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Winston Galt
Domingo, 14 de Marzo de 2021 Tiempo de lectura:

Sobre la industria política y la industria de la violencia política

Nadie puede poner en duda que la violencia ha sido parte de la vida política desde que se tiene conocimiento. Es parte inherente a la naturaleza humana y nadie en su sano juicio puede pensar que vaya a desaparecer de nuestra conducta, lo que debería alertarnos de todas aquellas prédicas que nos prometen que no habrá violencia en los paraísos que nos anuncian.

 

Del mismo modo, se hace evidente que la única forma de organización social que limita el uso de la violencia sobre los ciudadanos es la democracia liberal que conocemos en Occidente y en la que vivimos. Precisamente los que ponen el grito en el cielo por la violencia supuestamente insoportable que vivimos en países como EEUU, España, Francia o Alemania defienden la instauración en estos países de regímenes que tienen la violencia como principio fundacional, como son los regímenes socialistas cuyo control de la población no puede ejercerse sino desde la coacción y la imposición.

 

Los que tanto protestan, los que están "indignados" en nuestras sociedades, son precisamente los que nunca ha tenido que hacer nada para conseguir este estado de opulencia que les permite vivir la gran vida sin haber pagado ningún precio por ella; los que no han tenido siquiera que trabajar para ello y, aún así, han tenido alimentación sobreabundante, educación o sanidad regalados por el mero hecho de nacer, un hecho insólito en la historia de la humanidad. Todo el apostolado se hace desde la política y la burocracia, que son otros estamentos en gran medida parasitarios de la sociedad. Y encima se quejan y nos acusan de que por nuestra conducta se vive en la mayor de las opresiones.

 

Estos indignaditos y ofendiditos acusan a nuestras sociedades democráticas de violencia estructural, de una supuesta e insoportable violencia subyacente en la cual muchos grupos de personas serían víctimas de esa opresión soterrada. Insisten en que hay violencia racial (de blancos sobre negros, por supuesto, obviando la que ejercen negros sobre negros, o asiáticos sobre musulmanes, o musulmanes sobre asáticos, etc); violencia sexual (de hombres blancos heteros sobre mujeres, por supuesto, obviando la que ejercen hombres sobre hombres, mujeres sobre mujeres, mujeres sobre niños, etc); violencia de clases (del hombre blanco hetero bien situado sobre todos los demás, especialmente negros, sin tener en cuenta la que ejercen asiáticos sobre asiáticos, musulmanes sobre musulmanes o negros sobre negros, etc)... Toda relación humana es violencia para estos grupos de izquierda, "progresistas". Al parecer, cuando ellos gobiernen dicha violencia desaparecerá completamente. Para convencernos, confunden la violencia innata a la vida y a la naturaleza humana con violencia sistémica. Si hay una agresión a un negro en Madrid dirán que es una violencia ejercida por la sociedad, no un problema individual del agresor. Si hay un insulto a un homosexual nos dirán que es toda la sociedad la culpable de las injurias, no el que las ha proferido. Sin embargo, vemos a diario en nuestras calles que esto no está ocurriendo de forma habitual. Al contrario, cualesquiera agresiones de este tipo se convierten en noticia inmediatamente precisamente porque se trata de hechos aislados y porque están totalmente estigmatizadas y los agresores son inmediatamente repudiados por la inmensa mayoría.

 

Es precisamente en las sociedades más avanzadas, en las anteriormente llamadas sociedades libres (ya no tan libres gracias a los esfuerzos de la izquierda) donde no sólo se ha avanzado más en el respeto a los derechos de esas minorías, sino en las que se ha consagrado la igualdad real ante la Ley de modo que nadie pueda ser discriminado por razones de sexo, raza, opinión, religión... y de tal modo que cualquier violación de tal igualdad está salvaguardada por el acceso del perjudicado a los tribunales de justicia que restablecerán la situación de acuerdo a la Ley.

 

Por tanto, la supuesta violencia que denuncia la izquierda insistentemente es una violencia superada en nuestras sociedades (independientemente de que existan individuos aislados que no respeten a nadie). Pero los hechos repudiables que a veces inevitablemente se producen son exacerbados por la izquierda para intentar convencernos de que la violencia es insoportable de nuestra sociedad y de que el odio entre grupos que ellos pretenden antagónicos: hombre/mujer, blancos/negros, hetero/homosexuales, existe y es la base de nuestras relaciones sociales. Se inserta así el odio y la división en Occidente y no se hace en países donde realmente sería necesario dar la batalla (países musulmanes o regímenes socialistas), lo que demuestra que se hace con la intención política de subvertir el orden occidental y destruir las sociedades donde precisamente tales problemas se han superado.

