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Viernes, 19 de Febrero de 2021 Tiempo de lectura:
Adelanto Editorial

Hacia una nueva filosofía española

Extracto de Ensayos antimaterialistas, el nuevo libro de Carlos X. Blanco publicado por Letras Inquietas.

 

[Img #19486]Es paradójico. En el siglo XX hemos vivido una “Edad de oro de la filosofía española, pero éste venero de ideas, propuestas y pensadores no ha incidido con eficacia y pulso en la política de la nación. Muy especialmente no ha incidido en la política cultural y educativa de un Estado como el nuestro, carente de proyecto, sin misión. España lleva, desde los malhadados tiempos del ministro Maravall, copiando métodos ya fracasados en el extranjero, adoptando fórmulas inanes epistemológicamente, aplicando leyes muy aptas para la ingeniería social.

 

El Estado surgido del régimen de 1978 bloqueó el paso y el influjo a los auténticos pensadores, y rindió honores y erigió podios a los sofistas y a los embaucadores. Con el ministro Maravall y las políticas educativas y culturales socialistas, el pensamiento, y muy justamente el pensamiento español, quedó proscrito en la medida en que la tecnocracia y la oligarquía, entonces anidada en la política de “izquierdas”, vieron que la filosofía podía ser, para ellos, una selva impenetrable en la cual podrían refugiarse los guerrilleros del pensamiento y anidar allí la resistencia intelectual a la Ingeniería de las masas.

 

La pedagogía gozó entonces, a raíz de la nefasta LOGSE, de una estima desmesurada, teniendo en cuenta sus débiles fundamentos epistémicos, sus contradictorios y escasos éxitos sociales, la dudosa cuando no escandalosa sumisión a ideologías tecnocráticas e imposiciones globalistas. No es exagerado decir que la pedagogía del Régimen del 78 ha sido la sofística sustituta de la auténtica filosofía, y que significó el bloqueo burocrático necesario para que el pensamiento crítico, racional, un verdadero pensamiento español, quedara anulado.

 

Porque ese pensamiento existía, pero era un pensamiento al que se le tenía miedo. Había miedo a que el proyecto de control de masas dejara de ser monopólico. El remedo de filosofía auténtica que la llamada “Transición” consintió, más allá de las estúpidas recetas de la pedagogía LOGSE (“aprender a aprender”, “aprender por descubrimiento”, “conectar los contenidos con la realidad”), fue controlado férreamente por las oligarquías socialdemócratas. Junto a un exceso de pedagogía, el Régimen del 78 nos trajo la filosofía analítica y el neomarxismo habermasiano.

 

Para los menos comprometidos políticamente, la filosofía analítica vino como traje hecho a medida del imperialismo atlántico anglosajón. El “análisis del lenguaje” permitió a muchos profesores de filosofía eludir el “análisis de la realidad”. El colonialismo anglosajón no dejó de actuar durante esos años en que “OTAN de entrada NO”, pasó a ser “OTAN y bases yanquis sí”. La filosofía castiza fue completamente arrojada al desván de los trastos viejos: zubirianos, neotomistas, orteguianos... Lo moderno era dominar el inglés y la lógica formal.

 

El futuro consistía en ignorar la tradición (y lo que ello implicaba, como filón de textos escritos en griego, latín o alemán) y citar a Wittgenstein y a otros supinos ignorantes de la tradición. Grandes figuras del “franquismo”, pero grandes en lo filosófico al margen de su participación en el Régimen, pasaron a una especie de marginalidad: Gonzalo Fernández de la Mora, Eugenio D´Ors, Xavier Zubiri...

 

Muy machacona y omnipresente fue la recepción del pensamiento de Jürgen Habermas. Los libros de texto de “Educación para la ciudadanía”, “Ética y ciudadanía” y, actualmente, “Valores éticos”, rezumaron pensamiento habermasiano. La errónea estrategia de no hablar de España como nación o como patria, ante el acoso etarra y, en general, separatista, fue una estrategia habermasiana: “patriotismo constitucional” en lugar de “España” fue la consigna frente a aquellos que negaban la propia realidad histórica de la nación española.

