido, el golpe maestro de la Sinarquía tuvo lugar tras la muerte del Papa Pío XII y, más concretamente, con la puesta en marcha del nefasto e infiltrado –por agentes judeo-masónicos y pro-comunistas- Concilio Vaticano II; en palabras de don Patricio: “El caos doctrinal que la gran mayoría de católicos desdichados sufren ahora, explotó en el conciliábulo vaticano II que sólo implementó el plan perverso que los enemigos de la Iglesia venían preparando desde los años 20 al tergiversar el monje Lambert Baudouin el Movimiento Litúrgico nacido del genio de Dom Guéranger y de la indomable energía de San Pio X. A esto se añadió la corriente más generalizada de la “nueva teología” representada por muchos monstruos más” (Cfr. La marquise de Dios).
Y fue así como en el discurso inaugural del conciliábulo de marras, el siniestro rosacruz Roncalli/Juan XXIII formuló tres objetivos que, tiempo al tiempo, erosionarían y desolarían la Roca en pocos lustros: “1. Una adaptación optimista al mundo –del que escribe el apóstol Santiago que querer ser su amigo es ser enemigo de Dios, y cuyo amor dice San Agustín que no tiene ojos invisibles: lo cual lo dice todo. 2. Un abandono del lenguaje teológico claro –y la aplicación de un lenguaje que cayera bien a las multitudes modernizadas y descristianizadas de mentalidad carnal y cómoda, y sedujera a católicos tibios o desorientados o sedientos de novedades conceptuales con las cuales ser fácilmente más inteligentes que los católicos de antes, sin chocar de entrada abiertamente contra los católicos fieles tradicionalistas. 3. La eliminación de las condenas –en lenguaje bíblico, el arrojamiento de las ovejas a los lobos devoradores y la negación de la misma Iglesia, que desde el principio condenó la infidelidad y expulsó a los incrédulos. Por cierto, la Iglesia floreció en proporción a la aplicación del dogma de la intolerancia, es decir, de la necesidad de creer en la Iglesia, para salvarse, individual y socialmente el individuo y, social-mente la sociedad” (Cfr. La marquise de Dios).
A los hechos del día nos remitimos, reforzados con tozuda insistencia tras décadas y décadas de aberraciones anticatólicas caras a los hijos de Belial; y si algún temeroso angustiado o irreducible optimista albergara todavía alguna duda, la lectura de este libro lúcido le permitirá aclararlas.
En nuestro tiempo –donde la corrupción de costumbres y la ignorancia en materia teológica son común divisa entre los “católicos” actuales-, las obras de Shaw pueden servir de bálsamo indicador, así como faro docente. Una obra precisa y exacta la de don Patricio, sometida a la implacable exigencia de su juicio (bajo la pertinente censura/asesoría eclesiástica de rigor: Patricio es un teólogo laico).
Sus libros, en un continuo y perpetuo (re)escribirse y corregirse a lo largo de los años, venían pidiendo un compendio que diera cabida a algunos de sus mejores pasajes. La ocasión, al fin, ha llegado. Y con satisfacción hemos “cargado” con la inmensa responsabilidad de afrontar dicha empresa: la de preparar esta antología, suerte de compilación orgánica, en la que presentamos por vez primera al público español lo mejor de Patricio Shaw. En manos del lector queda juzgar el resultado.
Por varios conceptos, preocupado lector, la obra que te presentamos bien debería considerarse un acontecimiento extraordinario: frente a la pestilencial marea de textos neomodernistas que nos inundan, falsamente “católicos” e invariablemente confundidores para con el cultivo de una verdadera instrucción católica, este libro de don Patricio Shaw supone una perfecta anomalía en el deplorable contexto editorial de nuestro tiempo; el propio título de la entrega, intencionalmente polémico, a los cuatro vientos lo proclama: Sedevacancia.