 

Como dice Javier Benegas: "La idea de progreso occidental consiste en borrar las diferencias. En cambio, para ciertas ideologías consiste en lo contrario: institucionalizar las diferencias, hacerlas imborrables, perpetuas y colectivizarlas para que los sujetos sean esclavos de una identidad."

 

Para la izquierda, que es la única categoría política que defiende estos planteamientos, se reivindica así el principio fundacional de Hitler: "Las necesidades de la sociedad vienen antes que las necesidades del individuo", pues su intento de colectivización es esencial para conseguir el control de la sociedad y el mayor escollo es el individualismo, al que se estigmatiza y se condena cuando ello supone condenar a la irrelevancia a las personas concretas de carne y hueso, quienes ya no serán sino una parte intercambiable y sin valor de un colectivo. Condenan la naturaleza humana cuando cómo sea cada uno en su vida privada es políticamente intrascendente, pero es necesaria esta condena de las personas individuales para transmitir un sentimiento de culpa que nos haga remisos a la hora de exigir el reconocimiento de nuestra individualidad y, por tanto, inhiba nuestros intereses particulares de modo que nos consideremos indignos de vivir nuestra vida para nosotros mismos y caigamos en la trampa del altruismo que nos proponen que no es sino el bucle hipócrita con el que dominarnos. Altruismo que traducen en que debemos dar un paso atrás en nuestros gustos e intereses particulares a favor de grupos y colectivos que, por supuesto, ellos dirigen.

 

Para inhibirnos utilizan toda la fuerza de su prédica mesiánica y de la educación y propagandas "progresistas" para convencernos de que vivimos en el peor de los mundos posibles y que cada uno de nosotros contribuimos cada día a ello con múltiples acciones, muchas de ellas inconscientes, como: utilizar el vehículo en el ejercicio de nuestra libertad, pues ello supone contaminar la atmósfera; mirar a una mujer por la calle y encontrarla agraciada, pues es violencia sexual; discutir con tu esposa, pues es violencia de género; tener la suerte de tener un trabajo bien remunerado es violencia de clase; pensar que los hombres blancos heterosexuales también tienen derecho a la presunción de inocencia frente a la denuncia de su pareja...

 

Por supuesto, actuar y opinar de esta manera constituye un delito de odio que puede ser objeto de condena penal en una evidente intromisión de las leyes en nuestra conciencia, núcleo de nuestra personalidad que pretenden controlar o inhibir, y algo jurídicamente inadmisible a lo que no se había llegado jamás en la historia en ningún régimen político excepto en la URSS y en la Alemania nazi.

 

Como contribución esencial a este marco de opresión ideológica, se presenta a grandes minorías como víctimas, y convencer a muchas personas de que sus infortunios son producto de la sociedad en la que viven, de modo que puedan dejar a un lado su propia responsabilidad personal y protestar airadamente por deficiencias propias. El victimismo es el catalizador del resentimiento y esconde el fracaso personal, por lo que su prédica cae en terreno abonado. Es el pensamiento de la inferioridad del que hemos hablado en otro lugar. La asunción por amplias capas de población de esa inferioridad los deja a merced de los pastores que los untan con promesas como se pasa la mano por el lomo de un animal doméstico. De este modo, las supuestas víctimas se convierten a un tiempo en serviles domesticadas y en fieras alimañas que ladran por los pastores que las manipulan, pues no olvidemos que en el alma de cada víctima anida el deseo de ser verdugo, lo que explica que tales víctimas no acepten las opiniones discordantes y sean cruelmente intolerantes frente a cualquiera que ponga en duda su discurso.

 

Podemos poner el ejemplo de las agresiones a políticos de partidos que no son de izquierda en las manifestaciones del Orgullo Gay o las fotos que hemos podido ver recientemente, con ocasión del 8 de marzo, Día de la Mujer, en las que se veía a mujeres con el brazo extendido en un remedo del saludo fascista con la única variante de que la mano no estaba abierta sino cerrada en el puño comunista. Un símbolo síntesis del comunismo y del nazismo. Estas supuestas víctimas están encantadas de considerarse así, pero propugnan la violencia frente al disidente, como no puede ser de otro modo en un movimiento totalitario.