 

La idea, básicamente una vulgarización de la ideología imperante en la socialdemocracia alemana de postguerra, era era ésta: “no tenemos por qué amar España, a fin de cuentas una idea discutida y discutible (Zapatero dixit). Basta con ser leal con la Constitución”. Hablando de esa manera, nuestros habermasianos zapateriles y socialistas eran (y son) unos nominalistas en realidad. “España, que por un lado es nación de naciones, viene a ser una entelequia, un ente para el cual acuño un término y yo no estoy dispuesto a morir o matar por un término”.

 

La filosofía política del PSOE y de la izquierda española en general se degradó hasta tal punto que el problema de la violencia anti-española representada por ETA y otros grupúsculos varios fue vista no tanto como un problema de Estado sino como un “error del lenguaje” (concepción analítica de la filosofía) o un “estrechamiento en los canales de diálogo” (concepción neomarxista o habermasiana de la filosofía). Frente a la venerable tradición intelectual española que se cuestionaba patrióticamente las raíces de nuestro fracaso, raíces lejanas que proceden de la pérdida de un Imperio universal y la inacabada reconversión de ese Imperio en un “Estado-nación”, la izquierda pensante de nuestro país ha querido hacer borrón y cuenta nueva, reduciendo las grandes cuestiones (¿qué es España? ¿Qué debemos ser en el mundo?) al estatus de meras cuestiones terminológicas: “no importa que no te sientas español, cosa vaga e imprecisable, lo que importa es que cumplas con los preceptos constitucionales”, o bien tratando de sacar adelante las discordias por medio de un diálogo infinito.

 

Esto del “diálogo y más diálogo” es el habermasianismo de pacotilla que ha hecho que la democracia española pierda nada menos que tres décadas en su pulso con el terrorismo y con el separatismo. Ningún pensador serio, ni siquiera uno que figure entre los más “pacifistas” y “filántropos”, ha admitido que se pueda entablar diálogo con quien te apunta con una pistola, ni siquiera con quien te insulta verbalmente. Y esta situación no se deja definir simplemente por una “obstrucción de los canales de diálogo”, como quien sufre de obstrucción intestinal y es incapaz de aflojar lastre en el excusado.

 

Las “condiciones ideales” para un diálogo racional son presupuestos tan utópicos como hablar de “un mundo sin guerras” o “una sociedad en la que nadie sea más que nadie”. Pedir los supuestos, conceder aquello que todavía debe ser demostrado, es signo evidente de una mala filosofía. Hablar de “obstrucciones” al diálogo es, como presuposición del principio, una impostura intelectual. Pues se quiere obviar aquello que precisamente tiene enjundia en el asunto: quién obstruye, por qué, con qué fin y con cuáles medios, quién se le resiste, cómo responde.

 

Hablar de diálogos y de posibles obstrucciones a los mismos es como resumir el contenido de una conferencia con comentarios sobre la corbata o el peinado de quien conferencia. Es quedarse en lo superficial, en aquello sin sustancia. Y el “democratismo” liderado por el PSOE, pero estultamente seguido y copiado por la derecha española, siempre acomplejada y siempre a remolque de la socialdemocracia, ha consistido en obviar y neutralizar el conocimiento y la acometida política de la propia situación dialéctica. No es importante que haya o no diálogo, sino la estructura política misma que obliga a los contendientes a elegir medios (diálogo negociado, o diálogo de “puños y pistolas”, entre otras alternativas). Pero España sufre el doble con su “dialogismo” porque nadie quiere analizar estructuras dialécticas, y ante cualquier herida, ataque, problema u obstáculo, se rinde culto a San Jürgen Habermas como si el diálogo fuera panacea.

 

Carlos X. Blanco: Ensayos antimaterialistas. Letras Inquietas (Febrero de 2021)

 

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