Patricio Shaw (Buenos Aires, 1961) es una de esas contadas lumbreras teológicas de la cuasi-eclipsada Catolicidad que todavía refulgen en nuestro tiempo, para regocijo y solaz de unos pocos. Esta afirmación mía no es hipérbole interesada para quedar bien con nuestro hombre –con cuya amistad me honra-, sino constatación que un servidor ha venido reforzando en los últimos meses, concentrado en la lectura y análisis de sus obras y, también puede decirse, de su nuevo proyecto (una fascinadora Tesis sobre el sufrimiento de la Sagrada Hostia).
Habilísimo detector, Shaw ha denunciado con fundamento y método la azufrosa realidad de los males que hoy afligen al desperdigado e indocto rebaño; como es bien sabido, el golpe maestro de la Sinarquía tuvo lugar tras la muerte del Papa Pío XII y, más concretamente, con la puesta en marcha del nefasto e infiltrado –por agentes judeo-masónicos y pro-comunistas- Concilio Vaticano II; en palabras de don Patricio: “El caos doctrinal que la gran mayoría de católicos desdichados sufren ahora, explotó en el conciliábulo vaticano II que sólo implementó el plan perverso que los enemigos de la Iglesia venían preparando desde los años 20 al tergiversar el monje Lambert Baudouin el Movimiento Litúrgico nacido del genio de Dom Guéranger y de la indomable energía de San Pio X. A esto se añadió la corriente más generalizada de la “nueva teología” representada por muchos monstruos más” (Cfr. La marquise de Dios).
Y fue así como en el discurso inaugural del conciliábulo de marras, el siniestro rosacruz Roncalli/Juan XXIII formuló tres objetivos que, tiempo al tiempo, erosionarían y desolarían la Roca en pocos lustros: “1. Una adaptación optimista al mundo –del que escribe el apóstol Santiago que querer ser su amigo es ser enemigo de Dios, y cuyo amor dice San Agustín que no tiene ojos invisibles: lo cual lo dice todo. 2. Un abandono del lenguaje teológico claro –y la aplicación de un lenguaje que cayera bien a las multitudes modernizadas y descristianizadas de mentalidad carnal y cómoda, y sedujera a católicos tibios o desorientados o sedientos de novedades conceptuales con las cuales ser fácilmente más inteligentes que los católicos de antes, sin chocar de entrada abiertamente contra los católicos fieles tradicionalistas. 3. La eliminación de las condenas –en lenguaje bíblico, el arrojamiento de las ovejas a los lobos devoradores y la negación de la misma Iglesia, que desde el principio condenó la infidelidad y expulsó a los incrédulos. Por cierto, la Iglesia floreció en proporción a la aplicación del dogma de la intolerancia, es decir, de la necesidad de creer en la Iglesia, para salvarse, individual y socialmente el individuo y, social-mente la sociedad” (Cfr. La marquise de Dios).
A los hechos del día nos remitimos, reforzados con tozuda insistencia tras décadas y décadas de aberraciones anticatólicas caras a los hijos de Belial; y si algún temeroso angustiado o irreducible optimista albergara todavía alguna duda, la lectura de este libro lúcido le permitirá aclararlas.
En nuestro tiempo –donde la corrupción de costumbres y la ignorancia en materia teológica son común divisa entre los “católicos” actuales-, las obras de Shaw pueden servir de bálsamo indicador, así como faro docente. Una obra precisa y exacta la de don Patricio, sometida a la implacable exigencia de su juicio (bajo la pertinente censura/asesoría eclesiástica de rigor: Patricio es un teólogo laico).
Sus libros, en un continuo y perpetuo (re)escribirse y corregirse a lo largo de los años, venían pidiendo un compendio que diera cabida a algunos de sus mejores pasajes. La ocasión, al fin, ha llegado. Y con satisfacción hemos “cargado” con la inmensa responsabilidad de afrontar dicha empresa: la de preparar esta antología, suerte de compilación orgánica, en la que presentamos por vez primera al público español lo mejor de Patricio Shaw. En manos del lector queda juzgar el resultado.