 

Todo este espectáculo del que estamos hablando y que cualquiera puede observar en plena ebullición en las sociedades occidentales está patrocinado, organizado, dirigido y sostenido por una única opción política: la izquierda. La izquierda que se llama a sí misma progresista y que no es otra cosa que colectivista y, por ello, socialista en sus diversas manifestaciones.

 

Basta echar un vistazo a la historia más reciente de Occidente para comprobar que no ha habido un solo movimiento violento digno de ser reseñado que provenga de la derecha. Excepto los más avezados en la materia no recordarán un solo grupo terrorista en todo Occidente de derechas, excepto anécdotas cavernarias y efímeras como la Triple A o los Hijos de Cristo Rey en España. Pero su importancia es ridícula comparados con grupos terroristas de izquierdas como las Brigadas Rojas, el IRA, la Baader Meinhof y, en España, los Grapo y sobre todo ETA, que han asolado Europa durante décadas sembrándola de terror y sangre bajo la falsa acusación de que las democracias occidentales oprimían a la sociedad. Sociedad que no tenía ningunas ganas de ser "salvada" ni redimida por estos criminales de izquierdas.

 

Sólo hay otro elemento ideológico del que se alimenta la izquierda para promover la violencia: el nacionalismo. En cambio, no hay violencia en Occidente por parte de los conservadores, ni auspiciada por los grupos demócrata-cristianos ni por los grupos liberales. Siempre se trata de violencia socialista. Incluso algunos ejemplos que muchos pondrían, como la opereta del asalto al Congreso de los EEUU reciente ha sido como reacción a los ataques previos de la izquierda (la violencia insoportable ejercida por Black Lives Matter o Antifa durante los meses previos a las elecciones USA) o manipulados por esa misma izquierda (miembros de los dos movimientos citados se encontraban entre los que entraron en el Congreso). Por lo tanto, de haber alguna violencia de derechas sería reacción a la ejercida previamente por la izquierda.

 

Tales movimientos fuertemente activistas tratan a los no progresistas como los nazis a los judíos. Te exigen ser moderado para ser tratado con un mínimo de respeto (no excesivo). Ser moderado significa que has de permitir su juego sin levantar la voz para que no te llamen "fascista". Cuando los que han levantado la voz y calificados de fascistas han sido anulados del discurso político, los antes admitidos como moderados serán los nuevos "fascistas" y se actuará con ellos como con los anteriores, hasta estigmatizarlos y anularlos. En un alarde orwelliano evidente se califica de violentos a los que sufren la violencia de la izquierda, esto es, los verdugos serán las víctimas y las víctimas serán tenidas por verdugos.

 

Su juego se ha visto facilitado y aumentado al haber conseguido infectar de socialismo a la generación millenial a través de la educación y la propaganda, en manos de la izquierda progresista. Estos jóvenes, cada vez más radicalizados, son los endemoniados de Dostoievski del siglo XXI, que sólo ven el nihilismo y una utopía delirante y absurda en el socialismo de género, trans, en el pensamiento políticamente correcto y en toda la caterva hueca y estúpida de sus principios. Odian la vida y odian a Occidente porque han sido convertidos en masas de unidades tan insignificantes que no saben ser ellos mismos. Se tienen por antifascistas del mismo modo que los nazis no se tenían a sí mismos por criminales.

 

A ello hay que añadir la promoción de una inmigración masiva de quienes odian nuestra cultura y nuestros valores, lo que provoca tensiones inadmisibles y está llevando al colapso a zonas enteras de Europa que no saben lidiar, desde sus políticas "buenistas" y multiculturalistas, con esos focos de violencia: desde ocultar los crímenes de los individuos que pertenecen racial o religiosamente a estos grupos a facilitarles toda clase de subvenciones y ayudas graciosamente, lo que contribuye a fomentar el bucle de ociosidad/parasitismo de generaciones enteras de inmigrantes de segunda generación que precisamente por no respetar nuestras democracias por débiles las odian aún más. Esto es lo que ha conseguido nuestra Industria Política "progresista" y lo que está llevando (junto a las políticas económicas de intervención masiva de los Estados en las economías y de deuda pública permanente y creciente) al colapso de Occidente (de mi novela distópica Frío monstruo).

 

Tendemos a pensar que los socialistas no son malas personas (y no lo son individualmente la inmensa mayoría), pero sus ideas son muy peligrosas. Acaban mirando mal, censurando, cancelando y convirtiendo opiniones discrepantes en delitos. De ahí a mandar al discrepante a la muerte civil y posteriormente a la marginación política y social e incluso a prisión sólo hay un paso, mucho más pequeño de lo que muchos imaginan. La obsesión de la izquierda, incluso de la más civilizada, de transformar la sociedad es el origen de toda la violencia que se ejerce en Occidente. Este objetivo es tan ambicioso y tan necesario según su deforme concepción de la vida y de la sociedad que no cabe admitir reticencias en utilizar todos los medios necesarios para ello. La visión mesiánica de su ideología convierte al socialismo en una religión totalitaria que justifica cualquier atropello en pos de conseguir su objetivo.

 

Todos los procesos han comenzado de menos a más, desde la violenta apropiación de las calles por los SA nazis, que comenzaron exactamente igual que los cachorros independentistas catalanes de ahora o los activistas de BLM o Antifa, a los activistas de Chávez en Venezuela hace apenas veinte años.

 

El mayor sarcasmo es que esta lucha que libra la izquierda contra Occidente la estamos pagando nosotros. Están ejerciendo esa violencia con nuestro dinero. La financiación pública de partidos políticos, sindicatos, asociaciones políticas, etc, sembró el cáncer que ahora nos devora. Sin financiación pública, sin nuestro dinero, la mayor parte de su fuerza se desvanecería lentamente. Su ideario cleptocrático de ordeñar a la sociedad hasta la extenuación se vería interrumpido y no serían capaces por sí mismos de conseguir los fondos necesarios para sostener la Industria de la Violencia de la que viven.

 

La cultura de la cancelación es el paso previo a la Solución Final frente a todos los que no pensamos igual. La cultura de la cancelación es una apuesta tan fuerte que sólo quien está convencido de ganar en el conflicto puede lanzarla. Supone la inminencia de la negación total y absoluta de la realidad, de la negación total y absoluta de la verdad, de la negación total y absoluta de todo aquello que no sea acorde con sus postulados ideológicos, esto es: el borrado, la extinción, la muerte de todo lo no aceptado por los cánones del pensamiento políticamente correcto.

 

Esto puede parecer exagerado, pero la muerte civil que propugnan y ejercen en las redes sociales, aun simbólica, es cruel, totalitaria, una suerte de tortura. Del plano simbólico se pasa a la eliminación social y luego la física. La cancelación de periodistas, actores, empresas, políticos y demás disidentes es agresiva y destructiva, tiene efectos reales sobre sus vivencias personales y sus trabajos, divide a las personas en "buenas" y "malas", y es lo más parecido que podemos imaginar a los campos de reeducación de los países socialistas (URSS o China).

 

No es de extrañar, pues no debemos olvidar que para la izquierda la violencia es su naturaleza y el borrado de la historia su postulado. Marx y Engels promovieron la violencia en sus escritos pugnando por la revolución violenta como medio de acceso al poder y predicaron la cancelación de todo vestigio de vida conocido hasta el momento para crear la gran sociedad comunista. Después, la práctica se ha encargado de corroborar que sus acólitos continúan su tradición de crimen y mentira.

 

Los conservadores y los liberales, en cambio, no suelen ser violentos, salvo como reacción a estímulos previos. Su visión liberal de la vida permite a los demás un margen de actuación refractario a la censura y a la imposición.

 

Otra cuestión es cómo terminará esta auténtica guerra cultural y sociológica que se está librando en todo Occidente, y cómo será la reacción de la derecha cuando ya no quede otra opción que la respuesta violenta. Incluso en caso de ganar la batalla, la izquierda no desfallecerá. Manipulará la verdad y la historia y aparecerá de nuevo como la víctima del fascismo entendido como ellos quieren que se entienda.

 

Y comenzarán de nuevo.

 

Toda la violencia política que se vive en Occidente desde hace décadas es fruto, consecuencia y producto de la intención deliberada de la izquierda progresista.

 

Es la hora de comenzar a devolver los golpes en la misma medida y cancelar a los canceladores.

 

(*) Winston Galt es escritor. Autor de la novela distópica Frío Monstruo

 

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